miércoles, 28 de mayo de 2008

La palabra y el vértigo


Retomo la novela. Estaba como dormida, como herida. Me han pasado cosas estos días. Cosas que no voy a contar aquí. No voy a pedir perdón de antemano por los titubeos ni por las lagunas que habrá.

"Acompañé al chófer camino al coche, no sin antes pagar el desayuno. La camarera me deseó suerte y me dijo que si otra vez volvía a la tele la saludara así con la mano y ella entendería que era como una contraseña secreta entre ella y yo. No paraba de sonreírme y yo no podía evitar tener la cabeza en el coche del otro lado de la calle. Salió el cocinero de detrás de la puerta de la cocina, con una camisa blanca y nueva (debía de haberse cambiado después de salir a verme la primera vez) y solemne, me estrechó la mano al tiempo que me decía que volviera siempre que quisiera. Si el chófer no hubiera estado a mi lado y yo no lo hubiera estado vigilando de reojo, la imagen de aquellos dos me habría parecido de lo más cómica pero que un individuo grande y vestido de negro acechara mis movimientos me tensaba lo suficiente como para no dar rienda suelta al más mínimo atisbo de sentido del humor.
Pagué y salimos a la calle en dirección al coche. El chófer caminaba pegado a mí. Eso me tranquilizó. Si alguien que te acompaña a algún sitio, va detrás y a cierta distancia es que o planea hacerte alto por la espalda o espera que alguien salga de frente a pegarte dos balazos y quiere tener la seguridad de que puede apartarse a tiempo. Así que estuviera a mi lado era buena señal. Llegamos a la otra acera. Tras los cristales tintados no se veía ni el más leve movimiento. El chófer abrió la puerta trasera y me invitó a entrar. Se veían una piernas enfundadas en un elegante traje azul. Agaché la cabeza y entré. Me senté al lado de un hombre de unos cuarenta años, de un pelirrojo dorado con el pelo corto y ondulado que me miraba con unos ojillos oscuros y brillantes. Tenía la cara delgada y pecosa y unos labios finos y resecos. Me sonrió. No me costó reconocerlo. Lo había visto tras la ventana del cuarto de María esa misma mañana. Había hablado con Carmen. Sabría cosas y yo tenía que adivinar qué sabía. Imaginé que Camen le habría contado lo del dinero que había pedido a cambio de la información. Y supuse que el pez gordo había decidido comerse al pez chico antes que pagarle por su silencio. Sin embargo, había algo que no me cuadraba. Cuando ocurre algo de eso, esta clase de gente no se mancha las manos ellos mismos, suelen mandar a un profesional. Tal vez, Carmen no le había contado todavía lo del dinero, quizá no sabía que trataba de ganar un dinero a costa de sus trapos sucios. En todo caso, me propuse salir de aquel coche con vida y con toda la información que pudiera. El chófer se quedó fuera, no subió al coche. Eso quería decir que me dejaría marchar una vez hubiera hablado conmigo. Era lo más lógico.
Garr, el hombre más poderoso del país, el que salía en las revistas de negocios presidiendo inauguraciones y presentaciones, parecía mucho más vulgar de lo que me imaginaba. Cuando empezó a hablar supe el porqué. Garr tartamudeaba ligeramente, muy poco, lo suficiente como para vigilar mi expresión por si hubiera en mi cualquier indicio de risa. Me mantuve imperturbable mientras él se iba relajando y se sintiéndose más seguro. Su voz era aguda, irritante, una voz de chiquillo en plena pubertad, una voz a la que, de vez en cuando, se le escapaba una nota desafinada. Entonces supe que estaba frente a un hombre a medias, un hombre que se pasaba todo el tiempo tratando de aparentar una seguridad que nunca tendría, un hombre que debía infundir miedo a los demás para ser respetado, alguien que no podía permitirse bajar la guardia ni un solo instante, consciente que nunca despertaría las simpatía de nadie, ni el amor de nadie. Ví que alguien así estaría acostumbrado a conseguir las cosas por la fuerza, que en su camino no habría nada que se le ofreciese sino que él tendría la única opción de salir a buscarlo y cogerlo. Ví a un ser para el que ser hombre significaba vivir aislado de ciertos sentimientos y supe en seguida que María era la novia de Garr y todo lo que ello conllevaba. Sentí náuseas, me empezó a faltar el aire.
"Así que fuiste tú quien le dio la paliza a los hombres de J... ¿Tú sólo contra tres?" dijo. "Cuatro" le respondí yo "eran cuatro y supongo que tuve suerte de que no llevaran armas. Yo no llevo". "Sí, no debían de ser muy listos cuando hiciero lo que hicieron. El hijo de J... se encaprichó de mi María. No debió hacerlo. ¿Sabes que J... tiene de plazo hasta mañana para entregarme a su hijo? Lo hará. Un hijo así de estúpido no merece la pena. Aún no sé qué haré con él. No debió tocar a María. María es mía, todo el mundo lo sabe. Se lo haré pagar caro. Se lo haré pagar caro a cualquiera que le ponga la mano encima a María" dijo remarcando las últimas palabras para que yo fuera consciente de su advertencia. "¿De qué conoces a María? me preguntó. "Una vez le saqué a un tipo de encima en un bar. Eso es todo. Luego me contó que iban detrás de ella y me pidió venir conmigo. Yo le dije que no podía estar por ella, que tenía que hacer unas gestiones en la ciudad y luego me marcharía". Garr me miraba divertido. Imaginaba que yo estaría muerto de miedo. Pero no lo estaba. Estaba inquieto. Inquieto y asqueado. "¿Eso es todo?" preguntó él. "María es una gran chica, siento mucho lo que le ha pasado. Si fuera por mí esos tipos estarían muertos" dije. "Lo estarán, lo estarán. No te preocupes". Volvió a sonreírme. "Estás en casa de Carmen, ¿verdad?" preguntó. "Sí", le respondí. "Esta bien, mañana por la noche celebro una pequeña fiesta con unos amigos, me gustaría que vinieras" "No sé si podré, ya habré acabado lo que vine a hacer a la ciudad y es muy probable que ya me haya marchado" le dije. "No me harás ese desplante ¿no? Conocerás a gente muy interesante e influyente. Se te pueden abrir muchas puertas". Callé. "Vendrás" dijo dándome una palmada en la pierna. "Álvaro, el chófer, te pasará a buscar a las ocho. Sansón te prestará ropa adecuada".
Salí del coche mareado. El chófer me miró un instante, cerró la puerta y se subió al coche. Garr bajó el cristal. "Hasta mañana, entonces" dijo.

Vídeo: Cómplices & Presuntos implicados - Los tejados

Para María

martes, 27 de mayo de 2008

Ella


Ayer salí a buscarte. No estabas. Cada vez que dices "luego te llamo" es como si abrieses un paréntesis que no se cierra, como si la vida se me quedara suspendida, como si el aire se volviera lento al entrar en mis pulmones. Ayer, cuando salí a buscarte, tampoco estabas. Luego se me fue cansando la esperanza, que a veces se me antoja como un jarrón de porcelana, y la dejé encima de la mesa del comedor a merced de los gatos, a los que les pusieron las orejas en punta y los ojos como platos. Esta mañana, como se supone de unos inquilinos tan dados a romperme cosas, la esperanza no estaba tampoco y sí algunos pedazos esparcidos por la casa. Saqué la escoba y aproveché para, de paso, barrer. Luego, me hice unas tostadas y tomé la primera copa del día con el café. Bueno, por lo menos esta vez, comí tostadas. Algo es algo y por ahí se empieza. Llamó el vecino del tercero cuarta. Mi gato le había pegado una paliza al suyo. "Se metió en mi casa y le pegó al mío, lo llevamos al veterinario, esta es la factura". Cogí la factura y le dije que ahora no tenía dinero en casa. Se fue a trabajar y yo me fui a la cocina, abrí una lata de comida para gatos y se la puse en el balcón. Llegaron al oír abrir la lata. "Buen chico, buen chico" le dije acariciándo a Ulises. Me acordé de lo mal que os llevabáis Ulises y tú y que eso me resultaba extraño, Ulises se relaciona muy bien con todo el mundo menos con otros gatos. Debía de ser eso. Debía de haber sospechado de tí, de tus ojos de gata.
Sonó el móvil. Era un antiguo cliente de Sevilla. Le dije que ya no trabajaba, que estaba en el paro, que ahora era otro el que se ocupaba de mi trabajo. Me preguntó quién y le dí el teléfono. "Ahora que no nos vamos a volver a hablar te lo puedo decir. Eres un gilipollas, un imbécil venido a más, un puto analfabeto con dinero". El tipo se quedó en silencio. "Te iré a buscar y me lo dirás a la cara". me dijo a gritos. Le colgué. Volvió a llamar y a llamar y a llamar. A la sexta vez le volví a coger el teléfono "¿Lo ves? Un gilipollas". Dejé el teléfono encima de la mesa, donde por la noche había dejado la esperanza, por si pasaba lo mismo. El tipo gritaba y gritaba, mientras a mí me entraba una risa tonta. Me serví otra copa, salí al balcón y me apoyé en la barandilla. Por la calle, la gente iba y venía con prisas camino del trabajo, a llevar a sus niños al colegio, a volver a sus casa después de haber pasado la noche en otra cama distinta. Una mujer con un carrito de la compra alzó la vista y se cruzó con la mía. Me sonrió y yo le devolví la sonrisa levantando mi vaso. Luego, siguió su camino. Yo, entré en casa y me puse a hacer la cama, había mucha ropa que lavar, acumulada quizá, durante los dos últimos meses. Sólo eso me llevaría el día entero. Plancharla, otros dos días. Puse la primera lavadora y me senté en el sofá a leer. Ulises se me acercó y se acurrucó a mi lado. Tuve ganas de servirme otro trago pero no lo hice, esta vez fueron más fuertes las ganas de empezar de nuevo. Recordé la sonrisa de la mujer del carrito de la compra y volví a sonreírme. La lavadora empezaba a centrifugar. Eran las once menos cuarto y ya había perdido casi toda la mañana. Sonó el móvil. Eras tú. Lo cogí. Hablamos. Hablamos como si tal cosa y cerraste este paréntesis, un paréntesis de días. Recé para que no acabaras diciendo eso de "perdona, ahora te llamo" y abrieras otro pero no tuve esa suerte. "Me llama el del seguro, ayer se me rompió el toldo, ahora te llamo". Y empezó todo de nuevo, como casi siempre estos últimos tiempos. Ulises me miraba desde el sofá. "Esa chica te va a acabar jodiendo la vida". "Esta vez no" le dije "esta vez no".

Vídeo: Pedro guerra - El marido de la peluquera

lunes, 26 de mayo de 2008

Necesito el mar


He visto caer la tarde (literalmente) con una piedra atada al cuello desde lo alto del puente. Cayó y salpicó a un barco que llegaba desde Indochina cargado de vainilla y en ese revuelo de aire humedecido me llegó el olor a goma de borrar, flanes, natillas... las natillas que nunca me hizo ninguna abuela. Pero estábamos en que la tarde se precipitó y yo lo ví sentado en una de las terrazas del viejo puerto rehabilitado como zona de ocio. Luego estuve pensando si había sido un suicidio, un asesinato o es que esta precisamente es la forma que tienen las tardes de desaparecer y yo no me había dado cuenta hasta ahora. Un hombre con un traje de terciopelo amarillo me sonrió y me dijo "es usted muy observador, muy observador, muy observador" y luego se rió y se fue saltando hasta un grupo de turistas, probablemente holandeses, que le dieron unas monedas para que les dejaran en paz. El hombre se enfadó, tiró las monedas al suelo y se fue con la cabeza muy alta. Eran las nueve ¿de la mañana o de la tarde? (habíamos quedado en que la tarde se estaba ahogando en el agua) y yo me había quitado, por primera vez el jersey. Se me erizaba el vello de los brazos al contacto con la brisa templada y salitrosa del mar. El camarero que me había servido anteriormente transitaba sin descanso las tres mesas de la terraza. "¿Le falta algo al señor?" "Sí, alguien que me comprenda" pensé en decirle, pero luego pensé "eso de ir de víctima no va contigo, demasiado orgulloso para decirle a un desconocido algo tan íntimo. Demasiada intimidad a cambio de una copa". Pagué, me levanté y fui hacia el barrio viejo pensando aún en si era suicidio, asesinato o simplemente, penalty. En el barrio viejo hacía tiempo que se habían encendido las farolas y el aire que había subido desde el puerto con las callejas estrechas se había ido emponzoñando con el olor a cloaca y basura de los rincones. Era como si hubieran concentrado la sal en el aire, como si el calor hubiera ido evaporando el agua hacia las nubes y se hubiera quedado un resto de almíbar pulverizado que te impregnara hasta los huesos. Cuando cae la noche en el barrio viejo los rateros y las putas salen de sus escondrijos como las cucarachas de una cocina infecta al apagar la luz. Hablo con propiedad, yo he sido uno de ellos, este es mi barrio, en el que me criaron a partes iguales, la miseria y las putas. Ahora es distinto, he venido de turista, nadie me reconocerá porque nadie de los que fueron mis compañeros sigue aquí. Los más listos se fueron como yo, los otros no habrán sobrevivido a la mala vida. Hay leyes inexorables, leyes como la gravedad, inalterables e implacables, nada que ver con las leyes que dictan los hombres. Si estás demasiado tiempo en un lugar peligroso acabas por morir, esa es la ley. Se me acerca un niño de unos once años jugando al fútbol con otros críos de su misma edad, tropieza, se disculpa, le cojo la mano y le quito mi cartera. Él me sonríe, me recuerda a mí con su misma edad. "Es mejor que no te confíes. Nunca sabes quien puede ser un policía" le digo. Se asusta. La palabra "policía" sigue significando lo mismo: corrupción, brutalidad, torturas y cosas peores. "Tranquilo, no soy de la pasma pero debes tener más cuidado". El crío retuerce el brazo como una anguila y lo suelto, lo suficientemente tarde como para que sus compañeros no vean que lo estoy dejando escapar, lo suficientemente tarde como para que él pueda decir luego "hice así y me solté y corrí como el viento". El barrio tiene mejor aspecto que cuando era niño. Las calles son peatonales, hay bares de gente joven, peluquerías, tiendas de souvenirs, algún que otro restarurante, y bares. Antes sólo había bares, sólo había locales con olor a ceniza requemada, a humo y fritanga de aceite aprovechado más de la cuenta. Cambia el mundo y cambia mi barrio al que se han visto empujados los jóvenes desde los otros barrios en busca de alquileres más baratos y en los que sobrevivir. Esa es la táctica de las ciudades, encarecerse hasta engullir los territorios que no quiere nadie, empujados desde otros barrios, empujando a los que no tienen nada, como ratas, al mar para que se ahoguen.
Una puta joven y delgada, despeinada como una escoba del revés y con la piel mustia, me dice algo cuando paso por su lado. Le dijo que no y le deseo suerte. Se queda callada y sé que, a mis espaldas, me mira perpleja. Por lo visto se perdieron también las buenas costumbres en el barrio, como la de desear suerte a quien, es evidente, que la necesita. Al embocar la calle M..., la nuestra, me he acordado de tí. Me ha venido de repente, la idea de que este volver es sólo por tí, de que ha sido como una especie de viaje que te había prometido hacer y no pude ofrecértelo a tiempo. Nuestra casa aún sigue en pie y, aunque pueda parecer imposible, tiene peor aspecto que entonces. Me acuerdo de tí, del olor de la tortilla de patatas cuando subía de jugar en la calle, de tu bata desgastada, de tu obsesión por que hiciera las cartillas de ortografía (ya ves de qué poco me sirvieron), de tu lucha diaria con el casero, de tu miedo a salir a la calle y verte entre tanta pobreza, como si dentro del piso hubieras imaginado un reino aislado del resto del barrio, un lugar en el que éramos moderadamente felices, tú y yo, a la espera de que papá volviera y deseando que se fuera cuando estaba más de dos días en casa. Me acordé de tí y de que te prometí volver a buscarte y no lo hice. Demasiado tarde.
Paso por debajo del balcón de casa y no me atrevo a mirar hacia arriba, doblo la esquina y me pierdo calle abajo. Necesito respirar, necesito aire, el mar... necesito el mar.

jueves, 15 de mayo de 2008

Cien

Cuando cuentes hasta cien estaré muerto. Cuenta despacio, quiero vivir muchos años. Cien. Podría haber dicho diez, demasiado fácil, o un millón, nunca te hubieras puesto a contar. Pero cien... cien está bien. Ni demasiado cerca ni demasiado lejos, un ataque de ira y podrías contar hasta... ¿sesenta? Luego se te pasaría, iría disminuyendo la rabia y dejarías de contar y entonces yo estaría a salvo. Cien está bien. Para que cuentes hasta cien deberías odiarme mucho y si llegara el día en el que me odiaras lo suficiente como para contar hasta cien... entonces mejor muerto.
Esta tarde me dejado caer cuesta abajo, quería meterme las manos en los bolsillos pero no pude. Bajé por la calle con las manos colgando como un imbécil, me arreglé el cuello de la camisa para hacer algo útil con ellas. Hacía calor esta tarde, y yo estaba nervioso y era jueves, una mala combinación. Un hombre se me acercó y me pidió dinero. Llevaba una muleta y parecía necesitado de verdad. Le dije que no y continué caminando pero me lo llevé a él y esa estúpida y mecánica manera que tengo de asustarme cuando un desconocido me dirige la palabra. Parecía realmente necesitado, cuando llegué al parking me cobraron 2,74 € por poco menos de una hora y pensé que gasto dinero en cosas poco importantes y dejo de gastar en otras. Dinero. Odio y amo el dinero. Me puedes comprar con dinero. No siempre pero a veces... tú no, claro. Tú no te vendes... En realidad me refería a que a veces me encapricho de algo y entonces... entonces reuno dinero y lo compro. Eso es comprar y es venderse. Sí. El dinero que das es el mismo que te hace esclavo. Bien. Se acabó la moralina. Estuve toda la tarde tratando de centrarme sin conseguirlo. Traté de engañar a uno y traté de hacerle entender a otro algo en mi beneficio. Concerté varias visitas, leí el equivalente a cuatro páginas y absorví un grano de sal sobre una muela (con gran dolor). Luego pasó lo de bajar la calle y lo del hombre de la muleta. Pero eso ya no importa. Importa que puedes contar hasta cien y ya sabes: estaré muerto.

Vídeo: Ya sé que me repito pero hoy... hoy lo necesito

En el país de miles de esfinges


Es absurda la vida. Nacer para morir. Y entre tanto, perder el tiempo, como cuando estás en la sala de espera esperando a que te visite el médico. Es estúpido si lo piensas. ¿Y ahora que he nacido qué hago? se dice uno con cara de tonto. "Seguir unas normas de uso" y aprendes a hacer lo que los demás, a vestirte como los demás. Me acuerdo de aquellas sesiones de colonia y peinado que... ahora que recuerdo, cuando por las mañanas me levantaba para ir al cole mi madre ya se había ido a trabajar. Todas las mañanas de mi infancia fueron un después de que mi madre volviera a trabajar. Eso ahora da igual, aunque lo que haga inmediatamente después de levantarme no difiera tanto de lo que he estado haciendo los últimos treinta años. En esencia todo es lo mismo.
En esencia todo es lo mismo, todo es un repetir la misma escena, el mismo reloj marca las mismas horas de días distintos que se parecen mucho entre sí; pero que son el mismo, la misma estructura, veinticuatro jodidas horas, levantarse después de dormir, irse a dormir cuando el sueño le dice a uno que ya es bastante por hoy. Desayunar, comer, cenar. Y mientras esas pequeñas islas de perder el tiempo. Sé que estoy vivo cuando pierdo el tiempo, cuando se me cae a borbotones y se desparrama por mi nada. Entonces sé que todo lo demás es un despropósito, una forma de ser otro, de mantenerme en movimiento para no pensar. Para que no se me pase por la cabeza dejar de huír.
Me paso la vida huyendo. No sé de qué ni hacia dónde. Sólo sé que huyo de algo inconcreto, de un gran monstruo, de un irreal país de esfinges que plantean enigmas que me mantienen entretenido.
Si pudiera elegir una cosa (una sola) elegiría dejar de huír o saber de qué estoy huyendo.

martes, 13 de mayo de 2008

He visto al monstruo dormido. Nadie ve al monstruo y sale indemne.

Hace días que no puedo escribir. No sabría explicar qué me está pasando. Hace días que el tiempo pasa muy pero que muy deprisa y se me quedan las manos pegadas a otras historias que creí que no volverían a pasar por mi día a día. Hace días que me me despeño, que caigo desde una altura poco desdeñable; y en mi caída voy dejando atrás (arriba) nubes y águilas. Se va acercando el suelo. Me voy acercando al duro suelo. No me importa. Sé que volveré a levantarme. Siempre es así. El domingo alguien me dijo que le recordaba a Sísifo. Yo le dije en coña que él me recordaba a Tutankamon... pero lo cierto es que el muy cabrón llevaba bastante razón (yo también) y me creó cierto desasosiego. Vienen días extraños, lo he visto en el fondo de una taza de café esta mañana. Llegan días de cambios convulsos, lo he visto en lo rápido que me pasa el tiempo y en lo poco que me queda de él en los huesos. Siento no poder hacer más. Siento que esto dura demasiado tiempo (por mucho que pase rápido). Tengo miedo. Sé que volveré a ponerme en pie pero tengo miedo. El bicho hace días que duerme, el bicho hace días que planea algo...

miércoles, 7 de mayo de 2008

Madrid


Madrid. Todo es posible en Mdrd. Tela de araña que... me pregunto dónde dormirá la araña y qué comerá. Me alojo en un hotel barato con vistas a una calle en obras, en las orillas de un polígono artificial de grandes edificios y de coches caros... pero sigue siendo un polígono en el que no alcanzo a ver... ¿será aquí donde se esconde la araña? Hoy empieza la feria, quiero decir que hoy empieza para los que la visitan. Para mí empezó mucho antes... empezó el día en el que entré en este juego de vender y comparar... y comparar y comprar, y... He puesto a enfriar el cava en una nevara portátil, así que ya sabes que ya puedes pasar... ¡pasen y vean, con todos ustedes el niño que se covirtitó en cocodrilo por desobeceder a sus padres! No. Esta es otra clase de feria, esas de tratos y stands, mierda, yo creí que habría una noria y El Látigo y algodón de azúcar y el túnel del amor y esa magia de los sábados por la tardey noche de principios de verano. Y no es así (y ya me han robado una silla, me han llamado señor tres veces, he manchado de pintura blanca la moqueta negra y tengo más propaganda ajena que propia... en sólo una hora, quedan cuatro días. Paciencia toni) Paciencia.

sábado, 3 de mayo de 2008

Nos vamos pa Madrid!

¡¡¡Me voy a la feria!!!

Semana de trabajo intensivo, de sonrisa-falsa-perenne, de oportunidades y de tener que aguantar pesados pero... tan necesaria... que no ir sería como tirar la toalla. Nos vemos en Madrid. Estáis invitados. La feria de la edad de PIEDRA 08, stand 5E08.
Copa de cava, ya sabéis. Para despertar y entretener al bicho.