lunes, 31 de diciembre de 2012

Tú decides cuál es el día en que cambia tu vida



No hace falta que sea el primer día del año, ni que el solsticio de invierno se haya llevado las hojas de los árboles.

Aún así yo esperaré a la primavera, seguiré esperándola porque la conocí un día de junio en el que aún no era verano, y eso es algo que se me quedó marcado a fuego.

Quizá me lea esta noche, y tal vez reconozca la huella que podría repasar con la yema del dedo índice de su mano derecha, como se palpan las cosas auténticas: el amor y sus cicatrices.

Mi mundo cambia a cada instante, el mundo no deja de cambiar como si el escenógrafo se hubiera vuelto loco.

Por mucho que pase el tiempo yo seguiré teniendo como referencia el día en el que me encontré con una historia y supe que yo iba a ser el protagonista. Lo supe en cuanto leí las primeras líneas, me di cuenta de que si seguía ya no podría volver a ser el mismo.

Y aún así seguí, temblando de excitación, hechizado por su voz, por el sendero de sus palabras incandescentes como lava que sale del corazón del diablo.

Aunque no lo supe entonces, sus palabras me salvaron la vida, me dieron algo que nada ni nadie puede sustituir: el deseo.

Tu deseo hará que llegues a donde quieres llegar, que seas lo que desees ser. Sólo tienes que ser lo bastante valiente para saber que nada va a ser fácil, lo bastante ingenuo para creer que eres lo suficientemente fuerte.

Porque cuando llegue el momento lo serás.


domingo, 30 de diciembre de 2012

El año en que volví a tener ganas de regar las plantas


Hace días que escucho esta canción todos los días. No había visto el vídeo hasta hoy. No sé por qué tenía una norma que me impedía subir dos vídeos de un mismo artista en dos posts consecutivos, pero el deseo siempre es más fuerte que cualquier barrera que uno se encuentre o cree.

El vídeo trae recuerdos, en general, de un verano que se acabó hace tiempo. Un verano de lugares y de momentos, que se acaba muchas veces a lo largo del año desde hace años.

Dicen que el enamoramiento dura, como mucho, dieciocho meses, que puede que llegue a tres años, pero que luego sólo queda un lenta caída, o reinventarse, la solidaridad, el respeto, otra forma de cariño. Los que escribimos en blog, por lo general, hablamos casi siempre del amor, a veces del desamor, intentamos decir en voz alta cómo nos sentimos, cómo nos hacen sentir, tratamos de cifrar mensajes ocultos, armando palabras como si fueran piezas de lego.

Supongo que lo peor es cuando el desamor llega a destiempo, cuando tú aún estás enamorado y el otro ya no, incluso cuando es el otro que sí lo está y tú ya no sientes nada, ni piensas en reinventar nada, cuando ninguno de los dos sabe lo que pasa.

El otro día leía en una entrevista a un hombre cuya madre se había suicidado después de una depresión cuando él era pequeño. Decía algo así como que su madre era muy cariñosa, le daba mucho amor, pero la depresión hizo que rompiera ese vínculo de cariño, que se desentendiera de él, y que eso lo había llevado siempre consigo, que siempre se había sentido como un caramelo que, una vez lo has probado, lo escupes porque no te gusta.

Me quedó esa imagen, porque ¿quién no se ha sentido así alguna vez? y ¿quién no se ha sentido como un trapo sucio, sustituido por otro limpio? Ni mejor ni peor que tú, sólo que menos desgastado por el uso.

Hace sólo unos pocos años que aprendí a odiar, antes no sabía lo que era. Soy un hombre incapacitado para el odio, siempre lo he sido, así que sentir eso me dejó más aún perdido. No se debe odiar pero tu cuerpo y tu cerebro odian, porque se odia con la intensidad que se ama, aunque no siempre que has amado intensamente eres capaz de odiar.

Se acaba el año. El año en el que me salvé del desahucio inminente, en el que me me reinventé de verdad aunque empezara hace un año y medio, en el que aprendí a competir en premios, en el que creé algo difícil de creer, algo extraordinario, algo que me ha permitido cumplir mi sueño al mismo tiempo que me libraba del abismo. Doy gracias por haber creído en mí por encima de las voces que me decían que eran pájaros en la cabeza.

Pero eso no quita que me sienta como un caramelo en el suelo, por mucho que haya pasado el tiempo y por mucho que las cosas hayan cambiado y el precipicio quede lejos. Ayer, en una entrevista a Lucía Etxeberria, contaba que, a pesar, de tener las cosas claras, vivir sola y todo eso, el subconsciente te pone una serie de metas que si no las cumples pierdes valor hasta conseguirlas. Y que los escritores, por lo general, al tirar de la sensibilidad y sobre todo, de la observación del entorno son más conscientes de por dónde va el mundo y dónde estamos situados en él. Tenemos, quizá, un mayor nivel de autoconciencia social y qué le pasa al personaje que somos...

No sé, en el pasado dije cosas que no estuvieron bien. Fueron fruto del odio. Sigo odiando, pero menos, cada vez me odio menos a mí mismo también. Me he vuelto más práctico y creo que más consciente de cómo son las cosas. Ya no soy un anti-héroe ni un loco; lo echo de menos pero ahora soy más fácil y al mismo tiempo tengo menos expectativas, que no significa que no tenga menos esperanzas.

Espero que mi trabajo me lleve a conocer a buena gente, que me haga creer de nuevo en la humanidad, pieza a pieza, y que pueda volver a escribir como hacía antes. Y que pueda volver a concentrarme en la lectura sin que me ponga nervioso y tenga que estar levantándome y sentándome y salir a dar una vuelta para tranquilizarme.

Y espero seguir leyendo blogs y conociendo en profundidad a personas que serían personajes en cualquier novela.

Antes de que el tiempo se agote.

Y gota a gota se vaya filtrando en la tierra para dar vida.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Olvido qué es la libertad



Me gustaría poder escurrir los sueños que tuve anoche, cuando soñé contigo sin arnés ni cuerda que me ataran al despertar por la mañana. Recuerdo lugares que no existen, personas que no son más que personajes de novelas que he leído. Y tú en medio de todo ello, tiene gracia, una estatua de mármol que no puedo recordar ahora porque se me han ido los sueños por el mismo lugar por donde se va el agua de la ducha, y de donde no regresan.

Esta noche te he escrito con las manos una historia de piel que nunca acaba. Y ahora, que me vencen de nuevo las ganas de dormir, me pregunto si volveré a esculpirte con palabras lo que con mis manos pierdo cuando despierto.

Yo sé que existes, no podría vivir contigo en ese otro mundo si no existieras de verdad en éste. Y es eso precisamente lo que me inquieta, que vivas tan lejos que sólo te pueda alcanzar cuando los dos dormimos el mismo sueño.

Y que al despertar me hayas olvidado.

Y que yo tarde en olvidarte esos malditos minutos.

Y que se me haga tan insoportable perderte que recuerde todo el tiempo que te olvido todos los días.

martes, 25 de diciembre de 2012

Pixar- La Luna



Feliz Navidad.

No soy dado a celebraciones ni a felicitaciones.

Pero en el mundo hay quien crea belleza y es hermoso poder compartirla contigo.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Lo último que se pierde es la esperanza de que aún nos quede la esperanza



Y allí se quedó su voz, en aquel auricular colgado sin ganas de colgarlo. Se quedó allí, junto a la dueña del almanaque de  todos mis días ya oxidados. Un día te das cuenta de que el pasado es como todas esas cosas que no vas a poder utilizar ya nunca por mucho que lo quieras, porque se han vuelto inservibles por falta de uso; todas esas cosas que uno guarda por si acaso en un cajón y que, poco a poco, se acumulan hasta no dejar espacio a lo que sí te sirve. Siempre queda la esperanza, la estúpida esperanza de que aún le importes a la persona que más te importaba a ti. La esperanza es lo último que muestra signos de óxido, pero es lo primero que deja de funcionar.

No sabría decir el porqué, pero estoy seguro de que a algunos nos aqueja algo así como un síndrome de Diógenes con los recuerdos de los buenos momentos, los acumulamos para creer que aún tenemos algo que merece la pena y que configuran un tesoro que nadie más puede entender su valor. Pero lo cierto es que tiene que llegar el día en el que tengas que dejar todo eso a un lado, hacer limpieza y quedarte sólo con lo más querido sabiendo que no va a funcionar nunca más, que si quieres que las cosas sirvan tienen que ser nuevas, que las herramientas con las que se arregla el día a día tienen que cumplir su cometido, que tu vida sigue y todo lo que no sirve ocupa un espacio que te podría ser útil ahora.

Me pregunto cuánto tiempo tardó ella en tirar lo que ya era viejo entre nosotros, cuánto tiempo permanecieron las fotografías color sepia que revelaban lo nuestro en los cajones de su casa. Y aunque la respuesta parece evidente, no puedo evitar creer que las guardó en alguna caja encima de un armario, o en el doble fondo de un cajón que no conozco.

Lo que no puede (o sí puede) tu voz


Cuando despertó ya era de noche. Yo me había dedicado a explorar la casa. No había nada extraño, era un refugio de montaña, sólo eso. En los cajones de la cocina sólo encontré los utensilios propios de una cocina y en los de la habitación que ella había definido como la de "donde dormiremos nosotros" apenas había sábanas limpias, aunque tenían cierto olor a naftalina, y mantas, muchas mantas. El invierno debía de ser duro en esta zona, o las tenían por si algún grupo numeroso pasaba por allí.

No me atreví a entrar en las otras habitaciones, no porque no tuviera curiosidad sino porque si ella se despertaba, no me encontrara hurgando sin su consentimiento. No creía que me dijera nada, pero prefería conservar cierto áurea de buen huésped, y también porque siempre me he sentido un intruso en cualquier casa ajena, un sentimiento de que el anfitrión tiene la propiedad y yo no tengo nada.

Al despertar se topó con la manta que le había puesto por encima para que no cogiera frío. A pesar de que la chimenea desprendía un calor más que aceptable, pensé que no estaría de más abrigar su cuerpo fatigado por el camino y las horas a la intemperie que había pasado la noche anterior. De paso, la manta me serviría para justificar mi incursión por cajones y armarios.

"Gracias por la manta" me dijo estirando uno de sus brazos y encogiendo el otro. "Y gracias por ayudarme ayer con aquella bestia. No te lo había dicho aún". Hasta ese momento pensaba que estaba enfadada conmigo y que golpeando a aquella mole que la tenía agarrada no había hecho más que ponerla en un aprieto mayor, así que aquella frase suya me dejó desconcertado. Y sólo entonces me atreví a preguntar quién era aquel tipo y qué pretendía de ella.

Se encogió de hombros. "Cosas. Hacía días que me iba siguiendo. Alguna vez me lo había encontrado en la puerta de mi casa, en la acera de enfrente. Pero ayer se dejó ver todo el tiempo, como si no tuviera miedo a que yo lo identificase y eso no me gustó nada" dijo con la voz aún entre la vigilia y el sueño.

"Y por eso viniste a mi casa" dije. Ella me miró sin decir una palabra, me dirigió una mirada neutra, sin emoción.

"La primera vez no, luego me sentía más segura contigo, me hiciste sentir bien, a salvo, no hacías preguntas, me acariciabas el pelo, me contabas cosas, me hacías reír, no te importaba que la noche anterior hubiera estado con otros hombres. Me hacías sentir como una niña, la leche caliente y las galletas al levantarme... el beso cuando me quedaba dormida" dijo con una voz que sonaba cálida y dura al mismo tiempo. "No quería meterte en esto, no era mi intención".

"Entonces el tipo ese sabe dónde vivo" asumí en voz alta.

"Hemos de suponer que sí. Será mejor que no regreses durante un tiempo" dijo mientras se levantaba del sofá con la manta encima de los hombros.

"Hemos de avisar a Elena. No me gustaría que le pasara algo sólo por ir a verme. No creo que vuelva, pero no me perdonaría que le pasara nada".

"Tendremos que bajar al pueblo, ya es de noche. Buscaré una linterna y llamaremos desde el bar. Espero que las pilas estén bien, de noche no se ve ni torta".

Salimos de la cabaña y recorrimos el camino entre los árboles, yo la seguía pegado a ella. El camino de noche era un laberito de árboles y arbustos. Llegamos al camino asfaltado y bajamos hacia el pueblo. Las pocas farolas encendidas nos aguardaban pálidas como viejas luciérnagas que agonizan a la par que el verano. Hacía frío, pero un frío fácil de llevar. Entramos en el bar del pueblo, donde apenas estaba una mujer de unos cincuenta años y un par de ancianos que se callaron en cuanto entramos y que no nos quitaban los ojos de encima.

Llamé a Elena, a pesar del tiempo aún guardaba su número en algún lugar recóndito de mi memoria. Lo había borrado de todas partes, pero no había conseguido quitármelo del todo. Supongo que el tiempo lo hubiera acabado por desterrarlo para siempre y, simplemente, un buen día iría a recordarlo y no podría. Pero no era así. No todavía. Así que la llamé y a los dos tonos oí su voz al otro lado respondiendo con un "diga" sorprendido, imagino que al ver un número extraño en la pantalla del teléfono.

"Soy yo" dije.

Ella permaneció en silencio.

"No cuelgues, por favor. Lo que tengo que decirte es importante. Si no quieres decirme nada, lo entenderé, pero es importante que escuches lo que tengo que decirte".

Siguió en silencio, pero no colgó.

"Estoy metido en un lío y he tenido que irme de la ciudad. Pase lo que pase no vayas a mi piso. Lo están vigilando y si te ven por allí puede que corras peligro". No sé si esperaba una respuesta o que alargué demasiado la pausa, en cierta forma esperaba una señal por parte de ella y al mismo tiempo temía que no fuera como yo quería que fuese. "Siento todo esto, de veras, pero ya sabes como soy: un desastre. Pero esta vez hazme caso. Esta vez es algo muy serio. Prométeme que no irás".

Ella asíntió con la cabeza. Lo sabía porque era un gesto que ella hacía de forma inconsciente cuando hablaba por teléfono. Lo supe sin tener la evidencia como se saben esas pequeñas cosas a las que la convivencia te acostumbra.

"Tengo que colgar" le dije. Me hubiese gustado hablar con ella de otras cosas, preguntarle qué tal le iba todo, que cómo le iba, hablar con la mujer con la que necesitaba hablar todos los días, con la que necesitaba estar en contacto a todas horas, pero tenía miedo de que me contara cosas que yo no pudiera soportar, esas pequeñas porciones de lo cotidiano de las que uno ha sido expulsado tras un juicio injusto y que no se atreve a mirar atrás, porque la vida sigue pero sin uno, y de las que sólo le queda un vago recuerdo que es mejor no evocar. "No llames a este teléfono" le dije "es un teléfono público y yo sólo estoy de paso. Si quieres que te vuelva a llamar, así lo haré, pero si no vas al piso no hay peligro".

"Está bien. Llámame si quieres. Te prometo que no iré a tu piso. ¿Estás bien?" preguntó.

"Estoy bien, a salvo" dije

"Cuídate mucho" dijo.

"Lo haré. Adiós" me despedí y colgué con una enorme tristeza. Una melancolía que no me sacaba de encima nunca y que se había multiplicado a medida que reconstruía un lazo antiguo que me había destruido al romperse.


viernes, 14 de diciembre de 2012

Un lugar en el bosque donde esconderse


El taxi nos dejó en una estación de autobuses. Al bajarse del coche, ella y el taxista se apartaron y se dijeron cosas que yo no pude oír. De vez en cuando él me lanzaba una mirada seria, era evidente que no estaba de acuerdo con que se me llevara con ella. Al fin y al cabo, probablemente, yo había empeorado las cosas, fueran éstas las que fueran antes de mi intervención.

Se dieron un abrazo, él se metió de nuevo en el taxi y se fue sin despedirse de mi. Pensé que quizá tenga una habilidad innata para crearme enemigos sólo por el mero hecho de existir, que mi carácter tímido era, en realidad interpretado como hostil. Tampoco voy a negar que soltarle un puñetazo a un gorila de vete tú a saber qué mafia sea un acto de estupidez suprema, entre otras cosas porque ponía en peligro a otra persona además de a mí, pero en aquel momento pensé que ella estaba en grave peligro.

No me unía nada a aquella mujer. No sabía nada de su pasado y, a decir verdad, tampoco nada de su presente. Mi conocimiento de ella se limitaba a unos desayunos frugales y a haber dormido con ella, era algo así como una camaradería silenciosa donde el pacto estaba implícito en cruzarnos las miradas. Apenas hablábamos, entre otras cosas porque las cosas que tendríamos que decirnos eran cualquier cosa menos tranquilizadoras para el otro. Así que en cuanto nos quedamos solos en el andén de la estación de autobuses no supimos muy bien qué decirnos. Faltaban veinte minutos para que saliera el autobús que ella había elegido y esos veinte minutos por delante se volvieron incómodos. Ninguno de los dos quería hacer un balance de dónde estábamos ni qué debíamos hacer. En la huida, cuando la adrenalina se apodera de tu cuerpo, cuando corres de un lado para otro, los períodos de espera se vuelven una tortura nerviosa, tienes el cuerpo biológicamente preparado para salir corriendo pero debes permanecer quieto.

Llegó nuestro autobús y nos subimos en él. Iba hacia el Oeste. Hasta entonces no le había preguntado a dónde nos dirigíamos, no sabría decir el porqué, simplemente me había puesto en sus manos e imaginaba que ella tenía una salida de emergencia siempre preparada, un lugar seguro donde esconderse sin que la pudieran encontrar por mucho que la buscaran. Tardamos dos horas en llegar a nuestro destino, el autobús fue haciendo paradas en pueblos cada vez más pequeños y a los que se llegaba por carreteras más estrechas y lóbregas, abiertas en medio de las montañas y flanqueadas por bosques cada vez más espesos y húmedos.

Nos bajamos en un pueblo que no tendría más de treinta casas y nos dirigimos a un pequeño comercio al que se accedía por la puerta de lo que parecía la misma vivienda.

"Espera aquí" me dijo, y entró apartando a un lado la cortina de varillas de plástico que evitaba que se viera lo que había dentro. Salió en menos de un minuto. "Vamos" dijo "está aquí cerca".

Salimos del pueblo por un camino asfaltado, por el que apenas cabía un solo coche, y que se adentraba en el bosque. Subíamos una empinada cuesta que se prolongó durante un par de kilómetros que me parecieron veinte, luego abandonamos el camino asfaltado y nos metimos por un camino de tierra que se introducía de lleno en el bosque. Caminábamos sin apenas decir nada, ya que llevábamos un buen ritmo y nos costaba hablar sin ahogarnos. El camino de tierra era algo más plano. "¿Dónde me llevas?" pregunté. "A la casita de chocolate" dijo con una sonrisa burlona, sin ningún ápice de sarcasmo.

Llegamos a un claro del bosque donde aparentemente se acababa el camino. Nos detuvimos. "Ahora tendremos que subir por la ladera de esa montaña" me dijo "no es peligroso pero si las rocas están húmedas ten mucho cuidado. Es muy común que hiele por las noches y que el hielo se mantenga durante todo el día en las zonas donde no da el sol. Así que vigila donde pones los pies".

Nos metimos en el bosque, apenas se adivinaba un sendero entre hayas y robles, matorrajes de boj y algunos enebros. Olía a humus, a ramas empapadas de una humedad semi eterna. Caminamos durante un trecho que corroboraba eso de que íbamos a una casita de cuento de hadas.

Una cabaña apareció de la nada. Estaba construida en una base de piedra que se tranformaba en madera a media algura de la pared. Llegamos ante la puerta y sacó una llave del bosillo del pantalón y abrió la puerta. Entramos a una gran habitación toda de madera, con una chimenea de piedra pegada a la pared derecha. Todo era sobrio pero estaba limpio. No había rastro de polvo.

"¿De quién es la casa?" pregunté. "De alguien que conozco" dijo mientras entraba abría una habitación y entraba en ella. Salió sin las bolsas. "Esta será nuestra habitación" dijo. Y en esa palabra; "nuestra" noté que más que una relación de confianza iba, en realidad, una petición de que no la dejara sola, y eso me sorprendió, porque hasta ese momento yo había dado por supuesto que a ella, la soledad era como una parte más de la vida y que el que hubiera venido a mi casa con comida y se hubiera quedado a dormir un par de días, era, en realidad, una debilidad momentánea, algo que iba a pasar en un corto espacio de tiempo y del que podría prescindir una vez hubiera decidido que no le aportaba nada.

A partir de ese momento tuve la sensación de que toda la seguridad que había demostrado durante la huida no era otra cosa que una máscara y que, en realidad, mi musa, mi hada madrina, era el ser frágil que había adivinado unos días atrás. Salió afuera y me hizo un ademán desde la puerta para que la siguiera. Detrás de la casa había un adosado sin paredes donde se apilaba un buen puñado de leña. "Las reglas son que por cada trozo de leña que cojas, debes salir a buscar otro. Nunca debe haber menos leña amontonada de la que hay ahora. ¿Sabes recoger leña?" No respondí. "Aunque los de ciudad creáis que la leña es todo madera, no es así. Debe estar seca, debe llevar un tiempo muerta" dijo. "Mañana saldremos a buscar y te enseñaré".

Cogimos una mezcla de ramas pequeñas y troncos gruesos. Los amontonamos cerca de la chimenea. Buscó unos periódicos viejos e hizo una bola bajo unas ramas finas y unas hojas secas. Encendió el papel con un mechero de gas y poco a poco se fue prendiendo el fuego.

A mí todo aquello me parecía irreal. Apenas unas horas antes vivía angustiado por la falta de recursos, de un futuro. Allí, en medio del bosque, las deudas, los bancos, el que me hubieran cortado la luz y el gas, la falta de comida, me parecían algo muy lejano en el tiempo y que no iban conmigo. Me pregunté si esto sería fruto del viaje, y si, en realidad, somos esclavos de unas circunstancias que nosotros no hemos creado, sino que nos hemos limitado a aceptar sin preguntar por miedo a plantear preguntas que otros consideran de respuestas obvias.

Poco a poco la casa se fue calentando y el olor a madera quemada se fue adueñando de la habitación. Ella retiró una sábana de encima de un sofá que estaba a unos tres metros enfrente de la chimenea y se sentó "Sólo un minuto" dijo "hay muchas cosas que hacer". Y se quedó dormida.

martes, 11 de diciembre de 2012

Camino de la perdición



Seguí el rastro de una vía láctea de purpurina en dirección a donde creía que iría. Sólo sabes hasta qué punto te importa alguien cuando sabes a dónde iría en caso de que saliera corriendo sin dirección aparente, a dónde le llevarían sus pasos cuando no se quiere ir a ninguna parte. Fui a paso ligero porque el barrio se mantiene tranquilo mientras que nadie corra; hay lugares en los que correr sólo puede significar que te persigan, y cuando tienes algo que ocultar lo mejor es que no te pille en medio y, en este barrio, todos tienen algo (mucho) que esconder.

Doblé la última esquina por la que la he visto desaparecer todas las veces que la he seguido. Ahí desaparece siempre, tras esa esquina mordida por la humedad, y no es que se meta en algún portal, lo que ocurre es que esa es la frontera que me marca ella, más allá de esa calle existe un país vedado incluso para mí. Nunca he sabido cómo había logrado intuir que la seguía, porque es imposible tener la certeza. Soy extremadamente bueno en pasar desapercibido, en no hacer ruido, en entender mejor a las sombras que a las personas.

Pero ella lo supo y determinó que ahí terminaba lo que podía saber de ella. Y en cuando me dí cuenta lo respeté, como se respetan el interior de las iglesias o el dinero que se recauda para los pobres. Ahora eso iba en mi contra, por eso tenía que darme prisa; por eso y porque no quería que desapareciera de mi vida como yo lo había hecho con la mujer que había dejado tan sólo hacía unos minutos escaleras arriba, frente a mi puerta.

Me dio un vuelco el corazón cuando la vi en mitad de la acera, apenas a unos cincuenta metros de mí. Hablaba con un un hombre fornido, de aspecto fiero, probablemente extranjero, de uno de esos lugares donde a los niños se les arranca el alma al nacer para poder criar bestias que no tengan conciencia con las que sentir qué está bien y qué no. La agarraba de una muñeca y permanecía impasible, ni tan siquiera creo que disfrutara con el poder que le otorgaba su descomunal fuerza. Mi musa trataba de soltarse y la gabardina negra se le balanceaba como una vela mayor que se suelta en medio de una tormenta.

Mi primera opción fue quedarme quieto, observando, sin saber qué hacer. Sabía que no tenía nada que hacer si llegaba allí e intentaba razonar con aquel mastodonte; es más, se pondría nervioso y cuando alguien así siente que no domina la situación, es capaz de cualquier cosa. Y cualquier cosa es demasiado para mí. Así que opté por la sorpresa. Busqué algo contundente a mi alrededor, una barra de hierro olvidada entre los contendedores de basura, una piedra suelta, un pedazo suelto de bordillo de la acera, busqué, pero lo más contundente que encontré fue mi propia rabia. Paradójicamente las piernas me temblaban, y sin saber cómo, empecé a correr hacia los dos, sin saber aún qué haría cuando llegara.

Ella me vio venir, abrió de par en par sus ojos pero no dijo nada. Él dudó un instante en si obedecer a sus reflejos y mirar a donde miraba ella o en si creer que era un farol para que mirara donde ella quería que mirara para hacer algo que le permitiera zafarse de él y huir corriendo. Pero para cuando se dio cuenta de que las hadas madrinas no pueden correr con semejantes tacones, yo ya estaba encima de él, con el puño a punto de llegarle justo detrás de la oreja. Quizá llegó a ver mi sombra, o a oír los últimos pasos de mi carrera, quizá hasta pudo verme con el rabillo del ojo y se hizo la idea de a quién debería buscar cuando se recuperara. Yo recé para que no fuera tan rápido como para esquivar el golpe aunque sólo fuera por un centímetro, y por suerte para mí no lo era.

Algo crujió, en ese momento no supe si era su cráneo o mis falanges, el caso es que el bicho había decidido que la rabia y el odio son más fuertes que el miedo y que esa noche iba a ser o una noche gloriosa o la de nuestra muerte. Y entonces supe que mientras el bicho estuviera conmigo aún tendría una posibilidad aunque fuese entre un millón de volver a sentirme un hombre de verdad. El bicho gritó de rabia, gritó de alegría y se desbocó a galope encendiendo mi pecho, mientras que en ese mismo instante me sobrevenía la certeza de que pese a todo, mientras tuviera algo o alguien por quien luchar, mis límites estarían más lejos de lo que yo creyese.

Se desplomó como un árbol que arranca un vendaval: lentamente, intentado mantener los pies en el mismo sitio por si las raíces aguantaban un último esfuerzo antes de que otro golpe de viento lo tumbara definitivamente. No sé si llegó a perder el conocimiento, intentó aferrarse a mi musa queriendo detener su caída pero sólo logró arrastrarla en ella. Ella se soltó justo cuando perdía el equilibrio, retirando la mano con un gesto seco.

Lo miró para cercionarse de que estaba fuera de juego, luego me miró a mí sin una emoción en su cara, me miró perpleja y enfadada, y contenta, y temerosa, con preguntas sin respuestas, con la duda de si huir o abrazarme, de si salir corriendo sola o conmigo.

"Tenemos que irnos" dijo "la has... la hemos hecho buena". Y salió corriendo calle abajo. "¿A qué esperas?" preguntó, y la seguí de inmediato, consciente de que había empezado algo que no iba a acabar bien para ninguno de los dos. Empecé a correr mientras el bicho miraba hacia atrás y sentía esa clase de orgullo del que ha hecho algo que sabe que nunca más va a volver a poder hacer. Y empezó a aullar y a reír, al mismo tiempo que me susurraba "la has cagado de nuevo", y volvía a reírse de mí, de que fuera tan fácil acabar conmigo, de que le brindara tantas oportunidades para joder mi destino.

Corrimos sin parar cinco manzanas más, habíamos salido del barrio y estábamos en otro menos siniestro. Algunos edificios eran nuevos y a otros les habían rehabilitado la fachada hacía más de diez años. Entramos en un portal con suelos de mármol rojo y espejos en las paredes, el ascensor estaba en la planta baja, entramos y subimos hasta el tercero. Mientras el aparato subía no nos dijimos nada. Sólo nos miramos.

Se cambió de ropa y se puso unos jeans y un jersey grueso, e hizo la bolsa con lo imprescindible: mudas limpias, más ropa de calle, un neceser y unas cuantas cajas que no mostraban lo que encerraban. Salimos al rellano. El ascensor aún seguía allí. Se detuvo a mirar el piso desde la puerta un par de segundos antes de cerrar la puerta con llave. Luego me miró a mí y se metió en el ascensor.

Bajamos. "Supongo que sabrás algún lugar a dónde ir" me dijo. No supe qué decir. No había pensado en nada. Hasta ese momento sólo la seguía mientras trataba de acallar al bicho.

Llegamos a la calle. Miró hacia ambos lados. "¿Sabes conducir?" me preguntó. "Sí" respondí. "¿Y abrir un coche y ponerlo en marcha?" volvió a preguntar. Mi cara de asombro debió de dejarle clara mi respuesta.

"Mientras tanto cogeremos un taxi. Sé dónde hay uno" dijo. Y volví a seguirla por las calles, mirando hacia atrás de vez en cuando, esperando no cruzarnos con un enemigo invisible que no tardaría en salir a buscarnos. Lo que sí empezaba a quedarme claro es que mi hada madrina era una experta en fugas, o que al menos había estudiado un plan B para cuando las cosas se pusiera feas y su afilada varita mágica no sirviera para defenderse de los lobos feroces. Y me pregunté si en ese plan B yo había estado alguna vez incluido o si no era más que un mero accidente. El bicho me dijo desde muy cerca y desde muy adentro que había sido un estúpido por seguir a la mujer equivocada en lugar de quedarme al lado de la mujer de mi vida. Quizá aún no era demasiado tarde, quizá la mujer que se quedó esperando frente a mi puerta aún me esperaría, me decía al oído.

Quizá el bicho tuviera razón, quizá fuese verdad que todo lo estropeo y tomo siempre las decisiones equivocadas, pero allí estaba ella, o más bien su espalda, yo llevaba una de sus bolsas, por mi parte no tenía nada mío excepto la ropa que llevaba puesta, seguía aturdido, hacía tiempo que no hacía nada más que sobrevivir a la miseria, y mi alma tiraba de mí por inercia a sabiendas que si el bicho me hablaba de la mujer de mi vida, a mi hada madrina su esfinge le decía al oído que se deshiciera de mí en cuanto pudiera.

Llegamos a una parada de taxis en la confluencia de dos calles anchas, de varios carriles. "Hola Susi" la saludó uno de los taxistas.

"No te hagas ilusiones, Susana no es mi verdadero nombre" me dijo sin ni siquiera volver la cabeza para mirarme.

"¿Y cuál es tu verdadero nombre?" pregunté.

Entonces sí se giro, me miró sin emoción, sopesando dejarme allí tirado mientras ella escapaba "Si sobrevivimos a esta noche te lo diré" dijo. Y sonrió.

Y al sonreír el bicho se calló, mi cuerpo se relajó. Y entonces supe por qué había tomado la decisión de salir tras ella. Lo supe sin que pudiera explicarlo con palabras. Sentí que incluso si nos encontraba fuese quien fuese el mastodonte al que había noqueado y me hacía picadillo, estaba haciendo lo que de verdad quería hacer.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Los que no nos perdonan que no los perdonemos



Me vestí rápido y bajé la escalera corriendo, dejando atrás a la mujer con la que creía que viviría el resto de mi vida y con quien posiblemente lo hubiera hecho si Goldman Sachs no hubiera decidido mover los hilos de la tela de araña donde tiene atrapado al mundo y hubiera decidido que había llegado la hora de  comérselo.

Me detuve en el rellano desde donde aún podía verla de pie ante mi puerta, mirándome sin entender nada, creyendo que yo pudiera ser aún el mismo hombre que había sido. Me miró con un "no somos nada el uno sin el otro", con un "¿qué vamos a hacer cada uno por su lado?" y en ese preciso instante sentí una punzada en el estómago, porque probablemente fue la misma mirada que ella vio en mí cuando me cerró la puerta para abrírsela a otro hombre, con el que no podía tener nada que hubiéramos tenido entre los dos.

Me acordé de las noches en las que mi insomnio velaba su dormir, los pequeños detalles para cuando llegara a casa, la vez que corrí desde el otro lado del mundo sólo para cogerle la mano, recordé las miradas con las que no podíamos escondernos nada, el ardor de la sangre cuando los cuerpos pedían a gritos devorarnos el uno al otro por dentro, me acordé de todo lo que fuimos y en que ella pensó que lo mejor estaba en otro lugar, con otra persona, que lo mejor estaba en cambiar los muebles de sitio y de paso, a mí con ellos.

Me detuve un instante, lo suficiente como para saber que la mujer de mi vida me necesitaba más que yo a ella, lo suficiente como para saber que a partir de ese momento los dos seríamos dos mitades buscando algo que nada las completará. Y lo supe, porque yo llevaba sintiendo eso durante todos los meses que duró su indiferencia, su voz tediosa al otro lado del teléfono con prisa por colgar. Sólo se dio cuenta de lo que yo significaba cuando desparecí de su vida.

Y ahora me había encontrado, pero había encontrado a un fantasma. Un fantasma con la brújula rota, un loco con prioridades distintas a las suyas, a alguien con la superficie del corazón quemada, un animal herido que no se fía más que de otro animal herido. Cuando bajé el primer escalón de la escalera que va del rellano desde donde la veía hacia abajo, cuando puse el pie en él, tuve la certeza de que ella no perdonaría nunca lo que estaba haciendo, y en cierta modo supe también que yo tampoco me lo perdonaría, que si alguna vez hubiera podido volver a ser un hombre normal ahí se me acababa el camino.

Alcancé la calle justo cuando la noche empieza a tener ese inapreciable fulgor de cuando el sol es aún invisible y azul, cuando lo único amarillo son las luces de las farolas y su reflejo en los charcos del asfalto. No se la veía por ninguna parte, así que tuve que buscar el rastro de purpurina que dejan las musas y las hadas madrinas cuando van camino de alguna parte aguantándose las ganas de llorar.


Coincidencias y vídeo: Tommy Torres

Es el vídeo más tierno que he visto en mucho tiempo, el más "bonito".




Bon Iver - For emma



Esta noche he recorrido la calle donde ella trabaja, la calle donde el miedo es más poderoso que el deseo (y eso es mucho decir), he buscado a su esfinge y la he visto merodeando las luces de las farolas, la esfinge sin sombra que guarda a mi hada madrina, como un ángel de la guarda, como el mismo demonio de la guarda que protege a los que no tienen destino.

He caminado entre manos que surgían de la nada ofreciendo latas de cerveza y otras promesas. La he buscado a ella, su mirada fugaz, el brillo de su gabardina de charol negro haciendo señas como un barco a otro en la noche. Pero no la he encontrado. Mejor así, las calles estaban sucias, su voz hubiera sido distinta, como si antes de empezar nada ya se hubiera acabado debido a la costumbre a que todo salga mal, como si las cosas no valieran la pena ni tan sólo intentarlas.

 Pero yo lo intento, no sé de dónde saco las fuerzas pero lo intento, la espero en el portal de casa y por si ella pasa por delante y mira hacia mi ventana. Quiero estar ahí si ocurre, no quisiera perdérmelo por nada, para salir y decirle que la estaba esperando, para que los ratones se conviertan en corceles blancos, para que no tenga que oír lo que no que no quiero saber que oye, para no ser lo que otros desean que sea.

 Y llaman a la puerta, y salgo de la cama y abro la puerta sin poder evitar sonreír. Pero no es ella. Es el pasado que llama, que viene a buscarme y hacer de mí algo que no quiero volver a ser, y viene a traerme el recuerdo de la tristeza, la negación de todos mis sueños. "Te he estado buscando" dice la chica guapa, "no puedes seguir así, deberías dejarte echar una mano" dice. Recuerdo su forma de echarme una mano cuando vivíamos juntos, así que le digo que prefiero mil veces lo que tengo a lo que tenía antes. Y por una parte es cierto.

 Oigo los tacones de mi hada madrina subiendo las escaleras, y cómo se detiene en el rellano de abajo desde donde puede verla a ella y una parte de mí. No puedo verla pero sé que está ahí, no puedo ver sus ojos pero sé cómo miran. Y puedo escuchar cómo da media vuelta y baja las escaleras, tratando de no hacer demasiado ruido, tratando de no crear una molestia innecesaria. La oigo deshacerse tras la puerta del edificio, fundirse con la noche.

 Mi pasado sigue delante de mí, victoriosa, diciéndome con su mirada prepotente "no te creas que voy a dejarte ser mínimamente feliz, ni tan siquiera con una puta", lo dice sin palabras, su boca y su cuerpo se me abren como si fuera una puerta que indica la salida por donde puedo salvarme.

 Pero yo sólo pienso en vestirme y salir a la calle a buscarla, y en dormir junto a ella, para que al abrazarme se sienta un poco a salvo, para que al abrazarla yo sienta que sigo estando vivo, que la gente merece la pena, que hay un lugar en mi corazón para querer a otro ser humano.

 

sábado, 8 de diciembre de 2012

El palacio de hielo


Dormimos enroscados el uno en el otro, cambiando con cuidado de postura para no despertar al otro; su pelo huele a una mezcla sutil de champú y colonia de hombre. Dormimos agazapados, escondidos del resto del mundo, en una habitación helada, calentándose sus pies en los míos, abrazados el uno en el otro, con la vida al otro lado de una alambrada invisible, con el corazón latiendo rápido dentro de unos cuerpos lentos y torpes. Cansados. Cansados de ir de un sitio para otro, cansados de buscar algo que buscar.

Llegó por la mañana, aún no había amanecido, clareaba quizá, el frío se había vuelto escarcha dentro del piso y la humedad de las paredes se había vuelto hielo, llamó a la puerta y al dejar la manta se me entumecieron las articulaciones como a un viejo; abrí y no entró hasta que no le dije "pasa", me miró como miran los que piden permiso para todo. No supe qué decirle, sólo que pasara, pero pensé que necesitaba un abrazo. Uno de esos abrazos que no cuestan nada para el que los da y que son impagables para el que los recibe, digo mal, un abrazo no se recibe a menos que dejes los brazos caídos y ella me envolvió con los suyos, y entonces me di cuenta también que yo era algo más bajo que ella y que me había adelgazado mucho, me sorprendió la imagen que me devolvía el espejo de su cuerpo, había empezado a perder hasta los músculos, me sentí casi tan desvalido como ella. No sabría decir el porqué ni tan siquiera cuándo había perdido la noción de mí mismo, pero le abrí el abrigo y la abracé de nuevo debajo de él, y he de decir que el calor de su cuerpo me reconfortó lo suficiente como para ser yo mismo de nuevo, el mismo que era hasta hace sólo unos meses.

Trajo algo para desayunar, galletas y café con leche caliente en su termo. Había pasado por una cafetería donde sí la dejaban entrar y había pedido dos cafés con leche y los había metido en el termo. Comí con hambre y el café con leche me devolvió un calor vigorizante. Le pedí que se quedara a dormir conmigo, una osadía teniendo en cuenta que el piso era una nevera y que me habían cortado la luz, el gas y tal vez, para cuando amaneciera también el agua.

Se quitó el vestido y se metió rápido debajo de la cama, y al quitárselo fue como si le bajaran una cremallera desde la nuca, siguiendo la columna vertebral hacia abajo hasta las últimas vértebras y se le cayera como un vestido de novia, y sentí como si la piel de la mujer que conocía hasta entonces se quedaba pegada al interior de ese vestido invisible y apareciera ella de verdad, la mujer sin adjetivos, sin etiquetas, la muchacha sin maquillaje, la que iba a ser cuando dejó el instituto y algo truncó ese destino y le obligó a vestirse con una capa de sarcasmo contra un mundo forrado de cristales rotos, donde todo te puede cortar, donde es mejor ir con cuidado, donde las varitas de las hadas madrinas deben templarse como el acero y deben, sobre todo, dar miedo.

Dormimos abrazados, como dos niños agarrados a su peluche favorito para que le dé seguridad, me sentí como un osito y abracé su cuerpo desnudo. Nuestra respiración despedía un vaho blanquecino casi imperceptible. Tardé en dormirme, lo reconozco, y esperé a que se durmiera para darle un beso. Y pensé en lo mucho que sentía haber fallado a todo el mundo, como también lo acabaría haciendo con ella, pensé que no tenía ningún futuro, que había más posibilidades de que ella cuidara de mí que yo de ella.

Me dormí preguntándome qué podía hacer, cómo podía salir de ésta. Cómo podríamos salir de ésta.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Esta noche, tú y el viento

Esta noche pasada sopló el viento con violencia. Cuando el viento golpea las persianas con insistencia a la sensación de frío hay que añadirle la sensación de soledad frente al silencio que sólo rompre el repiquetear de la madera de la hoja contra el marco de la ventana. No sé muy bien el porqué, pero anoche me sentí más solo que nunca y pensé en la musa, en el hada madrina apostada en la calle; sentí soledad y un dolor ajeno: el de ella.

Me levanté a eso de las doce, me vestí, calenté un poco de café en el hornillo de camping en el que cocinaba desde que me habían cortado el gas, me había prometido racionar la bombona pero pensé que tampoco iba a poder comprar una nueva carga de butano, así que el poco calor que desprendía el café me alivió y en parte, el olor intenso del café compensó el derroche que estaba cometiendo.

Abrí el armario de encima de la cocina y cogí el termo que había utilizado cuando iba de acampada. Me extrañó que no lo hubiera empeñado como el resto de cosas, pero entonces recordé que sí lo había intentado pero nadie lo había querido. Le pasé un trapo por el interior ayudándome de una cuchara larga y lo llené de café caliente. Lo tapé, me puse el abrigo y lo metí debajo de él.

Salí a la calle, no conocía exactamente los lugares donde mi hada madrina hacía sus hechizos, pero imaginé que estaría en la misma calle en la que, a veces, la encontraba cuando no estaba por mi calle. Me crucé con otros personajes de cuento de los hermanos Grimm, con otras hadas menos amables, alguna me se me acercó para solicitar mi atención, pero seguí con prisas, no quería que el café se enfriara.

Mientras caminba calle abajo me acordé de una novela de Rosa Montero que leí hace muchos años, una novela de ex-prostitutas, ex-convictos, todos ellos ex-yonquis, y me vi como un personaje de aquella novela, como un camarada yonqui que va a llevarle su dosis a quien quiere cuidar, no sé si me explico, me ví y me sentí así, y me pregunté si dentro de muchos años, cuando la crisis sea algo propio de esta generación perdida por el paro, alguien escribirá una novela igualando la pobreza a la toxicomanía y si esto no será algo cíclico, como si una sociedad debiera despojar cada cierto tiempo a una generación entera de su dignidad, su presente y su futuro para salvaguardar el estatus de las generaciones precedentes, como si perder la juventud y el talento, la creatividad y la ilusión, fuera, en realidad, una vacuna contra la idea de que otros modelos al suyo provocan mayores cuotas de felicidad y prosperidad generalizada.

Llegué a la esquina donde empezaba la calle donde creía que la encontraría. Estaba abrazada a sí misma, tratando de protegerse del gélido viento. Me acerqué y juro que se le iluminó la cara cuando me vio llegar dando luz a toda la calle con su sonrisa. Le dije que le traía café y me dio las gracias. Entonces me dí cuenta de que no había traído taza y que sólo podíamos beber los dos de la tapa que cerraba el termo como único recipiento donde verter el humeante café.

No se nos pasó el frío de los pies, pero se nos calentaron las manos y la cara. Le dije que hacía mucho frío y ella asintió con la cabeza, y le dije también que ya me devolvería el termo por la mañana. Me dijo que no hacía falta, que ella ya había traído uno pero que me agradecía que hubiera pensado en ella, me abrazó cuerpo contra cuerpo, como si el calor humano también calentara algo más, algo invisible y que, en el fondo, llegaba mucho más adentro para paliar otro frío más intenso.

Empezaron a pasar algunos coches a poca velocidad y pensé que debía irme. Le dije que tenía que marcharme, y pensé que me gustaría pasar con ella aquella noche, abrazados en la cama y oyendo el sonido de los batientes de las persianas golpearse por acción del viento, calentarle los pies con los míos y, dejar que nada ni nadie le hicera nada.

Me dió un beso en la mejilla y me dedicó una de esas sonrisas con las que las hadas madrinas logran hacer milagros. Le devolví el beso y me metí el termo bajo el abrigo. Me di la vuelta y volví por donde había llegado. Al girar la esquina giré la cabeza para verla una vez más y decirle adiós con la mano, pero un coche se había detenido delante de ella y un hombre hablaba a través de la ventanilla del copiloto. Ella lo miró, me miró un instante a mí, y la calle volvió a quedarse a oscuras. Le dije adiós con la mano y ella levantó imperceptiblemente la suya.

Me hubiera gustado maldecir mi suerte y la suya, me hubiera gustado tener algo de rabia dentro de mí, romper con los dientes todas las ataduras y todo lo que se me pusiera por delante, pero no pude, no supe, hacía demasiado tiempo que había perdido la capacidad de que las cosas me indignasen, de que dentro de mí el bicho se rebelase y exigiese por la fuerza que respetaran su dignidad. Pensé que el gran poder, lo que nos acababa por someternos a las injusticias, era precisamente cosas como ésta, la aceptación de que las cosas son así y me pregunté dónde estaría el límite por debajo, dónde estaría el suelo desde donde no se podría caer más bajo.

Pasé por al lado de unos niños de unos diez años que buscaban alrededor de los contenedores de basura, con unas bolsas, uno de ellos me miró con ojos entre asustados y avergonzados, mientras el otro había consiguido hacerme invisible.

Ahí si me entró una gran tristeza, ni siqueira pude sacar algo de rabia, sólo tristeza. Subí a casa y dejé el termo encima de la mesa de la cocina y me fui a dormir vestido, pensando en qué podría hacer para salir de ésta, en si había una salida, en si alguna vez tendría una mínima posibilidad de recuperar mi vida antes de la catástrofe. Y de algún modo que no logro entender, supe que sí, que algún día podría hacerlo, podría conseguir lo más mínimo para poder ser de nuevo algo parecido a un hombre. E inmediatamente después me pregunté si me acordaría de mi hada madrina o si haría como hacen los que no van con ellos esas cosas. Y me ví mezquino, ví que en otras circunstancias yo tampoco me comprometería, en si ella no hubiera venido con comida la otra mañana, quizá yo no hubiera hecho café caliente. Reconozco que me sentí sucio y desagradecido, y me prometí que todo esto me cambiaría, no sabía de qué modo pero me cambiaría.

Me dormí pensando en mi familia, en la que se había perdido y en la que no me atrevía a presentarme delante de ellos. Y soñé, soñé algo inconexo pero lleno de mucha gente a la que un día quise.

Como si el tiempo fuese, en realidad, un paréntesis entre un sueño y otro, como si la vida fuese en realidad la pesadilla.

http://youtu.be/3_0d01XbXg0

domingo, 2 de diciembre de 2012

Mi pecho será tu almohada




La musa tiene dos corazones: uno para el día y otro para la noche. Porque las noches son frías y hay que abrigarlo para que no se hiele.

Ayer la musa se presentó por la mañana en mi casa. Llamó a la puerta con los nudillos "por si dormías, no quise llamar al timbre" dijo. Traía una bolsa con leche, galletas, arroz, y un bote de natillas en tetra brik con esos sellos de la comunidad europea con los que marcan los productos que se donan a las organizaciones o a las personas que necesitan ayuda. También traía una tableta de chocolate, y pan tostado, y un salchichón envuelto en papel de estraza, llegó como llegan los reyes magos, y me pregunté si habría visto la nevera vacía el otro día cuando estuvo en casa.

"Vamos a desayunar como marajás" dijo con una abierta sonrisa. Yo bajé la mirada avergonzado, pero inmediatamente le seguí el juego, sonreí mientras la dejaba pasar, no quería que mi vergüenza le diera a entender que había sido una mala idea visitarme así. Entró en la cocina, como si fuera su casa y abrió el paquete de pan tostado, y me preguntó que dónde tenía un cuchillo para cortar en rodajas el embutido.

Puse el mantel y los platos y ella se encargó del resto. Encendí una vela para que nos viéramos mejor, me hubiera gustado poner en marcha el calefactor pero hacía dos días que me habían cortado la luz. El piso estaba en silencio, porque la nevera, al quedarse muda dejó de tocar una banda sonora que, hasta que dejó de sonar, nunca había reparado en ella.

Trató de parecer alegre, y yo traté de seguirle la corriente. Ambos sabíamos que ella sabía que hacía días que no había comido nada, eso quería decir dos cosas: que era evidente que mi estado se notaba nada más verme, y lo segundo es que ella me observaba más de lo que yo creía. Me pregunté si me habría visto abrir el contenedor de basura. Sólo lo hice una vez, no pude volver a hacerlo, no sé el porqué, quizá porque pensé que era la última frontera, que había otras soluciones. Pero no las estaba encontrando.

Después de desayunar, después de hablar del frío, de lo caro que se ha puesto todo, de una de esas conversaciones en las que el tabú es precisamente lo personal, que ella es prostituta y yo no tengo donde caerme muerto, recogimos la mesa, nos sentamos en el sofá y nos cubrimos con una manta. Ella debía tener frío de verdad, así que fui a por otra manta, mucho más vieja, con la que me cubría los pies por las noches.

Nos sentamos cada uno en una punta del sofá, luego subí los pies porque del suelo emanaba un frío que se colaba por debajo de la manta y le pedí que hiciera lo mismo. Nuestros pies se tocaron. "Tienes los pies calientes" dijo casi con sorpresa. "Sí, siempre los he tenido calientes, excepto cuando están mojados" dije mientras intentaba tocármelos para averiguar qué temperatura exacta podrían tener en esta mañana tan fría.

"¿Te importa si caliento mis pies en los tuyos?" me preguntó. Y yo respondí que sí, y sonreí porque había escuchado esa frase tantas veces antes que me hubiera gustado haber empezado a contarlas desde la primera para llevar una cuenta exacta.

Fue tocarnos y empezar a hablar de quién era cada uno, como si el calor humano diera de una forma automática con la combinación que abre la caja fuerte donde guardamos quiénes somos. Primero hablé yo, le hablé de los errores del pasado, de la ingenuidad de haber querido ser alguien que no era, de que el destino nunca llega a tiempo, de que en el fondo, nadie quiere saber nada de alguien que se está hundiendo.

Luego ella habló de lo mismo, sin nombrar a qué se dedicaba, ni el por qué ni el cómo ni el cuándo. Me habló exactamente de lo mismo que yo. Y entonces supe que la única razón por la que yo no hacía lo mismo que ella, era porque no tenía la opción, que quizá me la hubiera planteado, que todos somos iguales bajo las mismas circunstancias, que a veces todo es cuestión de un golpe de mala suerte, que todo se reduce a, no sólo acertar algunas decisiones, sino a que no te venga encima algo con lo que no puedes porque es demasiado grande.

Durmió encima de mi pecho, los dos vestidos bajo la manta; durmió, probablemente, con cierto descanso, sintiendo lo más parecido a estar en un hogar. A veces sólo hace falta que te comprendan un poco para poder bajarse de la vida durante un rato, aunque sea para luego subirse otra vez más tarde, saber que no eres sólo tú el que fracasa, que no es culpa tuya todo lo que ocurre, que las cosas se tuercen un día y ruedan pendiente abajo cada vez más y más rápido.

Un día te das cuenta de que estás mucho más cerca de la pobreza de lo que creías que estarías nunca, y ese día no es distinto a cualquier otro de los anteriores, pero sí muy distinto a uno lejano, a uno en el que te recuerdas sin las preocupaciones que ahora tienes. Y si miras desde ese día hacia adelante puedes notar en qué momento pudo haber cambiado tu suerte y no lo hizo, lo puedes notar casi físicamente.

Y entonces ocurre algo contradictorio, sabes dónde estás y quién eres en realidad, y piensas que no hay salida posible, pero al mismo tiempo nace dentro de ti algo parecido a la esperanza, una especie de idea de que sólo puedes ir a mejor, de que en algún momento llegará otra oportunidad y esta vez sí la sabrás reconocer y saldrás adelante. Aunque las apuestas estén mil contra uno.

Y lo sabes porque esta vez no te sientes solo.

martes, 27 de noviembre de 2012

Un hada madrina

El pasado llama a mi puerta mientras yo no estoy en casa, pero deja un mensaje, una nota que se cuela por debajo, que me espera cuando llego a casa. No esperaba palabras ambiguas, ni que al acercarse navidad se acordara de mí, como si en el fondo hasta yo pudiera confiar en que existen las hadas madrinas de los cuentos.

Hasta ahora yo pensaba que sólo había una persona que supiera de mi existencia, alguien al otro lado de la calle, que mi hada madrina vendría a ayudarme si lo necesitara algún día porque soy invisible excepto a los ojos de ella.  Mi hada madrina viste de negro y se pinta como una prostituta yonki que disimula las ojeras bajo el perfil negro del lápiz de ojos y los labios casi secos tras el morado de su lápiz de labios y que me suele mirar con sorna desde el otro lado de la calle cuando me la cruzo por el barrio, vestida con su gabardina negra abierta que deja ver sus medias de malla también negras. Se ríe y yo le devuelvo la sonrisa. Ambos sabemos lo que somos, cuáles son nuestros deseos e infiernos, nos hemos visto llorar el uno al otro, de lejos, con ese respeto que se acaba teniendo por quien ya no se tiene respeto ni a sí mismo.

Estoy enamorado de mi hada madrina porque no puede dejar de ser la hija de puta que parece y porque no puede dejar de ser la persona más noble que intuyo que es, porque es la única que me sonríe sin querer nada de mí, como se sonríen los cómplices o los camaradas.

Se ha cortado el pelo y se lo ha puesto de punta. Ahora parece una punk y está más desubicada que nunca en este vecindario, pero a mí me gusta así, distinta, desafiante, puta.

Se me acerca esta mañana, se aprieta la gabardina contra el cuerpo cruzando los brazos sobre sí misma, la noto más delgada; hace frío esta mañana, "te invito a un café" le digo. "No me quieren en ningún bar de por aquí" me dice. Le digo que suba a casa y ella me mira durante un instante, hay miles de preguntas en ese silencio que es todo ojos, preguntas como si sé lo que va a pensar la gente, si esto significa que hemos dejado de ser solidarios silenciosos y acabaremos en el lodazal en las que se convierten esas relaciones entre el que tiene algo que ofrecer y los que no saben cómo pagar, preguntas con las que sopesa respuestas que no obtendrá si no arriesga.

Pero hace frío y eso juega en su contra; y que es demasiado temprano, y que le vendría tan bien ese café en un lugar caliente y seguro...

Subimos a mi casa y le abro la puerta. Entra con una timidez de la que nunca la hubiera creído capaz, y se deja la gabardina puesta mientras yo encidendo el calfactor en el salón y entro en la cocina a preparar un par de cafés con leche.

Mi hada madrina está fuera de lugar y se comporta como si estuviera más aún fuera de lugar. Intenta empezar conversaciones que no prosperan porque son preguntas que se responden con un sí o un no. Por fin, después de un suspiro que parece que la tranquiliza, dice: "Ayer ví subir a un chica a tu piso, no estabas. Era muy guapa" y me vuelve a mirar como si yo fueseun extraño, como si detrás de un hombre que invita a un café a alguien como ella, tuviera que haber alguien imprevisible y peligroso.

"Sí, me dejó una nota" digo

"Era muy guapa" repite. Y como si se hubiera dado cuenta de que había dicho lo mismo que antes,  añade "y muy elegante". Se mira las medias imperfectas y, avergonzada, se tapa las piernas con la gabardina. Apura el café con leche y mira alrededor "tienes un piso muy ordenado para ser un hombre que vive solo" dice "y yo tengo experiencia en eso" dice y en seguida se da cuenta de que ha hablado demasiado. Se vuelve a tensar, se incorpora con la espalda erguida y sentada al borde del sofá casi de un brinco y se pode de pie; y dice "bueno, me tengo que ir, gracias por el café".

Me gustaría que se quedara un rato, que no estuviera de visita, que mi hada madrina sonriera como lo hace desde el otro lado de la calle cuando me ve pasar con las manos en los bolsillos para que yo le devuelva la sonrisa, y sobre todo, me gustaría abrazarla y decirle que todo va a salir bien, que a ambos nos acabará saliendo todo bien. Pero no lo hago porque sé que después se hará todo más duro: seguir con el frío y el buen humor forzado, aguantar las miradas de los puritanos y la de los pervertidos, se hará mucho más difícil todo porque aguantar a veces, lo que se dice aguantar, se aguanta por inercia, repitiendo las mismas cosas sin pensar, acostumbrándose a la falta de cariño como se acostumbra uno a pasar hambre. No la abrazo porque luego todo se hará mucho más cuesta arriba, será como tener que abandonar un oasis y volver al desierto después de muchos días de sed.

Mi hada madrina me dice "Bajaré yo primero. Es mejor para ti que no te vean conmigo". Y me mira tratando de reproducir esa mirada cómplice que ahora no le sale.

Le doy un beso en la mejilla y la dejo ir escaleras abajo y espero hasta que desaperece el sonido de sus zapatos bajando los peldaños. Luego salgo a la calle y ella está en su lugar de siempre hablando con un tipejo alto y grueso que le pregunta algo que ella no acierta muy bien a contestar. Evita mirarme, como también huye la mirada del hombre que le está hablando.

Voy hacia la biblioteca pensando en ella, en qué clase de carroza convertiría una calabaza de la frutería de la esquina, en si podría hacer algo yo por ella ahora que sé que todo es fachada, y también pienso en qué querrá decir la nota que encontré tras la puerta, en si alguna vez tendré claro algo de lo que me pasa y de lo que le pasa a la chica guapa por la cabeza, en si la vida me ofrecerá un camino definido por el que pueda ir sin tener que pesar demasiado o si tendré que abrirmelo a machetazso como hasta ahora.

Y pienso en mi hada madrina punk y en cómo seran las cosas a partir de ahora cuando nos crucemos, en si algún día tendré dinero suficiente para invitarla a cenar y, uno al lado del otro, debajo de una manta,  ver la tele sin más, como dos amigos o una pareja que ya no están bajo el influjo del deseo y que sólo les queda esa parte cotidiana que tanto añoro, que se convierte en un tesoro para quien no lo tiene, en algo mucho más extraordinario que convertir una calabaza en un Porsche 911, en eso que cabe en la palabra hogar, y que es tibio y huele a la persona a quien te has acostumbrado.

Pero también pienso en la mujer guapa, y en el mensaje que me dejó y en si la llamaré tal y como me pedía, o si la próxima vez le cogeré el teléfono, o en si tal vez esta vez caeré de nuevo, o en que quizá yo no tuve la culpa, o en que aún no sé cómo salir de ésta, o en el color de sus ojos, o en las ganas que tengo de meter mis manos bajo su ropa y que las de ella areñen mi piel hasta dejarla pulida como la piedra de un río, en si estará leyendo esto y en si dejará otro mensaje en cualquier lugar en el que yo pueda verlo, tocarlo, un mensaje que no pueda arrugar ni tirarlo después por la ventana y dejarlo a merced de las curiosas manos de un hada madrina enfundada en latex negro, que sueña con dejar de llevar una varita mágica de hoja de acero que la defienda si alguna vez las cosas se ponen feas.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Escribir es como soplar diente de león



Porque todas las despedidas son la misma, tan única, tan definitiva... pero siempre igual en el fondo. Llevo días dando vueltas a qué estoy haciendo con el blog. Y puede que le haya dado muchas explicaciones distintas, se me han ocurrido tantas... pero al final hay una que siempre vuelve, se da una vuelta por vaya usted a saber dónde y luego llama a la puerta y dice "soy yo, la idea" y entonces yo la observo a través de la mirilla, pero no la dejo pasar dentro, porque entonces se quedaría a vivir dentro de mí. Y no quiero.

Hace tiempo que intento escribir como escribía antes, quiero decir que me gustaría hacer juegos con palabras, crear imágenes surgidas de la magia que existe en el universo, ver y oír en estado sólido esos sentimientos que se aferran a lo que uno ama u odia, y que son invisibles al ojo humano si no es a través de sus actos o de lo que sueñan.

Hace tiempo que me gustaría volver a sentir aquella fuerza vital que me llevaba en volandas, que me hundía y me ahogaba pero que al mismo tiempo me daba todo aquello que te hace sentir vivo. Yo pensaba que existía un equilibrio, y que duraría para siempre, entre el estar bien y el estar mal, entre el amor y el odio, entre el corazón y la cabeza. Y luego estaba el insomnio. Y el bicho, y el hueco y la esfinge, y también estaba ella, estaba la musa a quien podía escribir como si no le escribiera a ella. Todos los adioses son el mismo adiós, son una orilla con un océano de silencio entre uno y lo que se ama. Tópicos, todo queda reducido a tópicos en los adioses, como un edificio queda reducido a escombros cuando se viene abajo.

Y reconozco que no sé estar sólo ni tampoco acompañado. Lo sucedido durante los últimos años me ha dejado aturdido y perplejo, porque yo soy de esa clase de hombres que son capaces de levantarse mil veces después de caerse otras tantas, pero que tozudo obvia eso de que nadie es omnipotente, de que nadie puede vivir solo siempre, ni doblar unas sábanas, ni atravesar desiertos.

Creo que mi debilidad es no haberme rendido, y al mismo tiempo mi fortaleza ha radicado en no poder evitar sentir tristeza por quienes no se quedaron a mi lado. Porque uno es fuerte cuando es capaz de sentir, uno se convierte en un ser humano cuando es capaz de extrañar y de dar valor a lo que se pierde, y se hace merecedor de un futuro si al mismo tiempo es capaz de seguir luchando por salir de situaciones adversas, de buscar entre su basura el oro que encierra todo aquello que le ocurre.

Pero la musa no está. No hay musa que me haga sentir que las palabras vuelven a convertirse en hilos con los que bordar historias que emocionen. Porque se escribe para conmover al que lee. Si no se puede hacer ¿por qué escribir?

Y alguien podría pensar que uno puede inventarse una musa, pero no sirve cualquiera, o puede pensar que qué lástima depender de otra persona para poder ser lo que ya se es.

Ya sabes que yo quería que fueras mi musa. Lo deseaba con todas las fuerzas. Pero siempre llego tarde. O no estoy cuando se me necesita. O estoy tratando de salvar a África, o no soy capaz de entenderte, o tú no me comprendes.

Pero yo empezaba a pensar que sí, que esta vez sí y otra vez me siento perplejo.

Y ni tan siquiera creo que sepas que esto va por ti.




martes, 13 de noviembre de 2012

Hace tiempo...




Hace tiempo que escribo por escribir. No sigo un rumbo claro... también estoy de más mal humor de lo que debería, supongo que algo pasa y debo averiguar qué es.

Por fin he empezado a fabricar el equipo, después de tanto tiempo detrás de todo ello he cedido parte de la patente y me he metido de lleno. Aún así, siento que no tengo nada nuevo que contar.

En cuanto a mí, a lo que soy, siento un gran vacío y tengo la sensación de que una vez llegado hasta aquí no hay un "por dónde continuar". Tengo la sensación de que mi vida ha sido un continuo repetir errores de los que nunca acabo aprendiendo.

Debo de ser cabezota.

Pero hoy siento que algo dentro de mí ha terminado. No sabría decir qué ni cómo ha sucedido. Algo irreparable se ha roto y necesito volver a encontrar nuevas ilusiones.

A lo largo de todos estos años he visto como muchos blogs morían. Es curioso, pero casi nunca que alguien decidía cerrar su blog, podía mantener su palabra durante mucho tiempo. Siempre volvía. Yo también lo he hecho.

Pero un buen día, sin saber el porqué, el blog iba decayendo en número de entradas hasta morir. Los blogs mueren, no porque ya nadie los lea, sino porque ya no se tiene nada que ver con la persona que empezó a escribirlos. La vida es más poderosa que la costumbre... o las costumbres son más volubles de lo que nos pensamos, no sé.

Yo ya no tengo nada qué decir, la poca poesía que tenía dentro se ha ido quedando atrapada en algún lugar del que ya no sé sacarla. Ya no siento odio por nadie ni siento un especial cariño hacia nadie. Y yo escribía para sacar eso, para darle alas a algo que necesitaba salir volando y que se me ha hecho demasiado viejo para aprender a volar ahora.

No estoy triste, pero tampoco tengo la capacidad de estar contento. Hace demasiado tiempo que las distancia entre las alegrías y las penas son escasas. Y vivo por inercia; una inercia de pagos a bancos y de de condenas de culpabilidad manifiesta. Incomprendido, uno puede pasar mil malos tragos, puede luchar solo contra la cruda realidad, puede sufrir traiciones y faltas de solidaridad, pero lo único que da sentido a cualquier lucha es saber que al menos alguien comprende por qué lo estás haciendo.

Todos necesitamos que alguien nos diga que todo va a salir bien. Aunque sea falso. Todos necesitamos que alguien esté a nuestro lado cuando nos haga falta, y viceversa. Todos necesitamos saber que somos útiles, que cuentan con nosotros.

Supongo que este blog se va muriendo. Lentamente, el número de posts va decreciendo. Y también intuyo que llegará el día en el que pase más tiempo del que debería entre post y post.

Mi vida ha cambiado mucho en estos casi cinco años. Cuando empecé a escribir no imaginaba que acabaría todo esto así. Quizá el tiempo pasado sólo es tiempo pasado, pero no puedo evitar mirar hacia atrás y sentir una gran tristeza por todo lo que he dejado atrás.

Espero que lo que esté por venir se afiance más en mi vida, que mi proyecto de llevar agua potable allí donde haga falta, acabará por concretarse más allá de la forma en lo que lo está haciendo. Me pregunto si algún día podré sentirme como me sentía hace unos años atrás, si volveré a tener aquella ilusión casi juvenil por lo que quería hacer en mi vida.

Yo no quería madurar así. A base de soledad y hostias. Yo quería que mi vida fuera de otra forma. Siempre habrá quien te dirá que el cambio está en ti, como si el tsunami de la crisis no le hubiera arrasado a nadie sus sueños, o sus posibilidades de futuro.

Pero igual sólo son cosas del otoño, igual tendré que seguir esperando a la primavera otro año más.

Otro año más.





jueves, 8 de noviembre de 2012

Cuando Agua era fallar en el juego de "hundir la flota"



El gran día. El principio del principio, el abismo después de tantas horas construyendo unas alas con las que surcar los cielos. Hoy es el gran salto, el día en el que comprobaré si soy un hombre pájaro o una piedra hundiéndose en un lago sin fondo. Hoy es el gran día; pasé toda la noche despierto, a tientas entre el frío de la terraza y la manta... sentía que ésta me envolvía como el capullo del que debía desprenderme para extender la fragilidad que nunca admito cara a cara, pero no lo hice: no quería coger una pulmonía.

Ulises vagó por los tejados hasta cansarse, luego se metió dentro de la manta y se durmió. Sentí una gran calma y; o me lo pareció a mí o se relantizaron las nubes, la luna dejó de menguar hasta que a eso de las cuatro se deshizo en un enjambre de luciérnagas que bailaron durante casi media hora hasta volver a su colmena de cielo brillando como una sola luz blanca manchada de tenue asfalto.

Las nubes volvieron a su velocidad de nube y buscaron el este con impaciencia, la noche se volvió otra vez un reino gélido de princesas de mármol y bellas durmientes.

Sin embargo no pensé en que hoy era el gran día, ni tan siquiera en que no sabría por dónde empezar cuando tuviera todas las herramientas en mis manos, en realidad, si he de ser sincero, pensé en ella toda la noche, perdido entre el miedo y el deseo, indeciso y enloquecido, hechizado por el recuerdo de la calidez de su piel y por esas palabras que una vez cada muchos años dicen con voz de viento cosas que desencajan de mi cuerpo a mi alma de vagabundo.



El gran día está siendo como cualquier otro día, el sol calienta todavía a través de los cristales del coche mientras me pierdo en el laberinto multicolor de una ciudad que apenas conozco y que añado, por omisión, a todas las que ni ella ni yo conoceremos.

Y no dejo de pensar en que querría llamarla por teléfono y hacer algo. Algo que ni ella ni yo sabemos qué significaría, algo distinto, algo que nos convierta en cómplices.

Si de alguna vez me arrepiento es de haber estado demasiado ciego. Si de algo me alegro es de haber estado demasiado ciego tal y como me ha ido todos estos últimos años.

Pero las luciérnagas no miente cuando hablan con lenguaje de cielo y bailan como si fueran estrellas de un firmamento austral y mágico, y dicen que yo iré a otra parte, viajaré, abriré el mundo, me convertiré en aquello que siempre quise ser, que me dejaré llevar por la voz que a veces me susurra su epidermis al oído de las yemas de mis dedos, y entonces lo entiendo, entonces sé que el tiempo será otro aliado más del destino como lo ha sido hasta ahora.

Pensaré en ella desde cada rincón del mundo al que me lleve este gran día que se termina, desde cualquier sima en la que, como piedra que soy, acabe. Será un secreto que nunca compartiremos porque nunca ha ocurrido, como si al romper su cáscara de silencio su interior estuviera vacío.

Quizá ese vacío no sea otro que el mismo que siento desde hace tantos años.

Quizá ella sea le hueco que nunca supe llenar.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Porque casi todos los blogs acaban convirtiéndose en un vertedero



Y ha pasado el tiempo y sí, me bastaron diez segundos (lo que tardó en pasar por tu lado el coche en el que iba) para verte sin las grietas que te había dibujado durante casi dos años. No sé si tú me llegaste a ver. Quiero creer que no.

 Se me hizo difícil encajar todo lo que se me sobrevino encima. Fue como abrir un armario y que todo lo almacenado se me cayera encima. He tenido que ordenarlo todo y he vuelto a ver desde fotografías hasta algunas cosas que te escribí. Todo lleno de polvo, algunas cosas inservibles, otras simplemente podridas, ya sabes, lo que ocurre cuando dejas de mirar durante un tiempo todo aquello que en otra época me era imprescindible. Y apuntes de novela; y notas tristes; y algo muy valioso que nunca supiste que tenía.

 Siempre pensé en qué pasaría cuando te viera otra vez. Me lo había imaginado de muchas formas, y siempre suponía cosas distintas, no sé, siempre era yo otra persona y tú, claro, nunca ibas sola. Pero el otro día sí lo estabas.

 Hace mucho tiempo que no te he seguido el rastro, es decir, que no he puesto tu nombre en google para saber si habías cambiado de trabajo, si te apuntabas a esas salidas llenas de amigos que, un día, descubrirás que nunca lo fueron. Hasta hoy. Hoy sí te he buscado y no he encontrado casi nada interesante, quizá porque es cierto aquello de que el tiempo y el olvido son hermanos gemelos.

 Ahora que lo tengo casi todo ordenado, que he vuelto a ordenar los recuerdos, que he cerrado la puerta del armario con la precaución de que al abrirlo no te me caigas encima como unas rocas ladera abajo, ahora que miro hacia un futuro que yo mismo me he ido construyendo a base de aparentar ser fuerte sin serlo, de caer sin levantarme, de dormir al raso algunas noches, acechando a la luna en emboscadas, deseando que las cosas hubieran sucedido, no sólo contigo, de cualquier otra forma; ahora me siento un poco más en paz, me digo a mí mismo que todo está bien así, al menos por ahora, me digo que yo tardé en cerrar más tiempo que tú este capítulo porque probablemente las cosas las siento a destiempo, no se me cierran bien las cicatrices, como si mi alma fuera algo así como hemofílica, no sé, quizá todo se me hizo demasiado grande, todo se me hizo casi casi eterno.

 Por si has seguido el rastro, por si se te ha cruzado el cable de mirar donde no debes, por si hoy tienes un mal día y miras hacia atrás por el retrovisor que te dejaste puesto, si hoy se te llenaron de desidias las manos y tuviste una corazonada, si en el fondo, aunque sea muy en el fondo, te arrepentiste alguna vez de todos los silencios y secretos, si te dolió leer (aunque sólo sea un poco) esto, también puedes recordar qué clase de hombre era y qué clase de hombre fui después. Porque ahora empiezo a volver a ser lo que tenía en mente ser desde el principio.

 Y puede que nunca sea aquél que querías que fuera. Y puede que me midas por tus baremos de saldo en cuenta y por tus planes de futuro a corto plazo, pero muy en el fondo sabes que yo siempre fui mucho más que eso.

Seguro que piensas "pero sigues escribiendo sobre mí en tu blog, el que no olvidas eres tú". Y tendrás razón...

 ... vamos, como si la razón tuviera algo que ver con todo esto.

 

viernes, 2 de noviembre de 2012

Lo que siempre me llevará



Cuando hace más de dos años empecé a pensar en equipos para tratar el agua en lugares donde hace falta, cuando empecé otro proyecto del que me fui por sentirme engañado, cuando volví a ponerme en situación de riesgo por unos ideales mientras arriesgaba todo lo mío y lo de personas a mi alrededor, no me imaginaba que el destino fuera tan escurridizo.

Supongo que nos ha tocado vivir una época muy difícil, sobre todo para los soñadores. Aún así sigo perseverando, sigo en la brecha y no pierdo casi nunca la esperanza de poder extender este sistema de potabilización a lugares donde sólo llega el sol. Reconozco que mi cabezonería es a veces un poco más por estupidez que por valentía, que soy esa clase de hombres que lo apuestan casi todo a una carta; y eso hace que pierda muchas veces. A pesar de ello creo que soy un hombre con suerte, pero por encima de todo, creo que soy alguien que maximiza sus recursos hasta límites inesperados incluso para mí.

Vivo en un mundo de ideas, no hay día que dentro del caos de mi cerebro no se generen (a veces por colisión) galaxias de mundos posibles. Pero sobre todo, creo que de una forma que no entiendo, me he ido formando en cosas tan dispares que, al final, dispongo de múltiples teorías a mi disposición, teorías que nadie que no haya tenido inquietudes tan dispares como la psicología, la electroquímica, el agua, la escritura creativa, la televisión, el medioambiente, el comercio exterior, las ONG´s... podría haber mezclado. Pero he sentido la necesidad de hacer cada una de las cosas que he hecho. Algo me llamaba a ello. Llámalo curiosidad.

Soy un hombre difícil. Lo admito. Soy inconstante; también lo admito. Yo prefiero pensar que lo que me hace una persona difícil, hace que busque la dignidad por encima de todo. Y de lo inconstante ¿qué puedo decir? Veo el mundo lleno de oportunidades, creo en el futuro y mi capacidad de mejorarlo. Quizá el bicho creativo que vive en mí podría ser menos libre y priorizar más el orden de las cosas. Quizá no debería tener abiertos tantos frentes al mismo tiempo. Pero se me hace la vida tan corta...

Durante los últimos años se me han ido rompiendo casi todos los sueños que he tenido. Lo he visto venir y no he podido pararlo a tiempo. He emprendido proyectos que nunca verán la luz y que otros sí verán por mí. He intentado salvar a mis padres de mi desgracia y los he hundido más en ella. He querido y bueno, este blog se llama como se llama por algo.

Sé que dentro de unos años daré por bueno todo lo ocurrido, sé que dentro de un tiempo me daré cuenta de que debía ser libre para poder elegir mi propio destino y que éste era la más importante de mis prioridades.

Esta semana empezaré una nueva etapa, no sé si acertaré, sólo sé que había llegado a un punto de no retorno y que es la mejor solución por ahora. Intuyo que acierto, pero eso no importa. Lo que creo que importa es que durante todos estos años acerté al formarme, al buscar lo extraordinario, a potenciar todo aquello creativo que crecía dentro de mí, a amar y sentirme perdido en los adioses, a vivir la vida como si de verdad me fuera la vida en ello. Porque es así, de veras que es así.

Sin pasión no hay éxito, porque sentir pasión por lo que haces ya es en sí mismo una recompensa. Y creo que siempre he buscado eso y todo lo que aposté lo aposté a esa carta.

Seguiré levantándome si vuelvo a caer y seguiré buscando aquello que es más importante que todas las cosas que pueda tener o pueda desear. Aquello que buscamos desde que nacemos, lo único que nos hace completamente humanos, lo único que como animales saciados nos motiva, lo único que cabe en un abrazo.

Recuerda que cuando das un abrazo, dos son abrazados.


Vídeo:
Este chico es de mi pueblo, ha ganado un concurso en radio flasback. Todos tenemos una cualidad única e irrepetible, todos tenemos algo que nos hace distintos al resto. Hay quien lo encuentra pronto y otros lo haremos casi al final de nuestra vida y tras muchos intentos. Felicitats Enric.

" Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Ni siquiera yo, ¿vale? Si tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tú tampoco puedes. Si quieres algo ve por ello y punto. " En busca de la Felicidad



Espero que no t´importi que difongui aquesta cançó

domingo, 28 de octubre de 2012

La voz


Los ancestros me hablan con voz de viento, de viento frío que se cuela por las rendijas de la casa, aullando como el lobo en el bosque. Los ancestros tienen un mensaje que no conocía pero que al mismo tiempo, sin saber cómo, ya sabía. La sabiduría es una maldición que hay que cultivar y a la que hay que pertenecer, como la corteza pertenece al árbol que lo conecta a todas las cosas. Yo era insensible a todo ello.

 Pero una noche los ancestros aparecieron y me hablaron desde la penumbra de un bosque en el que nunca he estado. Me hablaron del agua que corre cristalina, de la niebla que oculta el sol durante meses, de que el neolítico fue para ellos la gran decadencia, que un hombre es lo que sus manos pueden hacer y poco más y, por tanto, un hombre es lo que piensa, lo que hace con determinación, y que el destino es algo a lo que amar para sentir que se vive de verdad. Los ancestros me trajeron las palabras exactas y yo me hice con ellas para guardarlas en un lugar en el que no pudiera olvidarlas: en mi corazón.

 Van pasando los años. Me he ido convirtiendo en alguien perplejo ante el mundo. No salgo de mi asombro y no entiendo en qué parte estoy ni dónde iré a parar dentro del torbellino que generan tormentas de cifras que llueven sobre la madre tierra para humillar su riqueza. Observo a los que nos guían y no reconozco a ningún hombre entre ellos. La humanidad se ha deshumanizado porque todos los que están en los lugares de sabiduría son seres mezquinos aventados por el miedo.

 Los hombres del bosque no quieren mirar en qué hemos convertido el mundo. Los ancestros añoran al oso y al lobo, la piedra y el hierro, miran de reojo al pasado y creen que ha llegado el momento de cambiar el futuro. Yo soy uno de ellos. Y me llega un canto desde el otro lado del mundo, pero en lugar de ser un lamento por todo lo que ha muerto se convierte en un himno de resurrección y de esperanza. Devolviendo la dignidad a aquello que era digno y viviendo ajenos al Samsara del mundo y sus espejismos.

 La voz inaudible va resquebrajando la corteza terrestre con una vibración constante, tan de baja intensidad que ni el corazón la nota. Pero está ahí, desincrustando el óxido de la superficie de lo que merece la pena. Y yo salgo a caminar por el bosque de nuevo, y veo salir el sol por las mañanas. Y oigo la voz dentro de mí con sabia nueva, dejando atrás muchas de las cosas que solía ser y en realidad no era.

 Ahora ha llegado el momento de cambiar el mundo.



 PD: Estos últimos días se están dando una serie de coincidencias y de oportunidades que no esperaba tener.  Y el miedo ha estado a punto de tirarlo todo por la borda. He de reconocer que mi situación no me permite ningún margen de maniobra, la situación es de verdad poco esperanzadora. Y entonces ha ocurrido todo de nuevo, todo el trabajo de los últimos años cristaliza en unos pocos instantes. A veces es bueno creer en la magia, en que en algún lugar del mundo algo tiene la capacidad de cambiarlo todo.

Nunca perdáis la esperanza.

sábado, 27 de octubre de 2012

... mi alma al diablo


No estoy seguro, mi alma se vale de tan poco que no sé si tiene precio, ni si la compraría yo mismo si la viera en las rebajas en un escaparate de Zara; mi alma carece de futuro, a veces pienso que si pudiera darle un lugar definitivo a todo esto que me pasa, es decir, un lugar en el que estuviera a salvo de los vaivenes de estos años pasados y de los que vendrán lo haría sin vacilar.

Pero vacilo.

Siento dudas y me pregunto miles de cosas al mismo tiempo. A veces siento que me equivoco cuando ya me he equivocado y voy a dar un segundo paso. Entonces no sé por qué he dado el primero.

Creía que había hecho un buen trato, pero el diablo sabe más por diablo que por viejo. En el último instante ocurrió algo, alguien me llamó y me convocó a una reunión intrascendente y yo le dije "he vendido mi alma al diablo" y entonces ese alguien me dijo "no la has vendido, has regalado tu alma al diablo".

En el fondo ya lo sabía pero tengo ese candor del que está acostumbrado a vivir de los sueños. Así que yo confiaba en la buena fe del  señor de la tinieblas y que esta durara siempre. Pensar eso es ser demasiado inocente.

Pero queda el segundo paso y ese segundo paso es poner mi firma en el contrato. Y ahora no me siento solo, ahora alguien vela por mis intereses. Puede que lo esté haciendo mal, puede que el diablo se enfade y me castigue con plagas que ni dios enviaría otra vez a Egipto, pero ahora mismo, en el último instante, me he dado cuenta de que quizá sea mejor morir en paz que vivir con el alma condenada.

Ya sé que las cosas no son siempre como un quiere pero es mejor conservar la dignidad por lo que pueda pasar. Y también sé que el problema no me atañe sólo a mi, sino a mi familia y que mi dignidad vulnera, con probabilidad la suya. Espero que sepan entenderme.

domingo, 21 de octubre de 2012

No debería, pero sin embargo...



No sabría muy bien qué decir. Vuelve a ser de madrugada y vuelvo a estar despierto. Quizá me venza el sueño durante la semana que viene, pero ahora estoy casi despierto. Y leo blogs casi al azar y quiero responder mails y me gustaría tener algo que decir.

Pero no puedo o no sé.

Está lloviendo. Las gotas agujerean la terraza de mi casa sin demasiada convicción. Yo apenas noto a simple vista la erosión que provocan, quizá si tuviera la mirada fija durante los próximos veinte mil años acabara por  ver los estragos de la lluvia. Pero esta noche la lluvia me parece invisiblemente negra y ruidosa y te imagino en otra parte, quizá presa del mismo embrujo del repiquetear de las gotas sobre los canalones metálicos y el corretear de los hilos de agua por la tubería que atraviesa el techo del comedor. Yo creo que he envejecido desde que dejé de imaginarte, cuando dejé de preguntarme qué estarías haciendo en el mismo instante que yo detenía mis quehaceres y te pensaba y tenía que definir el atrezzo que te estaba envolviendo.

Supongo que siempre he escrito para imaginarte, quiero decir que si te tuviera a mi lado, tendría que inventar países u otra cosa. Me dolería tener que dejar de pensar en ti, tanto, creo, que me entristecería los días que pasaramos juntos, como si una de las dos opciones excluyera a la otra, como si tenerte fuera la cara e imaginarte fuera la cruz de una moneda.

Quizá por eso vives tan lejos.

Quizá por eso nunca dejo que me quieras lo suficiente.

Pero no puedo evitarlo. Lo de pensar en ti, me refiero. Te escribiría cosas que antes sí escribía pero tengo miedo a que las creas, miedo a que se te metan en la cama contigo y sueñen a tu lado esa clase de sueños que parecen posibles y por eso mismo se vuelven inalcanzables.

Esta noche estuve a punto de enviarte un mensaje que decía algo casi importante que quería que supieras, pero entonces me he dado cuenta de que tú y yo en realidad no somos nada, y me han dado ganas de salir a la calle y caminar hasta llegar a alguna parte, bajo la lluvia por supuesto, caminar y caminar hasta que la soledad se gaste de tanto pisarla.

 Bueno, en realidad, me han dado ganas de rendirme, pero como siempre que me ocurre, acabo por huir a un lugar del que pueda regresar en un par de horas, y hoy pensaba que me gustaría irme tan lejos que no pudiera volver. Del que no quisiera volver.

Porque aunque no lo sepas yo lo que quisiera es no querer volver, tener una vida nueva, pero no nueva como unos zapatos nuevos que se acaban rompiendo y tienes que comprarte otros, una vida nueva en la que tenerte a mi lado no signifique que tenga que dejar de querer saber de ti, de imaginarte envuelta en tu escenario, que al llegar a casa la mierda de rutina no se nos coma entre el sofá y la cena.

Me da miedo irme a esa vida y volver a esta como un emigrante fracasado que vuelve pobre a donde pertenece.

Cuando pensaba que acabaría la novela y todo eso que se piensa, creía que iríamos a vivir a Nueva York o al campo, o a una casita en la playa como Bandini. Imaginaba más. ¿Sabes? Con lo del equipo del agua imaginaba que viajaríamos a países exóticos de lluvias torrenciales y calientes, y desayunaríamos papayas en un jardín con muebles de teca y palmeras gruesas y enanas.

En cualquier caso, estoy convencido de que un día será así, lo sé no porque lo haya visto en Callejeros Viajeros, lo sé porque cuando lo pienso, mi alma entra en un estado de calma y pienso que allí donde esté esa calma estaremos esperándonos el uno al otro, da igual si desayunando papaya o un café en vaso de porexpan mientras caminamos por una calle de Manhattan.

Y ya paro, porque estás muy bonita esta noche. Te sienta bien la luz de la pantalla cuando te ilumina la cara, no sé si llevarás las gafas puestas, imagino que sí. Aunque no te lo creas yo te veo desde aquí, ni el tiempo ni la distancia son, en realidad, algo importante en estos casos.

Y mientras oigo caer la lluvia soy capaz de ir desabrochándote todos los botones que te encierran, compartiendo las yemas de mis dedos con la costumbre que tiene tu piel de erizarse cuando les da por  usurpar todo tu cuerpo... desatando nudos, izándote la ropa para sembrar mi casa con ella.