viernes, 29 de julio de 2011

Diez


Anoche soñé con el personaje de la novela. En realidad soñé que yo era él y me daba cuenta de una cosa que no hubiera imaginado que pudiera ser así. Soñé que pensaba que el bicho no estaba dentro del mí, que en realidad el bicho era yo y el que habitaba dentro de mí era como una especie de guardián de las formas. El bicho sale muy pocas veces pero es el que manda en mi vida. El que destruye lo que he tardado mucho en crear, el que sabotea, el que se ríe todo. No es el tiempo que sale a la luz sino todo lo que hace. Soñé que el bicho era yo y llegar a esa conclusión hizo que fuera un sueño feliz.

Supe que las palabras que son como el papel de lija son mías y no de algo que aparece de las profunidades de mi nada, que las ideas suicidas son mías y no la consecuencia de los gritos del bicho, supe que el odio es es mío y que el odio hacia mí por odiar también es mío, que no hay dos personajes disociados, sólo hay un duermevela, un terrorismo de baja intensidad durante todo el día. El bicho se alimenta de todo lo que destruye y yo soy su ejecutor, su cuerpo físico, su mente, el que duda, soy como un programa de software que evita que él se destruya. El bicho es (soy) el que maneja y tensa la correa. Quizá por eso sólo haya una salida.

Es raro que recuerde un sueño de una forma tan nítida, por lo general, nunca recuerdo nada y si por la mañana evoco un sueño, suelen ser escenas inconexas, sensaciones, nunca pensamientos. Pero esta noche ha sido distinta, no sabría decir qué ha ocurrido. La voz era tranquila, me hablaba como un padre le habla a un hijo que empieza a comprender las cosas. Me dijo "estás metido en esto hasta el cuello, porque yo soy tú y que estés escuchándote a ti mismo sólo puede significar una cosa: te has vuelto loco. Pero no importa, tú ya lo estabas, ahora tienes que decidir hasta dónde estás dispuesto a llegar en esta autodestrucción. Se acerca Agosto, todo se volverá más feo y sucio. Agosto es nuestro mes maldito, tu mes maldito".

El bicho y yo la misma persona, es decir, el bicho yo y todo lo otro un decorado trasnochado y ajeno a todo lo que siento.

En el sueño extendía un mapa sobre una mesa y el mapa era mi vida y por donde fui y por dónde pude haber ido, y siempre eligió él, en cada uno de los punto críticos fue él quien tomó las decisiones, nunca pude hacer nada porque yo no estaba porque yo era él.

En este país en guerra que soy yo, en esta tensión infame que me pega los músculos a los huesos, yo sólo soy la trinchera, el agujero en el suelo donde esconderse, sólo soy la voz que reza para que nos pase nada ni a mí ni a los míos. En este mapa nunca se cartografiaron sueños sin señuelos, trampas, lugares que no existían, cordilleras de arena, mapas dentro de mapas que no llevaban a ninguna parte.

Lo que hace atractivo a un personaje: sus conflictos, es precisamente lo que me hunde cada vez más en arenas movedizas. Ayer cerré un acuerdo muy bueno para la representación de dos marcas internacionales muy potentes en aguas y medioambiente. Pero no tengo ánimos para seguir adelante, si estoy solo y sin un duro (ellos no lo saben). He hecho un esfuerzo considerable y sin embargo mi pregunta es ¿para qué? Cuando más cerca estoy del final más intuyo que el final no es lo que yo esperaba. Es como si a un diabético le hubiera tocado en la lotería una pastelería completa. Y luego, por la noche soñé lo del bicho.

Nueve. Nueve entradas para que todo acabe.

jueves, 28 de julio de 2011

Nada es para siempre


Se cierra el telón, hoy la es de azul celeste, el recuerdo es un mal consejero, mucho menos para mí, que nunca escucho los consejos. Me pregunto qué hubiera pasado, me pregunto en qué punto estaría mi vida si no hubiera estado en el momento equivocado en el lugar equivocado. No puedo saberlo. Después de pensarlo durante un buen rato, llego a la conclusión de que el destino es tan sabio que alguien tan tonto como yo no puede comprenderlo.

Acabo apostando por la mejor opción: ésta. Y acabo por dejar de echar de menos a quien no me echa de menos a mí. Reconozco que no estaría en esta posición si hubiera escuchado consejos y hubiera tenido éxito en el pasado. Reconozco que en un país en quiebra hay dos opciones: salir a la calle a protestar o ir todos a una para salir de donde se encuentra. Supongo que yo he hecho ambas cosas y me quedo con la segunda. Ante todo, lo que cuenta es la actitud.

Cuando estás hundido en la mierda sólo ves mierda, cuando estás hundido hasta el cuello nadie quiere acercarse a ti. He experimentado eso de que sólo quedan los amigos de verdad. Así que lo doy por bueno, han quedado pocos, la verdad es nítida, lúcida. Supongo que he aprendido a desconfiar de los demás. El hombre es un lobo para el hombre... y siempre tiene hambre.

Reconozco también que no me gusta en absoluto en lo que me he convertido, me gustaba más cuando el primer impulso cuando conocía a alguien que parecía buena gente era el de confiar en ella. Ahora lo primero que hago es marcar unas distancias infranqueables. Me va mal y sé que me siguirá yendo mal, pero no me importa, lo único que quiero es seguir lo más estable posible, dejarme de intrigas, de conversaciones de más de cinco minutos. Me cuesta hablar, me cuesta vivir ese cuerpo a cuerpo con los demás. Antes no era así. Me gustaría volver a ser como antes.

Supongo que acabé cumpliendo lo que prometía el blog. Así que cuando lo cierre también acabaré yo, como el que escribe y como el personaje que escribe. No sabría decir a ciencia cierta hasta qué punto las cosas pudieron cambiar. Sólo sé que deseo y al mismo tiempo temo que llegue ese día. No sé qué habrá después, ya sólo quedan diez entradas. Diez entradas y todo acabará.

Espero poder curarme este odio que siento, pero lo dudo.

¿Sabes? Antes era como tú. Nunca antes había odiado a nadie, y ni siquiera comprendía que alguie pudiera sentir odio hacia alguien. Simplemente, no podía imaginar qué podía llevar a un alma a sentir una animadversión tal que desencadenara esa inquina. Ahora sí lo sé. Por eso tú y yo somos diferentes. Por eso tú y yo no podemos mezclarnos, porque yo soy irrecuperable. Desearle a alguien lo peor es lo peor que te puede pasar, te sientes una mierda por odiar a la persona que te ha tratado como una mierda. Es de locos. Y no te mereces nada.

El otro día en una película rara de la 2 alguien dijo que había dos clases de personas: las que se creen que son buenas personas y los que no. Yo dejé de ser de las primeras... es como caerte desde un árbol y darte un buen golpe contra el suelo, es sentirte sucio desde que te levantas hasta que te vas a dormir, es sentirte culpable de todo lo que te pasa. Y es, sobre todo, seguir odiando ya no por lo que te hicieran, es seguir odiando por buscar un culpable de ese sentirte culpable de sentir odio. Y es, también, ya no ser nunca más el que eras y es perder la esperanza de volver a ser la persona alegre y confiada que eras, el amigo de tus amigos, la persona en quien se puede confiar.

Así que hasta aquí llego. No mucho más lejos. Diez entradas.

Y todo se habrá acabado.

Y aunque parezca que es algo triste no lo es. Sé que si todavía tengo una oportunidad es yéndome de aquí.

lunes, 25 de julio de 2011

Maldita maldita lluvia


La luz es una grieta en la pared oscura. Esta noche duermo a ratos, de vez en cuando escucho canciones antiguas, repaso el blog y no lo entiendo. No entiendo varias cosas, otras las acabo comprendiendo después de todos estos años.

Pierdo el sentido, se me va de las manos la incesante vida. Me gustaría pararla durante un gran período de tiempo. Parar y decidir qué hacer. Pararlo todo, los pájaros suspendidos en el cielo, el agua quieta cayendo por una cascada, el polvo preso de los haces de sol que entran por la persiana.

Y deshacerme como un terruño de tierra en polvo, esparcirme por el espacio tan distante un átomo de otro que ya nunca puedan volver a reunirse y quizá ser estrellas fugaces apedreando la atomósfera de mil planetas, arder a la velocidad de la luz con el sonido del trueno.

Mejor que la semana que me espera. Mucho mejor que los días que están por venir.

Supongo que, tarde o temprano, acabará llegando el día.

Ulises y Penélope duermen en su lado del universo. No sé qué sueñan pero se agitan de vez en cuando. Recuerdo cuando Ulises era pequeño y se dormía encima del teclado o perseguía el puntero por la pantalla.

Les dejo la puerta de la terraza abierta para que persigan estrellas por el tejado. Hoy ha refrescado.

No consigo pensar en nada más allá de las próximas dos semanas (y me pregunto el porqué).

domingo, 24 de julio de 2011

Todo lo que parece que puede acabar mal, acabará mal


El primer vídeo que colgué en este blog fue "you know i´m no good" the Amy Winehouse. Fue el 27 de febrero de 2008 y aquel día también escribí esto:

"Tal vez, en un lugar que aún no conozco, exista la posibilidad de dejar de perder, de levantar cabeza de una vez por todas; de poder mirarme y sentir que soy alguien normal; dejar a un lado al bicho, no estar enganchado a ella, mirar a los demás con algo distinto al odio o a la indiferencia, un lugar como el parque al que llevaba a Cris cuando era un renacuajo, me cogía de la mano y me llamaba por mi nombre, un lugar en el que no exisistieran las apariencias ni los prejuicios. Debería haber un lugar en el que no fuera necesario esconderse. Debería haber un lugar en el que la muerte no fuera la felicidad."

Aquella canción resumía la novela que estaba escribiendo, radiografiaba a "ella" de Moriría por ella con pasmosa exactitud. No la había escuchado antes y me sorprendió que encajara como un guante en la historia. Durante las siguientes doscientas páginas el protagonista, se debatía entre tratar de olvidarla y la esperanza de que ella volviera con él para siempre. Porque a veces uno cree que comprendiendo al otro encontrará la clave para que todo funcione, que en algún lugar escondido de la otra persona uno puede llegar a la herida y curarla.

Pero no se puede. Nadie cambia si no quiere cambiar. Y si quiere cambiar y cambia, uno, por el simple hecho de haber estado ahí pertenece a ese pasado al que ata una piedra y lanza desde un puente al fondo del río. Empezar de cero requiere sacrificios humanos, y en realidad "mueres por ella" cuando ella decide que empieza de nuevo mientras aún tú la quieres.

Si un gato tiene siete vidas ¿cuántas tiene el corazón? ¿Dónde está la frontera entre la esperanza y la estupidez? Y sobre todo ¿Por qué llegué tan lejos con personas que tenían un pasado tan problemático y un futuro tan entre ceja y ceja en el que yo no cabía?

Dadas las circunstancias y en vista de la experiencia entiendo que querer a alguien es una estupidez y confiar es un suicidio y es por eso que este blog se acerca a su fin. Entre el suicidio y hacer algo me propuse capitalizar mi experiencia en el tratamiento del agua. A ello me dedicaré hasta que, tarde o temprano, me encuentre con mi destino. El destino está escrito por todas partes, y se crea a la más mínima, cuando Amy decidió ser Winehouse convocó, probablemente, sin saberlo, ese alcoholismo. Donde ella apostó por su vino, yo apostaré por mi agua.

En cuanto al blog, siento que las cosas hayan sido así y siento las veces que me he podido mostrar brusco o desagradable, y todo el tiempo que me he escondido, que no he contestado, que no he querido dar el paso de conocernos en persona. O de seguir viéndonos si ya nos conocíamos. No quería jugar o contagiar a nadie esta misantropía, esto en lo que me he ido convirtiendo.

A pesar de ello creo que, como en los videojuegos, aún me queda una vida. La gastaré pero no aquí.

Os deseo tanta suerte como tristeza y rabia yo siento. Eso significa que seréis muy afortunados.

sábado, 23 de julio de 2011

Todas las gotas saladas del mar


A todo esto mi vida transcurre entre proyectos que llegan y olvidos varios, entre sorpresas no tan increíbles como yo creía; tratando de encontrar una salida, la salida me encontró a mí buscándola con su luz de emergencia encendida encima de la puerta, y yo que creía que todo esto iba a ser otro paso hacia la nada y mira, pues nada, que sigo caminando aun por encima del aire. Y anoche la calma. Y tú no sé dónde.

Y a veces me da por pensar y se me ocurren ideas extrañas. Y viajo hacia ninguna parte y hacia todas al mismo tiempo. Y yo aquí escribiendo cosas que no van a ninguna parte porque claro, lo que va a alguna parte no lo muestro, vive entre las páginas de la novela seria, porque la otra, la cómica sólo me sale de vez en cuando, y no sé ni hasta dónde ni hasta cuándo voy a vivir en esta tierra de nadie ni con estas estrellas por cobijo, ni si habrá una entrega pactada o moriré a bocajarro de la última consecuencia de tus labios.

Tu voz se me resiste. Creo que una vez estuve a punto de hacerla mía, pero entonces algo ocurrió y nos despegamos, como dos polos magnéticos del mismo signo volvimos cada uno a su guarida. No sé por qué pienso esto ahora, será que es sábado, la luz del sol golpeará la terraza con su martillo de rayos, quizá alguna nube novata llueva, yo estaré deshojando palabras de agua sobre el teclado.

Anoche me fui a dormir a las 3:30 h, he traducido la web al inglés (mi inglés es como el de tarzán... engawa= vámonos, simba=león, yuyu=peligro... por ejemplo, frases cortas: engawa jane! en mi inglés de Hosfor significa algo así como "venga, va, quítate la ropa") Pues eso que ayer me fui a dormir a las tantas por tener web en inglés y hoy escribiré a un industrial extranjero para que crea que podemos trabajar juntos. El plan es bueno y además, me he ido moviendo tanto que ya está a punto de cuajar todo. El 1 de septiembre estará todo listo. Palabra. Tengo tanto que aportar...

Equipo de depuración de aguas... dios, está aquí mismo. Lo tengo en la palma de la mano. El diseño... todo! las pruebas están dando muy buenos resultados... pero yo sigo ahí, si tuviera un mínimo de cash para empezar a homologar los equipos...

Creo que estoy frente a algo muy grande, que va a ayudar a mucha gente pero antes... antes debo poner las bases para que continúe en el tiempo.

Si alguien conoce a alguien que maneje inversiones y quiera que ésta no sólo sea un negocio si no que el proyecto pueda ayudar a mucha gente (sin ser una ONG), esto es lo mejor que va a encontrar.

web: www.acpsl.com

(si alguien sabe cómo centrar la página para pantallas grandes, es lo que tiene hacerse la página uno mismo sin saber nada y con el Microsoft Publisher, le agradecería me lo dijera).


No sé cómo pero vamos a hacer un mundo mejor, un mundo donde el agua llegue a todas partes en condiciones. Palabra.

jueves, 21 de julio de 2011

La paradoja vs. la fuerza del destino


El Universo es una paradoja. A veces te da una patada tras otra y otras te da una bolsa de caramelos. Y entonces uno piensa "¿Por qué quien te da patadas luego te da caramelos?" y claro, uno desconfía y mira la bolsa de dulces y se pregunta, y se detiene, y examina uno a uno todos los colores e incluso hace radiografías o fotocopias, acude a expertos en caramelos y en patadas y saca conclusiones...

Ayer me ofrecieron una bolsa de caramelos. Una gran bolsa de caramelos. Porque de donde me dieron patadas supe y quise quedarme con lo bueno. Y no es cuestión de nadar y guardar la ropa. Se trata de seguir con el sueño del agua, se trata de aceptar que al final la vida es una sucesión de patadas y caramelos y, sinceramente, aunque sepa que las cosas pueden salir de mil formas distintas, siempre tendré claro dónde está ese lugar en el mundo al que quiero llegar.

Luego está lo de las casualidades y las personas con las que te encuentras, las coincidencias, las palabras y sus inaudibles nudos, la fuerza del destino que sólo premia a los osados, los sacrificios humanos, los adioses, las lágrimas, el insomnio, la incomprensión, las patadas en el culo... los abrazos, las miradas, algunos silencios, la calma, los caramelos de limón, de mandarina, de naranja...


... de anís.

martes, 19 de julio de 2011

Apocalípsis total



Si vuestra sensibilidad os gobierna ruego desistáis de seguir leyendo esta crónica de cómo yo, Antonio de las Cuevas, conquisté Jerusalem con un sólo hombre y desde la Condal villa de Barcelona. Tendré a bien si son cautos al conocer los hechos y entenderé que no los crean de alguien como yo porque ¿qué son las crónicas sino un relato infame en las que el protagonista ejerce algún poder sobre el cronista? Es una pregunta retórica. En fin, paso a relatar los hechos como de verdad sucedieron.

Estaba yo visitando la Condal villa de Barcelona, era primavera y gozaba la ciudad del encanto de las avenidas abaldosadas de tullidos y limosneros para asegurar la salvación de los barceloneses; dios, en su infinita sabiduría había derramado gracias divinas por los barrios de pescadores en forma de brasileñas en tanga y argentinos e italianos con gafas de sol a la última. Se respiraba paz y la brisa movía las hojas de los plataneros de la Gran Vía de les Corts Catalanes acariciando con su rumor la piel dura como la de un rinoceronte de una Barcelona que, ensimismada y mirándose el ombligo, horadaba los bolsillos de turistas achancletadamente felices de vivir Gaudí pon un módico precio.

Ocurrió que acudí a una fonda regentada por infieles. ¡Ah, si lo hubiera sabido! A alguien cristiano como yo, que se mantiene puro y lleva diez meses alejado del contacto con el agua o el jabón, era de esperar que aquellos hijos de la noche le tuvieran preparada una trampa y, acechados tras su ladina sonrisa me ofrecieron una comida no cristiana a base de verduras, cuando es bien sabido que es nociva para la fortaleza de espíritu, la fe y todo eso.

Bebí el mejunge llamado Gazpacho, probablemente hipnotizado y repetí como veinte veces ya que su porfía no tenía límites. Bufett libre lo llamaban. Yo bufé nada más salir del establecimiento y sonando por Passeig de Gracia como una calabaza llena de agua me dirigí al suburbano y metropolitano transporte ferroviario. Cuando sin venir a cuento y de entre las sombras (raro porque eran la hora tercia de la tarde), un hijo de Barrabás me abrazó por la espalda a la altura del ombligo al grito de "ya te tengo". Confirmé que la autoridad estuviera cerca de mí para elevar una protesta urbana pero resultó que quien me tenía asín cogido era su representante más distinguido: el ex-alcalde.

_ Caballero, confundióse _ le dije mientras decía para mis adentros_ este gañán quiere facerme doncella.
_ No, no confundíme _ me dijo.
_ Noble señor, soltáme_ le dije sudando.
_ No soltallo quiero_ respondió apretando más fuerte._ Vos sois quien apedrea el buen nombre de esta ciudad.

Quizá fuera verdad pero eso no importaba en ese instante. La presión de su abrazo despertó al demonio que se había introducido en mí a través del Gazpacho y el bicho gritó como loco y se puso a buscar una salida de mí pues se había dado cuenta de que habitaba un cuerpo virtuoso y puro. Y el demonio abandonó mi cuerpo con gran estruendo de exorcismo, varios ángeles se asomaron desde las nubes para ver tal grandeza, algún diablo asomó levantando la tapa de alguna alcantarilla, vibraron los vidrios, se partió y precipitó alguna gárgola de la catedral, descarriló el metro, despertó de su sueño el funcionario de la estación de detección de terremotos de Tokio.

El demonio quedó atrapado entre el ex-alcaide y yo, y con gran fuerza luchó por desprenderse del contacto con nuestros cristianos cuerpos. Al virtuoso buenhombre se le resbalaron las manos agarradas a los antebrazos opuestos. La deflagración se oyó a dos días de camino en burro (unos sesenta kilómetros) y el ex-alcaide salió disparado hacia atrás con gran ímpetu, agitando brazos y piernas, volando a treinta centímetros del suelo por las Ramblas rumbo al puerto. A la altura del Gran Teatre del Liceu rompió la barrera del sonido y al acabársele la tierra firme prosiguió su camino rebotantdo sobre el mar como una piedra plana sobre la superficie de un río, alejándose mar adentro, despidiéndose como un mártir frente a un destino incierto (blafemando a grito pelao), se cruzó de brazos y piernas y siguió rebotando sobre sus posaderas hasta que se le perdió de vista.

Chamuscado y aturdido, con las hojas de los árboles lloviendo sobre los asombrados turistas (y en ese mismo momento desprendidos de sus bolsas repletas de denarios por silenciosos y amables carteristas), me dirigí al puesto de socorro más cercano y les relaté los hechos causando gran interés y alborozo, hasta que el gran archiduque de Bomberos llegó y dijo "ya basta de cachondeo. Y usted, vístase y a su casa". Acabaría aquí la crónica si no fuera por dos hechos aparentemente aislados que de aislados tienen lo que yo de cuerdo.

Uno. Varias horas después del suceso, el galeón "Los Chunguitos III" de bandera de conveniencia boliviana y que transportaba incienso y mirra hundióse rápidamente. Interrogada la tripulación, un marinero relató que vió acercarse una piedra gigantesca rebotando sobre el agua y que venía diciendo "apartarsus", colisionó contra el casco del galeón por estribor y salió por el otro lado susurrando "vaya hostia me he dao" siguiendo con su rebote sobre las aguas.

Dos. Dos días después del suceso, en Jerusalem, un extraño vendabal asoló la explanada del templo y algo se incrustó en el muro que queda del palacio del Salomón. Desde dentro del cráter se oían lamentos. Los allí presentes empezaron a orar frente al muro de las lamentaciones, tradición que aún se conserva.

Ruego aprecien esta rigurosa (y algo escatológica) crónica y liguen cabos, apreciando la buena cosa que es ser un buen cristiano. Espero que después de este relato no me entreguen a las autoridades.

En sus manos quedo.

A D L C


PS: DEdicado a mi musa Monica Bellucci, a quien siempre llevo en mi pensamiento (y en un dispositivo atado a mi tobillo que pitaría como un salvaje si me acercara a menos de quinientos metros de ella.)

lunes, 18 de julio de 2011

Beso


Abriremos el mar con un cuchillo y le sacaremos los secretos uno a uno, todos los naufragios con sus tesoros, toda su sal grano a grano, las escamas que le brillan debajo de la mojada piel al sol cuando atardece, le sacaremos esqueletos de dinosaurios marinos, la canción que cantan las sirenas, los susurros con los que le cuenta el viento qué hay en tierra firme. Abriremos el mar cuando nos abramos el uno al otro las bocas y se mezclen nuestros océanos de manos con las dunas desérticas de nuestros cuerpos.

Y entonces... cobrará sentido esta lluvia, que nos entristece, que se lleva la luz cuando cerramos los ojos, que nos moja piel adentro, por eso añoramos la lluvia gris plomiza, por eso nos huele tan bien las primeras gotas cuando se suicidan contra el suelo. Tendrá sentido este bochorno que hace de mil palabras una sola, que te desnuda a primera hora de la tarde, que no conoce nuestros nombres y aun así nos nombra, que me empuja a abrirte la blusa y sentir como te vuelves vulnerable a las yemas de mis dedos, a la voz de mi voz más canalla.

Abriremos el mar para cerrarlo luego, dejaremos intactos sus corales y sus peces, el mapa tectónico de sus cicatrices quedará de nuevo en secreto, devolveremos sus naufragios y sus tesoros, a todos sus dinosaurios, haremos oídos sordos a todo eso que pudimos escucharle al viento. Porque nada queda, todo se seca y se deshace como un sueño, todo lo que pudo haber sido pertenece al fondo del mar y todo, al mismo tiempo, cabe en un solo beso.

sábado, 16 de julio de 2011

Mariposas amarillas


Vivía colgado de algo intangible que emanaba de ella, algo etéreo y consistente al mismo tiempo, vivía entre mr. Hide y el Dr. Jeckill, en el vapor de agua que se condesaba algunas mañanas al salir de su boca, en la línea con la que los niños dibujan el horizonte cuando pintan una puesta de sol, es decir, vivía en la nada, en una promesa implícita pero nunca formulada, respirando el aire contenido en una burbuja a punto de estallar. Sobrevivía ahí, como los habitantes de San Francisco, a sabiendas que sin avisar, un buen día, algo arrasaría mi vida. Seguro que, de sobrevivir, no volvería jamás a ser un hombre sedentario. "Lo sabías, te lo dije". "Lo sabías, lo viste en las cartas". Pero soy de esa clase de hombres que creen que van a poder con todo hasta que un buen día ese todo resulta que es demasiado.

Aprendí a escribir a escondidas, en el país de los números las letras no valen nada, me senté delante de un montón de papeles viejos y destilé un líquido amargo y negro con el que rellenar el cuenquito donde dar forma a lealtades efímeras. Las letras si no son convertibles apenas valen nada, los sueños son un árbol de miles de ramas que no dan frutos. Uno aprende cada día, con cada palabra, a cada imagen que es soñada las estrellas la preñan de destinos, un día no es nada, pero uno tras otro lo son todo, y como ya dije, un día ese todo, es mayor que la suma de sus partes.

Durante estos tres años escondí muy poco, he abierto la puerta (o la ventana) de lo que soy, ahora que se acerca el final, ya empiezo a añorar algunos momentos de los que ya formas parte. Me has leído con el filo afilado con que me disecciona y piensa, eso de ti que elucubra y me juzga. Aunque ahora ya no importe, si hubiera tenido la capacidad de querer, te hubiera querido pero de verdad que no he podido. Quizá fue la distancia o que te quería demasiado para poder quererte, que yo estaba seco o que pensé que te iba a ir mucho mejor sin mi.

Sin mi es mejor.

Y aunque no lo sepas, de ti aprendí cosas muy sencillas que ahora me son imprescindibles, fotografías que hacías, esa manía tuya de escribir desde el centro disperso de tus anhelos. Esa vez que me llamaste y yo no estaba, esa vez que te llamé y no estabas tú.

Duende


Nunca oiré su risa, ni le escribiré cuentos ni se los leeré por la noche junto a su cama, no me cogerá la mano para cruzar la calle, ni esperaré despierto hasta que se duerma, no oiré mi nombre en su voz ni en mi voz sonará el suyo. Se perderá el destino en el limbo a donde van las relaciones que nunca supieron ser. Pero de algún modo que no puedo explicar sé que nuestras vidas estarán ligadas para siempre por una línea discontínua de los "pudo haber sido" y soñaré sin recordar los sueños y enfermaré cuando enferme, me entristeceré cuando esté triste, me alegaré cuando ría.

jueves, 14 de julio de 2011

La felicidad interior (in-felicidad)


Al principio creí que la felicidad era un trayecto, luego pensé que quizá era una estación de metro, acabé conformándome con soñarte y mientras tanto, se hizo de día, me miré en el espejo y me vi cien años más viejo, nunca quise hacer caso a los espejos, siempre fueron como esos pasillos a oscuras que hay que atravesar con la idea de que alguien puede venir por detrás y acabas corriendo. Correr. No se puede huir de los espejos, no hay dónde esconderse de ellos. Están por todas partes. Están dentro de mi cabeza, observándome continuamente.

Al principio creí que esto iba a ser más fácil pero no contaba con que yo siempre fui alguien difícil, un erizo de mar en un saliente, una concha en el mar de los sargazos. Todo el mundo cree saber quién es uno pero, a veces ni siquiera uno sabe ni quién es él mismo, el bicho es más listo, el bicho sabe del porqué de este no querer saber nada de nadie, de esta soledad autoimpuesta.

Hoy está nublado, amenaza lluvia, hoy sería un buen día para aprovechar la inercia y acabar con esas cosas con las que no puedo ver, oír, sentir, pensar. Hoy es un día en el que el gris debería teñir de gris la vida que tendré a partir de unos días. El proyecto del agua sigue pero a menor ritmo. Si mi familia, mis amigos, fueran Europa, yo sería Grecia o Irlanda: la vida es así, estos tiempos son así. Me siento y pienso, y hago proyectos que me pagan mal y tarde, todos los días son para mí un reto, ya casi no echo de menos a nadie.

Levantarse era esto, en unas entradas desaparecerá todo, será como si nunca hubiera existido. A veces es mejor así. A veces me gustaría cerrerlo antes de tiempo. Pero no sé (o no puedo).

Y ahora sale el sol por una rendija entre las nubes, lentas como las frases de un borracho, sale el sol pero yo ya no estoy aquí. Quizá este blog nunca debió llamarse como se llama, quizá hubiera debido llamarse algo que tuviera que ver con flores amarillas.

miércoles, 13 de julio de 2011

Iniciando la inmersión


Devoro entradas como quien come palomitas en el cine, casi sin querer y esperando a que se acaben o que no se acaben todavía. Supongo que no puedo dejar de escribir y al mismo tiempo sé que debo dejarlo de una vez por todas, que esto se ha convertido en un hábito casi dañino, una suerte de palabras, unas detrás de otras, sin sentido.

Cada día que ha pasado he sido un día perdido, cada entrada una oportunidad perdida para lograr conmoverte, a veces me siento como un náufrago que hubiera ido talando todos los árboles de la isla para encender hogueras por las noches. Solo que yo sólo quemé palabras, las palabras arden bien y hacen humo. Pero no pudo ser. La vida es más fuerte que las palabras y tú tienes eso que a mi me falta.

Quizá algún día, tarde ya, pienses en mí y en todos los vanos intentos de susurrarte estrellas, reconozco que con voz casi inaudible como el crujir del universo por las noches, como un papel que se arruga lentamente. Quizá algún día te detengas y leas esto y te preguntes que para quién escribí todo esto sin saber que lo escribí para ti, para ese preciso instante en el que entraras y te preguntaras ese por quién.

No sabrás que dejé mi correo electrónico para que me escribieras, ni que exploré toda clase de estilos, no sabrás ni hacia dónde ni hasta cuándo, ni cómo ni por qué, estiré las letras o soñé despierto bajo la luz del sol o sobre el cemento de las abaldosadas aceras de subnomadías inventadas, tránsito de mis pies y mi cabeza, por las veredas que dejan las huellas invisibles.

En cualquier caso, siempre estuvo ahí esa maldita distancia, decirte adiós se me hace incomprensible en esta lejanía, en esta asincronía nuestra que ni coincidir sabe o quiere.

Nunca tendremos nada en común.

Cuando me vaya ¿dónde estarás tú, haciendo qué y con quién?

Y aunque no lo entiendas, y puede que hasta no llegues a leer esto nunca, me voy porque empiezo a no soportar el peso de mi piel sobre los huesos del tiempo, porque esperar es una fractura que necesita soldarse.

Por qué lo llaman amor cuando quieren decir confusión?


Él tenía la certeza de que hay personas que están hechas para vivir entendiéndose con otras, que se puede comprender casi todo, que se puede perdonar lo aparentemente imperdonable. Y ella sabía que él pensaba así, pero también pensaba que las cosas eran de otra manera distinta, de lo que no se daba cuenta es que ese detalle de saber cómo pensaba él, era una constatación (en contra de lo que ella creía) de que estaban hechos para entenderse aun sin palabras. A veces lo decía en voz alta "nunca antes me había sentido así, con tanta confianza". Y en esa rebeldía de querer tener razón fue rebuscando, entre los quehaceres cotidianos, argumentos que hablaran en contra de los de él. Y poco a poco, rebatirle cada frase que él pronunciara acerca de esa tolerancia cariñosa que a veces es el amor, se fue convirtiendo en una costumbre. Entre ser feliz y tener razón acabó apostando a lo segundo. Eran una pareja dialogante, hasta que empezaron a dialogar por todo.

Ella era algo más alta, unos meses más mayor, dirigía un departamento en una compañía que incluso se anunciaba en televisión, tenía dos o tres amigas íntimas que la envidiaban en secreto, una belleza exótica y discreta, cierta propensión al ahorro, una dolencia crónica y leve que sólo aparecía cuando cambiaba el tiempo, no le gustaban los muñecos; iba a sesiones de ballet moderno en colectivos y en garajes, tenía una colección de catálogos de muchas tiendas a las que nunca había ido (ni iría), le gustaban las plantas. No le gustaban los perros.

Él era moreno, si hubiera tenido niños con él a ella le hubiera gustado que tuviera sus ojos, era trasnochadamente amable pero sin ser cursi, si veinte personas se quedaran atrapadas en un espacio cerrado sería esa persona que encuentra la solución o la salida, siempre tenía una palabra de ánimo en el ánima, quedaba el segundo o tercero de su promoción en la universidad o en los másters y postgrados que hizo después, nunca el primero; cuando decía algo parecía que lo dijera directamente desde el corazón. Y decía, a quien quisiera oírle, que la quería.

Tabajaban muchas horas, se veían a la hora de la cena, bebían una copa de vino en la sobremesa, a menudo se encerraban a acababar informes para el día siguiente, dormían con cansancio, hacían el amor sin rutina, él sabía invertarse cosas que susurrarle al oído para que ella se volviera loca, ella gemía como si fuera a acabarse el mundo, él la tenía tan gruesa que incluso después de todo el tiempo trnscurrido, a ella aún le dolía cuando entraba con prisas, a él le gustaba salivar las sílabas
cuando leía, con la lengua, su cuerpo. Hablaban por las noches, follaban y luego volvían a hablar, en unas tertulias con sexo que, sin ellos saberlo, mantenían despiertos a la mitad de los vecinos del patio de luces a los que daba su habitación.

Un día a ella, en un vuelo a doméstico, se le vino a la cabeza hacer una lista para poner nombre a esas sensaciones que tenía a veces con él. Día tras día anotaba algo que podía explicar esas repentinas ganas de situarlo en su nivel. Dentro de ella se empezaron a acumular aquellas cosas que los hacían diferentes, y empezó a compararlo con los hombres con los que se cruzaba en el trabajo, directivos y hombres que manejaban cifras. La lista se fue alargando porque los viajes eran muchos y las reuniones hasta tarde, y poco a poco pensó que el cariño se pueden encontrar en cualquier parte, que ella pertenecía a otra raza de gente más preparada, eficaz y dura. Sólo para demostrárselo despidió a uno de sus empleados. Y en ese despido lo vió a él.

Después de días en que se mostrara desapegada y él se diera cuenta y preguntara, ella le dijo que pensaba que eran muy diferentes y lo mejor sería que se separaran. El argumento era simple, tan simple que él lo entendió a la primera. Pero no supo comprender el porqué, porque cuando alguien que gana el doble que tú te dice que eres diferente y por tanto, que estás despedido, se le queda cara de "quizá tenga razón". No hubo veinte personas esperando una respuesta, pero él encontro la salida. Pensó que quizá ella tuviera razón. Pero la razón no basta cuando se quiere a alguien que ha dejado de quererte.

Ella estrenó la libertad con un antiguo conocido, alguien a quien se había encargado de que él no conociera porque si había algo que él tuviera era intuición. Pero habló a él de este desconocido suyo y él supo, por el tono y por las formas, que a ella le gustaba.
Se seguían viendo, él se debatía entre la rabia y la esperanza, ella entre el cariño y el desprecio. Ella se fue a vivir con su desconocido en apenas unos meses, él perdió diez kilos, el trabajo, los amigos.

Pasaron cinco años, o quizá dos que parecieron cinco, él pasó por tres o cuatro trabajos en los que no rendía hasta que montó algo que tenía metido en la cabeza desde hacía años y que a ella le parecía una tontería. Ella perdió el trabajo de directiva y se dió cuenta que sus compañeros eran sólo eso: alguien que compartía horario y oficina, el desconocido resultó ser una gran voz sin nada que decir, argumentos sólo para tener razón. Como si la razón lo fuera todo.

Él siguió entre la rabia y el esperpento, no supo conocer a otras mujeres, vivió una vida con suspense, como cuando se espera a que salgan las notas de un examen. Ella, empezó con eso de las citas de internet, es decir, empezó a comprar en la teletienda, objetos y personas que nunca cumplían lo que prometían y que, para ser sinceros, no contaban con el factor entendimiento que no echaba de menos porque él seguía quedando cuando ella quería.

El negocio de él fue bien, demasiado bien, increíblemente bien. Amasó una pequeña fortuna. Conoció a una chica que todo el mundo decía lo mucho que se parecía a ella, él seguía viéndola y si le hubieran preguntado si volvería con ella, hubiera dicho aún que sí. Y ella lo sabía, no hay nada menos interesante que una devoción así vista desde fuera.

Él acabó tirando la toalla, y mientra cerraba una puerta, abría otra; se fue a vivir con la chica que a él no le recordaba a ella. De vez en cuando, el universo los cruzaba por la calle de forma casi casual, dejaron de sonarse los móviles, creo que a él le robaron el suyo y no recordaba su número, es lo que ocurre.

Un buen día, alguien le dijo a ella que la fortuna de él se la debía a ella. Al fin y al cabo, quien le había puesto en contacto con el producto había sido en la época en la que vivían juntos. Ella hizo otra lista con las razones por las cuáles le pertenecía una parte sustancial del negocio. Se lo pidió. A él se le quedó la misma cara que se le queda al que le ponen una multa por ir demasiado despacio. Él le dijo que hubiera podido tenerlo todo pero no lo quiso.

Ella lo demandó y perdió. Él pasó de la incredulidad a la incomprensión y encerró en un cajón bajo llave los recuerdos queridos. Probablemente no tiró la llave, pero no supo en qué bolsillo de qué pantalón se quedó.

Y probablemente ella, un día sola, cuando quien vió el negocio del sigo también la dejó, pensó en que quizá él tenía razón cuando decía aquello de que hay personas con las que sabes que te vas a entender toda tu vida. Y tal vez, sólo tal vez, entonces pudo admitir que él era esa persona, que a veces, las diferencias sólo son factores a sumar y que hay personas con la que todo es tan fácil que sólo las echas de menos cuando ya no están. El cariño puede estar en todas partes, pero no la ternura, la dureza puede estar en cualquier sitio, pero no la determinación, que no te ayuda quien te puede ayudar sino quien quiere hacerlo, y nunca es demasiado tarde hasta que uno provoca que lo sea.

Él siguió queriéndola y preguntándose el porqué de aquella negación de lo que había entre ambos y pensó durante mucho tiempo, quizá hasta el último instante antes de su muerte, en si pudo haber hecho o haber sido diferente en algo que hubiera cambiado las cosas. Pero no pudo.

Y justo en el instante después de su muerte pensó (o sintió) que tenía ganas de verla de nuevo, como si eso de entenderse de forma tan especial no fuera sólo con la vida o las casualidades, sino que fuera otra cosa aún más inexplicable.

lunes, 11 de julio de 2011

Un día tú y yo seremos agua




Sin nada qué contar... quizá que anoche me tumbé en la terraza por primera vez en mucho tiempo. Y respiré, y pensé en meditar, y casi consigo poner la mente en blanco. Hace demasiado tiempo que dentro de mí hay un bullicio como de feria, de finales de agosto, de calor bochornoso, de polvo que embadurna los zapatos, de luces de colores, de algodón de azúcar, de mil voces que confunden a una sola voz, quizá la mía.


Me propuse practicar el silencio y no pude. Hacía fresco, eso sí, me tumbé en la colchoneta. El cielo estaba allí, con todas sus estrellas, como si todos los fuegos artificiales del mundo hubieran quedado impresos uno encima de otro sobre un papel oscuro, como si la noche fuese, en realidad, un gran telón con miles de quemaduras de cigarrillo que tapa el fondo blanco del universo. No pude practicar el silencio pero sí la contemplación. De vez en cuando, un avión cruzaba en línea recta, mi trocito de cielo.


Ya no pienso en ella como antes, demasiadas cosas dentro de mí (cuando digo de mí, me refiero a que los pensamientos están dentro no sólo de mi cabeza sino circulando por todo mi cuerpo) decía, demasiadas cosas dentro de mí como para que quepa el pasado. Echo de menos a los amigos que se han ido yendo con las mentiras y las medias tintas. Reconozco que ahora entiendo cuando los famosetes se querellan por difamación. Y a veces me acuerdo de Gila y de aquello que contaba de que había detenido a un asesino porque cuando se lo cruzaba por la calle decía "aquí alguien a matado a alguien" o "alguien es un asesino" y el otro acababa confesando su crímen. Me daría risa si no fuera porque alguien ha hecho de Gila y ha ido diciendo por ahí que "Toni podría no ser quien dice ser" o "A lo mejor Toni oculta algo" y lo ha ido diciendo entre mis amigos. Y contra eso, no puedo hacer nada.


Supongo que son esas cosas uno las debería ver antes. Cuando alguien ha hecho algo y le ha funcionado, lo volverá a hacer. Y nada mejor que limpiar la imagen que ensuciar la del otro delante de sus amigos. Ahora eso ya no importa, ya el tiempo ha pasado, mi vida transcurre mirando al teléfono y sonriendo ante su silencio, es extraño el destino: me dan una patada en el culo cuando más necesito que estén a mi lado, y encima soy yo el delincuente.


Quien haya leído este blog durante el último año sabrá de qué hablo. Así que ayer me tumbé en una colchoneta en la terraza y me contemplé el gran telón negro agujereado por quemaduras de cigarrillos y quise poner la mente en blanco sin conseguirlo.


Por el camino he ido dando tropezones, he vuelto a creer en mí mismo, me he dado una hostia increíblemente fuerte, he avanzado en el proyecto del agua, he seguido hacia adelante incluso con todo este barullo dentro, he escrito en un blog (éste) tratando de arrancar a la decepción y a la rabia palabras e imágenes que conmovieran, he vaciado poco a poco la urna donde guardaba las cenizas del pasado, he conocido a personas que llevaré en mi corazón para siempre, y sobre todo, he llegado al momento en el que sólo necesité una colchoneta, el suelo, y un puñado de estrellas, para ser casi feliz.


Porque la felicidad es vivir en calma, la felicidad es que todas las voces que tenemos dentro de nosotros se queden boquiabiertas, como un niño, ante algo extraordinario.

domingo, 10 de julio de 2011

Ahora



Ahora que las palabras suenan a despedida, que este verano nos atraca a cara descubierta con una escopeta de calores recordados, ahora que la luz molesta y uno, que tiene los ojos demasiado claros, ve casi, casi, por una rendija, ahora que con el tiempo uno ha acabado por tener vocación de trópico, y le vienen ganas de emigrar al norte huyendo de esta sequía de abrazos, ahora que somos mucho más que extraños, enemigos lejanos, ahora que no somos ni seremos lo que estábamos destinados a ser tú y yo, ahora se produce este milagro y tu voz y mi voz se entrecortan y se ríen. Es extraño el azar, es extraño todo lo que mueve la necesidad de convertirse en torrente de palabras y que éstas lleguen al mar de la confianza.

sábado, 9 de julio de 2011

Fantástico sábado


Sabíamos que iba a ser difícil, lo sabíamos incluso antes de que la niebla desapareciera, antes de que la humedad relativa del aire me partiera en dos el alma como a una cáscara de huevo. Sabíamos que iba a ser difícil, me pregunto si pude haberlo visto antes y mezclarme con esa niebla y vaporizarme con ella. Pero no pude. No supe, o pero aún, quizá no quise.

A día de hoy, si miro hacia atrás, cada uno de los acontecimientos que se sucedieron durante aquella época acabaron por empujarme un poco más y cada vez, hacia mi destino y, sin saber muy bien cómo, podría distinguir un plan maestro que yo ejecutaba sin conocerlo. Qusiera creer que el azar traza surcos en la vida de cada uno como si fuera un campo y siembra en él semillas que a veces germinan y en otras (la mayoría) no.

Me pregunto si uno está en disposición de saber, nada más verla, qué semillas darán buenos frutos o malas hierbas, si existe una forma de mirar, de entender, de sentir con la piel las cosas que a uno le suceden. Generalmente, después de estar pensando en ello durante un tiempo, llego a la conclusión de que no existe tal habilidad. Pero a veces, y sólo a veces, algo dentro de mí me habla, en una lengua que extrañamente comprendo, y me dice que explore en las coincidencias y en el entramado de casualidades que se suceden a lo largo de los días. No tengo más que decir que luego, y después de dudar de si no tendré algún transtorno de la personalidad que tenga que ver con voces dentro de la cabeza, acabo por obviar esas impresiones...

... hasta que pasado el tiempo y una vez ha sucedido algo, repaso esas intuiciones de que deheché. Y ahí están, en muchas ocasiones certeras como flechas. Me pregunto qué me lleva a hacer cosas a pesar de que la intuición me dice que no las haga, que no confíe...

Cada vez las desilusiones son menos. Cada vez, las desilusiones tienen menos de ilusión frustrada.

Y es que supongo que voy madurando. Quizá por eso nos guste tan poco madurar.

miércoles, 6 de julio de 2011

El dedo en la llaga


Se cierra la puerta, madera de luz, brillo fugaz, de par en par, con los brazos abiertos para la despedida, las manos abiertas listas para agarrar el aire en una gran burjuja imaginaria, si estuvieras aquí te diría que me sabe a sal y a sol cuando paso la lengua por tu piel.

Se baja el telón, terciopelo del color de la granada, silencio de los focos que, uno a uno, se apagan, marcas de pasos sobre la tarima que descansa, que duerme sin querer, sin ser, sin estar... tablas que no admiten su condición sedentaria y sueñan que se van con cada uno de los pies que toman impulso para salir volando, como esos perros que siguen a los coches cuando salen del pueblo, como los niños que extienden los brazos para que los cojan en brazos.

Se apaga la luz y se bajan las persianas, apenas unas rendijas rebeldes espían tu desnuda desnudez, desierto de dunas de arena fina y blanca. Siempre fuiste eso para mí: la sed del desierto. Mi país se extendía por la geografía de tu cuerpo, quise cartografiarte con las manos, hacerte mapa para no perderme. A estas alturas ya debería saber que siempre seré un desorientado crónico, un candidato perfecto a saco de huesos abrasados por el sol y la luna; sabía que me perdería en ti como se pierden los sonidos al poco de salir de la boca. Sabía que moriría por ti en cuento te vi asomando por la esquina, en cuanto tus ojos desbordaron mi timidez como rebosa un cubo de agua bajo un grifo, lo supe, o más bien lo intuí, y quise salir corriendo pero las piernas no me obedecieron. Nunca lo hacen en situación de vida o muerte, hay algo en la fatalidad que les atrae, hay algo de vórtice, de agujero negro, en ciertas personas que anula las comunicaciones entre mi alma y mi cerebro.

Mis piernas nunca obecedieron ni a una ni a otro.


Decías que uno siempre puede elegir hacia dónde ir, quién ser, qué pensar, cómo, cuando y con quién vivir. Y en cuanto te oí decir eso, pensé que eras mi primer cuento, uno de sol y silencio; siempre se me dio bien hablar de desiertos, de hombres que apenas tienen lo que les cabe en una mochila, ¿sabes? sólo se tiene de verdad lo que te cabe en las manos, en las mías cabías tú y por consiguiente, toda la arena de todos los desiertos, todas las gotas de todos los mares y todas las lluvias; cabía tu nombre, cabía tu voz.


Llevo tu voz en los bolsillos, para si alguna vez te oigo reconocerte de inmediato, llevo tu nombre atado a mi tobillo, con la tintineate melodía de mis pasos, que me llevarán hasta ti, en algún lugar o tiempo no tan equivocado, donde la luz no tenga el sabor del óxido de la sangre de los cristales del último beso, donde el último beso dé paso, como en un eterno retorno, al primero.



Coldplay - The Scientist por EMI_Music

Martes por la noche, muy negra noche.


Acabo de llegar a casa... cada día está más cerca el sueño del agua, cuanto más lejos estoy financieramente hablando, más cerca parecen los objetivos y destinos.

Es extraño el azar, a veces la ruleta se detiene en rojo impar unas cuantas veces seguidas... es irritante el azar... siempre llega el negro a darte de bruces con la realidad.

Sé que mi destino es la soledad, como lo es la sombra para la luz, lo sé, lo he sabido desde siempre, desde la primera vez que tuve conciencia de mí mismo y los demás, desde que soy capaz de evocar el olor a hierro de los columpios del parque que ya no existe.

Aunque no te lo creas te echo de menos, a veces entro de puntillas y te veo dormir en silencio, te leo...

lunes, 4 de julio de 2011

Palabras que son sólo palabras... gajos de naranja, racimos de cerezas


Sin nada más que contar... tarde de lunes, soy de esas personas que necesitan trabajar junto a otras personas y llevo demasiados años trabajando solo. Y al mismo tiempo ya no sé trabajar para alguien. Vivo, viajo, pienso, decido, sueño, para ser una sola persona en viaje de un solo billete.

Vivo sin vivir en mí.

Me voy acostumbrando.

La clave está en aceptar lo que se tiene alrededor.

La felicidad es, probablemente, una decisión.



Por cierto: en algunos blogs no me deja dejar comentarios. Me pasa con varios y también algo pasa con los seguidores... y a quienes quiero seguir. Soy antipático pero hasta cierto límite.

domingo, 3 de julio de 2011

Vendrán días.


Abrir la puerta, clavarme en tí como se clavan los dos pulgares en una naranja, y abrirte por el centro, mirándote a través de las llamas de este incendio en el que nos hemos convertido; y a pesar de la distancia entre tu piel y mi cama, deshacer las sábanas como un animal salvaje remueve la maleza en busca de su presa escondida.

Y arrancarte la ropa con la boca, la voz rota de tu blusa, ya sin botones, hablándome al oído, diciéndome que no es posible apagar el fuego que nos quema como si yo hubiera venido a apagarlo, como si yo hubiera venido a salvarte de algo. Y los tobillos agitándose en el aire, y tus piernas danzando infinitas entre los temblores de las velas, y el sudor del verano, dulce como agua de coco, brotando a borbotones, deslizándose entre las dunas de la piel absorta en sus propios pensamientos, ajena a otra cosa que no sea el otro.

Y mi lengua, disléxica en tu boca, intentando atrapar la tuya, repasándote los labios con la punta, mordiéndote con delicada violencia, como se le da un bocado a un pastel con azúcar glasé por encima y se tiene miedo de manchar la alfombra. Manchar la alfombra ¿eres consciente de que habrá que tirar la mitad de los muebles por la mañana? Quedarán empapados como si hubiera llovido dentro de la casa, gotas de deseo, relámpagos dentro de tu cuerpo, truenos y temblores, que nos dejarán a oscuras cuando amanezca.

Cucharadas de sol

Me dijo algo que me dejó pensativo durante meses. Una tarde, sentados en el sofá, durante aquellos sábados de comida con alma de vino y té de sobremesa, cuando ya habían empezado nuestros respectivos campos electromagnéticos a convertirnos en polos iguales y por ende, habíamos iniciado ese movimiento imperceptible que con la inercia de los días se haría cada vez más rápido e imparable hacia la guerra; esa tarde ella, dentro de una conversación casi anodina, de trincheras de conceptos y palabras como balas, ella dijo que yo no me dejaba querer. No supe qué decir a eso, en cierta forma pensé que era verdad, dije que uno se acostumbra a casi todo, que uno aprende al mismo tiempo a querer y ser querido. Le dije que si no me dejaba querer, entonces quizá tampoco supiera querer.

Entonces le dije que aunque no supiera querer yo la quería, que querer era como todo en esta vida, empeñarse en practicar, la mitad es el conocimiento y la otra mitad el deseo de hacerlo. Entonces pensaba que un puercoespín sin púas no tardaba mucho tiempo en parecer a un hámster y acabar en una jaula.

Creo que aquella tarde fue la primera vez que tuve miedo a perderla. Hasta ese momento creía que nos querríamos siempre, quizá por que a hasta ese instante creí que nos habíamos estado buscando el uno al otro. ¿Qué puse en juego aquella tarde en esa partida de Miedo?

Durante los siguientes meses, empecé a quitarme las púas una a una, empecé a notar la piel más fresca, me ilusionó el contacto con el aire, que antes no atravesaba la coraza de espinas, aprendí a abrazar sin miedo a hacer daño, a coger de la mano con el pecho, me dejé llevar, confié, pero cuánto más me quitaba más inseguro me sentía, cuanto más inseguro me sentía, más tiempo caminaba por los arcenes, me preguntaba si era normal lo que sentía, me preguntaba si era normal que me cortara con los cristales de sus labios, si la luz de sus palabras no me estarían quemando la piel. Y empecé a sospechar que se aprende a querer al mismo tiempo que a tener miedo a perder lo que se quiere.

El tiempo le dió la razón a los vidrios rotos, sucedió todo como si fuera a cámara lenta, empezó a canturrera canciones de adioses, empezó a tener más momentos a solas, como si la seguridad que yo iba perdiendo se la fuera quedando ella. Cuando acabó todo tuve que desaprender a querer y eso sólo se hace a base de heridas.

Sin púas, sin seguridad y herido me metí en un hoyo en el suelo, ni quise saber nada de nadie, me convertí en un topo diminuto e invisible que, desde el fondo de un laberinto de túneles escribía un blog. Escribir me ayudó a comprender que un hombre no es un puercoespín, ni un hámster, ni un topo, un hombre es un hombre y que hay intuiciones que no fallan. Que el que soy y el que seré son el mismo porque sigo siendo el mismo que fui, y puede que las cosas no sean como deberían haber sido; cada día es empezar de nuevo, cada día se tiene la oportunidad de ser lo que quieras ser, comerte el sol a cucharadas, beber el destino, no dejar que nadie te diga como deberías ser, ni cómo amar, porque todo el mundo está equivocado, todos estamos equivocados decimos saber cómo hacer las cosas.

Siempre estamos aprendiendo.

No hay nada peor que tener que decir adiós a alguien a quien quieres porque estar como espectador de su indiferencia se te lleva la vida.

Y sin embargo, al final, casi se olvida.

sábado, 2 de julio de 2011

Encuesta



Os quisiera pedir un favor ¿Cuál de estas dos composiciones os gusta más para una primera página de una web sobre potabilización de agua?


Ahora que todo se va acabando, que me doy cuenta de que, probablemente nunca me he enterado de nada, que me miro en el espejo y sólo veo a un idiota... tendría que haber cerrado este blog hace mucho tiempo, haber abierto otro, acabar la novela, empezar otra, dejarme de todas estos pensamientos distorsionados. Veintiocho entradas más y cerraré el blog. Lo hundiré en el mar como si no hubiera existido jamás.

Creo que hasta aquí he llegado. No sé cómo ni cuándo, ni hasta dónde ni por cuánto tiempo. Cumpliré, por fin, lo que el título del blog prometía.

Creo que estos tres años y medio sólo han sido una tregua, un tiempo extra que me he dado para comprobar si era posible que algo cambiara.

Nada cambia si uno no cambia.

Y yo no cambio. Sigo haciendo infeliz a todo el que se me acerca.

Es tiempo de desaparecer.

viernes, 1 de julio de 2011

Días azules y amarillos, naranjas, a veces noto la densidad del aire a tu alrededor cuando veo alguna fotografía tuya


La voz de tu voz en mi voz, las altas horas de la madrugada, un gota de rocío (o sudor) recorriéndote la espalda. No era necesario el fuego lento de la luz de las velas que encendiste, no era necesaria la fría mañana de la despedida.

Alguna vez conoceré el secreto de cómo el sol incide en tus ojos para darles ese reflejo único e indescriptible. No me moriré sin saber, te lo promento, cómo y para qué se encienden como antorchas las esferas cristalinas de tus ojos sin que se prendan tus pestañas, no sé cómo podía arder mi alma y ahogarse al mismo tiempo, en el cielo-infierno de aquel verano desde el que ya no soy el mismo hombre, como si un hechizo me hubiera robado el alma y desde entonces flotara, dentro de una botella, en algún mar desordenado, a merced de contracorrientes, de que una ballena me engulla o de que una red errante o rota me lleve en su interior para siempre.

El caso es que ayer alguien me dijo que la inociencia ya no se le supone a nadie más allá de los cuarenta y que ya no es posible cambiar de piel como las serpientes sin el necesario veneno, que sólo se puede odiar con la intensidad con la que se ha amado, que odiamos porque nos desnudamos, que la verdad es un país en guerra, que es mejor vivir sabiendo que podemos morir en cualquier esquina y a cualquier hora y que, a veces, uno pierde de vista la realidad de que el sol incide de igual modo en todas las pupilas del mundo y que somos nosotros, como observadores, quienes nos rociamos con gasolina a lo bonzo dispuestos a que una chispa nos condene a una felicidad efímera. Nunca olvides que todo tiene un precio y cuanto más pujes más grande es el premio y mayor la decepción.

Porque uno invierte, puja, apuesta, todo lo aprendido, lo humano que estaba destinado a ser, lo divino que nunca hubiera sido; uno se alquila con derecho a cocina y zonas comunes, se da como se dona la mitad de la paga extra a Médicos Sin Fronteras; uno lo pierde todo para ganar todo lo del otro, que gana lo tuyo y te lo da a ti hasta que se olvida qué es de cada uno, como ese tenedor que no casa en el cajón de los cubiertos y que no sabes cómo llegó hasta allí ni quién pudo creerse su dueño.

Y a partir de una edad indeterminada uno se vuelve más conservador, deja de regalar y guarda para el día de mañana, no se sabe muy bien qué, a sabiendas que la vida no se gasta por el uso, que la vida es un grifo siempre abierto bajo el que ponemos las manos haciendo un cuenco en el que no caben ni el amor ni los planes a más de un año...

... y a veces uno da por perdido lo perdido.

Y otras se pierde en el intento de retener lo que no existe... o no existió.