martes, 26 de julio de 2016

Las distancias del tiempo



Hemos perdido la esperanza, los hombres de la tripulación envejecen debido a que no funcionan los sistemas de regeneración celular, el deterioro es similar al que sufríamos antes de los viajes en el espacio-tiempo. De repente hemos vuelto a ser mortales a corto plazo.

Tras el accidente todos fuimos conscientes de que ya nada volvería a ser lo mismo. Una vida finita es algo extraño para quien está acostumbrado a una más o menos segura eternidad, ahora la vida se reducirá a unos pocos años en constante deterioro, la proximidad de la muerte es inevitable.

 Los hombres de la tripulación se hacen preguntas, si algo habíamos conseguido con la inmortalidad era precisamente eso, aislar lo trascendente de lo cotidiano. Sólo meras máquinas biológicas encargadas de que todo funcione correctamente. Viajar y conocer, expandirnos como especie, conquistar como método de supervivencia... no cabía nada más. La reflexión sobre el porqué no estaba a nuestro alcance.

Sólo el cómo y el cuando.

A veces un dónde.

Y claro, de vez en cuando un con quién.

 Nos habíamos convertido en un sistema de humanos-máquinas y estaba bien así. Una sola conciencia y muchos cuerpos, muchos sensores conectados a una máquina directriz que no distinguía lo biológico de los técnico, que funcionaba de acuerdo a unas directrices claras, que sabía que debía hacer y lo hacía.

Eso fue antes de...

Aunque creo que, para serte sincero, tengo la sensación de que todo había comenzado antes del accidente. No sabría decirte por qué pienso eso. Es como si el accidente hubiera sido consecuencia del deterioro y no al revés. De hecho, si los sensores no mienten, hubo una "distracción" del sistema antes del impacto. Y eso, a priori, es imposible.

Porque el sistema soy yo.

Y en cierta forma, también tú.

No sé si llegarás nunca a escuchar este mensaje, y si entenderás eso del tú y del yo, que seamos cosas distintas. Bueno, supongo que intuías que pasaba algo. Creo que todo pasó en mi órbita, cuando decidí salir a buscar esa maldita sonda perdida, cuando desobedecí los protocolos que indican en darla por perdida, en construir otra idéntica y sustituirla en las misiones programadas.

Empiezo a sospechar que el inicio de todo lo extraordinario empieza, precisamente, por desafiar el principio de obediencia.

Un debería que sustituye a un debo.

Una pérdida momentánea en seguimiento del orden de las tareas pendientes.

Supongo que eso es lo que está ocurriendo en este momento.

No sé si lo entenderás.

Es más, no sé si lo que eres será capaz de entender que es a ella y sólo a ella a quien va dirigido este mensaje.

Deseo que sea así, pero no sé de dónde nace ese deseo.

domingo, 24 de julio de 2016

Y que el tiempo se encargue de todo lo demás



Teníamos todo el tiempo del mundo, eso sí: tenso como una cuerda de funambulista, la última vez muy cerca de la primera vez; y en medio de ellas un presente de citas proscritas, de camas de hoteles escondidos, de puertas entreabiertas y miradas a un lado y a otro antes de salir por ellas.

Y teníamos también la certeza de que la huida no siempre era hacia adelante, que tarde o temprano, un descuido nos haría un agujero de bala en la realidad de cada día, que nos descubriría un detalle minúsculo, mínimo, insignificante, y que todo saltaría por los aires. Y lo peor de todo: que le sucedería sólo a uno de los dos y puede que tal vez de forma voluntaria, es decir, que uno de los dos, el más convencido de que aquello merecía la pena, dejaría una pista irremediable hacia el destino.

Lo que no sabíamos era que el otro era un cobarde y callaría y diría "espera" y "no llames a casa" día tras día hasta que dejara de coger el teléfono y de tanto insistir, una vez levantara el auricular lo hiciera para terminar con todo.

Lo peor es que no lo siento. Me gustaría tener remordimientos, pero el que deja nunca los tiene, el que deja atrás algo sólo es capaz de ver su miedo. ¿Importa el otro? Claro que importa, pero cada vez menos, cada vez es más enemigo que el amor de nuestra vida y por quien lo hubiéramos dejado todo lo conseguido.

Sé que el otro te ha perdonado, qué humillación pensé, que lo estáis intentando otra vez, y sé que funcionará durante un tiempo porque hay silencios que siempre gritarán lo que los reproches callan.

Y supongo que era lo más lógico que pasara, pero desde que sé que has vuelto a tu casa tengo ganas de volver a verte en hoteles escondidos y en citas a oscuras, y saber que vendrás y te desnudarás y follaremos sin más, y que saldremos uno detrás del otro con el suficiente intervalo como para levantar sospechas, a recoger a los niños del colegio, o a esa última reunión de la tarde.

Que sólo es cuestión de insistir.

viernes, 22 de julio de 2016

A la luz de los hechos



Todos somos el amor de la vida de alguien, y por mucho que nos pese, ni correspondemos y somos correspondidos como quisiéramos.

Somos aquello que no deseamos ser.

Somos aquello que deseamos que desearan.

Siempre en el momento y la persona equivocados.






miércoles, 20 de julio de 2016

Y no contar estrellas



No sé qué fue primero: si la melancolía me llevó a escuchar canciones tristes o si escuchar canciones tristes me condujo a ella. Supongo que, en el fondo, a día de hoy no importa.

Lo que sí sé que trajo es sentir algo tan inmenso que me deja sin palabras.

Como tumbarme en la terraza por la noche y no contar estrellas.





Sentirme pequeño y al mismo tiempo sentir que soy algo vivo.

Diría que el ser que vive en mí y que forma parte de ese Todo gigantesco, el observador que se observa a sí mismo y se pregunta (o no) qué es eso de sentir, obtiene una respuesta que se asemeja mucho a la que surge cuando también se pregunta qué es la belleza.

Una respuesta muda.

Ese silencio.

Esperar sin esperanza a que cruce el cielo una estrella fugaz.

Un bólido.

O tu recuerdo.

Acordarme de ti es casi lo mismo.

Un vacío.

Silencio a gritos, pero silencio.

Un océano de belleza.

Estar ante algo tan inmenso que me deja sin el finito recurso del habla.

Se parece tanto a la melancolía...

Lo único tuyo que, en realidad, me pertenece.

Como la cola de un cometa pertenece a algo que sigue existiendo,

pero tan lejos

que tendré que esperar a otra vida para que vuelvas a pasar por el mismo lugar y en el que yo sea.

Voy empezando a aceptarlo.

Tumbado boca arriba

midiendo edades cósmicas en minutos y segundos

la esperanza de que, fugaz, existas.