lunes, 24 de marzo de 2008

Lo mío no es pensar, lo mío es huír.


Me encaminé al coche, donde le había dicho a María que me esperara. Le había dado la llave para que se metiera dentro y pudiera ponerlo en marcha si hiciera falta, por si alguien nos reconociera a alguno de los dos. María me había hecho entender que J... estaría muy enfadado y habría puesto a todos sus hombres a buscarnos. Cuando llegué María no estaba en el coche. Me acerqué con precaución mirando alrededor por si alguien hacía algún movimiento inesperado. Era casi el mediodía y la gente aún no había salido de las oficinas del centro, así que no había casi nadie por la calle. Abrí la puerta del coche (eso quería decir que María había abierto la puerta del coche) y me subí. Las llaves estaban puestas. Aquello no olía bien. Volví a mirar alrededor; nadie sospechoso. Salí del coche esperando que María estuviera cerca y hubiera pensado en entrar en alguna tienda. Nada, ni rastro. Entonces sólo cabía una explicación: María había hecho lo que le había dicho y uno o dos esbirros de J... la habían localizado, la habían sacado del coche y se la habían llevado. Dos como mucho, si hubieran sido más, uno se hubiera quedado y me hubiera estado esperando a mí; eso también quería decir que pedirían ayuda y que esa ayuda estaba a punto de venir a por mí. Pensé que no podía ayudar a María, así que me metí en el coche y me marché de allí, doblé la esquina en dirección sur y bajé por la calle por la que el Bobster rojo lo había hecho diez minutos antes. Demasiado tiempo para alcanzarlo. Una vez llegara al final de la calle podía haber ido a cualquier parte. Pasé por delante del portal en el que había estado escondido. Una mujer se asomaba desde el primer piso y hablaba a gritos con un cartero que se encogía de hombros. Doblé a la derecha y busqué una ruta para llegar a las afueras. Apenas conocía la ciudad pero tenía memorizadas un para de vías de escape, como siempre hago cuando voy a lugares que no domino. ¿Qué habrá sido de María? ¿Me seguirían buscando a mí ahora que la tenían a ella? "Claro, imbécil. Es a tí a quien quieren romperle las costillas" dijo el bicho.
Al cabo de unos minutos aparqué en una calle de un barrio periférico, una barriada de bloques de pisos construídos en los años sesenta al abrigo de un plan de urbanización salvaje y cuyo único fin era el de erradicar el chabolismo sustituyéndolo por enormes edificios de cientos de viviendas cada uno. En uno de esos, pero de otra ciudad, nací y crecí yo. El ligero olor a descomposción de comida mezclado con el de cloacas no pensadas para tanta gente y tanta miseria me trajo el recuerdo de un lugar perdido en mi infancia, de pantalones cortos y recados a los que mi madre me solía enviar cuando ella ya no soportaba la vergüenza de no poder pagar a los tenderos del barrio. Mi padre, mi padre me enviaba a por tabaco, como a todos los niños del barrio, los cuales iban para guardarse el cambio. Mi padre, me veía llegar al bar con el tabaco y delante de sus amigos, me daba el cambio como los otros padres a sus hijos. Luego, al llegar a casa me lo reclamaba. Crecí odiando a ese padre y despreciando a esa madre. "Lo único bueno que has traído a esta casa" me dijo mi padre un día "es que al nacer tú, tu madre se quedó sin poder tener más hijos. Mejor así, menos bocas que alimentar". Resulta curioso lo que puede pasarte por la cabeza en un instante, cuántos recuerdos están presentes en un olor o en una geografía familiar, caben odios y caben resquemores que habías creído desterrar de la memoria, pero no son simples recuerdos, siempre están ahí, dormidos, y los llevas encima como una segunda piel invisible, a un milímetro de tu verdadera frontera con el mundo, una segunda piel que hace que lo sientas todo como de segunda mano, como si las cosas buenas de verdad se quedaran fuera y no pudieran traspasarla, una segunda piel que te hace inmune al mundo, al bueno y malo. Una piel que te convierte en mero observador de las alegrías y las penas ajenas.
Aquel olor y aquellas calles me producían una seguridad lo más parecida a la que se siente cuando estás en algo semejante a un hogar. Al menos, eso me lo parecía a mí. En estos barrios, el J... de turno sabe que tiene que negociar con las bandas autóctonas, que es un territorio que ya tiene un dueño, un minorista del crímen, uno que trapichea y mantiene a raya a los pocos idealistas que quieren negocios más grandes y que amenazan su autoridad de reyezuelo de un país de cuatro calles. Siempre hay alguien que lo intenta, y siempre hay alguien que aparece flotando accidentalmente en un arroyo putrefacto.
Aparqué el coche. Las tiendas estaban a punto de abrir en su horario de tarde. Me quité la corbata, la dejé en la guantera del coche y me desabroché el botón del cuello de la camisa. Salí y entré en el bar más cercano. El aire estaba ligeramente cargado de humo y unos hombres jugaban a las cartas en una mesa en un rincón. En una televisión amarillenta un presentador engominado daba los resultados de fútbol y los que estaban en la barra prestaban atención mientras hacían comentarios acerca de ellos. El dueño apenas me miró al decirme "¿Qué le pongo?" Me senté en la barra. "Un café solo" le dije. El bicho quería una copa, miraba a los otros presentes y veía sus copitas relucientes llenas de licores impolutos. "Ahora no. Tengo que pensar. Tengo que encontrarle un sentido a todo esto". ¿Dónde estaría María? ¿Qué le habrían hecho? y sobre todo ¿qué podía hacer yo? "Piensa, piensa. Si no fueras tan tonto, si hubieras cultivado el cerebro en lugar de los nudillos, ahora no tardarías en dar con una solución. Mierda, ¿por qué no habría dejado que María viniera conmigo? Porque os hubiesen descubierto a los dos, so memo". Y ¿de qué se conocían Carmen y el viejo loco del desierto, que no estaba tan loco como parecía el día anterior? ¿Quién era el hombre de la silla de ruedas y qué hacía la madre de Cris con él? Lo único claro que tenía claro es que el viejo mintió cuando dijo que no sabía nada de un Bobster rojo. ¿Qué debía hacer y a quién podía pedir ayuda? Carmen y Sansón no me habían visto ¿podría pedirles ayuda para encontrar a María? Tenía la intuición de que Carmen era mucho más peligrosa de lo que lo pudiera ser una madam y sabía que ir a buscarla era meterse en la boca de un lobo pero de momento, ella no sabía que yo estaba buscando a la madre de Cris y no sabía que la madre de Cris era la misma persona que acompañaba al hombre de la silla de ruedas. Tenía que arriesgarme y no sólo para que Carmen moviera sus hilos para encontrar a María sino porque podía conseguir información de dónde encontrar el Bobster rojo y volver a verla a ella. Le había visto sólo los pies, había escuchado sólo una frase, pero era suficiente para saber que estaba bien, lo suficiente como para notar en aquella voz un tono sereno y resignado a un tiempo. Cuando has querido tanto a alguien lo conoces casi tan bien como a ti. Sabes; sin más. Y yo sabía que en este momento ella estaba mejor de lo que nunca lo había estado conmigo.
Pagué el café y volví al coche. Media hora más tarde lo dejaba en el aparcamiento de donde lo había sacado esa mañana para ir al ayuntamiento. Carmen y Sansón no habían vuelto aún y me dispuse a esperar a que llegaran.

domingo, 23 de marzo de 2008

Bicho bueno que muerde


Hoy lo he entendido. Lo del bicho, me refiero. El bicho está siempre presente y hay que cansarlo, cansarlo con carnaza de tiempo, con lagunas de olvido, espacio y tiempo perdido, para siempre quemado, tiempo que no lo utilizas en provecho tuyo, sólo sirve para dejarlo caer al suelo, tiempo que no vives, que se lo das a él para que juegue como un gato con un ovillo de lana...
¿Qué sería de nuestras vidas si no tuviéramos que pagar ese tributo al bicho? Por que no te engañes, si has leído hasta aquí es porque tu bicho o tu esfinge quiere entretenerte con esta historia para que no pienses en la tuya. Dime ¿qué sería de tu vida si hicieras lo que a tí (y no al bicho) te gustaría hacer? Ahora no me vengas con que te gustaría que te gustara hacer esto o aquello. Quiero decir que tú sabes qué es lo que te gusta y te pones excusas... te pones trabas... ¿qué pensará la gente, verdad, si decides que no vas a ser lo que otros quieren que seas? ¿Cómo vas a tirar por la borda todo ese esfuerzo y toda esa educación que te ha dado un puesto entre toda esa gente que no te conoce y que sólo espera de tí que no le perturbes y que le proporciones dinero para poderlo gastar en sus cosas? ¿Qué quiere realmente la gente? ¿Qué quieres tú de verdad? Y claro, se trata de aparentar... ¿qué? Se trata de ir con la cabeza alta, de no ser un paria, de no inspirar lástima... Tienes una dignidad... ¿dignidad u orgullo? Está bien, digamos que dignidad... ¡Pues a la mierda con ella!
Está bien. Tienes hijos. Quizá tengas que conseguir dinero para alimentarlos, vestirlos, cuidarlos... sí, yo también lo he hecho. Es lo que hay que hacer... por eso el bicho odia a los niños, por eso el bicho adora a los niños, porque los niños te liberan de él y al mismo tiempo te encadenan a él. ¿Has pensado alguna vez que sería de tu vida si realmente fueses libre? Tal vez el bicho te dejaría en paz... porque el bicho te grita porque vive en una jaula a la que le has condenado. El bicho te odia profundamente por ello y sin embargo sólo aquel que es capaz de odiar a muerte es capaz de amar hasta lo más profundo. Amor y odio son lo mismo en el lenguaje del bicho... ya deberías saberlo, nos hemos mirado a los ojos y él te lo ha dicho.
Ahora será mejor que lo canses... duerme, empieza otro día y ocúpalo. No pienses, no hagas, no te preguntes.

sábado, 22 de marzo de 2008

Un mundo pequeño

No me había equivocado. El viejo se detuvo delante de un portal, llamó a un interfono, esperó un unos momentos, empujó la puerta y se perdió tras la cristalera de la entrada. Esperé un minuto por si, por casualidad, el viejo se entretenía y me veía acercarme a la puerta y me acerqué para ver si podía reconocer alguna señal en la botonera que pudiera darme alguna pista. Nada, el tercero primera, nada más. Llamé al primero y esperé a que me contestaran. "¿Sí?" preguntó una voz de mujer. "El cartero, señora" dije. "¿El cartero? Pero si ya ha pasado hoy" dijo. "Traigo un certificado" respondí sin pensar. "¿De dónde viene?" volvió a preguntar. "Del juzgado, señora" Nadie le niega la entrada a alguien que te trae algo del juzgado. La señora se quedó en silencio. "¿Qué hago, señora? ¿Lo rechaza?" pregunté. "No, claro, suba"dijo dubitativa. Entré en el vestíbulo y fui directamente a los buzones. Esperaba encontrar una respuesta... tercero primera... "Corp abogados"; un bufete. Parecía que el viejo tenía asuntos legales que tratar. Oí cómo la señora del primero abría la puerta y esperaba que un cartero que nunca subiría le entregara un correo certificado que probablemente, traería malas noticias. Salí hacia la puerta y estaba a punto de abrir la puerta cuando, a través de los cristales vi que se acercaban Carmen y Sansón. Venían hacia donde yo estaba. Retrocedí y me oculté debajo del hueco de la escalera, a oscuras. Llamaron al tercero primera. Se oyó el zumbido que abría la puerta y pasaron. Llamaron al ascensor. "El viejo quiere vernos a todos" dijo Carmen. "Algo pasa". "A lo mejor sólo se trata de otro trabajito" oí que decía el gigantón. "Cuando me llamó estaba mañana parecía enfadado. El viejo Garr suele ser un hombre tranquilo, no sé con qué nos va a salir ahora" dijo Carmen. Desde la oscuridad del hueco de la escalera apenas podía ver sus pies, envueltos en unos zapatos caros, pies nerviosos los de Carmen, tranquilos los del gigante. "¿Oiga?" dijo la mujer del primero "¿sube o qué?" esperando al cartero. Carmen detuvo sus movimientos nerviosos y ambos se tensaron. Probablemente estuvieran mirando por si había alguien más en le vestíbulo. Sansón se fue acercando al hueco de la escalera. Ya está, me descubriría en unos momentos y entonces tendría que atizarle fuerte. Sólo que aquel tipo era más fuerte y parecía tener mucho más oficio que un simple portero de discoteca. Nunca me había encontrado con alguien tan superior a mí. Aquello podía resultar muy embarazoso. En ese momento llegó el ascensor y se abrió la puerta. Sansón se detuvo. Del ascensor salieron una mujer y una silla de ruedas en la que, aparentemente, iba un hombre. "Buenas tardes" dijo la mujer. Aquella voz... aquella voz sí que la conocía perfectamente. Era ella, la madre de Cris, no había duda. De repente aquellos zapatos y aquél caminar cobraron un nuevo significado, otra vida. "Hola Carmen, cuánto tiempo. ¿Te ha llamado Garr? Pues acaba de llegar. Parece algo enfadado... contigo" le dijo el hombre de la silla de ruedas en un tono cínico. Se adivinaba cierto placer en que Carmen tuviera problemas. "No creo que sea grave" dijo Carmen "¿es que sabes tú algo?" "Tal vez, pero será mejor que lo averigües por ti misma" dijo mientras salía a la calle ayudado por la madre de Cris (estoy seguro que era su voz, eran sus pasos, estoy seguro que era ella). "Este maldito lisiado es peor que un demonio. Seguro que si no hablara tan mal de mi a Garr ahora mi posición no sería la que tengo ahora. Maldito cabrón" dijo Carmen. "Tiene motivos para odiarte, divina" contestó Sansón. "Aquello fue un error ¿Cómo iba yo a saber que era la mano derecha de Garr?" dijo Carmen. "Te dijo que llamaras a Garr antes de hacer lo que hiciste. Podrías haber hecho una llamada". "Y tú ¿qué sabrás? No se le puede molestar por todo". Entraron en el ascensor y siguieron hablando pero yo ya no les oí. Esperé unos segundo y salí a la calle. "¿Oiga? ¿sube o no?" gritaba la mujer del primero. Al salir miré a ambos lados con precaución. No había nadie, se habían esfumado en un instante. Un minuto después, a mis espaldas, se abría la puerta de un garaje y salía el Bobster rojo conducido por ella. El hombre iba a su lado. Yo había vuelto sobre mis pasos y volvía en dirección al ayuntamiento y ya me había alejado. Demasiado tarde para gritar su nombre. Todo demasiado extraño como para arrisgarme a que alguien se fijara en mí y me reconociera.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Amanece

Hubiese cerrado los ojos y entonces todo hubiera sido mejor, me hubiera sentado en un rincón apretando las piernas contra el pecho y tal vez así hubiera podido dormir un poco, pero su luna atravesaba las persianas bajadas y era tanta la luz y tanta la espera... Luego, el niño que habita en mí y que convive en una misma habitación cerrada con el bicho rabioso que grita, me susurró al oído palabras de consuelo. "Es bueno tener una almohada a la que abrazar por las noches" me dijo. El bicho se calmó porque el bicho no entiende según que cosas y cuando no entiende se queda en un rincón y observa, sin en la menor intención de aprender, se queda quieto con la cabeza baja y mirando fijamente qué pasa. No hace nada, no sabe hacer otra cosa que gritar y moverse y salir corriendo y dormir cuando se agota. "¿Sabes? me da miedo llegar a tu edad y estar como estás tú?" le dice ella "¿Es esto lo que me espera?" y él cae desde el vigésimo piso de la poca esperanza que le queda... "Es probablemente, lo que te aguarda, mi niña" dice él. El bicho se agita y empieza a caminar cada vez más rápido por la habitación, habla solo, y luego... luego vuelve a gritar... y yo me levanto y voy como un alma en pena a escribir al ordenador para que él no entienda lo que pasa por mi cabeza... y el niño se duerme y deja de susurrarme... y de repente, se vuelven las cinco de la madrugada o de la mañana y tal vez (sólo digo que tal vez) hubiera sido mejor no haber subido tan alto para luego caer tan deprisa...
"El ángel cayó despacio, como cae una pluma y cuando quiso remontar el vuelo no pudo pues había estado tantos años (¿qué es el tiempo?) bajando lentamente sin darse cuenta que ya era del todo imposible saber de dónde venía. Se dejó, entonces, arrastrar por una suave brisa. Eran las once de la mañana (el tiempo es mermelada de fresa) y se acabó posando en una roca lunar con vistas a una ventana".
Deprisa, despacio, con el cuchillo extiendo el tiempo sobre una tostada ya untada de mantequilla. Me gusta el olor del café recién hecho y ese fresco de las mañanas del que sólo te libran las zapatillas de invierno y el batín somnoliento que, bostezando, se aviene a descolgarse de la percha y ser mera funda mía. Subiré a la terraza, con la taza en las manos, me sentaré en la silla vieja y pondré el plato sobre la mesa, quizá cruce las piernas o me levantaré y trataré de ver salir el sol entre los tejados a los que he condenado mi alma... ¿Pensaré en tí? Probablemente. Es inevitable que deambule por la senda que tú has ido marcando todos los días desde hace ¿cuánto tiempo? Ah no, quedamos en que el tiempo era mermelada de fresa... y entonces, con los primeros rayos de sol, me vuelvo escurridizo y dejo de poder ser pensado por nadie. Y entonces empieza el rumor que desprende la vida cuando se despereza y se digna a habitar la ciudad... y miles de duchas al unísono abren sus grifos (que salen volando de las almenas de ciertas catedrales góticas) y el mundo vuelve a hablar con miles de lenguas dentro de miles de cabezas, y bichos duermen y bichos se dan media vuelta en la cama del alma para coger fuerzas para más tarde... Y yo bajo de nuevo a la cocina y dejo la taza y el plato en el fregadero y me pregunto qué día será de verdad este miércoles en el calendario del mundo... y pienso en los niños cuyos padres no viven en casa y me pregunto si no será eso una maldad o sólo un agujero. Me visto de miércoles y me dejo por poner la esperanza, que la dejo en la mesita de noche, enchufada al cargador... y abro la puerta y hoy no, hoy sé que no habitaré el mundo, que sólo me deslizaré por él y quizá, con suerte, me salpique alguna gota de su materia oscura. Y sé que durante todo el día querré volver a las sábanas y a mi almohada y cerrar los ojos y flotar sobre un mar en calma. Bendito maldito insomnio.

(Con Alan Rickman)

domingo, 16 de marzo de 2008

Poutpourri de deseos

Si pudiera volver atrás sería para no volver nunca. Me quedaría pequeño y no crecería, no aprendería a hablar ni haría caso a los mayores. Dormiría más, leería más, tendría más amigos, que comprenderían mi silencio y se desprenderían de semánticas y fonéticas... y nos comunicaríamos mirándonos a los ojos... y bajaríamos al valle durante el invierno y habitaríamos las montañas en la primavera y el verano.
Y me cobijaría en tí y te amarrarías a mí, en un abrazo sin fín, perdido el cielo, lejos y sin embargo tan cerca del paraíso... es dulce tener esperanza, es todo tan fácil al saber que existes en alguna parte...

La bella y la bestia...

sábado, 15 de marzo de 2008

Preguntas que no llevan a ninguna parte


A las nueve sonó el teléfono. No conocía el número pero lo cogí. Era la doctora. Me pregunta que por qué no he ido a verla. "Tenías visita esta mañana" me dice. "¿Estás bien?" Quiere preguntar si he vuelto beber pero no se atreve, no quiere hacerme sentir mal, no quiere enfuercer al bicho... "No he vuelto a beber, si es por eso que me llama" sigo tratándola de usted a pesar de que es más joven que yo, a los médicos siempre les llamo de usted, por educación. "Estoy fuera de la ciudad, no me acordé de avisarla". le digo. "Está bien, ya sabes que me puedes llamar cuando lo necesites. Cuando regreses pasa por la consulta ¿vale?" me dice con esa dulzura tan correcta que sólo utilizan los médicos. Es una buena chica, la doctora. Por algún motivo que desconozco le caigo bien. Le colgué prometiéndole que iría a verla cuando regrese, no sé cuando, tengo un trabajo que terminar, gracias por llamar, adiós doctora.
Casi al tiempo que colgaba María entraba en la habitación. "Buenos días"dijo. Se le notaba que había descansado y estaba de buen humor. "No he venido antes porque quería dejarte dormir. Ayer tenías cara de cansado. ¿Has dormido bien?". Para no aburrirla explicándole mi obcecación por padecer insomnio le dije que sí, que había dormido estupendamente. "He dormido en la habitación de al lado. ¿Sabes que roncas un montón? Ayer pensé que era porque estábamos en la misma habitación pero hoy... hoy te escuchaba igual" dijo. Entonces no había dormido con la mujer de la calma y lo que se traían entre manos no era lo que me había parecido ayer durante la cena. "Vamos a la calle, comeremos algo. Estoy hambrienta" dijo dando un paso hacia atrás para dejarme salir al pasillo. Salimos del edificio y fuimos a una cafetería a dos manzanas de allí. María se había puesto un bonito vestido blanco estampado con grandes y graciosas flores en distintos tonos de verde. Le quedaba realmente bien, era un vestido corto que dejaba al aire sus delgadas piernas morenas. En aquél momento éramos la antítesis de la discreción. Bonita pareja: la bella y la bestia.
Pedimos café y tostadas. Estaban buenas o teníamos tanta hambre que nos hubiéramos comido cualquier cosa. La cena de la noche anterior había sido demasiado frugal y no nos había alimentado lo suficiente para pasar la noche. Además, desde de que había dejado de beber, el bicho pedía más comida y yo tenía hambre a todas horas. "¿Qué vamos a hacer ahora?" preguntó María. "¿Vamos? ¿Los dos? Creo que deberíamos separarnos. Seguro que están buscando a una pareja de lunáticos cuya apariencia coincide con la nuestra. Será mejor que no se lo pongamos tan fácil. ¿No te puedes quedar con Carmen?" le pregunté. "Ella miró a través del ventanal hacia la calle. En ese momento un autobús paraba justo enfrente de la cafetería y se bajaban dos obreros con sus fiambreras en la mano. "Preferiría no tener que pedirle más favores a Carmen. Lo que has visto pertenece al pasado y no quiero estar aquí. Carmen me salvó la vida pero no lo hizo gratis" empezó a decir. "No hace falta que me cuentes nada. No quiero saber..." dije, pero no me dejó acabar "No hace falta contártelo pero te lo cuento. No quiero que te lleves una opinión sin saber la verdad" me miraba fijamente "Vine desde mi país con un contrato para cantar en un local. No había tal local ni era para cantar para lo que me querían. Me quitaron el pasaporte, me obligaron a acostarme con decenas de hombres; y cuando digo que me obligaron te juro que sabían como hacerlo. Un día apareció un tio raro, hablaba y hablaba, me ayudó a escapar. Yo no lo esperaba, lo seguí por incercia. De repente me ví en la calle junto a aquél marciano. Me llevó a casa de Carmen para esconderme pero nos encontraron y para no empezar una guerra en la que Carmen acabaría perdiendo, me compró por mucho dinero y les entregó al tipo que me había llevado a su local. No lo he vuelto a ver más. Se rumorea que le dieron tal paliza que quedó en coma o está muerto. No lo sé. Yo tenía dieciocho años. No sabía qué hacer. Carmen no tiene chicas fijas. Tiene un local al que van amas de casa que necesitan un dinero extra que no les dan sus maridos, estudiantes a las que no les llegan las becas, mujeres que no quieren o no pueden meter a nadie en casa y están en un apuro. Mujeres que tienen una mala racha que siempre se hace demasiado larga... Era distinto y era lo mismo. Así que ya lo sabes. Y si la pregunta es que si vengo mucho por aquí la respuesta es que de vez en cuando. Lo intento pero no es fácil. No se gana mucho de camarera ni cantando un par de veces a la semana". "Lo siento" dije. No sabía que otra cosa decir. Me sentí estúpido diciendo lo siento y me sentí sucio sin saber muy bien el porqué. "El hijo de J... me vió una noche cantando en el hotel, me empezó a enviar flores, invitaciones... yo sabía que tarde o temprano se enteraría, así que lo rechacé amablemente. Acabó enterándose y entonces empezó a perseguirme. No le había rechazado una chica, le había rechazado una que se acostaba con cualquiera. Eso parece ser que le molestó mucho más que cualquier otra cosa. Tengo que irme de la ciudad. Después de lo que le hiciste no puedo quedarme aquí" dijo atravesándome con la mirada. "Mira mi niña, yo estoy buscando a una persona, la del bobster rojo, cuando la encuentre y le diga lo que le tengo que decir, me volveré a mi casa, pero hasta entonces estaré aquí, no tengo elección". "Yo puedo ayudarte, conozco la ciudad mejor que tú" dijo. "¿Ayudarme? Si ni siquiera conseguiste la dirección correcta" le dije. "Te juro que es la que me dijeron. Volvamos al ayuntamiento y esta vez, entras tú conmigo" "¿Estás loca? Seguro que nos reconoce alguien" le dije. "No si te disfrzas" dijo burlona. "¿Disfrazarme yo? Vamos, ni de coña".

Estoy vago... ahora cuelgo vídeos...

viernes, 14 de marzo de 2008

Siempre quedan los buenos tiempos...

YouTube - Texas - Say What You Want

YouTube - Texas - Say What You Want

Adiós a la inocencia, el principio del fin


Tienes una infancia feliz hasta que empiezas a compararte con los demás. Quiero decir que un día te das cuenta que el mundo te pide algo más que existir. Te das cuenta de que esperan de tí que hagas algo, un día te das cuenta que tienes que competir con otros como tú y que para eso necesitas ser el mejor en algo. Y entonces... entonces entras en el juego y ya no puedes dejarlo. Se te escapa la inocencia como un globo que sube y sube y sube y que nunca más volverá.
Se acaba la infancia cuando te das cuenta de que nunca serás el mejor en todo, que siempre habrá alguien que esté por encima de tí. Se acaba irremediamblemente el día en el que alguien más fuerte te tira al suelo y se ríe de tí. Y entonces puedes tomar dos decisiones: levantarte y tirarle al suelo a él y reírte tú o levantarte y aceptar que no eres el más fuerte. Con ambas pierdes; sólo que la primera ayuda a disimular la rabia de saber que ya nunca más volverás a estar a salvo, de que todo ha comenzado, de que tu otra vida ha comenzado. Es el principio del fin.

"A veces me gustaría volver a ser el niño que fui, que se sonrojaba cuando una chica guapa le decía algo, que jugaba hasta que se ponía el sol, que hacía cabañas, que montaba en bicicleta y se caía y que tenía las rodillas siempre peladas de jugar a las canicas. Me gustaría volver a caer rendido en el sofá de puro agotamiento y despertarme en mi cama milagrosamente, y que fuera, milagrosamente también, domingo por la mañana, sol y primavera, todo un día por delante. Me gustaría volver a ser el niño que fui y no cambiaría nada, buscaría los mismos ojos en la gente, jugaría a las mismas cosas, tendría los mismos miedos, me subiría a los mismos árboles, me haría los mismos chichones... y si supiera quien iba a ser hoy y a quién iba a querer y a quien no, y a qué iba a dedicar mi tiempo y a qué no, volvería a hacer lo mismo, volvería a olvidar al niño que fui para reencontrármelo un día sonrojándose de nuevo por una tontería, volvería a olvidarme de él para que abriese la puerta de repente, sin yo esperarlo, y apareciese, de nuevo, en mi vida a reclamar lo que es suyo y que durante tanto tiempo le estuve negando. Porque creo que todo lo hice para comprenderle el día que llegara, para saber qué necesita, para acurrucarlo y llevarlo a la cama cuando esté agotado, para aprender de él, en definitva".

Supongo que Cris me resarció de aquel despertar temprano; que sus cosas de niño hicieron de bálsamo para curar aquellas heridas de mi niñez pobre y solitaria, supongo que algo dentro de mí hizo que me volcara como si pudiera arreglar en él lo que ya nunca podría volver a vivir. Me gustaría pensar que no fue así, que en realidad, a Cris lo quise porque era Cris y lo quise sin más. Y a veces miro hacia atrás y pienso en él y en su madre y creo que aquella vida es, probablemente, la única que ha merecido la pena vivir... si aún no sabes por qué moriria por ella, aquí iba una pista. Ahora pregúntate cuántos días has estado verdaderamente vivo y sé sincero. Piensa cuántas veces te has ido a dormir dando las gracias por el día transcurrido y cuántas maldiciendo el día pasado y el que está por venir. En fin, ella... era ese lugar, su voz era ese lugar, sus ojos eran ese lugar... Ese espacio único y perdido en el que agarrarme para dejar de hundirme. Ahora ya lo sabes. Ahora puedes dejar de leer si quieres. No me importa si me sigues acompañando o no y si me ayudarás a encontrarla. Sólo te diré qué... tú nunca sabrás querer hasta ese extremo. Crees que sí pero no.

martes, 11 de marzo de 2008

Ella (tú)

Y perderme en la negra noche, transitado por tu ausencia, por tu no nombre y por tu no recuerdo, correr a ver si llegaste a casa y volver a salir a buscarte porque no volviste. Y hacerme amigo de los perros vagabundos y compartir las sombras del parque... Y querer seguir contigo y saber que sólo existe una remota posibilidad... tan remota... tan... Y pedir una tregua en la que tener miles de lunas en las que abrazarte (tenerte mil y luego otras mil y luego otras mil y así siempre)... y dormir si no, el sueño de los niños y bajar por la calle abajo e ir de nuevo al cine solo y llorar a escondidas de mis gatos y a saber de tí por los periódicos...

La felicidad


En un mundo perfecto María no conocería sitios como este. Hubiera pasado de la infancia a la adolescencia, hubiera tenido un novio, se hubieran peleado y hubieran hecho las paces, hubiera llegado a la juventud trabajando, estudiando, quizá cantando en algún grupo. Pero por lo visto el mundo es cualquier otra cosa menos perfecto y María me había llevado a una habitación del tercer piso, la del fondo, a la que se llegaba atravesando un pasillo largo, enmoquetadas las paredes de un fieltro rojo con flores diminutas y amarillas, y flanqueado de puertas de varios colores con un nombre de diosa colgado en cada una. "Hebe" rezaba la última habitacion. Entramos.
Eran las seis. El aire ligeramente fresco movía las cortinas de la ventana abierta y la persiana permanecía baja. Me senté en la cama y me quité los zapatos. María me miraba de pie desde la puerta cerrada a su espalda. "No pienso preguntarte nada" le dije "un trato es un trato". "Piensas que soy una puta, ¿verdad?" dijo mirándome con rabia "todos los hombres pensáis que todas las mujeres somos unas putas". La miré fijamente. "Mi madre era puta" le dije "así que sé que no todas las mujeres son unas putas. Es más, sé que hay muchas mujeres que se acuestan con hombres por dinero y no serán nunca jamás unas putas. Y ahora ya basta. No tengo por qué decirte qué cojones pienso de de nada ni de nadie. Sería mejor que nos quitáramos todo este polvo de encima y bajaramos a cenar con tu amiga. ¿Entras tú primero o yo?" le dije haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la puerta del baño "Mañana tendremos que conseguir ropa limpia. Empiezo a sentirme incómodo". María me miraba desde la puerta sin decir nada. "¿En serio que tu madre era puta?" me dijo. "Si no te duchas tú lo haré yo, si no te importa". Me levanté de la cama y me metí en el cuarto de baño, reformado no hacía mucho tiempo y perfumado con un agradable ambientador de lavanda.

La felicidad es un chorro de agua caliente que te pega en la cabeza en los pocos momentos en los que te sientes a salvo; es una ducha cuando estás sucio, derrotado y no tener que dar explicaciones a nadie de cómo te sientes. Hay quien canta en la ducha preso de esa felicidad y lo hace porque tiene miedo del silencio de estar consigo mismo, como cuando de niño caminaba por el pasillo a oscuras de casa y cantaba o corría para huír del monstruo imaginario que le acechaba. En ese caso, el que canta, su felicidad espanta, porque no puede soportarla en silencio, como si la felicidad estuviera en otra parte, una felicidad a manos llenas, grande y para siempre, como si no pudiera estar (no puede estar en algo tan pequeño, piensa) en las gotas de agua caliente resbalándote por el pelo y la nuca, como si en algún lugar hubiera una promesa tan grande, algo tan pleno, que relegara el momento presente a algo sin importancia, que no merece la pena, completamente prescindible.

Salí de la ducha casi nuevo. Decidí que lavaría la ropa interior con el jabón de las manos y lo dejaría secar durante toda la noche. María entró en el cuarto de baño vestida con un albornoz blanco, lo debía de haber encontrado en el armario, donde ella debía de saber. "Aún no he salido" le dije. "Si no me ducho ya mismo no me dará tiempo" dijo ella. Se quitó el albornoz y se metió en la ducha. Cerró las cortinas y empezó a caer el agua. Mientras, yo escurría la ropa y la dejaba encima del radiador. Ella salió de la ducha, me miró y dijo "¿Sabes que hay un estudio que dice que los hombres que friegan tienen una vida sexual mejor? Es porque crean un mejor vínculo con su pareja". Se me acercó. "¿Me pasas el albornoz?" dijo en un tono provocador y divertido al tiempo. Se lo dí sin casi mirarla. "¿Tienes miedo de mirarme, hombretón?" dijo, desde luego el agua caliente le había relajado y puesto de buen humor. El bicho tuvo ganas de decirle: "No, lo que pasa es que no puedo emocionarme porque no llevo dinero". Entonces ella hubiera dicho "Eres un maldito hijo de puta" al tiempo que saldría del baño. Entonces a mí me hubiera tocado decirle: "Mira, niñata de mierda, ojalá nunca hubiera entrado en ese bar ni te hubieras cruzado en mi camino, es más, ojalá sí te hubieras cruzado y me hubiera importado un carajo que aquel imbécil te amenazara. Si hubiera entrado un minuto más tarde y yo me hubiera tomado la copa te aseguro que me hubiese dado igual" pero no pude, no en aquella habitación ni ante lo que significaban aquellas cuatro paredes, no ante sus ojos de nuevo alegres. Sé qué es que te hagan daño con las palabras. Cuando sabes eso ya no puedes utilizarlas sin pensar en las consecuencias, no hacia gente desgraciada como tú. En algún lugar hay escrito un código ético de los desgraciados en el que está terminantemente prohibido machacar a alguien herido.
"Anda, niña, déjate de juegos, tu amiga nos estará esperando... házle saber al brutícola que vamos a salir" le dije. Entonces le miré a los ojos, que es lo único que siempre, de verdad, está verdaderamente desnudo. Aquel brillo... se le desbordaba la felicidad por ellos, una felicidad sencilla y minúscula, una de esas a las que nos aferramos los que sabemos que la gran felicidad no es para nosotros. "Vístete" le dije sonriéndole "o vas a hacer que no pueda salir sin armar un escándalo". Se rió y supe que por un momento había olvidado algo que le era necesario olvidar para seguir viviendo con dignidad. Era una buena chica, de esas a las que, sin saber muy bien por qué, les pasa la vida por encima y se pasan el resto de su vida recuperándose, como esos animales mutilados por trampas en el bosque, como perros atropellados por un coche. Todos somos un poco así, un niño que no se esperaba que todo fuera tan diferente a los cuentos que le contaba su madre al irse a dormir, no tan sórdido, alguien a quien se le ido perdiendo la inocencia poco a poco sin saber dónde. Sí, ya sé, la vida, el mundo... que no es perfecto. María descolgó el teléfono y marcó un sólo número. "Sansón, soy yo, Clara, ¿salimos?... claro, de acuerdo". Colgó. "Nos llamará él" dijo. "Está bien" dije.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Espacios abiertos


Salimos del hotel tras las miradas cómplices entre María y Gustav. "No has visto nada" le dijo ella. Él sonrió maliciosamente. Nos metimos en el coche y nos dirigimos al centro, al ayuntamiento. "Debes averiguar a quién pertenece esta matrícula y dónde vive" le dije mostrándole un papel donde había escrito la matrícula del Bobster rojo. "No me la darán" dijo. "Ya lo creo que te la darán, sabes cómo hacerlo, estoy seguro". Me relajé dentro del coche mientras ella subía las escaleras de la entrada del ayuntamiento. Media hora más tarde, se metió en el coche con una dirección. "Está a las afueras, no conozco mucho esa zona, debe de estar en los campos de algodón cerca del río." Salimos por la autopista norte camino hacia donde ella decía con una sensación extraña. Demasiado fácil. Al poco advertí que alguien nos seguía. Era un coche negro, uno de esos que pasan desapercibido en cualquier parte. No sabía si nos había seguido desde el hotel o si su aventura partía de las escalinatas del ayuntamiento. Abandoné la autopista un par de salidas antes del desvío a los campos de algodón. "¿Qué haces? no es por aquí" dijo María. No estaba seguro de si debía decirle que nos estaban siguiendo, si ella no era, en realidad, la causante de aquella persecución. "Conozco un atajo" le dije. Ella se reclinó en el asiento, con calma, sin preguntar. No sabía nada. Y si lo sabía era la reina del disimulo.
El coche negro no nos dejaba. Paré en una gasolinera y dejé el coche delante del surtidor. "Lleno" le dije al muchacho. "Voy a lavarme las manos" le dije a María. Del coche negro salió un hombre de no más de treinta años y con disimulo me siguió hasta el baño. No se esperaba que lo estuviera esperando. Cayó redondo. Le mojé la cara y le pregunté quién le enviaba. No dijo nada. Le rompí la nariz: nada; la mano: nada. Tenía más miedo a quien le mandaba que a mí. Eso no era nada bueno. Lo dejé allí. Su silencio me había dicho que el padre del tipo de la gabardina negra era muy peligros. Su silencio había hablado a su pesar.
Volví al coche. Pagué con la tarjeta del tipo que yacía en el cuarto de baño. El muchacho no se atrevió a pedirme el carnet para comprobar que la tarjeta me perteneciera. Salí de allí otra vez en dirección a la autopista. "Eh, ¿no conocías un atajo?" me preguntó. "Me equivoqué" le dije. Atravesamos el desierto en dirección al oasis. "Para" me dijo. Paré. Se bajó del coche y caminó en dirección al desierto. Luego abrió los brazos y miró hacia el cielo. "¿Sabes? me gustan los espacios abiertos, me dan una calma, me tranquilizan. No es como estar rodeado de montañas o árboles o edificios. Sólo es el cielo y yo, sin nada que lo limite. ¿Sabes de qué te hablo?" caminó dando vueltas sobre sí misma con los brazos abiertos. "Esto es la libertad, esto sólo lo puedes encontrar en unos pocos lugares, como el desierto. No lo puedes encontrar en medio del bosque, ni rodeado de montañas. Esto es una isla de calma en medio de un mundo de cosas que limitan lo inmenso del cielo. Ven". Salí del coche y fui hacia donde estaba ella. "Sólo tienes que mirar al cielo, así" dijo inclinando su cabeza hacia atrás. Me abrazó. Y en ese abrazo intuí que ese instante de calma era algo raro y precioso que le latía por todos los poros de su piel. Quise besar sus labios y recorrer con mis manos su cuerpo emecido por una tranquilidad viva y vibrante. "Vámonos ya" le dije. "Tenemos que llegar antes del mediodía". Ella se cayó de su estado de beatitud y de repente, estoy seguro, que el cielo empezó a tener un límite, una figura que rompía aquel cielo inmaculado: yo. Y también sé que no me maldijo, sino que sintió pena por mí, por no poder abrirme a ese instante. Se subió al coche y no dijo nada más hasta que llegamos a la dirección en la que estaba registrado el Bobster rojo. Era la una y media del mediodía y hacía un día radiante.

martes, 4 de marzo de 2008

Noctámbula


El bicho estuvo rondando por la habitación toda la noche, entraba en el baño y salía, jugaba con las cortinas, descalzo sobre la moqueta iba y venía, nervioso, pero en silencio. Se acercaba a ella, le soplaba en la oreja. "No te le acerques" le decía yo. Pero el bicho no respondía, me miraba y se reía. Y jugaba con su pelo mientras yo trataba de dormir, de irme lo más lejos que pudiera de esa habitación y de la chica que dormía a mi lado. Cuando el bicho se empezaba a quedar dormido en una pequeña butaca que había en un rincón y a mí me vencía el sueño, la claridad de la mañana vino a fastidiarlo todo. María dormía. Y yo debí de caer entonces en un pozo de brea y quise moverme pero estaba tan pesado... El sol se escondió de nuevo y comprendí que alguien había encendido una luz en alguna parte y aquella claridad era de faro de coche, de farola de calle, de tren nocturno. Miré el reloj: las dos y media. Aún podría dormir tres horas.
Soñé con ella, con su pelo color de oro y su cochazo rojo, soñé que llevaba un anillo en el dedo, que quería cualquier otra cosa en el mundo que verme, que yo era una de esas adicciones venenosas que una vez has superado, no quieres que vuelvan a tirar por tierra todo lo conseguido. No vengo a arruinarte la vida... sólo es que Cris me pidió que le ayudara. No le puedo negar nada a Cris a pesar de no saber si estoy haciendo bien al buscarte. Quizá lo mejor sería que le dijera que no pude encontrarte, que te habías ido sin dejar rastro, tal y como habías planeado. Entonces Cris me odiaría y el bicho que lo habita se lo tragaría. No, no puedes escaparte, Cris te necesita y tú lo necesitas a él; y yo también necesito saber que todo anda bien. Necesito saber que todo fue un contratiempo, un error de cálculo del destino, que no fui yo el culpable de que se lo llevaran, que pude haberlo evitado y ahora queda todo arreglado. Y también sueño con Cris, no el de ahora, sino aquél perdido en una infancia de pequeñas cosas, de juguetes queridos, de cuentos contados al irse a la cama, de miedos que se deshacían cuando yo estaba. El niño con sus preguntas de niño, la inocencia de no saber aún disimular las mentiras, la mano cogida al cruzar la calle, los días de charcos y botas de agua, de esperar a su madre en el sofá hasta caer rendido al sueño, esperando un beso de buenas noches que a veces no llegaba desde los barrios donde ella olvidaba.
Llegó, esta vez sí, la mañana. Y el sol era el sol de verdad que salía en algún lugar del mundo. Yo estaba soñando y no me daba cuenta pero Gustav, el recepcionista, tenía razón: las vistas desde la ventana eran increíbles.
Me levanté somnoliento, el bicho se había ido y tardaría en volver. Empezó el mismo rito: la ducha, la ropa, y, de nuevo, el mundo...

ONCE: Falling Slowly

lunes, 3 de marzo de 2008

Una razón


Subimos a la habitación. En el ascensor estuvimos en silencio el tiempo suficiente como para adivinar que no íbamos a hablar todo el rato. Cuando alguien quiere contarte algo y deja pasar la oportunidad de hacerlo en un ascensor es que en realidad quiere otra cosa. Y yo me preguntaba qué quería de mí. Una chica joven y bonita no sube a la habitación de un hotel con un tipo como yo, así de primeras, para explicarle quién o qué es la mafia blanca. Podría haber pensado que le había gustado que yo no hubiera dudado en proponer mi habitación, que había sido demasiado directo. Lo cierto es que subimos en silencio,abrí la puerta y entramos. Encendí las luces. "Puedes ponerte cómoda" le dije. Me miró un instante. "Ya estoy cómoda, gracias" me dijo. "Pues yo no, así que con tu permiso..." y me metí en el baño y me aflojé el cuello de la camisa, me quité los zapatos y me refresqué la cara. Cuando salí del baño ella se había sentado en la cama y había encendido la televisión, veía un canal de noticias. "¿Y bien?" le dije.

"Ayer le diste lo suyo al hijo de su majestad. J... el dueño de esta ciudad. Ahora mismo te estarán buscando para darte un buen escarmiento. Me ha gustado verte esta noche, en la barra ¿bebes ginger ale? qué elegante, así que he pensado que tenías agallas pero ahora me doy cuenta de que no sabías dónde te metías. Yo de tí me iría esta misma noche. Mañana por la mañana ya sabrán que no eres de aquí y habrán buscado por todos los hoteles. Aquí buscarán en último lugar por que es suyo y no se creerán que has tenido el valor para pasearte delante de sus narices." dijo.
"Y ¿qué hacía el heredero de ese imperio buscando a una camarera en medio de la tarde? No me mal interpretes, es un trabajo tan decente como cualquiera pero no es la clase de currículum que entra por los ojos a un niño de papá. ¿Ganas de molestar al viejo? ¿Eres su gatita?" pregunté.
Esto último la molestó. "Yo no soy la gatita de nadie" dijo borrando su media sonrisa de la cara. "Como ya habrás visto también canto en este hotel. Vino un día, se encaprichó y no paró de mandarme flores y notitas. Los tíos a veces sois patéticos. Haceís cosas que no os saldría jamás de dentro con el sólo objetivo de llevarnos a la cama. Y encima creéis que no nos demos cuenta. El hijo de J... sólo tiene que pavonearse por ahí para que cuatro tontas caigan a sus pies atraídas por el lujo que él les puede ofrecer. Pero no a mí. El niñato no lo digirió bien. Y entonces se acabaron las flores y empezaron las visitas. Hacía tiempo que me había dejado en paz, pero esta tarde volvió a presentarse en el bar. El resto lo conoces."
"Entonces a tí también te estarán buscando" le dije. Entonces ella se reclinó algo más encima de la cama. "Probablemente se hayan dado una vuelta por mi piso pero no encontrarán nada. Hace unos días me mudé a casa de una amiga. Luego buscarán aquí pero Gustav les dirá que ya me he marchado y que no sabe a dónde. A quien de verdad buscan es a ti".
"Así que esta noche no tienes donde ir" le dije. "Sí, a casa de mi amiga" dijo ella. "¿De verdad quieres meterla en esto?" le pregunté. Ella se quedó en silencio, pensativa. "No, no quiero meterla en este asunto. Ella no sabe nada y es mejor que no llegue a enterarse. La pondría en peligro".
Ahora ya tenía claro por qué había accedido tan rápido a subir a mi habitación: no podía ir a ningún sitio. Y hasta era bastante probable que yo no le saliera al paso sino que ella, hiciera una maniobra de acercamiento. Al fin y al cabo, el servicio tiene unas puertas de acceso propias. Tampoco me cuadraba que hubiera ido a cantar cuando sabía que podría encontrarse con la visita de los esbirros de J... Algo no iba bien. Y sabía que ese algo era peligroso para mí.
"Está bien, tú dormirás en ese lado de la cama. Mañana nos levantaremos temprano y me ayudarás a hacer unos recaditos"le dije. "¿Es que no tienes miedo?" preguntó. "Ahora tengo cosas más importantes en qué pensar, supongo que debería tener miedo pero ahora no es el momento. Quizá si nos cogen empezaré a tenerlo, pero de momento eso no entra en mis planes. Ahora es mejor tratar de dormir algo, mañana nos espera un día ajetreado".
Me quité la camisa, los pantalones y me metí en la cama. Ella se metió vestida. "Será mejor que te quites la ropa, por lo menos la blusa. Mañana la tendrás arrugada. Y sinceramente, si quisiera hacer algo contigo que tú no quisieras que te hiciera daría igual que llevaras puesta la blusa o no". Se levantó, se quitó la ropa y volvió a meterse en la cama. Apagué las luces. Ninguno de los dos parecía poder conciliar el sueño. "¿Duermes?" le pregunté. "No" me respondió. Al cabo de un rato ella dijo "No sé cómo te llamas". Se lo dije. "¿Y tú?" le pregunté. "María. Oye, te puedo preguntar una cosa? ¿A qué te dedicas?" Pensé durante un rato qué decir "Doy palizas por encargo" estuve a punto de decir pero dije "Seguridad, ya sabes".

domingo, 2 de marzo de 2008

En tu cuerpo

No sé de qué hablarían mis manos si te hubieran conocido pero si sé que se envidiarían mutuamente y que, encerradas en mis bolsillos, les aquejaría una pena manca y muda y tratarían de embarcarse mar adentro sin poder hacerlo, atadas como están a estos brazos míos que sueñan con otros brazos y otros cuerpos. Si te hubieran conocido mis manos te habría conocido yo, quién sabe si mi pecho, quién sabe si mi boca. Nos hubiéramos mirado a los ojos y nos hubiéramos reído (es tan difícil tomarme en serio) y hubiéramos ido al cine o pasear por las calles del barrio viejo, hubiéramos corrido a refugiarnos de una lluvia (de esas en las que abunda agosto), mi mano, la derecha para ser exactos, habría anhelado tu cintura y se habría hecho de noche y olería a tierra húmeda o a piedra fresca. Si mi manos te hubieran conocido hubiera buscado un portal donde besarte y en el que mis manos encontraran una razón para existir y para envidiarse.