viernes, 28 de septiembre de 2012

El derecho a decidir


Con todo esto que está ocurriendo en este país parece que ha pasado a un segundo término que el gobierno, más concretamente, el ministerio de Justicia, está preparando una nueva ley del aborto, o modificarla tanto que va a parecer nueva. La noticia pasó casi inadvertida dadas las circunstancias, pero básicamente, la ley que probablemente se aprobará dada la mayoría absoluta que el partido en el gobierno tiene en el congreso, viene a decir que el aborto no será libre, que si una mujer se queda embarazada no tendrá derecho a decidir si tiene ese hijo o no lo tiene, no podrá esgrimir razones económicas (una boca más que alimentar dadas las circunstancias del país es inviable para muchas familias), de problemas de salud del feto (malformaciones, enfermedades,...) o de simplemente, ahora no es le momento.

Decidir qué hacer con intimidad en función de tus circunstancias, decidir no traer a alguien al mundo porque no puedas atenderlo o darle las oportunidades que merece, porque el entorno es hostil (y no se ve que haya futuro) es algo básico. Que el gobierno decida por ti es, cuanto menos, un atentado a tu libertad.


El negocio de robar niños.
El proyecto de ley tiene un lado perverso, teniendo en cuenta que no hace mucho ha salido a la luz un asunto de secuestro de niños por parte de un entramado de médicos, enfermeras, monjas, etc. en algunas clínicas durante las décadas de los setenta y ochenta. A la madre se le decía que el bebé había muerto pero en realidad se les había entregado (vendido) a familias con recursos y adscritas a corrientes ultra-católicas. ¿Por qué se robaban niños en los ochenta? Cuando los gobiernos progresistas de Felipe González aprobaron la ley del aborto, el número de mujeres que daban a luz y no poder hacerse cargo de ellos disminuyó considerablemente, hundiendo la industria de la adopción, siempre en manos conservadoras. Miles de parejas se vieron forzadas a buscar hijos en otros países puesto que en éste el número era limitadísimo y las listas de espera, interminables. En los ochenta se empezaron a robar niños para familias escogidas por un grupúsculo de mesiánicos que repartían los bebés como si el mismo Dios se los hubiera entregado en una repetición del milagro de los panes y los peces.

Pero eran seres humanos.

La verdad es que a mí me suena un poco raro lo de vamos a volver a tiempos de Luis Candelas y a aquella estigmatización de la mujer más propia del catolicismo represor del sexo, algo así como "consérvate virtuosa y no tendrás la vergüenza del fruto de tu pecado" o en el fondo, restar dignidad a los más pobres, por tener que dar sus hijos a otros más ricos. A mi me suena a servidumbre y esclavitud.


Nos quieren siervos y esclavos.
Porque lo que está en juego es el derecho a decidir. Y el derecho a decidir sobre lo que vas a hacer con tu vida y la de tus hijos es lo que te hace libre, qué eres y cómo vas a vivir, con qué carga o con qué posibilidades vas a afrontar tu futuro. Las libertades en el mundo son un campo de batalla donde se enfrentan dos modos de pensar:

- los que votan para que los elegidos hagan lo que se les pida que hagan.
- los que votan para que los elegidos les digan lo que tienen que hacer. Y si es sin tener que votar, mejor.

Hay una parte de la sociedad que tiene miedo a la libertad. Miedo a la suya propia (tener que decidir y equivocarse), y miedo a la libertad de los demás (que los demás decidan algo distinto a lo que ellos decidirían y que no se equivoquen). La libertad (ya lo dicen muchos filósofos y coach) es la ausencia de miedo irracional.

La gran estafa de la crisis está cimentada en el miedo. En el capitalismo hay dos posiciones que se resumirían en dos frases:

Posición ON: "Tranquilo, no pasa nada, ya me lo pagarás mañana". Esto nos lleva a la expansión y a la sensación de omnipotencia. Crédito a diestro y siniestro, huida hacia adelante...

Posición OFF: "No podemos gastar". Esto lleva a la contracción y al miedo. No hay liquidez, no hay dinero porque el dinero no circula. El mañana del "ya me lo pagarás mañana" ha llegado y te reclaman la devolución para cuadrar números. Desconfianza, miedo.

A mí me suena a lanzar las redes sobre un banco (qué ironía de palabra) de peces y cuando ya está bastante llena la red y se recoge el fruto de la faena, pero no tan llena como para que se rompa la red. Mira, que a mí me parece que eso de la frase de "Tranquilo, ya me lo devolverás mañana" me parece un anzuelo. Por eso muchos creemos que todo está premeditado.

Para la pesca de arrastre hace falta una red de bancos por un territorio, unos barcos que trabajen coordinados (fondos de capital) y unos marineros que tengan experiencia en pescar y que, sobre todo, no se identifiquen con lo que pescan.

Cuando no se tiene en cuenta el drama de las familias, de las dificultades de la mayor parte de la gente, cuando el dinero se acumula en pocas manos a costa de que desaparezca del bolsillo de la gran mayoría, y cuando la razón de existir de esas pocas manos es ganar el máximo posible sin importar de dónde salga el dinero y sin importar qué consecuencias tenga para los demás, estamos, además, frente a una injusticia. El sistema capitalista salvaje es injusto. Y lo ha sido siempre. Lo ha sido con todos los pueblos oprimidos por intereses comerciales y que a nosotros nos han importado un bledo que les pasara.

Yo soy un pez que mordió el anzuelo. Lo reconozco. Un dúplex en la mejor zona, un coche de alta gama, una empresa que trabajaba en un radio geográfico amplio... ferias, cenas, proyectos...

Y ahora estoy atrapado en la red.

Si tuviera un hijo tendría que darlo en adopción porque no podría mantenerlo o lo condenaría a mi misma situación... todo mi presente desapareció con el tsunami de la crisis.

Miedo. El conocimiento te libra del miedo. No tener miedo es ser un poco más libre. Conocer qué está pasando, es poder hacer un agujero en la red para salir.

En ello estoy. Si eres consciente de ello tienes más posibilidades de decidir. Con ello no quiero decir que sea fácil. La red es tupida y está todo muy bien montado. Sé que, además, fuera de la red, están los tiburones esperando a los que escapan. Los business angels, los fondos de capital riesgo que te "financiarán" tu invento, tu método para salir de la crisis...

A veces también es cuestión de que te sonría la suerte. Pero la suerte hay que buscarla. ¿La buscas conmigo?

jueves, 20 de septiembre de 2012

Runaway train



A veces la valentía consiste en no dejar que el mundo sea un lugar donde sólo ganan los cobardes. Y ser capaz de dar un paso al frente cuando más miedo tienes a no ser lo que se esperaba que fueras, a no ocupar ese lugar que se te había asignado.

A veces ser valiente es ser capaz de huir a algún lugar donde no te conozcan y puedas empezar de cero, donde nadie tenga expectativas acerca de lo que puedes o no puedes hacer. A veces lo más valiente es huir del personaje que interpretamos como si de una cárcel se tratase.

Tal vez tengamos una oportunidad mientras creamos que podemos cambiar, que en otro lugar podremos ser diferentes, pero quizá no sea verdad y siempre haremos las mismas cosas que hacíamos, quizá somos presos de lo que realmente somos y lo llevamos con nosotros allá a donde vayamos.

Me he dado cuenta de que no soy eterno, pero que esta vida sí se me está haciendo eterna. Eso me indica que debo cambiar cosas, y voy a hacer cambios en mi vida. Cambios. Tantos cambios como me sea posible, tantos que me va a parecer que vivo otra vida que no es la mía.













martes, 18 de septiembre de 2012

La verdad sobre los duendes que crees que habitan tu casa


Hace días que quería contártelo, todo eso de que se te cambiaran solas las cosas de sitio es cosa mía, bueno, en realidad no estoy seguro. Lo que se te comieran la mortadela me extraña, porque a mí no me gusta y aún no he aprendido a que mi fantasma abra las puertas de los armarios o de la nevera. Eso creo que debe ser otro fantasma. Pero no lo he visto, me moriría de miedo si lo viera, de hecho es un alivio que no me refleje en los espejos... (a ver si voy a ser también un vampiro, lo que me faltaba ya, el fantasma vampiro come mortadela). Pero no, yo sólo te cambio las cosas de sitio, porque he decirte algo que debí decirte hace tiempo: Yo me cuelo en tu casa cada vez que me lees.

No puedo explicarlo, me lees y yo puedo atravesar la pantalla sin esfuerzo. Bueno, yo todo no, quiero decir que mi cuerpo y mi mente se quedan aquí, al otro lado, en mi otro lado, pero de alguna forma que no entiendo me paso agarrado a las palabras como si las frases fueran una cuerda de la que tiras al leerme. Yo sólo tengo que vencer el miedo al golpe que me voy a dar contra el cristal de tu monitor, pero hasta ahora no me la he pegado, siempre acabo pasando, como si estuviera hecha de niebla, como si fuera un humo sin incendio.

A veces me quedo un rato a tu lado, pero como no puedes verme (ni yo tocarte) al cabo de un rato me doy una vuelta por tu casa, miro las fotografías que tienes a la vista, me imagino tu pasado, me pregunto si elegiste tú esos muebles y si los dispusiste así, quién te ayudo a colocarlos, si vienen a visitarte tus padres de vez en cuando, si estos rastros de escamas de sirena (casi invisible) que hay por el suelo son tuyos o los restos del naufragio de algún sueño que igual ni recuerdas. 

Tu casa de define pero fisgonear no me interesa, la verdad es que yo no vengo por eso, yo vengo por ti, porque te escucho muchos días mientras estás delante del ordenador; bueno, a veces también, mientras me lees, como ahora, puedo yo leerte el pensamiento. Bueno, ¿qué esperabas? Igualdad de condiciones, yo creo que es justo ¿no? 

Ahora que ya lo sabes igual crees que sé demasiado de ti, pero sé que te escucho porque me acuerdo cómo me siento cuando lo hago, sin embargo, soy incapaz de recordar qué piensas. Al día siguiente lo he olvidado, sólo me queda una sensación de querer volver a leerte por dentro, y ya sé que está mal decirlo, pero creo que me estoy volviendo adicto a esta clase de cosas que eres cuando piensas, no sabría cómo expresarlo, si al menos pudiera recordar una parte de lo que te escucho pensar... 

Igual ahora crees que soy un bicho raro. No, no lo piensas, aunque claro, tampoco lo recordaría; porque si lo pensaras no hubiera vuelto. Quiero decir que si lo paras a pensar tú también, de otra forma, también sabes lo que pienso.

Lo que no creo es que sepas que esto lo escribo por ti. Es extraño si te lo paras a pensar. Puedes leerme el pensamiento sin saber que ahora mismo estoy pensando en ti.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Llega de nuevo el frío



Me deslizo por encima de las sábanas como un surfista que llega al verdadero fin del mundo, del mundo plano medieval aguantado por elefantes y que se tanto se parece a su cama. Me siento en el borde con los pies colgando en la orilla por donde caen los barcos hacia el abismo, pero yo sólo veo parket y mis pies lo sienten cuando me decido navegar lo desconocido.

Me doy la vuelta y la miro por si le ha despertado el maremoto de mi cuerpo abandonando el viscolástico que, al recuperar su forma, borra la huella que he dejado esta noche. Duerme o finge dormir, perdida en algo que ni ella misma recordará al despertar o demasiado consciente de lo que ocurre a su alrededor. Creo que duerme, su cuerpo no miente tan bien como su boca, su cuerpo está relajado como el de un jaguar tumbado y despreocupado.

Voy a tientas hasta la cocina, a oscuras por el pasillo, y entro en la cocina y cierro la puerta antes de encender la luz. Pongo leche a calentar, necesito algo caliente en el estómago, algo que me abrace desde dentro, no entiendo este frío que siento, sé que en la calle hace calor, que en la casa las ventanas están cerradas, es como si mi cuerpo no entendiera nada y fuera por su cuenta, como si algo dentro de mí hubiera puesto en marcha el motor invisible de una nevera. Me pregunto si esto será eso que llaman "quedarse helado", si esto tiene que ver con el estado de shock que no quise tener unas horas antes.

Ella sigue durmiendo, lo noto. Tengo la facultad de intuir si hay alguien en tensión en unos metros a la redonda. Siento su presencia, siento físicamente cuando alguien se aproxima, es como si desprendiese un campo electromagnético y algo dentro de mí lo detectase. Debo estar loco, debo ser uno de esos paranoicos que acaban juntando palabras al azar en el periódico hasta encontrar una conspiración oculta, mensajes en los cartones de leche en el super y que vive como si le fuera la vida en ello toda esa parafernalia desquiciada y delirante.

La leche está suficientemente caliente cuando apago el fuego y vierto el contenido de la cazuela en una taza en la que se lee "Asturias" y tiene una caricutura de una vaca con una flor en la boca. Bebo despacio y me sienta de maravilla, el cuerpo se calienta desde dentro, esófago abajo hasta llegar al estómago; mi cuerpo se relaja y se vuelve tibio como si me hubiera echado una manta por encima.

Me apoyo en la encimera y me pregunto con algo más de calma si será cierto lo que me ha contado su amiga esta tarde. No me gusta esa mujer, no me gusta que me haya confirmado lo que yo ya sospechaba desde hace tiempo. Sé que no debería importarme, al fin y al cabo nadie pertenece a nadie, pero me cansa volver otra vez a lo mismo, me cansa tener que volver a tener que marcharme una y otra vez, volver a sentirme como una muestra de colonia que la gastas porque te la han regalado en la perfumería aunque no te guste como huele.

Cuando mi cuerpo se calienta del todo vuelvo a la cama, y en cuanto me meto entre las sábanas ella se despierta y se sobresalta. "¿Te pasa algo?" pregunta. "No, me levanté al lavabo. Duérmete mi vida" y entonces pienso que debería haber aprovechado para ir al baño y en que ya no podré volver a utilizar esa excusa si no me queda más remedio que ir.

No vuelve a dormirse. Yo tampoco. Ambos sabemos por qué no nos dormimos pero no nos lo decimos. A ratos caigo en un sopor nervioso y ella hace lo mismo, por turnos, como si estuviéramos vigilando una puerta por la que de un momento a otro saldrá alguien al que debemos seguir y averiguar a dónde va y con quién se ve.

Por la mañana el despertador nos sirve de excusa. Ambos coincidimos en que hemos dormido mal y me pregunto si ella se pregunta si es el momento de decírmelo o si esperará a la noche, cuando volvamos del trabajo.

Nos llamamos dos veces durante el día, nos preguntamos cómo nos va, pero no nos decimos nada cariñoso. Me habla de forma automática, me cuenta no se qué de un compañero de trabajo al que están a punto de echar y que tiene dos niños pequeños. Le digo que el mundo es una mierda, que todo se está emponzoñando y que deberíamos hacer algo. Ella me dice que yo sólo pienso en lo malo y que lo único que podemos hacer es conservar nuestros empleos.

Por la tarde me acerco a visitar a un cliente en Montacada i Reixach y me cuenta que las cosas van cada vez peor, yo me hago el fuerte, le cuento lo de mi patente, me dice que yo tengo suerte. Le miento y le digo que sí, que tengo mucha suerte, a sabiendas que hoy termina otra etapa de mi vida.

De camino a su casa fantaseo con que gano el concurso de inventos del que soy finalista. En mi fantasía ella es ella y está cansada, se ha aburrido de esperar a que todo funcione, a que gane dinero, se desespera y me dice que no se puede vivir a la espera de que las cosas funcionen, me dice que me busque otro trabajo más, que no puedo vivir siempre soñando un golpe de suerte.

Y sé que tiene razón y que no sé hacer bien las cosas, me gustaría ser el hombre que había sido en el pasado, el que no necesitaba otra cosa que creer en sí mismo, pero ahora me he metido en algo más grande que yo y tengo miedo, miedo a que se me escape de las manos y miedo a que la carroza vuelva a convertirse en calabaza.

Cuando llego a la puerta de su casa me pregunto cuántas veces le habrá llamado él o si habrá sido ella quien le habrá llamado.

Entro en su casa con la llave que me dio hace casi un año y me dispongo a hacer lo que mejor sé hacer desde hace unos años a esta parte: encajar el golpe como pueda. Me pregunto cómo empezará el fin, si empezaremos a discutir por algo insignificante hasta que se haga una gran hoguera o si lo soltará como una bomba, si admitirá lo que cree que yo sé y se callará el resto o si omitirá del todo la existencia de eso que empieza entre el otro y ella.

Oigo abrir la puerta y el sonido de las llaves al caer en la cestita donde deja las cosas al llegar a casa. Nos cruzamos las miradas cuando llega a la sala donde tengo mi ordenador. No hace falta decir nada. Sus frialdad lo dice todo.

Yo disimulo, le paso el brazo por el hombro y le pregunto cómo le ha ido el día. Fría, ahora entiendo que me tuviera que levantar anoche a tomar leche caliente. Era ella.

En cierta forma me alegra que todo esto acabe.

jueves, 13 de septiembre de 2012

En el corazón del bosque


A las cinco de la mañana todavía es de noche, a esas horas los gatos no entienden de oscuridad sino de calma y la respiración se vuelve un ahogo porque mientras tú estás despierto los pulmones siguen dormidos, soñando, quizá, con olores de bosque. Me pregunto si uno sueña el conjunto de sueños de cada uno de sus órganos. Quizá, antes de despertarme rebozado por una fina capa de sábana, soñé el sueño que no me atrevo a soñar contigo, si hago caso a mis pulmones, probablemente estábamos en un bosque. 

A las cinco de aquí es casi media noche en el otro lado del Facebook, en esos momentos ambos vivimos en la cara oculta de este planeta húmedo, encharcado de sombras que no tienen luz que las provoque. Al otro lado hablo con un viejo amigo que está de viaje por México, hablamos del agua, de la vida, de mi sequía, de las noches interminables en Df y de la infinita soledad que provocan las muchedumbres. Nos despedimos sin adioses y nos convocamos a una fecha tan incierta que las hojas de los árboles serán algo así como un recuerdo, y yo sigo pensando en que si pudiera volver a dormirme me gustaría soñar sueños en los que pudiera pasarte la mano por la cintura, pero no me atrevo, por si sólo vivimos juntos en mi cabeza por las noches, como si tuviera miedo de que soñarte fuera el veneno y la luz del alba fuera el antídoto. Un antídoto que no llega a tiempo.

El día se me está haciendo especialmente largo. A las nueve fui a hacer una visita y ya me sentía viejo, estuve a punto de llorar mientras daba una explicación sin sentido, me comprometí a resolver no sé qué papeleo y me enfundé en un enfado contra la luz del día, contra el mundo tranquilo de las mañanas de los jueves. Ahora trabajo lento, tan lento que una parte de mi cerebro (el derecho) duerme y me dice que debo escribir esto. Lo escribo sin convicción. Yo sé que estás ahí y me lees, pero no creo que entiendas que escribo esto, esencialmente, para ti.

A las doce, una llamada me corta el día, hago números, odio los números, me pregunto si la verdad nos acaba haciendo libres o simplemente nos convierte en unos esclavos más conscientes de que lo somos. Repaso el planning del día y acabo por acordarme que debo hacer un informe para esta tarde. El dichoso informe que me persigue desde esta mañana a las nueve. ¿De qué se trataría?

El lado derecho de mi cerebro se despierta. Nos coordinamos y empezamos a redactar un informe del que él sí había oído hablar. La mañana de desliza como por un tobogán de reluciente acero inoxidable y yo pierdo las esperanzas de que hoy sea el primer día del resto del genocidio de mis insomnios.

martes, 11 de septiembre de 2012

Eduardo Galeano: El miedo



Se tiene miedo a lo desconocido, a lo que puede poner patas arriba tu vida, se tiene miedo a que te olviden porque quizá así dejes de existir, miedo a que no te quiera nadie, miedo a no haber sabido querer.

Me pregunto si alguien escribiría si no tuviera un miedo atroz a no tener voz.

A veces pienso en cómo sería un mundo sin miedos sobredimensionados.

lunes, 10 de septiembre de 2012

La senda que no has de volver a pisar


A veces me pierdo, no encuentro las miguitas de pan que dejé para encontrar el camino de vuelta. Creo que ha sido precisamente en esos momentos cuando habitualmente me he decidido a tirar hacia adelante. Pero ahora no sé por qué no puedo.

A veces lo peor es creer que hay una vuelta atrás.

A veces lo peor es huir hacia adelante.

Nunca sabes qué te va a deparar el destino. Nunca sabrás qué hubiera pasado si hubieras hecho esto o aquello otro...

Y sigo sin saber qué decir, como si algo dentro de mí se hubiera secado definitivamente. Hace tiempo que ocurrió pero ahora siento que ya no es posible recomponerlo.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Por si septiembre te trajo la nostalgia


Usted no lo sabe, claro, no puede saberlo, yo me enamoré de usted a base de leerla, se me fue haciendo de noche tirando del hilo de sus palabras y durante la madrugada me preguntaba quién sería usted en realidad, con sus cosas de soledad allá tan lejos mientras me entretenía bajando pantallas con la ruedecita del ratón, fíjese que esa era la única forma en que sentía que tocaba algo de usted.

Yo sé que usted creyó que me encontraba, acá tan lejos geográficamente hablando, pero no creo que reparara en que yo ya entraba en silencio por su casa, recorría con los dedos (de ruedecita de ratón) los haces de luz que entraban por sus ventanas los sábados por la mañana, que olía las tostadas y el café recién hecho (un día le pediré que me diga dónde lo compra) que usted preparaba en esa burbuja de tiempo en la que creía que estaba sola. Pero no lo estaba, yo le leía con el dedo índice, redonda y móvil, toda la infinitud de su vida, porque no creo que haga falta que lo diga, pero usted era esa luz que entraba en mi casa por la noche y usted era mi segundo mundo.

Casi me da un vuelco el corazón cuando encontré un mensaje suyo en mi caja de zapatos, yo no gasto buzón de correo, casi todo lo deposito en una caja de cartón y lo guardo hasta que me voy a la cama y con la luz de la mesita de noche voy leyéndolo como si fueran fotos antiguas de antepasados que no recuerdo o de gente que no conozco. Yo no supe qué decirle, no supe qué constestarle, porque mi huella dactilar se había acostumbrado a usted pero el resto es (soy) un hombre de pocas palabras. Yo sé que usted esperaba más de mí, que yo fuera ese hombre del que tanto hablaba, imagino que las oportunidades son ese tren que dicen que pasa y si dejas que salga, ya no podrás volver a coger, el tópico siempre tiene algo de cierto que lo convierte en universal, al menos desde la invención de los trenes.

Sé que usted ya no se acuerda de mí, que soy algo así como una inexistencia, que el mundo ha cambiado para usted y que ya no me permito el lujo de atravesar los haces de luz que entran por sus ventanas, porque sin saber muy bien cómo, siento que he dejado de ser un desconocido para convertirme en un intruso. Usted no sabe lo difícil que se me hace saber de sus cosas, tirar del hilo, recorrerla con el dedo índice toda la redondez de su cuerpo. Yo sé que usted se aleja porque siento que me crecen raíces en esta estación donde la esperanza a que vuelva a pasar hace que no me suba a ningún otro. Como si las ausencias se hubieran convertido en un mapa de vías de ferrocarril, con horarios y estaciones, como si el tiempo y las probabilidades se hubieran convertido en un país con fronteras con guarda agujas y petición de pasaporte obligatorio.

Sé que se me está acabando el tiempo aunque el tiempo sea un señor infinito, sé que ya todo queda muy lejos, muy atrás, muy escurridizo, pero yo sé que a veces para usted también es inevitable pensar en mí, y que a veces entra a hurtadillas y me lee y hoy... hoy quisiera que entrara y allá donde quiera que esté, aunque sólo fuese de pensamiento, coja un billete hacia donde crea que yo me encuentro, aunque sólo sea por eso de que sólo se vive una vez y nos perdimos el uno al otro, aunque sólo sea para que una vez al menos el deseo derrote a la gran costumbre.