lunes, 6 de abril de 2009

Tal vez


El teléfono sonó. Era ella. Era ella y traía dos años consigo, dentro de un pañuelo atado como aquellos hatillos colgados de un palo que antes se llevaban al hombro, como aquellos niños que se iban de casa a ver el mundo y que yo envidiaba al verlos en las ilustraciones de tantos cuentos de mi niñez. Era ella con la misma voz que cuando se fue, la misma cadencia al hablar, la misma calidez de unas palabras que resonaban en mí como lo debe de hacer la música de la flauta de un encantador de serpientes en el cuerpo de una serpiente. Habló y fue como si la tuviese enfrente, como si la distancia no hubiera cuajado en olvido. Aquella llamada era un "¿Cómo estás? Yo bien, mucho mejor que cuando estaba contigo" que en mí resonó a un "Tal vez podríamos... en realidad no sé por qué te llamo. Sí lo sé. Te echo de menos". Sabía que mi deducción era falsa, que el deseo es un intérprete poco objetivo, pero siempre he tenido por seguro que mi intuición sabe cosas que yo no sé y aunque casi nunca le hago el menor caso, estaba seguro de que si esta vez lo hacía, todo se complicaría y volvería a empezar todo de nuevo.
Colgué después de que hablaramos diez minutos, de que ella me contara lo bien que le iba todo y yo no la creyera, de que se me hubiese ido fundiendo el alma poco a poco como la cera de una vela a cada palabra suya. El tiempo es un gran mentiroso, me dije para consolarme cuando ya el teléfono yacía muerto sobre la cama. El bicho rondó divertido por la casa moviendo sillas, abriendo y cerrando puertas pero no me dijo nada. Se limitó a reírse de mí desde la puerta de mi habitación. Afuera, el sol había aprendido (como cada año) a vencer al invierno y con mucha más seguridad en sí mismo cogía a la primavera de la cintura y le proponía un llevarla a un lugar entre las nubes. Envidié al sol. Envidié a todos los que hacen algo en beneficio propio sin torturarse por ningún sentido de culpa. Luego me levanté de la cama y salí de la habitación sin saber muy bien qué hacer ni hacia dónde ir.

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