jueves, 30 de mayo de 2013

Percepciones, lugares, caras... todo eso que por separado no significa casi nada y que en conjunto dibuja un mapa


Llevo unos días extraños, no sabría muy bien cómo definirlos. Si pudiera decirlo con una frase diría que es como si yo no fuera yo, es decir. No me reconozco, hablo y no sé muy bien lo que digo, como si las palabras que salen de mi boca estuvieran dichas por un actor que interpreta una versión suya y personal de quién soy.

Pero no a mí.

Entiendo que todos pasamos por etapas así, que el roce con la realidad nos hace actuar, a veces, como se supone que deberíamos hacerlo y no como nos gustaría. Quizá sea que estoy de viaje, me reúno con personas a quienes deseo convencer y explicarles mi invento y sin embargo noto como que no soy capaz de transmitirles nada. No sé si no soy capaz o que es demasiado complejo. En cualquier caso, noto esa fractura entre los demás y yo, y creo que intento cosas que nunca acaban por funcionar y he de confesar que eso me inquieta, que por primera vez en mucho tiempo, tengo la sensación de que esto va a ser irreparable, que el hueso no va a soldar su fractura y que, de aquí en adelante, todo va a ser así. Y mientras escribo esto siento un escalofrío.

Tengo la sensación de que he perdido la capacidad de entenderme con otro ser humano, que ya no siento nada hacia otra persona y que, en el fondo, esa no es más que la caída definitiva, el primer paso hacia el lado oscuro, aunque también creo que, escribir este post, el darme cuenta de esta nueva situación, me concede una posibilidad de cambiar las cosas, de no acabar convirtiéndome en ese personaje resignado y violento de Moriría por ella. 



Estoy sentado en un bar de sandwitches en calle O´Donell, frente a la maternidad de un hospital. No hacen que entrar embarazadas que deben venir a sus revisiones. No veo ningún ápice de felicidad en las caras que veo, en nadie. Si pudiera generar una teoría sobre la sociedad que me rodea diría que sonreír está mal visto y que lo correcto es tener cara de mala leche, que lo normal es mostrar al otro una imagen de serio y formal, responsable, correcto, de fiar. A mí, cuánto más me quieren que crea en algo, más convencido estoy de que quieren ocultar todo lo contrario. Aquello de "dime de qué presumes y te diré de qué careces" siempre me ha anunciado catástrofes y a los embaucadores que las provocan. Luego obedezco a mi pertinaz optimismo, la cago y acabo diciendo "pero si ya lo veía venir..."

Y aunque no es esa la situación, no puedo hacer otra cosa que tomar conciencia de que uno no es sólo uno, sino también las circunstancias que le rodean. Y quizá ahora lo que me toca vivir es precisamente todo esto, la fría realidad es simplemente eso: fría, quizá llegue el día en el que entre, con su caluroso devenir, esta indecisa primavera que no acaba de explotar del todo y que tanta falta me está haciendo.

domingo, 26 de mayo de 2013

"Herois de tempesta, amics del bon temps"



Esta mañana el cielo se despertó cubierto de nubes grises, no entiendo muy bien por qué se les suele llamar gris a ese tono azul frío y apagado, pero a mí nunca se me dieron bien las descripciones, así que lo dejaremos en gris y tú y yo sabremos que no estamos hablando de colores absolutos.

 El caso es que hace frío y se me congelan los pies porque escribo cerca de la puerta de la terraza y la tengo abierta para que Ulises y Penélope se pierdan por los tejados. Los gatos tienen una verdadera vocación por los tejados, curiosidad por la niña recién nacida de los vecinos de al lado, y por robarle la comida al otro gato que cohabita con ellos en ese desierto de tejas frías en invierno y ardientes en los días de sol.

Le he cogido cariño a esta vida fácil del día a día, al olor del café por las mañanas, a ver a mis padres a menudo, a trabajar con las manos mis propios inventos, cariño a este oasis de dignidad entre tanta infamia, no me extraña que lo desee conservar y que haya puesto tanto empeño en ello durante los últimos cinco años.

Pero todo tiene un final. Hace tiempo que intuyo que mi destino está lejos del que había sido hasta ahora mi hogar, y desde que empecé a crear mi destino, desde que decidí que el mundo iba a ser mi casa, el piso y la terraza, los tejados y mi laboratorio de inventos, se han ido desdibujando, como si para que pudiera desapegarme de ellos tuviera que cosificarlos, borrarles poco a poco su calidez cubriéndolos poco a poco con una capa de olvido. Me pregunto si Ulises y Penélope se adaptarán a un Universo sin tejados o a un balcón con vistas, si echarán de menos el cielo sobre sus cabezas y si el corazón se les irá envejeciendo por ello como a mí se me va oxidando el mío en cada adiós de los que se van hacia cumplir su destino sin que mi alma quepa en su equipaje.

Imagino que todos los cambios tienen un lado bueno y otro malo, y el lado malo existe porque significa que la vida que uno lleva tiene cosas buenas que dejas atrás; la nostalgia no sería posible si no se tuviera un presente con cosas que echar de menos.

Reconozco que me apego con frecuencia y que si miro atrás no puedo no dejar de sentir que he dejado muchas cosas buenas por el camino. Quizá esa tristeza por lo que no va a volver desvirtúa la felicidad por las cosas que han de venir, pero cuando lo pienso detenidamente acabo por concluir que no tengo la culpa de que el presente sea una isla rodeada de un océano de pasado bajo un cielo de anhelos y esperanzas. Así que me centro en este presente y escribo con nostalgia sobre todo aquello querido que siento haber perdido; es en cierta manera, una forma de gratitud hacia la vida, es una forma de decir "añoro las cosas que me hicieron bien"

Pero no dejo de vivir este día (ha salido el sol) con la constancia del que labra la tierra sin la certeza de que llegará el día en el que recogerá los frutos de su trabajo. Cultivaré un huerto en esta tierra de presente, me lleve donde me lleve la pompa de jabón en la que mi alma habita hasta que un día explote y viaje libre o se disuelva en el aire.

Con el sol llegó el tan esperado calor, y aunque sigo teniendo los pies fríos mientras no dejo de pensar en que, a pesar de no haber hecho demasiado bien las cosas, estoy en un lugar mejor del que hubiera estado si no me hubiera dejado arrastrar por la esperanza y me hubiera empeñado en crear todas estas máquinas que, a día de hoy, son la vía por la que voy saliendo de una situación comprometida. Si me dediqué a desentrañar dónde radica la esencia del agua, si alguna vez tuve otra oportunidad y no la contemplé, es porque siempre pensé que podía aportar algo al mundo, algo que ayudara a la Vida (sí, con mayúsculas) y sí, como ya he dicho en otros posts, me reafirmo: doy por bueno todo lo perdido, todo lo llorado, todo el insomnio, todos los adioses, todas y cada una de los enfados; sólo estoy aprendiendo, sólo estoy preparándome para salir afuera y cambiar una pequeña porción del mundo, mejorar la vida de otras personas.

Porque es lo que más deseo, eso es lo que da sentido a mi vida.

viernes, 24 de mayo de 2013

Sigo releyendo La Tregua


Yo sé que usted se va y que las cosas que deja conforman, si lo meto todo en una caja de zapatos, nada más que un puñado de recuerdos que con el tiempo se harán cada vez más viejos y harán que nada de esto (ni siquiera estas palabras) tenga sentido, porque el tiempo juega a su favor y para mí ya son demasiadas cosas que me juzgan en contra como para que le discuta al tiempo su papel de destructor de momentos.

Yo sé que usted no tiene la mirada con que yo la miro, ni entiende lo que yo entiendo, ¿sabe? uno llega a una edad en la que todo le parece lo mismo, como cuando chico uno compraba cromos de futbolistas y acababa siempre con un mismo jugador (nunca el más valioso) seis veces repetido, porque casi todo se repite, aunque eso usted ya lo sabe; uno se acostumbra a que las cosas se rompen casi siempre por la misma antigua fractura, la misma grieta, la misma debilidad invisible, supongo que lo difícil es luchar contra la gran costumbre, detenerse y contemplar todas y cada una de las ramas del árbol antes de subirse a él, pero también es cierto que uno vive sin que haya lugar a retrocesos. Algún día usted se dará cuenta que yo no la cambié por todo eso que usted cree que lo hice, sino que, en realidad, huí hasta que mi cuerpo se volvió polvo de camino, que lo que hice fue dejar de ser yo para convertirme en ese otro que me gustaría ser, solo que nunca supe en qué dirección ir; ya sabe, a veces, lo único importante es mantenerse en movimiento.

No sabría decir el porqué, pero desde que me convertí en personaje de blog, todo empezó a cicatrizar mucho más lentamente, quizá porque escribir es otra forma de enfermar y de perder, a velocidades del trueno, la capacidad de curarse a uno esta enfermedad que es vivir todos los días, uno detrás de otro casi siempre sin un sentido en sí mismo sino que pertenece a un fin postrero, como esas horas que trabajamos al día para cobrar a fin de mes, solo que aquí no hay fin de mes que valga, en fin, ya me estoy liando.

Lo que quiero que entienda, musa querida, es que mientras escriba, mientras sea personaje de este blog, no me van a faltar cielos estrellados por las noches, ni campos de trigo mesados por el viento, ni el sonido que hace el agua de un arroyo en el silencio de la montaña, no me va a faltar inspiración con la que "desasfaltar" cualquier camino para llenarlo de piedras y baches, y charcos, y polvo, y de usted.

Yo sé que usted se va, aunque en realidad sea yo el que se vaya, y sé que no es a causa de que las musas no existan, sino precisamente por eso: porque para que existan han de ser inasibles.


martes, 21 de mayo de 2013

Instantáneo instante



Como siempre que no tengo demasiado tiempo, tengo la imperiosa necesidad de perder diez minutos en escribir algo aquí. Es como si la prisa me empujara a detener el tiempo. Porque cuando escribo detengo, en mi interior, una especie de reloj de cuyas manecillas no soy el dueño.

Hace días que la musa se me ha vuelto esquiva. Escribo con los dedos en lugar de con esas otras partes intangibles, que nunca sé si fueron del todo yo u otra forma más de tratar de explicarme que no todo acaba en este cuerpo. Si me preguntaran si la musa se ha volatilizado respondería que ojalá no, pero con los años me he ido dando cuenta de que la eternidad es algo instalado en nuestro adn para que la esperanza tenga una referencia con apariencia consistente.

Estos días ando releyendo "La tregua". A veces me siento un poco como Martín Santomé y no puedo dejar de pensar en que la poesía puede estar en lo más cotidiano, que toda nuestra vida, nuestras dudas, nuestras emociones, todas esas que no nos atrevemos a sentir son, en realidad, una forma más de belleza en la ardua tarea de vivir, que todo lo que hacemos siempre habrá algo muy por encima de nosotros que lo dotará de una conciencia que va más allá de lo inmediato. A veces pienso que la literatura sólo es eso: un punto de vista más, algo que hace más humano lo que ya, de por sí, es humano.

Porque necesitamos ver eso, necesitamos que nos cuenten historias, conocer personajes con sus contradicciones, frotarnos con esa otra existencia que corre paralelamente a nosotros y que nos comenta. Durante un tiempo, he de confesarlo, todo lo que me pasaba lo transcribía dentro de mi cabeza a modo de novela, escribía sin escribir renglones efímeros mientras caminaba por la calle. Probablemente, si me viera, Buda se tiraría de los pelos al oírme y me diría a gritos que esa es la causa de mi sufrimiento, pero creo que ya es demasiado tarde para dejar de pensar en todo como si fuera un texto escrito. También es cierto que, antes de volverme loco, acabé por desconectar y para ello el blog me vino que ni de perlas, pero esa es otra historia y apareció por casualidad, se me coló dentro del corazón como una aprendiz de luciérnaga que me iluminó al mismo tiempo que aprendía a brillar.

Si de algo estoy contento es de que, a pesar de todo, conservo cierta inconstante inocencia acerca de las cosas. Por una parte, mi yo adulto sabe los peligros mientras que mi yo niño se lanza de cabeza a por todo lo que puede ser divertido. Si de algo estoy convencido es que mi parte de niño sabe que lo único que se necesita para ser jugar es alguien con quién hacerlo, imaginación y, a veces, una caja de cartón. El resto es atrezzo, un gran decorado a modo de esos programas de Facebook como la granja, que no sirven para nada. Las cosas sirven para muy poco, a menos que sean herramientas.

Han pasado más de diez minutos. Imagino que te habrás dado cuenta. Mientras, he ido haciendo otras cosas, mañana voy a una feria con distintos inversores y, tal vez, pueda dejar de vender mi alma al diablo, o cambiar de diablo. Supongo que el tiempo que ha pasado no deja de ser una de esas burbujas hechas de instantes que van explotando una tras otra, porque el tiempo, la vida, es eso: un sincesar de creaciones y destrucciones, donde lo único de lo que podemos estar seguro es que nada (ni nadie) es para siempre.

sábado, 18 de mayo de 2013

La cabaña en el bosque, los lobos, la locura, el frío, tu nombre




Los lobos andaban fuera merodeando los resquicios de las ventanas, sabía que tarde o temprano se abalanzarían sobre mí pero no para devorarme, sino para meterse dentro y habitarme. Los lobos saben cuándo pueden atacarme y cuándo no, lo saben porque está escrito en su piel bajo la maraña de espinas que los cubren, lo saben porque está impreso en un instinto común que nos une, cada uno en un extremo del mismo; yo en mi supervivencia y ellos en la suya.

Los lobos aullaban. En la noche sonaban como un esqueleto metálico y oxidado aquejado de la artrosis que precede a su derrumbe, sonaban a animal herido, a barco que se dobla antes de hundirse, si no supiera quienes son en realidad diría que estaban tristes y que esa era su forma de emitir un lamento que hiciera temblar hasta la luna, pero no puedo evitar sentir escalofríos, y volverme loco. La locura es lo único que me ha salvado hasta ahora, pero la locura requiere un punto de insconsciencia y yo me estoy haciendo mayor; y con la edad llegó, poco a poco y casi sin darme cuenta, la inevitable cordura.

Quizá las cosas deban ser así y debería rendirme ante la evidencia, quizá tendría que abrir las ventanas y dejar que entraran dentro de mí y devolver a la naturaleza lo que le pertenece. Aún así sigo impetuosamente obcecado en resistir por si el destino cambia las cosas. Hay un corazón tendido en alguna parte que me pertenece y sé que revivirá en cuanto tenga la suficiente fortaleza física que hoy le ha abandonado. Me pregunto si estará seguro en el bosque, a la vista de todos, sin que nadie repare en él. A veces lo más visible, por cotidiano, pasa inadvertido.

Ya es tiempo de terminar. La nieve se derrite y el bosque tiene una misión a la que, para sus adentros, ha decidido llamar "primavera". Tiene gracia que ya estemos a las puertas del verano, pero así es el bosque: sigue sus propios ritmos, crece con sus árboles y ve desde el cielo a través de los ojos de las águilas, pero el tiempo... el tiempo es un gran desconocido para él.

Bueno, es tiempo de terminar, ya lo había dicho antes, hace frío. Ha estado haciendo frío estos últimos días. No soporto el frío, pero no puedo salir afuera a buscar leña. La musa se fue hace tiempo y no creo que regrese. Me pregunto si sabía lo de los lobos y quiero creer que no, pero lo más probable es que sí lo supiera.

Será una noche larga. Me gustaría poder asomarme a las ventanas a ver la luna reinar sobre la noche, quizá lo haga, quizá tenga una posibilidad, una sola, cuando todos estén despistados, cuando la noche sea más poderosa que el hambre.



viernes, 17 de mayo de 2013

Toda la realidad que soy capaz de no ver mientras duermo

Me muevo sigilosamente sobre las dunas de sus sábanas al compás de los acordes de un silencio cuyo ritmo sólo yo puedo oír, un latido con el que el mundo invoca la vida, esta vida no, sino la vida con mayúsculas, esa a la que aspiramos sin saber dónde se encuentra. Oigo el sonido del mundo, es un susurro casi inaudible, algo más que un sonido en sí. Es, en realidad, un escalofrío que tampoco despierta del todo, pero aún así sé que está ahí. Que está ahí y me habla. Quizá lo oiga porque lo escucho a través de su piel; si entorno los ojos y me concentro incluso puedo ver la micronésima parte de un destello de luz, de una galaxia que languidece una y otra vez sin resignarse a morir.

Mis pasos se pierden por la habitación, mis pisadas son huellas independientes que ya no me pertenecen y ya no son mías porque de alguna manera que no puedo entender están vivas, están siendo creadas mientras yo estoy dentro de su cama, como si un fantasma (mi fantasma) estuviera dando vueltas y las estuviera sembrando a su paso. Y aunque sé que no puede ser, miro el suelo absorto y veo las huellas bailar y buscarse entre ellas, como en una fiesta a la que han sido invitadas y donde desean conocer otras huellas anteriores a ellas o futuras.

Me abrazo fuerte a su cuerpo; es cálido como el trópico y huele un poco a incienso, me pregunto si serán los restos de alguna visita a la tienda india de la esquina o si es que su olor ya es ese y lo será para siempre, porque todos debemos oler a algo para ser alguien, quizá por eso a veces somos unos fantasmas para nosotros mismos: porque nos acostumbramos al aroma que desprendemos y perdemos la conciencia de que ahí, justo ahí, hay ese alguien que somos nosotros mismos.

Me pregunto si ella se habrá acostumbrado al mío y si ya soy para ella otro fantasma más que no conoce, si cuando vaya por la calle y yo esté a unos metros de distancia notará algo familiar sin reconocerlo del todo y pensará en mí. Reconozco que parte de mi vida la he depositado en la esperanza a que esto suceda, y aunque juraría que no, al hacerlo puede que haya renunciado a muchas más cosas, casi todas, a las que se cosen las etiquetas con las que marcamos aquello que nos ha de hacer felices.

Cuando llega la mañana y la noche deja de emitir ese sonido como de rueda de molino que hace la vía láctea al girar sobre sí misma, cuando el bullicio de los gorriones en los árboles y los primeros rayos de sol rasgan las nubes con sus tijeras de luz, abandono su cuerpo y momentáneamente la esperanza de que alguna vez todo esto tenga una versión con final abierto, donde los protagonistas se miran a los ojos y creen encontrar lo que andaban buscando, donde realmente empieza la historia que nunca nos cuentan porque se da por hecho que los protagonistas se realizan como seres humanos.

Donde lo invisible se vuelve visible, donde el infortunio deja paso a la abundancia, donde las cosas ya no importa cómo sucedan y hasta cuándo, en una paz agitada de eterna primavera, en un instante que no termina de acabar nunca.

sábado, 11 de mayo de 2013

El amargo don de la profecía


Al principio creía que la musa era un pájaro que volaría en cuanto le abriera las puertas de la jaula. Si de algo estoy convencido es que una de las cosas que vine a hacer al mundo es a abrir jaulas. Lo que no sabía era que todas las aves vuelan lejos, salen disparadas hacia el azul y las nubes y, sinceramente, creo que en eso he sido siempre un iluso, ahora no importa si lo he sido mucho o poco, el caso es que nunca por eso he dejado de tener esa obsesión, aunque inmediatamente después sintiera pánico a qué le pudiera pasar en libertad a un animal que no conoce los peligros del mundo.

Supongo que, en el fondo, nuestras obsesiones nos reflejan a nosotros, nos explican. Quizá porque uno ansía la libertad cuando está preso y añora la seguridad de la prisión cuando está en peligro, uno desea al otro cuando es libre y desea espacio cuando está en la misma habitación.

Ayer leí un artículo que hablaba de los feos y los guapos, de lo que se gana y de lo que se pierde, de que el equilibrio está en el desequilibrio, de que todo es, en realidad, una carrera continua en pos de que nadie salga corriendo.

Reconozco que siempre me he sentido atraído por la belleza, a mí (que soy bastante de justificaciones) me da por decir que me siento atraído por la belleza argumentada. Nunca he podido estar con alguien que no supiera reír, jugar a los juegos de palabras y silencios, bueno, miento, sí lo he estado, la belleza es algo que arrastra, algo que te convierte en esclavo, tanto a uno como a otro. Recuerdo ahora el título de una de las novelas de Tarenci Moix "El amargo don de la belleza" y pienso que quizá la belleza sólo acentúa los vacíos interiores, no sé, quizá esté hablando por hablar, sólo estaba pensando en el artículo que leí ayer... esta entrada tenía que ver con pájaros y el azul, y los barrotes y que siento que dentro de poco me voy a encontrar con la inmensidad y eso, eso, en cierta forma, me da miedo.

El miedo. "Vivir con miedo. En eso consiste ser esclavo" decía el replicante de Blade Runner. Me gusta la banda sonora de Vangelis, la ciudad enorme en la que los protagonistas sólo son diminutas partículas de polvo. En 2050 el 65% de la humanidad vivirá en ciudades. Yo, sin embargo, creo que el futuro está en el campo, en la tierra, en tener un huerto y perro. Supongo que eso tiene que ver con lo que uno es en realidad: los deseos, la posibilidad de futuro, el inmenso espacio abierto, la inmensidad del tiempo abierto ante uno.

Desde hace días (me he saltado decir que me ingresaron en el hospital por una urgencia médica de la que me estoy recuperando) siento que la vida no es una línea recta por la que vamos como un tren sobre raíles, siento que la vida es como una pompa de jabón que en cualquier momento puede estallar. Viajamos a merced de finas corrientes de aire, somos algo que, como la burbuja de jabón, está destinada a desaparecer... ya sé que es una tontería, pero no puedo dejar de pensar en ello, y de escribirlo, al fin y al cabo, esta es mi pizarra donde escribo mis tonterías para recordarme que en el fondo soy un tonto que se ha creído cosas increíbles...

Pero intuyo que algunas van a cambiar muy pronto y que mi destino también estará ligado a que recupere mis ansias de volar alto, de llegar lejos, de ser todo lo fuerte que puede se un hombre, eso sí, ni un ápice más.

Al principio de la entrada decía que pensaba que la musa era un pájaro que volaría en cuanto le abriera la puerta de la jaula, pero eso era al principio; la musa, con su gabardina de charol negro, su pelo afilado, su mirada y sus besos de basalto calentado por el sol, no es un pájaro a pesar de sus alas, algún día seguiré escribiendo la historia de la musa y se podrá entender quién es.

En cualquier caso, si a alguien le apetece buscar cómo empieza la historia de la musa, intuirá quién es y por qué pude o quise confiar en ella.

Quizá sea porque uno sabe qué es lo realmente importante para otro y lo sabe de inmediato, quizá porque en, realidad, soy yo el que quiere creer que todo es como quiero que sea, no lo sé, en cualquier caso, y vaya por delante, las musas aparecen cuando uno menos se lo espera, y lo único que puede hacerese en esos casos, es escribir todas las historias posibles con la palma de las manos, en el blanco infinito de su piel.

Todo lo demás, es perder un tiempo precioso de lo que nos queda por vivir, que puede ser muy poco.

No me ha salido la entrada que pensaba, quería ser más optimista, pero supongo que tengo una forma triste de escribir, de contar incluso las cosas que más me ilusionan, tal vez porque haya empezado a escribir mientras leía autores que buceaban en sus esperanzas y decepciones, o porque no es posible escribir algo con sentido si no tratamos de explicar aquello que no podemos mostrar cara a cara. En cualquier caso, aunque no me haya salido una entrada optimista, y haya quedado enterrado eso de que intuyo que algo grande se acerca, quiero decir que mientras escriba en un blog que se llama "moriría por ella", no esperéis nada alegre, sino turbulento, porque quizá yo no sea tan yo como creáis y sí más el personaje que empezó a ser el protagonista de este diario a medias, de este intento fracasado de escribir una novela.

lunes, 6 de mayo de 2013

Todos los nombres



Hace días que quería escribir otra entrada, pero no puedo, el blog se me ha hecho algo ajeno a mí. Podría decir que mi vida se va llenando de otras cosas, pero eso sería como admitir que el blog ha estado llenando un vacío al que me daba miedo asomarme porque, de igual modo que tengo vértigo, siento el mismo pavor a los espacios en blanco, a las horas por delante, a todo eso que es como un precipicio, a todo eso que supone la evidencia de que todo es un gran absurdo.

Hace día que quería escribir otra entrada, pero tal y como está el mundo me parece que todo lo que escriba va a parecer frívolo, ni las historias de la musa, ni esos textos que nacían de no sé muy bien dónde, todos me parece inútil. Porque supongo que no es tiempo de palabras, sino tiempo de lucha, porque no me sale de dentro más que veneno con el que acabar con todos los que nos están llevando a este holocausto silencioso. 

No soy nadie. Nunca lo he sido. Todas las palabras de este blog se las acabará por llevar una mala tarde el formateo del disco duro donde estará alojado, dios sabe dónde. Pero no puedo escribir más al optimismo desde el pesimista que siempre he sido, ya no. El mundo se ha convertido en algo demasiado sucio, cuanta más información, más sale a la luz la barbarie de la que está cimentada nuestra sociedad. Hemos olvidado todo lo bueno, vivimos en un mundo podrido por el dinero, pero al mismo tiempo lo necesitamos como si fuera una droga. Droga para pagar deudas, droga para seguir viviendo... somos unos yonkies donde la única diferencia entre unos drogadictos y otros es si tienes suficiente o si tienes que salir a buscarte la vida todos los días.

En eso consiste ser esclavo, en tener una necesidad imperiosa todos los días. En dormir para levantarte con el mono y no ser dueño de ti mismo. Vives con la seguridad de que a fin de mes tendrás puntualmente tu dosis en el banco. Trabajas y hablas de la felicidad, te tomas unas cervezas, planeas ir de vacaciones, comprarte el último de Murakami... pero si la dosis no llega te vuelves loco, tu vida cambia, tu vida se vuelve un infierno.

Por eso no escribo, porque la forma que tengo de ver el mundo cambia, porque la vena poética se ha ido secando a base de irme rozando contra todo lo que me rodea. Y sin embargo no puedo quejarme, y este blog siempre ha sido eso, una forma de quejarse, una bandera al viento en la que no había nada más que tela, sin ideas, sin sentido, sólo queja y esperanza, pero queja, sólo palabras, sólo intentos para delimitar los contornos de eso que soy o de lo que me gustaría ser. 

Ahora sé que no vivimos solos ni morimos solos. Somos parte de algo, algo más grande que la suma de todos nosotros; de una forma que no entiendo aún, y saber cómo, lo he visto. No debería haberlo visto, no debería, no he hecho nada para verlo. 

Lo último que he escrito en el blog viene a decir que me gustaría ser el de antes, poder escribir como antes y es que, en cierta forma, he cambiado, antes... antes era todo como más nuevo, todavía quedaba lugar para la esperanza, había una forma distinta de afrontar lo cotidiano, pero ahora, ahora tengo sensaciones extrañas, enfermedades provocadas por el estrés, no sabría decir qué ha cambiado, pero lo noto, sigo siendo el mismo, accedo a este blog y puedo seguir escribiendo pero... pero soy otra persona, alguien que no se sorprende y no se ilusiona, alguien que prefiere correr los menos riesgos posibles, gastar lo mínimo...

... y eso es algo que sé que están programando otros desde arriba, los que nos gobiernan. Por eso no escribo, porque seguiría escribiendo sobre la derrota, les seguiría el juego. 

Hoy en día, la desobediencia civil no es otra que la alegría, el decirles a la cara que no van a acabar con nosotros, con nuestros sueños, ni con nuestras ganas de vivir. Quizá por eso sea también tan necesario escribir y quizá por eso me cueste tanto.

Quizá la única forma efectiva de rebelarse es tener ganas de hacer cosas por uno mismo, tratar de crear el propio destino. Porque si de algo (lo único) debo estar agradecido es que, por lo menos ahora, sé cuál es el lugar al que pertenezco.