viernes, 29 de enero de 2010

Globos de colores

Hoy he tomado la gran decisión (que no era tan grande ni tan difícil).

vídeo: Love of lesbian - Club de fans de John Boy

Como un robot de madera


Añoro los tiempos en los que tenía algo que decir. Estos días me azotan como el viento a un árbol, me dejan sin energía. Estos días son como de plástico duro, como caramelos insípidos, es leerte y no saber qué decir, es no saber contestarte, es no descansar después de una noche de sueño, es añorarte mientras te miro el ombligo (tu cálido y suave vórtice, habré soñado con él tantas veces sin saberlo), recordar algo que sucedió ayer como si hubieran pasado treinta años. Me pregunto si vivir en este desequilibrio constante es una forma sádica de malabarismo y a veces me contesto algo que no sé si tiene que ver con lo que escribo, con el personaje, con la noche en que todo ocurrió u ocurrirá.

En cualquier caso, ¿qué importancia tiene? Quizá la tendría si cerrara los ojos y en lugar de esta negra noche pudiera verte a ti, pero no puedo, se me acercan-alejan los fantasmas y yo, los borro con manos de pintura negra. Y cuando todo está oscuro, mi alma regresa, el bicho se echa a dormir y la bolsa de plástico transparente se sienta a los pies de la cama, y las palabras por fin se desvanecen como en un sueño. Me hundo en un océano de madrugadas, dejando en la superficie una balsa de madera a contra luz de la luna.

Y se hace tarde y yo, aunque tú no lo sepas, en la distancia, es como si te estuviera viendo.

vídeo: Weezer- Island in the sun

viernes, 22 de enero de 2010

Todos los juguetes rotos


No iba a escribir ninguna entrada. Hace días que no escribo, no pienso, no vivo. Diría que ésta ha sido la semana más rápida de mi vida. Estamos a jueves y diría que es martes, no un martes cualquiera, no sé, igual un martes circulando por una vía muerta.

Todo el mundo que está a mi alrededor sufre esta velocidad a la que me va la vida, les hace daño rozarse conmigo. No soy el que era antes, o soy, en realidad el que siempre he sido. Empiezo a sospechar que todos los amigos que se han ido yendo se fueron por algún motivo, un motivo que tiene con ver con mi forma de ser.

Siempre he pensado de mí que era alguien positivo pero empiezo a darme cuenta que no lo soy. A veces veía "Que bello es vivir" y pensaba en cómo sería el mundo si yo no hubiese nacido. Hoy lo he visto de otra forma a como siempre lo había pensado. Quizá el mundo de los que se han cruzado conmigo sería mucho mejor. ¿Qué sería de mis gatos si yo no los hubiese traído a casa? ¿no hubieran sobrevivido o hubieran corrido salvajes y a su antojo?

La una y media. Hoy quería irme a dormir muy temprano para levantarme lleno de energía por la mañana. Me espera un día complicado en todo. No puedo quejarme, sé que con los problemas de otras personas, quejarse resulta obsceno pero solo en casa, tiemblo como una hoja. Estoy a punto de romperme, lo sé, una noche más, aguanta un poco más.

Me rompo a pedazos, no puedo evitarlo. Quizá sea lo mejor.

jueves, 21 de enero de 2010

vídeo: Belén - 17 primaveras

Esta canción me parece tan... limpia.

Quizá será porque tiene formato de carta y yo soy coleccionista de mensajes ¿qué le voy a hacer? o tal vez porque me devuelve el mensaje de que al final todo es para bien. No sé. El caso es que aunque no pegue nada con este blog... ahí está, después de dos días sin decidirme si la colgaba o no, la cuelgo.



domingo, 17 de enero de 2010

video: Final American Beauty

Hasta ahora lo había colgado en versión española, me gusta la voz del actor que dobla a Kevin Spacey, que es el mismo que doblaba a Carl Sagan en la serie Cosmos.

La frase del post anterior, aquella con la que la ladrona de rorcuales dejó sin agua a media Barcelona, tuvo un doble efecto en mí. Últimamente, quizá por ciertas circunstancias en mi vida, me siento como el personaje de American Beauty cuando ya está muerto. Algunas cosas: frases, miradas, imágenes, desencadenan en mí una secuencia de sentimientos e ideas que poco o nada tienen que ver con el estímulo que los despierta.

Me dicen que eso de la falta de aire es ansiedad. Yo les digo que se equivocan porque la consecuencia es ver las cosas de tu alrededor con otra mirada y eso no puede ser ansiedad. Es como si los sentidos se multiplicaran por dos. Es cierto que mi humor se ha convertido en un tobogán por el que resulta fácil descender y difícil remontar pero si algo soy es un luchador silencioso.

Este blog, probablemente, me salve de algún mal que aquí se disipa y me ayuda interactuar con otros que, como yo, van y vienen sin tener demasiado claro cuándo y hacia dónde, y sobre todo por qué. Este blog es como lanzar mensajes dentro de botellas sabiendo que nadie te va a venir a buscar.

Me voy a dormir, se me cierran los ojos. Alguien, en el piso contiguo decidió dar una fiesta latina y no me han abierto a pesar de llamar a la puerta varias veces y llamar al interfono. Yo quería unirme a la fiesta o masacrarlos a todos con un martillo, no lo recuerdo. Ahora se han dignado a acabar la fiesta: las cinco y media, no sé, igual estoy demasiado enfadado. Lo cotidiano a veces, también saca lo peor de mí.

viernes, 15 de enero de 2010

Si me dices que me quieres te regalo mi sombrero.

A veces encuentro, en pequeños textos sin pretensiones, polvo de estrellas bajo la alfombra del comedor, me encuentro pelusa de hilo de oro por los rincones de mi casa. Y si me preguntas no sé la respuesta del porqué es así. Hay tanta fuerza y tanta belleza en lo cotidiano que a veces me falta el aire, me quedo durante horas como una hoja cayendo desde el infinito hasta el suelo.

video: Antonia Font - Dins aquest iglú



"... SI PUDIERA TENER UNA BALLENA EN MI BAÑERA, LA TENDRÍA EN EL CASO DE QUE LA BAÑERA FUERA MOSNTRUOSAMENTE GRANDE..." La ladrona de rorcuales



jueves, 14 de enero de 2010

Llueve



Empieza a llover con fuerza y siento las frías gotas golpeado los cristales, cayendo desde muy arriba, agujereando las nubes bajas, llenando los charcos de nuevo, enfriando el tejado de mi casa y por ende, el aire que respiro. Oigo cada impacto, gota tras gota, y acabo preguntándome por qué se suicidará la lluvia en esta noche de enero, para acabar dando vueltas y más vueltas en toboganes de aluminio y cemento, precipitándose hacia ninguna parte que yo sepa. No, definitivamente la lluvia no tiene sentido. Quizá por eso me guste: porque es como tú.

Desde que te conozco he dejado de llevar paraguas, las varillas me ahogaban y la tela ya no te digo; decir que te conozco es quizá una osadía, es cierto, conozco tan poco de ti que a veces me asusto cuando pienso que en realidad lo sé todo, lo que te gusta y lo que no, lo que escondes sin que me lo hayas contado nunca, tu forma de mirar las cosas, tus ganas de comprenderme cuando ni yo mismo lo hago, tus silencios, tus mapas, tu orilla del mar preferida, lo que lees y lo que no me atrevo a que leas. A veces pienso que te sé como se sabe de dónde viene el viento, es decir, por lo que me dice mi piel.

Me empiezan a doler los ojos. Es tarde. Seguiría divagando y me perdería en mis palabras. Como siempre. Mañana me costará levantarme y trataré de encontrar una razón para expatriarme de las sábanas, pero tienes que saber que mañana te llevaré conmigo todo el día sin que te des cuenta.

Como siempre.

martes, 12 de enero de 2010

de Moriría por ella




La frontera. Todo lo peor está tras la frontera, todas las fronteras del mundo separan lo limpio de lo sucio, lo extraño de lo conocido, la seguridad de la violencia, lo malo de lo infinitamente peor. La llevaba allí sabiendo que podría esconderla sin problemas, que sería fácil cruzar esa línea imaginaria que la policía difiende como si en lugar de ser invisible, pudiera tocarse y olerse. Conocía la frontera desde hacía muchos años y no tuvimos ningún inconveniente al cruzarla. Cuando llevas toda la vida huyendo todo se convierte en demasiado fácil, en especial, convertir todo lo que te rodea en la misma sombra que tú mismo eres. Quizá por eso sé que las fronteras no existen y que no separan nada de nada, sólo uno cambia por el mero hecho de estar en uno u otro lado. El sol es el mismo a los dos lados pero ilumina a dos hombres totalmente distinos y sometidos a leyes distintas.

Cuando nos supimos a salvo ella me miró con una mezcla de agradecimiento y alivio. Era por esa habilidad mía de sacarla de problemas que me había llamado la noche anterior. Sabía que aunque sólo fuese por lo que hubo entre nosotros, yo acudiría a su llamada y la sacaría de donde estuviese y no pararía hasta llevarla a un lugar seguro. Hubo un tiempo en que no era así. Hubo un tiempo en el que ella se sentía siempre a salvo junto a mí y, si bien a su manera, me quería. Se puede ver, oler, palpar, cuando alguien te quiere de verdad y cuando no. Ella me quiso, sí. Una vez a salvo volvió a mirarme con la distancia con la que mira alguien que se sabe en deuda y no tiene ni la menor intención de pagarte. Te mira y sabe que tú sabes que es así, que no hay nada porque hace ya mucho tiempo que no queda nada. Y uno nota el desprecio en el rictus de su cara al sonreírte sin ganas porque todo lo que hay dentro del coche está podrido, que no quedaba nada de lo que hubo, sólo quedaba alguien que se aprovechaba de otro y ese otro perdido en el recuerdo de una vida mejor junto a ella; una vida que analizada con detenimiento se revelaría un infierno, un infierno de cosas que no se dicen y lealtades traicionadas, una vida y un recuerdo que uno sólo necesitaba tener para llenar un gran agujero, para fantasear con la idea de que uno puede merecer volver a vivir algo parecido. A veces un recuerdo no es más que una esperanza y esa tarde yo necesitaba que las esperanzas fuesen inalcanzables.


lunes, 11 de enero de 2010

sábado, 9 de enero de 2010

La noche de la báscula


He de confesar algo que, probablemente, no haya hecho hasta ahora (por eso es una confesión, toni). Algunos viernes, cuando estoy solo en la ciudad, me dirijo al restaurante chino que se halla ubicado en la calle contínua a la mía llamado Gran Muralla y al que yo he rebautizado con el amistoso nombre de "La antesala de la muerte". Esta costumbre viene dada no tanto por la suculenta comida que acostumbra a servir tal restaurante como por la presencia entre su servicio de la bella Chiu, a quien yo, cariñosamente llamo "mi mandarina" y ella me corresponde con un amoroso pero enérgico "como no me deje en pá llamalé a mis helmanos" Yo sé que lo dice con ánimo de insuflar en mí cierto respeto hacia su persona y yo entiendo que una chica de sus cualidades ha de darse a valer. Tal actitud, en lugar de enfriar mis sentimientos hacia ella no hace otra cosa que infundirme un amor y un respeto del que no son partícipe mis manos, ya que éstas intentan llegar hasta su frágil cuerpo sin conseguirlo puesto que sus artes en el manejo del tenedor, el cuchillo, el tabuerete o lo primero que encuentra a mano me lo impiden.

Después de un ágape sin indicencias remarcables y después de un beso furtivo (una vez le hube quitado con su consentimiento la pistola con la que me estaba apuntando desde que entré en el restaurante) salí de La antesala de la muerte con el corazón (y el estómago) hirviendo, tal era mi euforia. Llegué a casa y mientras me quitaba la ropa, que aún olía a ella (o a aceite de palma) miré sin querer la báscula y recordé que había salido esa tarde a comprar una pila nueva.

La compra fue sugerida por parte de un gran amigo cuando le conté que, tras las fiesta navideñas y a pesar de los excesos perpetrados había adelgazado cincuenta kilos según mi báscula. Me miró de arriba a abajo masculló "eso va a ser de la pila" dando al traste con mi alegre preocupación de pasar de 72 kilos a 21 en dos semanas sin aparente pérdida (más bien al contrario) de masa corpórea.

Introduje la pila en la báscula y me subí. A partir de ese momento todo se vuelve confuso, creí ver una cifra (que me niego a reproducir en público) y me arrodillé para rezar consciente de que era lo único sensato que podía hacer en ese momento. Allí, de rodillas, con los brazos extendidos al cielo y con lágrimas en los ojos me supe pecador y arrepentido al mismo tiempo. Abatido, dejé caer los brazos y la cabeza sobre el pecho. Entonces la ví reírse de mí. La cogí por los dos lados y empecé a golpearla violentamente contra el suelo como si estuviese exterminando un ejército de cucarachas durante un buen rato hasta que noté que alguien o algo me estaba observando. Me giré y, efectivamente, mis gatos se habían levantado de su su cesta (mi sofá) y habían venido a ver qué pasaba. Yo me quedé con la báscula encima de mi cabeza en medio de un movimiento de aplastamiento. Ulises bostezó sin interés y Penélope se dió media vuelta y regresó al salón. Ulises y yo nos miramos a los ojos; volvió a bostezar, se echó al suelo y empezó a lamerse el cuerpo con incierto criterio.

Mi corazón iba como loco. Dejé la báscula (más bien lo que quedaba de ella) en el suelo y traté de tranquilizarme. Hacía una noche gélida y el viento azotaba las ramas de los árboles desnudos de sus hojas. Sentí como mi pulso disminuía de frecuencia y cómo la sangre que había acudido a mi cabeza e inyectado mis ojos iba volviendo a sus cuarteles de invierno. Mi ánimo, sin saber muy bien qué mecanismo oculto en mi psique utilizó, necesitó recupera al guerrero que soy y me entraron ganas de subir un pico muy alto y desde allí, en mi particular nido de las águilas, jurar por mi sangre y mi raza, volver a recuperar mi antiguo peso ideal. Como el pico más alto está a quince kilómetros decidí subir a la terraza comunitaria.

Hacía un frío de cojones. En mi apresurado ascenso guiado por la épica y el desprecio a todo lo insustancial había olvidado proveerme de ropa de abrigo (estaba desnundo para así pesar menos al subirme a la báscula) y las llaves de mi casa. Bajé la manivela y salí a la terraza, y ajusté la puerta para que no se cerrara puesto que sin llaves no es posible abrir desde fuera. El viento soplaba con glacial violencia pero ¿qué es eso para un hombre como yo, un ser que vence a cualquier circunstancia y mira con desdén todo aquello que no es esencial? y sobre todo ¿cuántas calorías estaría gastando mi cuerpo para contrarrestar el frío exterior? No sólo fortalecía el espíritu sino que quemaba grasas. Me miraba en un hipotético espejo y ¿qué veía? Un héroe. Un héroe como los de antes.

Una ráfaga de viento desencajó la puerta y la cerró con tanta fuerza que, además hizo añicos la bombilla que había sobre ésta. En un momento me quedé sin la posibilidad de volver a la escalera y a oscuras. El frío era sobrecogedor. ¿Qué pensaría quien me encontrara por la mañana, desnudo y muerto? ¿Se daría cuenta de estos momentos de heroicidad o por el contrario la confundiría con estupidez? Me acordé de mi madre y de sus desvelos para mantenerme con vida durante todos estos años y tuve la sensación de que mis actos la defraudarían. Lloré; y el calor de mis lágrimas aliviaron la leve congelación de mi cara.

Entonces el viento fue amaninando lentamente hasta quedar en un suave vientecillo y al cesar éste en una plácida calma. Después de todo el mundo no era tan hostil ni Dios apretaba tanto como para ahogarme. Dí gracias al cielo y sonreí con alegría a esa tregua con la que el mundo me decía: "está bien, ¿ves como no soy tan malo?". Y reí y salté por toda la terraza. Sudando por tal ejercicio me detuve por fín y miré a un punto indeterminado y donde se suponía que estaría el horizonte. Me sentí bien, levanté la vista en dirección al cielo... justo en el preciso instante en el que el primer copo de nieve se posaba sobre mí.

viernes, 8 de enero de 2010

Las bicicletas



Supe casi de inmediato que me ahogaría en aquellos ojos azules. Podría decir que pude haberlo evitado y estaría en lo cierto pero llegado el momento no quise, así que seguí nadando hasta lo más hondo y allí sí, las corrientes me arrastraron hacia el fondo de un alma de remolino. Me acostumbré a su pelo alborotado de las mañanas, a su buen humor de las siete y cuarto cuando yo aún me debatía entre si permanecer entre mis sueños o dar una oportunidad a la vida para que me sorprendiera, para variar, con un buen día. Me dejé llevar por esa energía del que tiene la conciencia limpia con la idea de que yo también podría tenerla, como si al dormir aferrado a ella, todas las malas ideas se pudieran desvanecer como una mancha al contacto con un detergente de efecto erfevescente.

Ahogarme no fue difícil, lo difícil fue saber quién se estaba ahogando; lentamente me acostumbré a hacer las cosas por inercia, a no dejar reposar mi alma sobre las tareas cotidianas. Tuve que leer de nuevo algunos clásicos a los que ya pertenece mi alma para delimitar el contorno de lo que yo era, pasar alguna noche en blanco de nuevo, ver cara a cara el semblante del bicho y soportar que me gritara para saber que soy fuerte y débil al mismo tiempo.

Concurría la casualidad de que me salvaba quien poseía los ojos en los que naufragaba. Porque ella me salvaba de algo mucho peor que la muerte, me salvaba de la fantasía de que yo podía lograr todo aquello que me propusiera sin pagar nada a cambio. A veces es necesario detenerse y darse cuenta de que todo tiene un precio y ella era esa voz que, con su cariño, me hacía posarme suavemente sobre el duro suelo. Sólo tenía que vencer al bicho, sólo tenía que acallar al bicho.

A veces me gustaría ver en mí las cualidades que algunos dicen que tengo y que no se ven reflejadas en los espejos. Me gustaría encontrar un sólo texto del que estuviese orgulloso de haber escrito o toparme con alguien cuya solidez me devolviera la que dicen que a veces demuestro. Me gustaría tener valores, ser constante, no desear estar escribiendo todo el día y al mismo tiempo tener pánico a la página en blanco. Me gustaría ser coherente, me gustaría ser quien soy y hacer lo que deseo hacer. Sólo eso.

El bicho me dice que tengo que salir a la calle, a curtir la cara con el viento helado que se desliza por entre las esquinas de mi barrio. Probablemente será un ejercicio inútil que demostrará más estupidez que valor. Pero siento que lo necesito. Y necesito necesitar para reconocerme.

Además, tengo que comprar una pila para la báscula.


Momentos álgidos


Ahora que me he dado cuenta que mis padres son abuelos en el estricto sentido y en el figurado, que me canso un poco más al subir las escaleras, que me abrigo más no porque la costumbre haya hecho mella en mí sino porque me asusta un frío del que antes, inconsciente como era, no veía en él un enemigo; ahora que trato a las personas no por lo que aparentan o por el lugar que ocupan en el status sino por lo cómo son con los demás y consigo mismos, ahora que sé que el dinero no da la felicidad porque la felicidad es una actitud y no un destino, ahora que por fin, me encuentro a gusto cuando estoy conmigo mismo a solas y como recompensa me cuento historias que me invento y que tarde o temprano cristalizarán en algo escrito. Ahora que el tiempo que me parecía enorme se me vuelve tan pequeño que casi me cabe en el bolsillo, que me faltan horas para hacer todo lo que quiero, ahora que posiblemente todo lo que he dicho hata ahora no sea más que un reflejo de que voy madurando... ahora va y me da por jugar a la Wii con mis sobrinos como un niño más.

Y tengo agujetas.


jueves, 7 de enero de 2010

Hay días en los que...


Hay días en los que, debajo de la ducha, durante esos segundos en los que la piel se acostumbra a la temperatura del agua ¿quién dijo que alguien es o no un inadaptado? oigo un chasquido como de una rama seca al quebrarse dentro de mí, como si en ese preciso instante mi alma deambulante se aviniera a ser yo de nuevo y se metiera dentro de mí y produjese ese sonido al encajarse en el lugar que le corresponde. Hay días en los que yo soy yo y me doy cuenta de todos los días en los que he ido viviendo la vida como si hasta ese momento hubiera ido a tientas como un ciego.

Quizá tenga que ver ese violento café de esta mañana, o la certeza de que tengo en mis manos la capacidad de reinventarme una mañana cualquiera, que tal vez ese sonido debajo de la ducha no sea otra cosa que destaponarse algún conducto auditivo, o la liberación súbita de una información retenida en alguna neurona rebelde o avariciosa. Pero creo que me quedo con la versión del alma que vuelve y decide habitar de nuevo su casa (o su avatar), me gusta pensar que se siente a gusto dentro de mí y que, a pesar de ser libre y poder ir a donde quiera, se vuelve como mi gato a mi regazo, a los hinóspitos pies de mi cama, porque sabe que allí pertenece, que estar cerca de mí, le aporta seguridad y calma.

En cualquier caso, y volviendo de las fiestas (fiestas que nunca me han gustado) me he encontrado con un precioso regalo sin que nada haya cambiado. No hay propósitos nuevos para el 2010, ni dejo atrás nada para siempre. No hay moralejas, ni propósitos de enmienda. Hoy celebro la visita inesperada de aquella que me sueña y me acompaña, que probablemente ni tan siquiera exista más allá de mero concepto metafísico, pero que produce un sonido que sólo yo oigo, que se quedará un tiempo, el que le plazca.

lunes, 4 de enero de 2010

Soñar


A veces me siento como si el mundo se volviera totalmente en contra de mí. A veces es como si mi vida fuese un castillo de naipes en el que ya se mueven demasiadas cartas y poco a poco voy teniendo la seguridad de que es cuestión de tiempo, no sé si poco o muy poco tiempo.

A veces necesito un poco de paz. Es decir, encontrar la calma dentro de mi cabeza. Dejar de pensar o discutir conmigo mismo y con los demás. Dejar que la rabia pase del pensamiento a la voz y ésta se vaya muy lejos, tan lejos como sepa, tan lejos como pueda.

He de confesar que soy una persona huraña y malcarada. Soy un hombre al que un bicho le grita al oído que nada de lo que sueña es posible. Soy un hombre poco y mal disciplinado. No soy buena compañía. Me han cambiado tantos años de salir a engañar a otros, demasiado tiempo dejando a un lado a los suyos. Demasiado tiempo solo. Demasiado tarde para socializarse.

Ya no queda nada del que fui. Dudo de si salir a buscarlo de nuevo u olvidarme de él y tratar de arreglar todo esto. Demasiadas confusiones, demasiadas desilusiones.

Si al menos el bicho me dejase en paz... si al menos pudiera dejar de oír su rabia retumbando en el fondo del latir de mi corazón... Sé que tarde o temprano se adueñará de él, sé que algún día el bicho se quedará para siempre con mi corazón.

Antes solía soñar. Tenía sueños, esperanzas, ideas que yo creía que eran buenas ideas. Me creía inteligente, me matriculaba en cursos que abrieran mi mente y mi corazón. Pero nada de ello queda ahora. Todo se lo ha ido llevando la lluvia, las cosas que no tienen nombre se las lleva siempre la lluvia. Recuerda: te gusta caminar bajo la lluvia porque te limpia.

No hay moraleja. No hay buenos propósitos. Esta noche me sumergiré en lo más profundo que encuentre.

Llevo soñando dos noches seguidas con parejas de amigos con los que me cruzo con ellos por la calle y hacen como que no me ven. Me ven, pero disimulan. Y no sé por qué. Si alguien conociera el significado oculto en ese soñar, le agradecería lo compartiera conmigo.