domingo, 26 de junio de 2011

El día en que salvé el mundo. (Es largo pero merece la pena)


La semana pasada fui al BizBarcelona. PAra quien no lo sepa, es una especie de convención-feria en la que cuatro avispados con mucha pasta buscan a cuatro pringados con una idea millonaria pero sin dinero para ponerla en marcha. A los inversores se les llaman Business Angels y a los pringados se les llama eso: pringados (por no caer en la cuenta que Lucifer también era un ángel hasta que creó su primer negocio de almas).

Allí estaba yo, trajeado como si fuera a mi primera comunión, con una camisa violeta y una corbata rosa. Los hombres me miraban con esa admiración que tenemos los hombres hacia alguien que viste atrevido (descojonándose) y las mujeres con una mezcla de rubor y vergüenza ajena que, para qué nos vamos a engañar, provoco con mis vestimentas ante el género femenino.

A medida que iba avanzando por los pasillos, mi presencia iba pasando menos desapercibida. Las chicas me sonreían abiertamente ofreciéndome toda clase de folletos. Yo los aceptaba con una reverencia, a ellas se les veía en la mirada ese "ahí va un triunfador" que tan pocas veces nos insufla la presencia de un hombre seguro de sí mismo y con todo el futuro en sus manos. Mi invento no sólo salvaría vidas sino que me haría muchimillonario, ya me veía dándo dádivas desde mi Ferrari, recogiendo el Nobel de la paz en chancletas y gafas de sol. Y todo eso se reflejaba en mi porte y avance por los pasillos de una feria creada por y para que pringados como yo alcanzasen el estatus de próceres de la virtud y el monetarismo.

A todo esto yo notaba que los tirantes me apretaban un poquito a la altura de la nuca, una insignificancia ante mis triunfales primeras tres horas en el evento. Cansado y fatigado de mi inusual (y sospechosa) fama me dirigí a los servicios de caballeros para lavarme las manos, refrescarme y otros menesteres (me estaba cagando). Nada más entrar lo ví: Un enorme espejo de cuerpo entero se brindaba ante mí para mayor gloria de mi grandez...

Ahora entendía por qué me tiraban los tirantes. Había pasado la corbata sin querer por entre las gomas elásticas, lo que provocaba que a cada paso la corbata se destensara un poquito, y al estar cruzados los tirantes, éstos se retorcieran un poco más subiéndome los pantalones. La corbata al aflojarse subíase imperceptiblemente pero en tres horas caminando se había encogido lo suficiente como para dejar dos botones de la camisa al descubierto y los pantalones se me habían subido hasta dejar al aire las pantorrillas. Con el maletín en la mano y de esta guisa parecía el representante drogado de Payasos Sin Fronteras, un cobrador de morosos y el tonto del pueblo (Barcelona) todo junto.

Salí convenientemente desenredados los elásticos y corbata del lavabo y cabizbajo recorrí de nuevo los pasillos ante los vítores (carcajadas) y reverencias (descojonándose por el suelo) ganando el pabellón siguiente lo más rápido que pude. Cuando aparecí por la puerta del pabellón 5 me esperaba un pasillo como el que le hacen a los campeones de la Eurocopa. Les decepcioné. "Es feo y viste mal pero no es para tanto" dijo el vicepresidente ejecutivo de la patronal.

Me dirigí entonces a la sala de actos, donde el director general de Google en España iba a dar una conferencia y, entre otras cosas, otorgar premios a la innovación y al talenteo. Yo estaba nominado en la categoría de Medio Ambiente, subcategoría de "¿Pa´qué sirve esto? Ignacio, que sea la última vez que damos un premio a lo loco". Ganaba seguro (me había colado en el ministerio y me había meado en todos los equipos de la competencia... treinta y cuatro equipos... estuve bebiendo té durante las cuatro horas de sabotaje... tuve una piel tan hidratada durante la semana...)

A lo que iba. Me senté en el anfiteatro hasta que me tocara el turno de subir a por el premio y di una mirada rápida por si conocía a alguien, acto reflejo que tengo desde que a los diez años y en la entrega de mi primer premio por una redacción, cuando el director del colegio me nombró y subí a por el premio (un estrechón de manos) mi madre salió (de no se sabe muy bien dónde) y delante de todos los mil quinientos alumnos (párvulos, primaria, BUP y Formación Profesional) me espetó eso de "lo de escribir muy bien... pero lo de acabarse las espinacas ¿qué?". Desde entonces siempre que voy a recoger un premio llamo antes a mi madre para saber qué está haciendo (y sobre todo dónde).

Nadie. No había nadie que pudiera aguar mi entrada en el olimpo de las subvenciones estatales. Monturiol, Ricardo de la Cierva, Severo Ochoa y ahora yo pasaríamos a los anales de la historia científica española (pero yo con un cheque de 230,00 € en el bolsillo).

Llegó el momento. El ministro de Industria (un tío despeinado) dió paso a quien iba a dar el premio principal (el mío) y no iba a ser el director de Google en España, no... Steve Jobs en persona había decidido a última hora venir a España para mostrar su apoyo y confianza en nuestra economía. Allí estábamos los dos hombres que más influiríamos en el siglo XXI (y parte del XXII) en una misma sala. A Steve (Esteban a partir de ahora) se le salían las lágrimas cuando me vio subir y dirigiéndose al ministro dijo algo como "qué gran hombre" o "no me hagan fotos junto a este tío o les demando".

Y cuando todos pensábamos que nos iba a presentar el iphone 5, mi ex-suegra, la presidenta de club de fans Agustín Pantoja, creadora de la fusión entre el flamenco y la patum de Berga y que hermanó su barrio con Chernóbil porque era el que quedaba libre, apareció como una exhalación y se puso a mi lado, con un moño en todo lo alto que parecía sacado de una precuela de la familia Adams, empezó a zapatear en el escenario algo que ni el mismo Dalí hubiera considerado surrealismo por ser demasiado atrevido mientras su nieto, el Yimi, subía con una guitarra destartalada cantando por los Gipsy Kings el himno de la alegría.

Esteban Jobs miró al ministro. Éste arqueó las cejas y salió corriendo dejándolo ante mi ex-suegra, el Yimi y yo. Entonces me miró a mí con cara de pregunta. Y después de un instante de duda, y con esa rapidez mental que nos caracteriza a los grandes genios, me puse a dar palmas y le animé a que él también lo hiciera.

El auditorio parecía una tumba, todos los presentes, con los ojos fuera de sus órbitas y la boca abierta se agarraban a sus asientos sin acabarse de creer lo que estaban viendo. El vicepresidente de la patronal que antes había hecho el comentario a mi entrada al pabellón 5 susurró al Conseller d´Interior que estaba a su lado "esto es la ruina". A lo que el otro le contestó "esto no quedará impune".

Y así fue como Estabn Jobs y yo acabamos hasta el culo de sangría, bañándonos desnudos en la playa que hay justo delante de la incineradora y posteriormente fuimos capturados por un pesquero de sardinas en algún punto entre Badalona y Mallorca. Como agradecimiento ahora el sónar del pesquero se ha bajado no sé cuántas aplicaciones para ipad... que no sirven para pescar sardinas...

Y ahora somos amigos Esteban y yo... a pesar de que no me coge el teléfono y la tontada esa de la orden de alejamiento dictada por interpol.

Me he gastado los 230,00 € en el tratamiento de mis gatos contra la rabia. Ya iba siendo hora. Tenía al barrio aterrorizado...

8 comentarios:

Maeve dijo...

Gracias:)

Por un momento, hasta he esperado que apareciera Gurb por cualquier esquina.

Espera a la primavera, B... dijo...

El día en que un amigo mío leyó sin noticias de Gurb me dijo: "Toni, acabo de leer a alguien que se expresa como tú", lo cual llenó de pavor a todos los presentes.
En la escuela de muy alta dirección de empresas (de la que fui expulsado cum laudem por el conserje) me dijeron que no admitían graciosillos... el otro día me crucé por la calle con Eduardo Mendoza (él en su mercedes biplaza y yo a pata). Estos dos hechos, aparentemente inconexos podrían muy bien ser el resumen de mi biografía.

Espero que, por lo menos, te haya hecho sonreir.

Lluna dijo...

A mi sí que m'has fet riure...
Un petó

Alex B dijo...

Pues a parte de reirme mucho me he quedado con la duda de si te dieron el premio...y que tal vez seas un poco tímido y vistes los honores de humor para quitarle importancia.
¿soy una ingenua?
siempre quiero que ganen los buenos.
Gracias por el rato, sí que ha valido la pena.
Un beso.

Espera a la primavera, B... dijo...

Fer riure a la lluna... què més es pot demanar?

Espera a la primavera, B... dijo...

No me dieron el premio, la verdad es que pasé por delante de la entrega de premios y todos eran bastante sosos, me alegré de no haber ganado. El presentador llevaba laca en el pelo y se parecía a Artur Mas, también era igual de gracioso (cero).

Me dieron, eso sí, una pelota de goma anti-estrés. Ahí la tengo, mirándome desde una esquina, me estresa pensar que debería desestresarme...

Daltvila dijo...

¡Qué bueno! Si sigues así me voy a hacer adicta a tu blog. Está bien que sucedas a Gurb de vez en cuando; al acabar ese libro de Mendoza, le eché mucho de menos.

P.D. I .- Mi blog es un germen que inauguró deprisa y corriendo un amigo y precisamente esta mañana me llamó pidiéndome mi contraseña para arreglar el desaguisado de que no se pueda comentar (de forma anónima?). Por el momento no le di la contraseña, quedaremos un día de estos para pulirlo.

P.D. II.- Es un honor que quieras comentarlo.

P.D. III.- Una pregunta, si me la permites: ¿Tenías por ahí, guardado en un cajón, este texto?
Deberías escribir una novela.

Tonetxo dijo...

Buenísimo. He disfrutado leyéndolo como pocas veces me pasa.
Beso.