martes, 26 de marzo de 2013

Lo peor de lo mejor que me ha pasado



Anoche, mientras esperaba que el sueño viniera (hace días que no soy capaz de dormir inmediatamente después de irme a la cama) se me ocurrió una historia que escribir. Aunque parezca mentira (después de tener abierto un blog durante más de cinco años)  hacía mucho tiempo que no se me ocurría una idea para un texto largo, más allá de una escena. Bueno, en realidad se me ocurrió una escena y luego vino el resto: la sutil y elaborada venganza del protagonista hacia el perpetrador de una injusticia. Con otra injusticia.

Creo que el proceso deshumanizador de la venganza es un aspecto clave para entender la deriva de la Humanidad, en este siglo y en el pasado. Quizá también tuvo que ver con que viera "La bandera de nuestros padres" de Clint Eastwood. El caso es que me pareció que el ser humano es capaz de creerse cualquier cosa mientras está inmerso en algo más grande que él y sólo cuando sale de la vorágine y es capaz de verse con cierta perspectiva, es cuando sale realmente su naturaleza humana. Soy de los que creo que el ser humano es solidario y que la sociedad es un "a ver quién la hace más gorda".

Solidario. Los grupos humanos no pudieron sobrevivir en un medio hostil si no hubiera sido por sus vínculos sociales: cazar en grupo, proteger a los pequeños, defenderse de otros animales... la solidaridad está en nuestros genes, sólo que el mundo se ha hecho demasiado grande y defenderse de otros grupos (otros países, otras razas, otras religiones...) en un mundo tan global, cuesta ubicarse y reconocerse. Ahí tenemos ejemplos de solidaridad entre comunidades y violencia extrema contra lo que es diferente. La gente viste de forma similar para reconocerse entre ellos, para saber que piensan igual. Ahora mismo se me están ocurriendo los judíos ortodoxos, por ejemplo, con sus tirabuzones y sus sombreros negros, los tuareg, con sus túnicas y turbantes azules, los adoradores del dinero con sus trajes y corbatas...

Pero bueno, el caso es que se me ocurrió una historia y me di cuenta de que el personaje tramaba una venganza por un hecho aparentemente poco importante y consagraba su vida a hacerla realidad, involucrando a gente inocente, deshaciéndole la vida por completo, hasta que al final todo se le escapa de las manos, incluso sus sentimientos, y se convierte en el catalizador de algo que va más allá de cualquier cosa que podamos programar: la búsqueda de la felicidad. Porque el deseo de estar mejor siempre es lo que cambia las cosas. Al final nosotros decidimos.

Supongo que, al no tener tiempo, no la escribiré, pero eso no quita que me quedara sorprendido de recuperar la capacidad de "inventarme" una nueva historia. Creía que me había secado por dentro, pero no es cierto. Uno no se seca nunca del todo. 

Pero eso ya es otra historia.



domingo, 17 de marzo de 2013

Noche de deseo



La musa se estremece cuando le digo que no voy a dejar que le pase nada. Si lo pienso bien, tiene cierta gracia que alguien como yo pueda prometer algo así; pero a veces uno sabe que la persona que tiene en frente sólo quiere tener la certeza de que no está sola en el mundo, de que entre tanta gente desconocida hay alguien que se preocupa por ella lo suficiente como para cogerla por los hombros, mirarla a los ojos y prometerle que vas a hacer de su vida un lugar del todo seguro. Todos necesitamos creer en algo, lo que sea, algo que con sólo pronunciarlo te caliente los huesos como si te echaran una manta por encima.

No sabría decir por qué prometo cosas que no sé si voy a saber cómo cumplirlas, quizá lo haga porque soy consciente de que es precisamente no estar solo lo que hace el mundo más seguro, que la presencia del otro es indispensable para que no te quedes en medio de la nada y no tengas a quien acudir. Quizá lo que sea una paradoja es que cuantos más somos encima de este planeta, más peligroso resulta y más solos estamos.

La abrazo hasta que entra en calor, sus huesos son fríos y frágiles; su cuerpo se vuelve tibio y acogedor a mi contacto, tal vez la seguridad sea esto: la tibieza cuando estás helado, una cabaña en medio del bosque donde nadie va a venir a buscarte, alguien que escuche lo que tienes que decir y una voz y una presencia que   te recuerde que puedes compartir aquello que tienes, los deseos, los gustos, las mentiras y las verdades, los silencios... a veces se necesitan silencios para saber que también hay veces que no hay nada que decir.

Nos vamos a la cama, esa misma cama que desprendía una humedad fría y que ha ido calentándose poco a poco hasta hacerse acogedora, la abrazo mientras llega el sueño, pero ninguno de los dos es capaz de dormir, la caminata por el bosque, de noche, nos ha activado todo el cuerpo. No pienso en la llamada de teléfono que he ido a hacer al pueblo, aunque decirlo sin que venga a cuento, me delata. No suelo mentir, a veces soy contradictorio, sólo eso, digo que no pienso en algo cuando debería decir que no quiero pensar en ello. Hago de la llamada una cometa y la suelto hasta que se ha ido lejos, muy lejos, sólo sostengo el hilo invisible que la ata, desaparece.

La agarro con fuerza, pienso que este año volveré a escribir o a acabar la novela, que la musa ha llegado para arrancarme palabras hasta que vuelvan a fluir desde donde están atrancadas. Pienso en ello mientras la tengo cogida por la cintura, y siento que si la aprieto más fuerte conseguiré que no se vaya nunca, pero cuando voy a hacerlo se da la vuelta y me mira fijamente a los ojos, como si esos segundos de vacilación fueran silencio, el silencio que se tienen dos cuerpos que se buscan pero no se entregan a las palabras que desgarran la carne ni se ahogan en la boca del otro, húmedas y calientes, suciamente bonitas, despiadadamente sinceras, palabras que no son palabras porque el deseo tiene un lenguaje hecho de caricias  y de manos que buscan a tientas acabar de una vez con la tentación, como su cuerpo lo es para mí, como mi cuerpo lo es para ella.

Porque todo lo que decimos y pensamos es una simple traducción para que nos entretengamos en no escuchar el verdadero sonido que hace nuestra alma cuando se juntan dos cuerpos que se quieren, porque todo en la vida se reduce a eso: el deseo.

jueves, 14 de marzo de 2013

El diablo reclama mi alma y la consigue.



La primera vez que vi al diablo pensé "es igual que ella, es lo mismo, el mismo afán, sus palabras dibujan en el aire las mismas piruetas", pero el diablo me ofreció una oportunidad única y yo la cacé al vuelo, firmé en un papel lo que en un papel puede escribirse.

 El diablo sabe más por seductor que por viejo, sabe más por lo que habla que por lo que calla, pero al diablo le pierde algo que ni el mismo sabe: la avaricia.

El diablo necesita ganar almas para que su alma tenga sentido, necesita ser el diablo y poder decirle a todo el mundo que comprar almas es lo mejor del mundo, y que él siempre gana por mucho que corran o se escondan. Al diablo le pierde la lengua, todas las que sabe, todo lo que con ellas puede decirse, todo lo que con ellas puede callarse.

Al diablo se le escapan almas, de vez en cuando alguien tiene en cuenta que su avaricia es mayor que la precaución de todas las cláusulas, que todo está tan abierto o cerrado como una coma indique. Y yo, ese día, el día en el que me puso delante la hoja para que firmara, antes de que se diera cuenta de que las cosas iban a ser distintas a su promesa, antes de que él supiera que tarde o temprano se iba a aburrir de mi y entonces no vendría a perseguirme, antes de que eso sucediera, yo escribí una coma en un lugar casi inocente...

... en ese instante pensé que todos somos el diablo, que todos somos seres capaces de acaparar almas de otros, de seducir con cantos de sirena a otras sirenas que cantan para seducirnos.

Hoy el diablo me llamó a su despacho y me dijo que no iba a cumplir sus promesas pero que mi alma sí le pertenecía. Y yo sonreí por dentro; porque yo iba muy por delante de él, porque yo ya sabía que llegaría este día y ya lo había previsto, y también supe que el diablo nunca me había tomado en serio, que el diablo no sabía que yo también soy el diablo.

Pero este diablo no tiene un plan B.

martes, 12 de marzo de 2013

Ablaye Cissoko and Volker Goetez - Amanke Dionti




Yo sé que peco de ingenuo, que el mundo es muchísimo más complicado de lo que vemos sólo con los ojos, que la justicia es algo etéreo e inasible, que la razón no pertenece a nadie, ni siquiera al que razona. Quizá por eso las cosas son como son y cambiarlas cuesta tanto, no porque puedan o no cambiarse sino porque es difícil tener la certeza que hacia donde lo hacemos, supondrá una mejora.

El viernes esta canción apareció de repente, siempre me gustó el sonido de la cora y pensé que lograba una bonita combinación con la trompeta, que dibujaban una bonita música, y que si vamos a cambiar el mundo deberíamos cambiarlo desde el corazón, desde la colaboración entre todos los mundos que contiene el nuestro.

La musa me dice que la cora es un instrumento triste, y pienso que algunas personas también sólo pueden generar "músicas" tristes, como si el alma fuera un metal delicado al que no se pude golpear con demasiada frecuencia ni fuerza, y necesitara músicas afines, lugares de paz, mañanas de luz.

Y puede que sea ingenuo y que esto me lleve a cometer errores por confiar demasiado, pero si de algo estoy seguro es de que el viaje va a merecer el esfuerzo, y que al final, es mejor perder (una pequeña batalla) que no haber ganado un amigo y que el amor (todo lo que cabe en esa palabra hueca como el cascarón de huevo de dinosaurio) es, en realidad, suficiente excusa como para abrir el corazón a distintas músicas, distintas voces, toda clase de colaboraciones.

Por tanto, colaboremos, estemos abiertos... pues al fin y al cabo, cada día que pasa estamos más cerca de ser sólo una humanidad.

Y hoy el sol juega a esconderse entre las nubes, dice el hombre del tiempo que éstas acabarán ganando y lloverá; lloverá mucho, lloverá hasta que se haga barro todo lo que huela a tierra, todo lo que pueda contener una semilla.

Cada día que pasa estoy más cerca de lograr estabilizar el proyecto del agua, cada día que pasa me llegan más y más proyectos a los que no puedo dejar de ver como oportunidades. Me gustaría tener la capacidad de priorizar, pero ¿cómo hacerlo?

Escucho a Ablaye Cissoko y me calmo, me calmo y la musa se calma conmigo, el bicho descansa, pero yo sé que su descanso le da nuevas fuerzas, fuerzas que utilizará cuando más débil esté yo. Sé que nada va a ser fácil, pero siento el reto como un viento al que hay que dar la cara para que no te arrastre, porque estamos hechos para caminar hacia adelante, porque somos nómadas, porque somos la continuación de miles de la saga que, siendo un animal débil, conquistaron su entorno para que, ahora, consciente, pueda devolverlo intacto a la Naturaleza.

... pero el bicho sigue ahí, agazapado.

... y me llama con su voz de selva.