miércoles, 28 de abril de 2010

Love vs. Hate


Suena el teléfono (nº oculto). Sé que es ella. Cinco años sin tener noticias y tres llamadas en cinco días. Algo no cuadra. Y ese algo que no cuadra intuyo que es peligroso; es peligroso y tiene algo que ver conmigo. Volvemos a los viejos tiempos. Esos que nunca saben volver con dignidad.

"Sorpresa. Estoy en Londres" me dice. Qué más me da Londres, que Shangai que Sebastopol. No tengo un duro. No voy a mover un dedo por ti. "¿Qué haces en Londres?" le pregunto. "Vinimos a ver a los padres de Philip. Mañana celebrarán las bodas de oro. ¿No te parece algo increíble? cincuenta años juntos". Ahora entiendo las llamada, estaba preparando el camino, un camino que no sé a dónde me llevará, pero no importa; ella tampoco sabe aún a dónde conduce.

"¿Vendrás a Barcelona?" pregunto. Ella responde rápidamente "Y si fuera así ¿querrías verme? Cuando nos despedimos dijiste que no querías volverme a ver nunca más ¿recuerdas?". Tiene razón, demasiada razón, lo dije. Es el tiempo el que me va volviendo blando, el que encharca mi memoria, el tiempo es quien perdona todo, no yo.

"No nos despedimos, te fuiste. No me dejaste ni una nota. Bueno, me dejaste al gato aquél, seguro que ni te acuerdas, lo encontraste en la calle una semana antes. Menudo bicho más malo. El gato, quiero decir, me destrozó los muebles".

"No, no creo que vayamos a Barcelona. No se nos ha perdido nada allí. A Philip le gustaría aprovechar el viaje para tratar unos negocios y yo estaré unos días libre. Podrías venir tú a Londres" me dice. "¿Para qué?" pregunto. "Para hablar" contesta. "Ya estamos hablando, M"

Deja de hablar del viaje, habla de Philip, de sus suegros, de un cottage, de un caballo que ella monta todos los días, de su vida en Shan(j)ai, de sus amigos, de...

"Te aburres mortalmente M" le digo. "Todo lo que no tenga que ver contigo es aburrido ¿verdad?" suelta ella al otro lado. "Ambos sabemos que te aburres. Tú te acabarías aburriendo hasta de no aburrirte" digo.

"Puedo hacer lo que quiera, puedo comprar en una tarde lo que tú estarías toda la vida ahorrando sólo para comprarte el catálogo" dice. "Sí, claro ¿En serio puedes comprar lo que quieras? ¿puedes comprarme a mí para que vaya a Londres?"digo con sorna. "Por supuesto" dice.

"No, ya no, M." le digo "¿Estás con alguien?" pregunta. "Puede" en seguida que acabo de decirlo sé que la he cagado. "Así que no estás con nadie" dice. "Puede". Me duele ese puede, me duele porque sueño todas las noches que me despierto y puedo ir hasta el estudio y hablarle a la palmera del jardín de delante. Me duele que precisamente M tenga la oportunidad de hacerme daño.

"Eres demasiado bueno, mi niño. ¿Cuándo aprenderás que a las mujeres nos gustan muy malos?" dice. "Creí que yo te había gustado" contesto. "Tú tienes esa mezcla de peligrosa bondad, tienes esa capacidad de sorprender, pero siempre acaba por salir tu vena de boy scoutt y la acabas cagando". Quizá tenga razón, quizá sea esa la explicación a todo. No me preocupa que después de cinco años, en una sola frase haya hecho más que tres años de psicoanálisis. Debí creer a mi psicoanalista cuando me dijo entre risas que me curaría o me arruinaría. Era de los buenos y de los caros. Consiguió lo segundo a medio camino de lo primero.

"¿Qué soy yo? Toni ¿qué tengo yo que te atraigo?" "Que me atraías, querrás decir". Se ríe. "Si me prometes que quedamos, cojo un vuelo a Barcelona". "No te veré, M. Ni que adivinaras dónde vivo y llamaras al timbre" digo. "Veo que lo has superado muy bien, chiquitín" dice.

Sé que ahora esto se ha convertido en un reto, que me llamará desde el aeropuerto o que incluso averiguará dónde vivo y se plantará en mi casa. Pero no porque me quiera, sino porque nada ni nadie puede escapar a ella. Esta vez sí, esta vez yo ya he escapado. Pero no ha sido ni el tiempo ni el orgullo el que ha puesto tierra de por medio, ni mis llamadas que nunca respondía el día de su cumpleaños, ha sido otra cosa que no tiene nada que ver con ella, una casualidad podríamos decir; apareció otra persona capaz de sorprenderme, alguien que me enseñó a no ser ni bueno ni malo, sólo a ser yo, a curar mis adicciones. Y entre todas ellas me curó el odio que sentí por M. Se odia con la misma intensidad que se ama a alguien y ninguno de los dos sentimientos deja paso al olvido. Comprendí que había vida después de ella. Ahora todo eso ya no importa. Ahora sólo importa ese "puede" que supo a "no".

martes, 27 de abril de 2010

Visado


Desciendo como por una cuerda hasta el piso de abajo sólo que lo hago por las escaleras. Unas escaleras angostas y peligrosamente inclinadas, una trampa para elefantes. Me acuerdo cómo las subías o las bajabas, cómo la utilizabas para sentarte y se acercaran los gatos. La escalera sigue igual, no han caído más elefantes por su hueco, a veces yo tropiezo, eso es todo.

Desciendo y abajo hace más calor. No logro entenderlo, el aire frío siempre se desplaza hacia abajo porque pesa más que el caliente. Abajo se está bien, demasiado bien. Vuelvo a subir. La luna llena me llama. Eso explicaría algunas cosas; el licántropo que llevo dentro por ejemplo, las ganas de morderte, esta obsesión por la noche, por esa otra luna que se filtraba por tu ventanal sin cortinas. Me quedo sentado sobre las tejas, quisiera aullar pero pienso en los niños de los vecinos y en cien mi noches de futuros insomnios. Desisto de gritar pero cierro los ojos. Cierro los ojos y sueño que la luz de la luna me baña y deseo con toda mi alma que los dos estuviéramos juntos. No hay nubes. Me gustan las nubes, si hay algo que realmente me gusta es un bonito cielo salpicado de nubes blancas y limpias.

Hoy no tomo decisiones. La luna me lo impide. La luna me susurra que grite bien fuerte ¿existirá algún lugar en el mundo donde nadie te escuche si gritas lo más fuerte que puedas? Quiero creer que sí, que en algún rincón del desierto hasta la arena no quiere oír. Digo tu nombre flojito como si fuera un deseo al soplar las velas de un pastel de cumpleaños. Me gustaría saber escribir para que pudieras estar orgullosa de mí, para que volvieras a quererme sólo un poquito, lo suficiente como para dormir contigo todas las noches, lo sufieciente como para que bailásemos descalzos otra vez por el salón de mi casa.

El reloj marca las 0:00 y yo tengo aún que enviar un correo al colegio de ingenieros. Nunca me creí eso de ser ingeniero. Yo sólo quería tener un trabajo. Después de todos estos años sigo aprendiendo cómo se hace un plano, sigo aprendiendo las cosas más simples, otras no, en otras soy un jodido experto, no sé hasta dónde ni desde cuándo pero eso ya no importa. La luna llena lo inunda todo. Yo ya no soy nada, no tengo ningún atributo, ni profesión ni nada. Sólo soy un hombre sentado en un tejado con los ojos cerrados que te añora. No estoy triste, no estoy contento, estoy en calma, en paz conmigo mismo.

Me siento delante del ordenador. Acabo el anexo y lo envío. Nadie sabrá que historia precede al documento técnico 19 0000432 que alguien mañana visará a precio de oro. Nadie sabe, nunca nadie sabe nada.

lunes, 26 de abril de 2010

Teléfono


Suena el teléfono. Una cifra indecente de números me indica que me llaman desde muy lejos. Si es de tan lejos sólo pueden ser dos personas. Apuesto. Apuesto y pierdo. No me importa, no pienso pagarme, además, deseaba perder.

"Hola" me dice en un tono neutro. Sólo ella es capaz de llamar después de cinco años y de despedirse con un "luego te llamo" y conseguir que me alegre de escucharla. "Hola, M" le digo. Se hace el silencio, quizá se arrepienta de haberme llamado. "Temí que te hubieras cambiado el número" me dice.

Podría decirle que lo conservo por ella, que incluso después del acoso de mis acredores seguí teniéndolo por si llegaba esta llamada. La temida y tan esperada llamada. "Soy un animal de costumbres fijas" le miento "el mismo lugar, los mismos amigos, la misma novela sin acabar, el mismo número de teléfono. Ya sabes" todo lo contrario que tú, estoy a punto de decir. He imaginado esta conversación como el que sueña que le toca la lotería y hace planes de en qué se lo va a gastar. He soñado con su voz, con el lugar desde donde me llamaría, si estaría en Barcelona y nos veríamos, he imaginado todas las posibilidades. Todas.

"Me he casado" me dice en el mismo tono neutro. Y yo caigo en la cuenta de que entre todas esas posibilidades no había tenido en cuenta ésta. Aturdido le pregunto "¿con John?". "No" responde. "¿Desde dónde llamas?" sin saber ni que estoy diciendo. Silencio. "Bucaré el prefijo luego, no importa". "China" dice por fin. "¿Te has casado con un chino?" estoy a punto de preguntar pero no lo hago. "Philip es de padre inglés y madre china" me dice como si me leyera el pensamiento. Como hace años, cuando sí podía leerme el pensamiento. Y yo a ella. "Nos casamos en noviembre, en Shangai" pronuncia Sanjai y en esa j sé que la he perdido para siempre. "Me alegro de veras, M. Menuda noticia. ¿Por qué no me avisaste antes? Te hubiera hecho, os hubiera hecho, un regalo". Se encoje de hombros al otro lado del teléfono. Lo sé porque siempre se comunicó con un lenguaje gestual que no comprendía que al otro lado del teléfono alguien no pudiera verlo. "No sé. Supuse que no te alegrarías".

Hablamos. Hablamos un rato. Yo tratando de hacerle entender algo que ambos sabíamos que no era cierto y es que me alegraba, ella tratando de enterrar con esta llamada una parte de su pasado, una época, a la chica que fue. Le digo que le irá bien. Ella me dice que tendré suerte. Nos despedimos con un adiós mutuo, uno de esos adioses que llevan incluído un "si voy por Barcelona no te llamaré". Cuelga. Cuelgo.

Podría haber acabado aquí, podría no haber escrito esta reflexión que, probablemente, sobre. La decadencia debe ser esto: tratar de expresar lo que hace mucho tiempo que has perdido y no te has dado cuenta hasta ahora. Llevo una mala racha, años y meses de mala suerte, no lo voy a negar. También sé que la mala suerte es más bien producto de dejar de buscar la buena suerte que del azar. Saco fotografías antiguas y van aparaciendo otras más nuevas mezclándose unas con otras, me pongo nostálgico. La nostalgia es un sentimiento inútil que se asocia a lo que has querido, la nostalgia sustituye al objeto querido y al sentirla creemos que podemos estar en posesión, de nuevo, de él.

Te llamo por teléfono. No me lo coges. Cojo el libro de Concha y por fin soy capaz de leer. Creo que la llamada de M. me ha dejado calma, una inexplicable y peligrosa calma y en cierta forma, me alegra. M, en China y yo entre estas cuatro paredes. Todo en su sitio. Quizá sí sea un animal de costumbres. Un animal que quizá esté empezar a salir de su letargo.

domingo, 25 de abril de 2010

Vídeo: Ice Dance - Danny Elfman



A veces me siento como si llevara unas tijeras en las manos con las que corto todo lazo que estrecho, como si las personas a las que quiero fueran cometas a las que les corto sin querer la cuerda y luego ya es imposible volver.

Al principio creí que tenía mala suerte. Ahora sé que soy yo.

sábado, 24 de abril de 2010

AQUEL INESPERADO NOVIEMBRE EN EL QUE CASI ME CARGO (SIN QUERER, ESO SÍ) YO SOLITO ESTE PLANETA o CÓMO RENUNCIÉ A SER EL ANTICRISTO o TODO... 1ª parte


Toda la noche sin dormir dando vueltas en la cama. Desde que te fuiste duermo poco, como demasiado, me persigue Hacienda por avalar tus facturas, cariño.

Es el tiempo el que agita mis persianas y no el viento. El viento no sabe llevarse nada, no quiere llevarse nada, no sopla, evita mi calle, lo veo mecer las hojas de los árboles de la gran avenida desde mi ventana como diciendo "te estoy esperando". Pero por mi calle no pasa. Al principio los vecinos lo comentaban como una curiosidad, luego empezaron a formarse corrillos en la puerta del supermercado, entre todos contrataron a un perito que determinase qué impedía al viento transitar por nuestra calle.

El perito hizo mediciones, buscó en el plan general de ordenación municipal el laberinto por el cual el viento discriminaba nuestra calle nº 15 y después de cobrar sus honorarios señaló un edificio dos calles más arriba que desviaba en su dirección natural cualquier corriente de aire. Dos años de lucha vecinal dieron por fin sus frutos y doce familias vieron como el edificio donde vivían era echado a bajo por los servicios municipales de Acoso y Derribo en una sola tarde, tarde en la que el alcalde inauguraba un nuevo centro cívico con equipamientos tan modernos que nadie sabía para qué servían y que nunca se usaron.

Pero el viento siguió sin pasar por mi calle. Fue entonces cuando mi vecina del primero primera, dios la tenga la primera de la lista para llevársela, reparó en mí y tomó por cierta la dudosa coincidencia de tu marcha de mi casa y la incomparecencia del viento a las tareas que le corresponden por el cargo que ocupa. Dos días después de que el perito apareciese boca abajo en la cuneta de la carretera que une nuestra ciudad con la capital, vino a visitarme a casa un comité de investigación ciudadana con una serie de preguntas (129 para ser más exactos) a las que respondí con indiferencia y sin invitarles a galletas ni nada de nada. El asunto de las galletas no hizo más que añadir un agravio más a la ya de por sí tensa calma con la que mis vecinos me obsequiaban a diario, haciendo turnos de vigilancia y siguiéndome a donde quiera que yo fuese.

(Se da el caso que tuve que viajar a Dubai por negocios y que hasta incluso allí me siguió una representación del comité de vigilancia ataviados con ropa que no llamase la atención, sombreros y gafas de sol; para más inri dio la fatal casualidad que reservaron los asientos adyacentes al mío por lo que nos pasamos todo el viaje haciendo como que no nos conocíamos, mirando hacia otra parte, hablando con acento mexicano para dirigirse a mí cuando era del todo imprescindible).

Cuando volví, el tema del no obsequio de galletas se había salido de madre y ya casi nadie se acordaba de que todo empezó por la extraña desaparición del viento. Nada más llegar (las maletas estaban aún sin abrir) un grupo de exaltados derribó la puerta de mi casa, me amenazaron con punzones, cuchillos y ¿¿tridentes?? mientras otra parte del grupo iba a la cocina, se apoderaban del bote de galletas y tras repartirlas entre todo el grupo de asaltantes se las comieron mirándome fijamente y en silencio. Luego se marcharon.

Hace días que todo ha vuelto a la normalidad. Mi vida transcurre entre las acusaciones veladas de brujería y mi trabajo como ingeniero químico. El viento me sigue a todas partes, divertido. Pero sigue sin pasar por mi calle. Y sin llevarse tu recuerdo.



PS: Desde mi ventana veo mi calle iluminada por decenas de antorchas que llegan hasta mi portal. Qué bonito.

PS2: Llaman a la puerta ¿quién será a estas horas?

2ª Parte



Llevo diez días encerrado en casa. Afuera, en la calle, condensa lentamente una neblina con los vahos de los vecinos y el humo de los coches y que va camino de convertirse en una nube; una nube sucia y pegajosa, inmóvil, ajena al viento que la desharía o se la llevaría. Como esa nube emponzoñada sin el viento, así me siento yo sin tí.

Hace tiempo que la asociación vecinal perdió la esperanza de que el viento airease la calle. Después de más de veinte edificios derribados (los primeros por orden municipal y los últimos a pico y pala enarbolados por la turba desesperada) los vecinos se volvieron huraños y cesaron las reuniones para poder encontrar soluciones (o señalar a un culpable al azar y despellejarlo, o destinar los recursos de las fiestas a la construcción de un ventilador gigante). Cabizbajos y paquidérmicos, los niños van al colegio con la ropa húmeda que sus madres hace tiempo dejaron de tender para que se secara al sol. Los niños juegan en otros barrios, algunos se han ido a vivir con parientes que viven apenas una calle más abajo, por donde sí pasa el viento con la misma irregular regularidad de siempre. Y los adultos miran desde detrás de las ventanas, desalentados, la niebla preguntándose si se trata de un castigo divino o si, simplemente, el fenómeno (más bien la usencia de éste) responde a una causa científica.

Hace un mes ocurrió algo que nos dió esperanza durante un corto espacio de tiempo. Bajó la temperatura bruscamente y la nube se condensó provocando una lluvia fina que alivió momentáneamente el bochorno irrespirable de la calle. La alegría duró poco. El tiempo que tardamos en darnos cuenta de que aquella lluvia espesa venía a empaparlo todo con una consistencia y un olor nauseabundos, que las cloacas desprendían un sonido como a lodo, que aquello más que un alivio suponía la constatación de que si algún día el viento se dignaba a pasar por la calle y llevarse el aire enrarecido, nos quedaría el recuerdo impregnado en las paredes de los edificios, en las aceras, en el brillo asesinado en las carrocerías de los coches.

Diez días llevo escuchando a Camela. Enloquecido y con los ojos vidriosos de ver todos sus vídeos una y otra vez, enferma el alma, enamorado locamente de la Angeles u odiándola a muerte según el momento y el estado de mi corazón. Te echo de menos y todas sus letras me traen tu recuerdo con el repiqueteo de la caja de sonidos del órgano del tío de los tres que ni canta ni actúa ni nada de nada.

Algunas noches cuando consigo dormir te requetesueño y me hundo en las aguas oscuras de tus ojos que en otro tiempo fueron cristalinas. Otras veces sueño que me ahogo y al contrario de lo que pasaría si lo hiciera de verdad, cuanto más me falta el aire menos angustia siento y sólo la idea de que la tranquilidad absoluta me supondría la muerte y con ella la imposibilidad de volver a verte, me devuelve poco a poco la respiración. Sé que tarde o temprano llegaré a la conclusión (supongo que también en sueños) de que es mejor llegar hasta el final pero de momento todavía mantengo el control y siempre vuelvo a la superficie de tu mirada en las fotografías con las que he empapleado el piso. Y allí permanezco... hasta que vuelvo al ordenador y enloquecido, a la visión compulsiva de los vídeos de Camela.

La vecina del primero primera ya no me odia, ha pasado a la indiferencia. Y si bien todavía algunas veces derrama cubos de agua cuando yo paso y aplica al charco que se forma una corriente eléctica considerable (cualquier día hace caer las líneas de alta tensión una tras otras desde Mataró hasta Grenoble) ya no lo hace con aquella vivacidad en el rostro y se ve que su maldad se ha tornado en una malicia casi inofensiva empujada por una inercia cada día menos veloz y que, el día menos pensado, dejará de interesarle realmente mi presencia en este mundo. Llegado ese día, no sé si lo soportaré. De momento, estoy tranquilo porque me responde, eso sí, sin aquella voz de ultratumba, a mis buenos días con su clásico y entrañable "hijo de la gran puta".

Pero sigo pensando en tí aún a la una de la madrugada y escuchando "lágrimas de amor" a todo trapo. Te imagino lejos y en compañía de otro que no soy yo, en un hotel quizá, en su casa de campo tal vez, a bordo de un lujoso yate, caminando de su mano por la playa. En cualquier caso, acabo por volver a pensar y escribir y eso me aporta cierta calma. La calma me hace bien, hace que me de cuenta de las cosas y que, en consecuencia tome decisiones. Mañana vuelvo al trabajo. Lo he decidido. El jefe no ha parado de llamarme y no le he cogido el teléfono. Tal vez esté molesto. Tal vez por eso sus mails amenazándome con despedirme al principio y despidiéndome después.

Creo que si le cuento lo de la ausencia del viento, lo entenderá.

miércoles, 21 de abril de 2010

Mezcla de verdad y misterio


Esta noche las horas pasaban rápidas y despacio, conté las 5:19 en el reloj de cifras rojas, me costaba no ser el sombrerero de Alicia, me costaba no esperarte a que regresaras de nuevo. Luego dormí más de lo que tenía previsto. Esta mañana hubiera resultado del todo improductiva y ha sido la que más lo ha sido de todo el año. Todo día lo doy por perdido si he sentido ganas de salir corriendo, si no doy un abrazo espontáneo, si no canturreo o bailo. Ya sabes, esas cosas por las que me tomáis por loco. He decir en mi contra que este año llevo demasiados días perdidos, días que no han de volver.


Esta noche las horas iban cayendo suavemente como los pétalos de rosa sobre la chica de American Beauty, sólo que esta vez caían sobre ti, haciendo un rumor como de viento entre las hojas cada vez que tú te dabas la vuelta. Llovían pétalos y la casa olía extraña, los de la cisterna regaban la calle con un sonido sordo, sin hablarse entre ellos, como una hermandad convencidos de la necesidad de abrazar un voto de silencio, llevándose los restos de la vida aguas adentro, dejando las aceras como recién puestas. Me puse por encima la manta y me senté en el sofá mientras oía, cada vez más lejos, a las serpientes y su silbido de agua.


Esta mañana ha sido, probablemente, la mitad de todo el año (y encima estas ganas de escribir) y he abierto el calendario de la Fundación Vicente Ferrer en el que dice que Podemos erradicar la pobreza. Y no sé por qué me he sentido sucio, me he sentido lento y viejo, casi sin derecho a la queja, viviendo en un mundo difícil lleno de facilidades de uso, de pago, de educación, de futuro. Y sólo se me ha ocurrido quererte (quererla, recordemos que moriría por ella) porque puede que la razón que tengo para hacer las cosas es querer. Y no digo amar, o el amor, o... no, digo simplemente querer, porque las cosas sencillas tienen nombres sencillos y otros... otros llevan demasiado tiempo en las estanterías de los supermercados. Aprender a querer es lo que erradicaría la pobreza... el resto viene solo.


El resto viene solo. El resto está en ese beso de la mañana, en esa no exigencia de las grandes palabras por muy cortas que sean. Buscar la felicidad en las cosas es desviarlo todo, buscar la felicidad... me recuerda a algo que leí, decía algo así como que lo que más infeliz me hace es tener que salir a buscar la felicidad... la búsqueda... no sé, me suena al que sube en ascensor a casa después de llegar del gimnasio.


martes, 20 de abril de 2010

vídeo: Anthony and the Johnsons - Hope There´s someone

Quizá, después de todo, haya un sentido para todo esto. Ya sabes, quizá en algún lugar haya alguien esperándonos.

lunes, 19 de abril de 2010

El niño guisante


Le pregunto al polvo si era esto lo que me venía anunciando desde hace meses. El polvo, bueno sus motas, suspendidas e invisibles, me hablan tan despacio que probablemente me contesten dentro de dos o tres años. Su respuesta será ambigua, como siempre, ni si ni no, quizá un tal vez, puede que sólo se encoja de hombros. El polvo sobrevivirá al tiempo, ya lo veréis.


Pienso en todo las cosas que he hecho, en todo lo que empecé porque creí que eso me convertiría en hombre. Viajé miles de kilómetros en busca de fortuna sin hallarla, hablé con otros que antes que yo se convirtieron en hombres, tomé decisiones temerarias e inicié negocios visionarios. ¿Qué queda ahora? No soy más hombre. Sólo soy yo más viejo, cuando tenía diez años ya era viejo y lo era porque sabía que saldría al mundo a convertirme en hombre y eso me asustaba. Me asusta lo desconocido, puede que no tenga diez años pero he de confesar que tengo miedo a no saber aún en qué consiste eso de ser adulto.


Amé. O eso creía. A mil mujeres, a cientos, o quizá tan sólo a una. Aprendí cosas que se suponen que sólo saben los buenos amantes, me deshice en mil sábanas que eran como un gran lienzo, supe qué susurrar y dónde clavar mis dientes, con qué caricias sueña la piel sin atreverse a pedirlas, qué sonido tiene el universo cuando se quiebra por la mitad. Quizá decir que amé es demasiado, quizá sólo quise, quizá sólo te he querido a tí, y tal vez fuiste la gran única esperanza de conocer qué es el amor, quizá ahí perdí el conocer que es ser de verdad un hombre.


A veces me siento como Simbad el marino, como Ulises, como Marco Polo. Me siento tentado de sentarme a contraluz y en los rayos que crea la persiana de mi habitación intentar atrapar una sola mota de polvo con los dedos, detener el tiempo en ese minúsculo instante y pedir el deseo de que no te fueras nunca.


Pero ya te has ido. Te fuiste antes de que te conociera, mucho antes de que yo no tuviera la certeza de que nunca sabré exactamente en qué consiste ser ese hombre del que todo el mundo habla y que interpreto como si fuera un personaje en una obra de teatro, un papel que improviso todos los días, desde que me levanto hasta que caigo agotado en un sueño que no repara nada, que sólo maquina estrategias para seguir sin ser descubierto.


Últimamente sospecho que entre querer ser hombre y dejar de ser un niño he dejado de ser uno y otro, que no tiene demasiado sentido irse y quedarse, sin llegar a partir ni construir un hogar. Es por eso que hace días que voy dejando miguitas de pan, no para encontrar el camino de vuelta sino para que encuentres tú el mío. Ya sé que no es fácil pero si te sirve de consuelo, yo moriría por encontrar el tuyo.


Cosas



Me levanto con migraña. Me tomo un espidifén y me vuelvo a meter en la cama. Empieza bien la semana, me digo, la gran semana, me corrijo.

Probablemente sea una estupidez lo que voy a decir pero es así como lo he vivido. Cuando me he despertado esta mañana he tenido uno de esos momentos de gran lucidez, uno de esos momentos de no-yo en los que creo ver las cosas desde un punto de vista no personal, no sabría cómo explicarlo, como si no me contase excusas y todo lo viera como en una película en la que el director no quiere engañar al espectador.

Llevo varias horas despierto, dando vueltas, queriendo que todo haya sido una pesadilla. Pero no lo es y una vez tomado conciencia de todo, sólo me queda una opción: Asumir los errores y actuar.

Actuar y empezar a andar.

sábado, 17 de abril de 2010

Pasando la aspiradora



Me dura poco la calma, debe de ser de andar arriba y abajo con la aspiradora; la misma que se lleva los pelos de los gatos pero deja intactos tus cabellos en el cepillo, la misma que se resiste a, de un golpe, tirar al suelo tu perfume para que la casa huela a ti y se gaste ese olor con los días hasta que con el tiempo no sepa recordarte sin tu aroma y éste haya ya desaparecido.

Me dura poco la calma, en cuanto me pongo a hacer cosas con las manos mi cerebrito empieza a merodearte y como sólo soy un escribidorcillo que ha traicionado su vocación, te doy vueltas con cuerda hechas de palabras que ni siquiera suenan mías, quizá sean de alguna canción antigua... de algún poema que leí algún día. Cuando limpio los libros siempre hojeo a Benedetti, entonces me asusto y me conmuevo. A veces lloro y moqueo, echando a perder el suelo encerado, la ropa por planchar de nuevo mojada, el cortocircuito del aparato de TDT que tampoco acabó de funcionar nunca.

Es extraño que haga tantos días que no lea, extraño en mí, como si el placer de leer fuera como esos helados que andan ahí abajo en el congelador a la espera del momento adecuado que nunca llega. Me gusta comer helado. Me chiflan las tarrinas que antes comíamos y que hace tiempo duermen soñando ese día en el que encontrarán su sentido.

Ahora no sé qué escribir. Hay días en los que tengo la sensación de que me he convertido en algo así como un limón totalmente exprimido, como si me hubiera quedado en tierra, como un barco varado en una isla desierta.

Cosas que cambiar



Busco entre los libros que compré y no he leído y que, probablemente, tarde mucho en leer. Hago un cálculo aproximado: lo suficiente como para pagar la hipoteca durante dos meses. Hacer este ejercicio de estupidez extrema trae otra consecuencia: me doy cuenta de todos los libros que compré porque pensaba que me ayudarían a tomar decisiones, a conocerme mejor. Cualquier persona podría definirse por los títulos de esta clase de libros que compró. Me pregunto si no los habré comprado para delegar la responsabilidad de cambiar lo que no me gusta en esos libros. Que tras leerlos el cambio debía ser automático y no fruto del esfuerzo personal.

Como si dejar de tener miedo al cambio pudiera contrarrestarlo "NoMiedo" de Pilar Jericó o si "Coaching" de Robert Dilts fuera una especie de biblia para la eficiencia de esa agenda que siempre pierdo. Podría decir que estoy decepcionado pero en ese momento algo pasa. Me veo esperando a que ocurra un milagro, una catarsis, algo maravilloso, casi mágico. Y no ocurre. Me pregunto cuántas veces he estado esperando ese proyecto que cubriría todas las deudas, cuántas veces he pensado que me empezaría esa novela que me motivaría escribirla hasta el final, cuántas veces he vivido en la espera de que llegaría el ese día en el que cambiaría todo.

Mientra ese día llega la espera es el presente. Y la esperanza anula en parte la crudeza de ese presente pero te ancla a él porque vivir teniendo esperanza es vivir en la fantasía de que todo es posible y vivir así es vivir en el optimismo.

Tomar decisiones. No me gusta esa expresión ¿quién coño la inventó? Decidir es mejor. Verbo, acción. ¿Tomar decisiones como quien se toma un Martini? Vamos, hombre!

Esta mañana cierta lucidez me ha alumbrado. De nada sirve si no la transformo en acción. A eso voy.

Cosas por hacer. Coasa por acabar. Cosas por empezar. Cosas que cambiar.

miércoles, 14 de abril de 2010

La larga noche


Nunca debí salir de aquí, del color negro. A veces creo que todo puede cambiar pero entonces recuerdo por qué Bandini y por qué el color negro. Entonces... entonces todo vuelve a su sitio y yo me siento mucho más tranquilo, las cosas en su sitio y yo de nuevo en el mismo infierno. Pocas cosas cambian aunque parezca que pueden hacerlo. A veces, lo peor es tener esperanza. Esperanza de que ella regrese, esperanza de que un buen día ya no necesitaré el dulce sopor de unos cuantos tragos, esperanza de que yo en realidad no seas yo, sino ese tipo mejor que yo, que creo ser.


Todos los días lucho y venzo al mismo ejército de demonios, unos demonios que saben que han ganado desde el momento que acepté su existencia. Ellos saben cómo hacerme caer al mismo pozo sin fondo y saben cúando. Luchar contra ellos me hace fuerte y al mismo tiempo me da una falsa seguridad que sé que será fatal para mí. Sé que el primer día que crea que los he vencido será ya demasiado tarde y no habrá remedio. Tal vez por eso esté empezando a vivir cada día como si fuera el último, no hago planes más allá de esta tarde, quizá cuando me leas ya sea otro el que escriba aquí, no yo.


Podría decir que nunca tuve esperanzas pero no estaría siendo sincero. Esta vez sí, esta vez estuve a punto de creer que mi suerte había cambiado pero también era un espejismo. Dice Khrisnamurti que en el amor de verdad no se espera nada a cambio, que es como cuando vas por un camino y ves una piedra afilada por donde sabes que van a pasar gente descalza: simplemente la apartas. Eso es un acto de amor. Yo siempre espero algo a cambio. Algo que no sé muy bien qué es. Todos esperamos algo a cambio. Eso que Khrisnamurti llamaba amor es para las piedras.


Ahora que todo vuelve a ser negro sé que ya no tendré más visitas pero no puedo dejar de pensar en negro, en volver a ser aquel personaje que moriría por ella; quizá porque ahora sí moriría por ella, en un futuro hipotético, en un lugar y un tiempo en donde no caben otras manos que no sean con las que arrancarle la ropa.


Bienvenidos de nuevo a una larga noche.

martes, 13 de abril de 2010

Decisiones


Tengo ganas de ver a Jose, hace días que no coincidimos. He tenido que llamarlo yo para saber que ya es padre pero eso no importa. Me alegro por él.

Hay personas que te acompañan durante toda una vida y que las circunstancias te alejan pero de los que te sientes unido por algún motivo que no se puede explicar.

Hace un día raro hoy (y lo digo no sólo por el tiempo). Un día gris pero en el que me siento bien...

Ayer vi una entrevista a un neurólogo en el que hablaba de la percepción humana, de las decisiones y de que uno siempre deja una salida de emergencia, una segunda opción, un plan B y que eso, eso evita que vivamos con determinación la vida que queremos vivir. Supongo que siempre estamos esperando lo peor y eso nos condiciona el actuar en un sentido u en otro.

Ahora mismo tengo de decidirme por un negocio entre cuatro vías posibles. No sé qué hacer, ni sé con quién emprenderlo. Ya me equivoqué una vez. Las equivocaciones anteriores hacen que uno busque ese plan B. Yo quiero un plan A. Y eso implica cambiar cosas y confiar en que puedo, por mí mismo, afrontar cualquier reto.

Hace unos meses dejé de escribir la novela porque era un plan B o C. Pero ayer, leyendo el blog de Concha se me abrió una puerta en mi cabeza. Luego la entrevista en la tele del neurólogo de marras.

Tomar decisiones nunca se me dio bien. Descartar lo llevo fatal. Pero tengo que hacerlo. Veo posibilidades en todo y me veo capaz de todo pero Todo es demasiado para mí. Voy a centrarme en cómo quiero vivir y el cómo vendrá solo.

Este blog debería llamarse "Dudas, dudas, dudas" y mi vida "Deudas, deudas, deudas".

lunes, 12 de abril de 2010

Vídeo: Huecco y Hannah - Se acabaron las lágrimas



Para alguien muy especial. Niña, encontrarás algo mejor y muy pronto, te lo dijo yo que soy medio brujo. Nos tienes a todos, y sobre todo, ya sabes, me tienes a mí.

La bitácora y el gnomo



Hace años conocí a un argentino ya entrado en años que pronunciaba "ñomo" al decir gnomo. Ignoro (como tantas otras cosas) si su pronunciación era la correcta y la mía (aprendida de una serie de dibujos animados) era errónea. El caso es que Esther y yo nos echábamos unas risas a costa de sus historias de los "ñomos" que habitaban los alrededores del Bolsón (si es que también se escribe así).

Reconozco que hoy he empezado por el título y me he quedado pensando un buen rato qué podía escribir con eso. Lo del gnomo estaba claro, pero no lo de la bitácora. Sé lo que es un cuaderno de bitácora pero no estoy seguro qué nombra la palabra desnuda, arrojada a una isla desierta sin cuaderno que lo complemente. Lo busco en google y lo encuentro. Resulta que blog es una de las traducciones de bitácora en inglés. Me quedo perplejo.

Debido a mi estatura yo puedo ser el ñomo y este blog su bitácora. Asunto resuelto. A dormir. Si navegamos por la red, es normal que esto sea una bitácora.

Esta bitácora empezó una noche de enero, eso ya lo he contado. El blog que quise copiar era el de Mireia. Siempre la admiré y creo que siempre lo haré. Acaba de cerrar su bitácora, espero que sea por un buen motivo. Hace meses que no sé nada de ella pero no digo nada. Siempre respeto los silencios de los demás, quizá porque yo también los tenga y eso confunde a los demás. Los silencios siempre me parecieron paréntesis, oasis de tiempo, el instante que precede al romper la ola en la orilla. Algunos silencios se hacen eternos y otros lo son. Imagino que el pensar que este de Mireia lo es me entristece.

Hace tiempo que esta bitácora perdió su sentido de ser. Escribo y escribo sin un sentido, sin una finalidad; vivir me abstrae pero no puedo dejar de entrar y mancharme las manos una y otra vez. Desde hace más o menos un año lo primero que hago al entrar es clicar el enlace de Hécuba. Leerla me atrae y me inquieta, siempre he temido el día en el que deje de escribir en él por cualquier motivo. Me he acostumbrado a sus palabras, supongo, a tratar de descifrar qué quieren decir. A veces, cuando omite nombres, me pregunto si seré yo quien la decepciona, si ha conocido por casualidad, algún secreto mío.

Podría decir que me siento triste, que la primavera no trae lo que yo esperaba, que Bandini vuelve a ser el spaghetti al que todo le sale mal. A veces, los nombres dotan a las personas que los adoptan con las cualidades del personaje que inspiran. Así, la mala suerte de Bandini, me define a mí: toni.

Es tarde, me voy a dormir. No he dicho nada, como casi siempre, muchas palabras para no decir nada. Para no llegar a ninguna parte... en un cuaderno de bitácora que no contiene las anotaciones de ningún viaje.

domingo, 11 de abril de 2010

¿Sueñan los robots con que caen al vacío?

"Viniste al mundo desnudo, así que cualquier cosa que tengas ya es ganancia". Y yo pienso en algo que alguien me dijo hace muchos años y que, con la perspectiva de los años, va cobrando cada vez más sentido, al dinero fácil sin esfuerzo no le damos el mismo valor que el que nos ha costado mucho ganarlo.

Estos últimos tiempos en los que no tengo margen para gastos supérfluos, (mis únicos caprichos se reducen a una botella de sidra del Eroski y a bajar a Barcelona algunos fines de semana) me han hecho ver las cosas desde otro punto de vista, no sé si más humano. No puedo considerarme pobre, me considero excesivamente endeudado eso sí. Hoy valoro más los gestos, las caricias, el tiempo, pero sin perder de vista con el rabillo del ojo que he de salir de esta situación con esfuerzo. Sí, valoro el esfuerzo, el que nadie ve, el que me saca del pozo profundo los días en los que me desespero y me hace salir adelante, el que me hace perseverar cuando alguien no cree en mí. Me doy sin esperar nada a cambio, incluso a sabiendas que perderé, probablemente debería ser más egoísta.

Dicen que hay dos clases de personas. Los que cuando eres pequeño y otro niño se hace daño va a ver qué le ha pasado y si le puede ayudar y los que le piden que salga del campo para que no moleste a los que juegan. Supongo que se es como se es con la gente que te importa.

La experiencia me dice que el tiempo pasará y los recuerdos se harán borrosos pero eso me da igual, sé que no me traiciono porque no te traiciono. No me importa si algún día lo olvidas, si algún día me olvidas. Querer es estar independientemente de si te va bien o mal, es saber que no hay explicaciones, ni excusas...

"Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia..."

Al final, la gran paradoja es que al final sí estuve...


sábado, 10 de abril de 2010

vídeo: R.E.M. Imitation of life


REM - Imitation Of Life
Cargado por djoik. - Videos de música, entrevistas a los artistas, conciertos y más.

Cuando me dijo que se llamaba Eva y yo le contesté "Mira, qué casualidad, como mi marca de sidra favorita", su silencio (ahora entiendo que aterrador) sustituyó a un estrangulamiento seguro. Aqulla mente planeaba una venganza mucho más allá de lo meramente físico, la mirada perdida y los dedos crispados así me lo hubieran indicado si yo ya no fuera borracho como una cuba a las doce del mediodía. Hay cerebros que piensan cien mil veces más deprisa de lo que yo me como una caja de donettes (y eso, os lo aseguro, ya es rapidez) y en aquellas milésimas de segundo planeó mi descenso a los infiernos no a grandes rasgos "y ya actuaremos sobre la marcha" no, sino con un detenimiento en el detalle que a Hércules Poirot se le caerían sus partes al suelo y balbucearía al sentirse ante tanta eficacia.

Me sedujo. ¿Qué puede hacer un hombre simple y solo ante tal despliegue de armas de mujer? "Salir corriendo" diría Usain Bolt (Usain, tú todo lo arreglas igual); pero yo no lo hice, me dejé atrapar por sus encantos como un atún en una red, como una porción de pinchito moruno en la brocheta. ¿Hubo un momento en el que me di cuenta y pude haber hecho marcha atrás? ¿Qué importa ahora? Lo que importa es que hoy, al ir al súper la botella de Sidra EVA estaba a 2,25€!!!! Pero si la han subido más de un 10% desde septiembre!!!! Qué inhumanidad es esta????

Saco la botella de la nevera, la miro durante horas sin atreverme a abrirla y vuelvo a meterla. Una brisa de nostalgia entra por la puerta de la cocina y se lleva mis recuerdos de los días en los que la felicidad era la carretera, yo el vehículo y el destino (sin yo saberlo) era el infierno. Un infierno en el que vivo bien, en el que sueño con un cambio de dirección en el último cruce, un infierno que suena como la secadora en el programa largo y sabes que te está costando un dineral en luz, pero un infierno querido, que sabe a mi sidra favorita, un infierno que se va enfriando como si hubiese llegado una pequeña edad de hielo...

Alguien me dijo una vez que soy exactamente como escribo, algo con lo que yo no estoy demasiado de acuerdo, me dijo que era fácil quererme pero difícil entender que yo me quisiera tan poco, que eso y el caos de mis libros hacía imposible que llegara a ser "ni el 50% de lo que puedes llegar a ser".

Ayer, leyendo el blog de Concha el artículo sobre la meditación, me di cuenta de que todo a mi alrededor es un reflejo de mi mente. Esta mañana he hecho cálculos y creo que necesitaría al menos diez armarios o librerías para ordenar mi alma.

Pero esa es otra historia.

lunes, 5 de abril de 2010

Lunes de Pascua


Me levanto tarde. En los lunes de Pascua de mi niñez ocurría todo lo contrario. Toda la familia, es decir, mis padres, mi hermana, mis tíos, mis tías y mis primos inaugurábamos la temporada de "vamos a salir al campo a que les de aire fresco a los niños y de paso recreamos las romerías de nuestro añorado pueblo". Entonces salíamos casi siempre a la orilla de un río llamado el Gaià a su paso por un lugar llamado Esblada. Mi niñez está ligada a ese río donde mi padre pescaba barbos y hacíamos carne a la brasa cuando todavía se podía hacer una fogata en el monte. Mi niñez es de aquellas que se recrean en las ramas de los árboles, que saben lo que es robar almendras y manzanas al payés casi siempre inducido por la mano negra de mi primo Juan, mucho más activo que yo, yo; siempre fui de los de eso no es mío, no tengo hambre, pa qué voy a subirme al árbol para luego coger un empacho... claro, al principio. Luego mi animal recolector salía para decir... "y esta para luego".


Los lunes de Pascua salíamos a comer la mona al campo (supongo que sabréis que la mona es un pastel sobre el que colocan figuras de chocolate, generalmente un huevo pero ahora ya es cualquier cosa... este año el rey es Bob esponja) Recuerdo que los lunes de Pascua eran la incertidumbre de si volverías con el balón o si este año tambié lo colgarías en la copa de una encina, se lo llevaría el río o lo perderías entre la maleza. Lo cierto es que casi siembre nos mojábamos los pies en el río, sobre sus cantos rodados, pasábamos de un lado a otro sobre un puente de cuarenta centímetros de ancho, hecho de madera, cada año más vieja y sin barandillas. ¿Cuántas veces mi primo fue a parar al río? no sé ¿cuántas flores tiene la primavera? pues eso: incontables.


Justo al lado del río había una masía en ruinas. Una casa con cobertizo, bajo el cual plantábamos el coche y poníamos la mesa hasta que a alguien se le ocurrió que si estaba en ruinas cualquier día el techo se podía venir abajo, a pesar de su buena apariencia. Viví una infancia de "no te alejes mucho" pero con la tolerancia de pasar dos o tres horas a tu aire descubriendo cosas, una infancia de lunes de pascua y de barbacoas interminables, de volver rendido a casa, de vuelta a casa en un seat 127 que había estado al sol todo el día y los plásticos interiores habían sublimado de estado sólido a gaseoso con el correspondiente olor peculiar por no decir tan asqueroso que te garantizaba un mareo seguro. Crecí con las coplas del radiocassette, con los chistes de Arévalo, con las canciones de la Trinca, con una hermana siete años mayor que ya pasaba de todo y lo que quería era salir con sus amigos.


Viví una infancia extraña, siempre ví a mis padres como más niños que yo, el otro día, en la cena de ex-alumnos Anna Muñoz me dijo que yo siempre fui adulto, desde que con nueve años me conoció me tuvo por alguien mucho más maduro que incluso los profesores. Sentí una mezcla de alegría y tristeza. Alegría porque por fin alguien me reconocía mi cualidad y tristeza porque no quise (o no tuve la oportunidad) de saber ser niño.


Imagino que algo de eso me pasa. Por una parte tengo la sensación de que no quiero crecer para no tomar más responsabilidades que no me tocan. Por otra parte tomo más responsabilidades de las que puede afrontar un solo hombre sin que nadie le ayude. Tal vez es lo que puede sentir un niño estresado ante el tener que tomar decisiones acerca de todo. No sé. Creo que me estoy haciendo un lío.


Lo que si es cierto es que hoy, lunes de Pascua, me quedaré en casa, iré a comer a casa de mis padres, volveré después a mi casa y ordenaré, imprimiré, acabaré planos y que eso... eso no es lo que imaginaba que sería mi vida aquellas tardes de primavera en Esblada cuando jugaba a fútbol o a cualquier otra cosa. O quizá era tan adulto entonces que deseaba con todas mis fuerzas que llegara este día de fiesta y oficina. Quizá todo esté mezclado como la ropa en la lavadora justo antes de centrifugar y estos días sirvan para poner en orden la desordenada vida, dejar que el balón se vaya aguas abajo como un hecho irremediable, pensar en hacer una u otra cosa tras responderme a la pregunta de que haría si fuese aquel niño adulto.


Me gustaría pensar que aún puedo creer en la magia y que puedo dar un giro a mi vida en cualquier momento.


Leo el libro que Concha me dedicó y me faltan las palabras... quizá porque habla de la educación y de las generaciones que están por venir. Quizá sea que al mismo tiempo estoy leyendo a Eric Berne y encuentro mi estado del yo NIÑO allí esperándome para que cambie las cosas. Cambiar las cosas... he ordenado la oficina y he ordenado la habitación de los trastos. A veces uno tiene que cambiar cosas fuera para cambiarlas dentro y viceversa.


Sé que cuando me lees ves a una persona que probablemente no soy yo o que, por el contrario, soy yo del todo. Escribir es cumplir el deseo de escribir, de conectarme y conectarte.


Cuando me lees te estoy engañando porque soy lo que ves pero al mismo tiempo no soy lo que te vas a encontrar. Te encontrarás con el conflicto de lo que quiero ser y de lo que creo que debo ser.


Supongo que lo importante es preguntarse qué es lo que quiero ser sin acotarlo con límites sociales.


Y tú ¿qué quieres ser de mayor?