jueves, 30 de abril de 2009

vídeo: Guns n roses - Sweet child o´mine

Tu voz

Tu voz me salva del infierno y me condena a él al mismo tiempo
me llena los ojos de niebla, me ancla a un pasado mejor y
a un futuro incierto. Pero tu voz me salva al fin y al cabo de
esas tarde perdidas cuando adivino en qué piensas cuando preguntas,
creyendo que no intuyo nada, por la estela que deja el viento.

Tu voz ha quedado restringida a sólo tu voz, ha quedado mermada,
ciega, tu voz está muda de tus manos, de bares y cervezas cuando aún
no te conocíamos ni yo ni las palabras que te iba a escribir.
Tu voz es lo que me queda después de los años, y eso es mucho más
de lo que podía pedir. Es mucho más de lo que esperaba.

No estamos hechos para vivir mirando al suelo. Eso nos unió
en un pacto secreto, en una hermandad de insumisos, nos convirtió
en soldados de una guerra perdida de antemano. Sé que tú lo conseguirás.
No me lo dicen tus ojos pero sí tu voz firme. Sé que sobrevivirás porque
sobreviviste a la gran noche. Sé que lo harás, no me preguntes cómo.

No habrá más esquinas ¿quién las necesita? en las que confundir
encuentros y encontronazos, no habrá paraguas ni tardes de lluvia.
Al final los caminos se van haciendo cada vez más estrechos,
acabaremos por vivir en bosques diferentes de árboles distintos. Si es así
me quedo con esa voz que a veces me salva del infierno. Si es así,

... me quedo contigo

miércoles, 29 de abril de 2009

Prométeme


No sabría por dónde empezar. Creo que empezar por el final sería lo más adecuado pero empezar por lo más adecuado, en este caso, no es lo más conveniente. Así que empezaré por un punto indeterminado, empezaré diciendo que estaba sentado en una cafetería. ¿La estaba esperando a ella? Quizá. No lo recuerdo. Sólo sé que entonces no la conocía y que ella entrara por la puerta, mirara alrededor como si estuviera buscando a alguien y al verme sonriera y viniera a sentarse frente a mí, fue una casualidad, una tela de araña tejida entre ella y el azar. "Te conozco" me dijo. Sonreí. Sus ojos de gata brillaban como dos luciérnagas y supe, por primera vez en mi vida, que acababa de encontrar un sentido a aquella tristeza que me acompañaba desde niño. "No sé quién eres" dije apagando un cigarrillo en el cenicero. "No sé quien eres y ya te estoy echando de menos" pensé. "Te estaba buscando. Sabía que estarías en algún bar de por aquí. Hace días que tenía que decirte algo, por cierto ¿cómo te llamas?" No supe qué contestarle. Toni sonaba infantil, por otra parte Antonio siempre me pareció excesivamente serio. Ese instante de duda lo interpretó ella como que no quería decirle el nombre y eso, esa pequeña intriga, hizo que mordiera un anzuelo invisible. "Tú primero" le dije mirándola fijamente "tú has venido a sentarte a mi mesa, por tanto, deberías presentarte tú primero" luego me recliné en la silla sin dejar de clavarme a su alma. Se sentía bien en el juego, lo notaba. Sus ojos sonreían con la boca. Siempre me gustaron las mujeres que viven de las distancias cortas, que se sienten seguras en la extraña soledad de dos personas ajenas a todo lo que les rodea. Me dijo su nombre como se marca al ganado, con la certeza de que el otro lo va a llevar siempre una cicatriz. "El otro día me mirabas en el Pisco. Pensé que tarde o temprano me ibas a decir algo. Pero cuando me quise dar cuenta te habías ido. ¿Timidez o indiferencia?" preguntó al tiempo que se quitaba la chaqueta y dejaba al descubierto sus hombros. "Estupidez" quise decir. "Creí que estabas con alguien" le dije. "Yo nunca estoy sola". La camarera vino hasta la mesa "¿Quieres algo?" le preguntó. Pidió una cerveza. "Antes de nada quiero dejarte clara una cosa. Sólo te voy a pedir una cosa. Si no la cumples, adiós. Se acabará de inmediato ¿lo has entendido?" dijo seria por primera vez. "Está bien" me resigné. "Prométeme que nunca te enamorarás de mí" sus ojos dejaron de brillar en ese instante, lo que significaba que no estaba jugando. Ya era demasiado tarde. Me conozco. Había empezado a quererla mucho antes, probablemente antes de que la conociera, antes de que la viera en el bar la noche anterior y antes de esa noche otras muchas noches. Contrariamente a lo que cabía esperar, aquella frase, en lugar de entristecerme, hizo que estallase un deseo inabarcable de hacerla mía. "Esta bien. Si tú también me prometes lo mismo" le dije con sorna. Sabía que ella, a diferencia de mí, podría respetar aquel pacto sin dificultad. Después ninguno de los dos lo cumplió, pero eso fue al final. Ella nunca me perdonó que yo disimulara no haberme enamorado y no se perdonó a sí misma haber puesto aquella condición absurda. No nos acabamos las bebida y subimos a mi casa. Allí nos arrancamos la ropa con la boca moriéndonos la piel como dos animales salvajes. Aquella noche llovió a cántaros, se desató una tormenta que iluminó el cielo durante horas. Dormimos abrazados. Hablamos, comimos, follamos, volvimos a hablar y volvimos a follar y volvimos a dormir enredados el uno en el otro.
Por la mañana, al irse, me miró a los ojos como cuando un adulto trata de averiguar si un niño le miente en la respuesta. "No te enamorarás de mí ¿verdad?" No contesté inmediatamente. Le sonreí seguro de mí mismo. "Llegarás tarde" le dije. Me dio un beso y salió por la puerta. La vi irse aquel primer día de la misma forma que le vería irse varios años después. Para entonces ya habíamos jugado demasiado tiempo a no dejarnos atrapar el uno por el otro, cuando lo más fácil hubiera sido quedar atrapados desde el primer instante. Y aprendí a añorarla al mismo tiempo que aprendía a quererla. Quizá sea por eso que lo confundo todo, quizá sea por eso que añorarla es lo mismo que quererla. En cualquier caso, aquí sigo. Las cosas empeoraron desde que se fue, pero eso es otra historia. Sólo me queda la certeza de que sólo hay algo peor que la soledad: acostumbrarse a ella.

pasan los días


Releo la novela, la reescribo anontando lo que se me viene a la cabeza. Está ganando profundidad, está soltando el lastre y entonces me pregunto si no estará perdiendo, también, parte de aquel sentimiento visceral que me arrastró a empezarla. Surgen las dudas de si el parásito del desconsuelo sigue vivo o si el tiempo ha sido su peor enemigo. Todos los días pienso, en alguna ocasión, en ella; pero ahora soy capaz de abrir mi mente y mi corazón a otras personas. Antes no podía, siento haber querido querer y no haberlo conseguido, siento haber dejado escapar la oportunidad de conocer seres de luz que iluminaban mi negra noche. Siempre he intentado no sobrepasar el límite. Me he detenido antes de dar pie a la ilusión ajena aún en contra mi deseo. No siempre lo he tenido claro. No siempre he jugado limpio. ¿Me arrepiento? De algunas cosas sí. No creo a aquellos que dicen que no se arrepienten de nada creyendo que es lo mismo que decir que no se puede cambiar el pasado y que hay que amar ese pasado porque fuimos lo que fuimos y hará que seamos los que seremos.
Sigo mirando a los ojos con timidez y cierta inseguridad, sigo sintiéndome pequeño ante las cosas del corazón porque me viene grande que alguien quiera pasar la noche conmigo, yo que vivo en una especie de anarquía de sueños que se vuelven cuentos y viceversa. Soy Peter Pan negándome a crecer y aburriendo a Wendy y a Campanilla y sigo teniendo un miedo atroz a que me toquen (creo que he pasado años enteros sin que nadie me tocase algo que no fuera la mano).
Supongo que me cuesta admitir que necesito una dosis de vida.

vídeo: John Lennon - Love

miércoles, 22 de abril de 2009

martes, 21 de abril de 2009

vídeo: Dani flaco - La ley del último trago

La puerta


Sí, ella me envió un mensaje en medio de la madrugada. Al leerlo pensé que no iba dirigido a mí, tuve la sensación que era uno de esos mensajes que pueden ir a parar a cualquier persona. Ella no era de esas pero nunca nadie es uno de esos. Las palabras justas, las palabras exactas para curvar un anzuelo que mi alma estaba ansioso por morder, las palabras, siempre las malditas palabras, siempre ambiguas... "me gustaría que estuvieses aquí... mañana hablamos". No hay nada peor que el día de mañana, no existe peor argumento para pasar el día que esperar una llamada tan esperada como improbable. Bien, llamé yo y el teléfono sonó y sonó.
Pasé varios días llamándola sin que ella descolgara el teléfono. Imaginaba cómo veía mi nombre en su teléfono y lo dejaba encima de una mesa mientras levantaba sus ojos de gata hacia el cielo en un gesto de fastidio, algo que me era conocido, el mismo gesto que le había visto hacer cuando llamaba otro y ella estaba conmigo. El miércoles me cogió el teléfono "Ahora te llamo" y luego colgó sin que me diera tiempo a decir una sola palabras. Volví a llamarla al cabo de un par de horas y ella siguió sin contestarme. Desistí. Entonces volví a leer mensaje que me envió y me invadió la misma sensación de que aquel mensaje era, en realidad, una huída hacia adelante, que aquel mensaje era como esas frases que uno se dice en voz alta para darse coraje cuando atraviesa, de noche, un lugar desconocido. Y me lo envió a mí porque yo siempre la había escuchado.

Lo nuestro había acabado mucho tiempo atrás. Había quedado una amistad de baja intensidad, de equívocos y de medias traiciones que se tensaba cada vez más y de conversaciones que siempre acababan con un gusto amargo. Ella seguía sabiendo que yo hubiese muerto por ella y yo sabía que ella nunca dejaría que nada ni nadie la atrapase, así que yo me quedé mirando en la distancia y ella puso un mar de por medio y fue como como si aquel mar acabase por tragársela del todo. Al cabo de unos meses de no saber nada de ella volvió a llamarme. Intuí que aquella llamada era una forma de dar a entender al hombre con el que estaba que había al menos otro hombre en su pasado (un amigo, yo) por quien ella sentía un aprecio y predilección especial. Era, en realidad, una estratagema en la que yo era sólo un objeto, un señuelo. Yo era, al otro lado del teléfono, un pasado sobre el que ella podía hablar después o callar de forma enigmática. En cualquier caso, llamó y yo aproveché para volver a tener noticias de ella. Volví a abrir una puerta que creí cerrada y con la llave echada. Y volví al mismo punto de antes, a soñar con ella, volví a tener algo parecido a la esperanza. Sin embargo, aquella puerta de nuevo abierta, en lugar de permitirme entrar de nuevo en su vida hizo que ocurriera todo lo contrario, por allí se iban a ir escapando la poca dignidad que me quedaba. Recuerda, nunca abras una puerta a menos que estés preparado para lo que hay detrás de ella.

jueves, 16 de abril de 2009

La sabiduría de la niebla


Abro casi todos los correos, siento que son botellas que el mar me trae a la orilla y cuyo mensaje, tal vez, sea el imprescindible, aquél que sustituya de una vez por todas la música de estos últimos días por otra más alegre. A veces casi es así; otras se queda la misma música.

A veces el olvido escoje rumbos que pasan cerca de aquí, pero ¿qué soy sino un coleccionista de recuerdos? ¿No hay quien atesora sellos? ¿Acaso puede haber algún sello más valioso que el recuerdo de una tarde única, con una luz extraordinaria y la tibieza de unos labios que se preguntan si abandonarse así no es claudicar? Quizá los haya, no lo sé (aunque se me haga difícil pensar en que sí los pueda haber), en cualquier caso, nunca querré que mi vida los encuentre.

Hoy he recibido una de esos mensajes. Los mensajes sencillos son los que con más facilidad rasgan mi piel (como un pergamino antiguo). Los mesajes sencillos que hablan de voces no escuchadas durante tiempo, de manos que buscan el calor de otras manos, de niños que salen a la calle, ansiosos de conocer el mundo a la vez que perdidos. A veces uno no sabe qué contestar de inmediato, se queda uno preguntándose qué hacer, si seguir en la orilla, descalzo, o tratar de cruzar el océano a nado. A veces uno se sienta y medita (y si tiene un blog escribe en el blog) a la espera de que se le ordenen los sentimientos, a que el mundo centrifugue las cosas en su sitio, a que el corazón deje de girar como una peonza en el hueco que pueden dejar ciertas palabras dichas con cierta luz (probablemente de luna). Y sé que no es de recibo soñar con las palmas de las manos abiertas pero hoy fue como si alguien invisible me dijera muy flojito al oído, mientras me agarraba una de las dos manos (concretamente la izquierda), duerme conmigo esta noche, necesito oírte la voz aunque calles.

¿Sabéis? El ser humano es eso, es el que no quiere dormir solo, el que sabe que la presencia del otro le pone a salvo del mayor de los peligros.


Decía Jiddu Khrisnamurti: "Amar no es pedir algo a cambio, ni siquiera sentir que se está dando algo; sólo un amor así puede conocer la libertad... Cuando ves una piedra afilada en un camino frecuentado por peatones descalzos, la retiras no porque te lo pidan, sino porque sientes por otro; no importa quién es y nunca no conocerás. Plantar un árbol y cuidarlo, mirar el río y disfurtar la plenitud de la tierra... para todo ello se requiere libertad; y para ser libre debes amar".

Cada vez estoy más convencido de que la educación que damos por buena, la que nos dieron y la que damos a las generaciones que llegan evitan al niño que habita en nosotros, lo desprecian porque es ignorante ¿Cómo no va a serlo si llega a un mundo con una serie de normas casi inhumanas? Cada día que pasa estoy más cerca del niño que fui... esta noche, cuando me vaya a dormir le preguntaré qué quiere ser de mayor. Y voy a aceptar su respuesta.

Gracias por esos mensajes dentro de botellas, que en lugar de surcar los mares, van digitalizados por el aire. Si alguna vez no contesto de inmediato es por que quizá me han dejado así, si saber qué decir. Pero tarde o temprano, jamás lo dudes, mis manos necesitarán buscar un modo u otro de saber que estás a mi lado. Aunque sea en medio de la madrugada.

Vídeo: Jorge Drexler - Todo se transforma

martes, 14 de abril de 2009

El sonido de las esferas

Me voy a poner serio, filosófico y profundo

El reloj diabólico


A veces me levanto temprano y paseo las aceras. Hoy no ha sido el caso. Hoy me quedé durmiente sin posibilidad de beso que me despertara, ni príncipe ni princesa, ni rueca ni pluma, fue un amanecer deshilachado, turbio, sin sol. Me despertó, eso sí, la voz sin sílabas del despertador, que se había olvidado de cambiar de horario o en su defecto, detener la rotación de la tierra una hora más o menos. Es lo que tienen los ingenios mecánicos, que son más mecánicos que considerados. Me acuerdo del despertador que tenía en casa de mis padres. Antiguo. Tan antiguo que había que darle cuerda cada día. Me acompañó tantos años aquel artilugio que si alguna vez tengo Alzheimer uno de los últimos recuerdos que se borrarán será el de aquel maltrecho mecanismo de relojería que me despertaba por las mañanas con su timbre irritante, con su cara asustada, su bruñido apagado por el mismo tiempo que él contaba. Hoy iré a casa de mis padres y preguntaré por él. A aquel singular reloj lo sustituyó otro más moderno, uno de esos digitales que informan de la hora en medio de la oscuridad, aquel era un ingenio eléctrico, diabólico. Te despertabas en medio de la noche y ahí estaba él, siempre alerta, con la hora al rojo vivo. Desde aquel día que entró en mi vida mi cerebro dejó de dormir plácidamente y empezó a calcular lo que le quedaba aún por dormir y a restar y sumar minutos en medio de la noche. Mi cerebro se convirtió en un obsesivo compulsivo, se volvió celoso, se tornó irascible. Aquel reloj estuvo en la frontera de mi adolescencia y la edad adulta. El tiempo, maldito tiempo, malditos días que faltan y días que quedan, malditos fin de mes y día quince, malditas las siete de la mañana y las 0:00 de la noche. ¿Sabéis qué? Que me cago en el tiempo.

Por cierto, a la una he quedado para comer. Mierda, que llego tarde.

PS: Te echo de menos.

lunes, 13 de abril de 2009

Marea - Corazón de Mimbre

Día


Si el amor es flor de un día entonces el tiempo es una apisonadora desbocada por un prado recién estrenada la primavera. Y junto con el crujir de las conchas de los caracoles se va exprimiendo el zumo de las margaritas, dejando un barro dulzón y fértil. Quizá haya llegado el día en el que todo deba empezar de nuevo. Quizá haya llegado el día en el que tenga que empezar de nuevo, en el que deje de tener miedo al vacío, en el que pueda aprender a convivir con el vértigo. Quizá haya llegado el día en el que al acabar todo pueda empezar de nuevo, un día en el que deje de ser un niño para convertirme en un hombre. Quizá ha llegado ese día que tanto temía porque tenía la sensación de que no había un regreso posible, de que a partir de ahora, debo coger las armas que nunca quise coger.
Sí, quizá haya llegado el día.

domingo, 12 de abril de 2009

Confusión (con fusión)


Entonces ella se va y yo me quedo a solas con este insomnio que no sabe de treguas, que no atiende a razones ni a pastillas, que sólo tiene a la luna. El bicho se sabe acorralado y pasea inquieto por la casa, se sienta a ver la televisión, escucha música... nunca, nunca se cansa de escucharse una y mil veces en canciones que saben a humo, que suenan como suenan los barrotes de una cárcel. El bicho me dice que salte, el bicho sabe que cada día soy mucho más débil y sonríe porque le queda poco tiempo antes de ser libre.
El bicho sabía que escribir era lo único que me ayudaría a sobrevivirle. Ahora que no escribo todo le será mucho más fácil. Sólo tengo una esperanza: que ella vuelva, que ella vuelva y me quiera, que me diga que siempre estará a mi lado.

Despierto. Mi alma se dobla sin partirse. Odio esa cualidad suya de aguantarlo casi todo. Deberías partirte de una vez, le digo. Deberías romperte del todo, deberías ceder. Mi alma sonríe. Me dice que aún no. Y yo miro por la ventana a través de la que nubes dibujan continentes de humo sobre un océano de aire. Y entonces me da por pensar que el tiempo es una trampa y la esperanza el cebo que provoca el deseo de seguir adelante. Y sé que es una locura pero creo que a veces confundo esperar con esperanza porque son palabras casi hermanas y que tal vez espere en lugar de tener esperanza, que esperar es sentarse a que llegue el día, mientras que la esperanza es salir a buscar el propio destino. A veces el bicho juega con las palabras. Me pregunto si la esperanza de que regrese merece esta espera. Me pregunto dónde acaba la esperanza y dónde empieza la estupidez.

jueves, 9 de abril de 2009

vídeo: Marea- La luna me sabe a poco

Últimamente sólo me puedo escuchar voces que están de vuelta de todo. Voces que suenan como a cristales rotos... que tienen el acento de la familia de mi padre, como si aprender este idioma fuese lo que me falta para encontrar una identidad perdida. Que existe una voz con la que mis antepasados me hablan.

El tiempo


No se puede querer a quien no se quiere. No se puede no querer a quien se quiere. Ese es el origen y el sentido del tiempo. Es por eso que morimos. Y es por eso precisamente por lo que nunca hemos de temer a la muerte.

Ella y el tiempo son la misma la misma incógnita, ella y la distancia, la misma cicatriz mal cauterizada, la misma semilla mal enterrada, el mismo paso mal dado, la misma pesadilla todas las noches.

lunes, 6 de abril de 2009

Tal vez


El teléfono sonó. Era ella. Era ella y traía dos años consigo, dentro de un pañuelo atado como aquellos hatillos colgados de un palo que antes se llevaban al hombro, como aquellos niños que se iban de casa a ver el mundo y que yo envidiaba al verlos en las ilustraciones de tantos cuentos de mi niñez. Era ella con la misma voz que cuando se fue, la misma cadencia al hablar, la misma calidez de unas palabras que resonaban en mí como lo debe de hacer la música de la flauta de un encantador de serpientes en el cuerpo de una serpiente. Habló y fue como si la tuviese enfrente, como si la distancia no hubiera cuajado en olvido. Aquella llamada era un "¿Cómo estás? Yo bien, mucho mejor que cuando estaba contigo" que en mí resonó a un "Tal vez podríamos... en realidad no sé por qué te llamo. Sí lo sé. Te echo de menos". Sabía que mi deducción era falsa, que el deseo es un intérprete poco objetivo, pero siempre he tenido por seguro que mi intuición sabe cosas que yo no sé y aunque casi nunca le hago el menor caso, estaba seguro de que si esta vez lo hacía, todo se complicaría y volvería a empezar todo de nuevo.
Colgué después de que hablaramos diez minutos, de que ella me contara lo bien que le iba todo y yo no la creyera, de que se me hubiese ido fundiendo el alma poco a poco como la cera de una vela a cada palabra suya. El tiempo es un gran mentiroso, me dije para consolarme cuando ya el teléfono yacía muerto sobre la cama. El bicho rondó divertido por la casa moviendo sillas, abriendo y cerrando puertas pero no me dijo nada. Se limitó a reírse de mí desde la puerta de mi habitación. Afuera, el sol había aprendido (como cada año) a vencer al invierno y con mucha más seguridad en sí mismo cogía a la primavera de la cintura y le proponía un llevarla a un lugar entre las nubes. Envidié al sol. Envidié a todos los que hacen algo en beneficio propio sin torturarse por ningún sentido de culpa. Luego me levanté de la cama y salí de la habitación sin saber muy bien qué hacer ni hacia dónde ir.

Vídeo: siempre fuimos compañeros - Donald

Para que empieces el día con humor. Y para que te acuerdes de mí también... Envíame un mensaje por lo menos, que lo echo en falta.


domingo, 5 de abril de 2009

El olvido y otros muebles


Hace días que al cerrar los ojos no puedo recordarla. Se ha desvanecido tal y como había ella había previsto, tal y como lo había planeado. Yo me resistí, claro, y llené las paredes del piso con fotos suyas. Las fotos se fueron cayendo como si un otoño tardío se hubiera apoderado de mi vida, cubriendo el suelo de recuerdos en descomposición. Hasta olvidé que este blog nació para tratar de que perdurase para siempre en el nombre y en la piel de alguien inventado. Ahora ya no queda casi nada, algunas facturas pendientes, algunos resguardos de tarjetas que pasamos en hoteles alguna noche. Se me fueron traspapelando los apuntes del cuento que nunca le escribí y que siempre supe que nunca escribiría para ella. Ella. Ya no moriría por ella.

Si me preguntasen qué es peor, si haberla perdido para siempre o que no la hubiera conocido nunca, no sabría qué contestar. Quizá las dos cosas sean lo peor al mismo tiempo. Quizá si no hubiera entrado por sorpresa en mi vida, me hubiesen ido mejor las cosas, quién sabe. ¿Qué es mejor? Ni siquiera el tiempo lo dirá, se quedará mudo y se encogerá de hombros. No quiero continuar por ahí, sé que me perderé y encontraré su imagen tras una esquina. Y entonces todo volverá a empezar de nuevo y me olvidaré de olvidarla. Mejor dejo a las sirenas sumergirse en las profundidades, será mejor que deje de albergar cualquier esperanza.

Sé que ya no moriría por ella porque no se puede morir dos veces.