jueves, 14 de marzo de 2013

El diablo reclama mi alma y la consigue.



La primera vez que vi al diablo pensé "es igual que ella, es lo mismo, el mismo afán, sus palabras dibujan en el aire las mismas piruetas", pero el diablo me ofreció una oportunidad única y yo la cacé al vuelo, firmé en un papel lo que en un papel puede escribirse.

 El diablo sabe más por seductor que por viejo, sabe más por lo que habla que por lo que calla, pero al diablo le pierde algo que ni el mismo sabe: la avaricia.

El diablo necesita ganar almas para que su alma tenga sentido, necesita ser el diablo y poder decirle a todo el mundo que comprar almas es lo mejor del mundo, y que él siempre gana por mucho que corran o se escondan. Al diablo le pierde la lengua, todas las que sabe, todo lo que con ellas puede decirse, todo lo que con ellas puede callarse.

Al diablo se le escapan almas, de vez en cuando alguien tiene en cuenta que su avaricia es mayor que la precaución de todas las cláusulas, que todo está tan abierto o cerrado como una coma indique. Y yo, ese día, el día en el que me puso delante la hoja para que firmara, antes de que se diera cuenta de que las cosas iban a ser distintas a su promesa, antes de que él supiera que tarde o temprano se iba a aburrir de mi y entonces no vendría a perseguirme, antes de que eso sucediera, yo escribí una coma en un lugar casi inocente...

... en ese instante pensé que todos somos el diablo, que todos somos seres capaces de acaparar almas de otros, de seducir con cantos de sirena a otras sirenas que cantan para seducirnos.

Hoy el diablo me llamó a su despacho y me dijo que no iba a cumplir sus promesas pero que mi alma sí le pertenecía. Y yo sonreí por dentro; porque yo iba muy por delante de él, porque yo ya sabía que llegaría este día y ya lo había previsto, y también supe que el diablo nunca me había tomado en serio, que el diablo no sabía que yo también soy el diablo.

Pero este diablo no tiene un plan B.

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