lunes, 27 de agosto de 2012

Corazón de Pirata



Si tuviera el valor de volver a volar, de decir no más, de no ser lo que yo quise ser porque creía que era la mejor alternativa... si tuviera el valor de volver a ese punto en el que todo pudo cambiar, quizá volvería a tomar la misma decisión. Eso me asusta. Me miro en el espejo y me doy miedo, porque ese de ahí es alguien que no sabe querer, es alguien que antepone las cosas a él, que se cree capaz de ser quien no es, que se cree capaz de ser cualquiera menos él.

Estos días de vacaciones me ha sobrevenido una sensación casi física de que algo se termina, y no me refiero a eso que sale en las noticias, no se acaba el mundo; era algo mucho más eléctrico, mucho más no se puede seguir así, Toni, no se puede estar huyendo siempre hacia cualquier parte a cualquier precio. Creo que he llegado a esa maldita crisis que dicen que nos llega a los cuarenta, creo que ha llegado todo aquello que he estado evitando tanto tiempo: detenerme, tomar la decisión y actuar.

Porque si miro hacia atrás soy incapaz de distinguir los años, de discernir entre lo que estuvo bien y lo que estuvo mal, soy incapaz de ver las caras de las personas que estuvieron junto a mí, apenas veo algo que creo que no sé si mereció la pena. Siento que me he equivocado en todo y por tanto, quiero empezar de cero, casi de cero, pero no tirándolo todo por la borda, sino desde todo eso que sé que me hace humano, que me hizo humano, porque hay algo que no somos y no somos al mismo tiempo, porque somos y no somos el personaje que interpretamos, no somos ni tú ni yo, somos eso que vive y eso que es capaz de vivirlo todo de una forma única e irrepetible.

Me cansé de ser el respetuoso con los desconocidos al que no respetan, el comprensivo al que no comprenden, el que espera cuando los demás piden paciencia, me cansé de callar para que no hablen mal de mí, me cansé de escuchar lo que no quiero oír.

Uno debe ser respetuoso con los que quiere y le quieren, comprensivo con quien es comprensivo, esperar al que te llama y te dice que va a llegar tarde, uno debe sentarse y escuchar a quien quieres escuchar, porque vivir es algo sagrado, las relaciones humanas no son nada si no las sostiene el hilo del cariño.

Tanto tiempo pensando y me he dado cuenta ahora que uno no puede cambiar el mundo, no puede evitar que le pasen cosas malas, no puede evitar ni el dolor ni la pérdida, no puede esperar de los demás lo que, probablemente, no quieran compartir.

He buscado mi bienestar en contentar a tanta gente que ahora está disperso en millones de segundos esparcidos por el tiempo, tanto tiempo pensando en que debía hacer lo correcto, ser un hombre de provecho y me olvidé de ser quien yo era.

Empiezo a descubrirme, a quitar capas de mí, empiezo a empezar a buscarme. No sabría decir cómo ni dónde, quizá alguien sepa más de mí que yo mismo. Yo sé que tú siempre miraste en el fondo, a través de todas esa mentiras que creía que necesitaba creerme para ser alguien a quien tuvieran en cuenta.

Era esto lo que estaba intuyendo todo el tiempo. Era esto lo que sentía que necesitaba ver. Siento como si toda mi vida hubiera sido un pasatiempo, que ahora voy a empezar a vivir de veras. No sé qué me deparará el destino, y sé que no va a ser fácil dejar de ser yo. Me he pasado toda mi vida con miedo a desear, creo que lo que nos define, lo que más nos hace nosotros mismos es el deseo genuino, saber qué queremos realmente, atrevernos a desear vivir con todas las letras.

Ahora empiezo a comprender.

Y no te lo vas a creer pero ahora también empiezo a respirar.

jueves, 23 de agosto de 2012

The school



Quizá el tiempo sólo sea un espejismo, algo que parece que existe pero no está en ninguna parte. En realidad vivimos un sólo eterno presente donde guardamos fotos de momentos que tampoco existen. Quizá sólo vivamos un segundo, como un insecto que nace al mismo tiempo que muere, como esos sueños que creemos que son largos y ni tan siquiera llegan a esbozarse y sólo son la superposición de un millón de sensaciones subconscientes.

Quizá mi vida sólo sea eso y esta entrada tampoco exista, quizá cuando leas esto (aunque en realidad no lo estés haciendo y sólo sea otra forma de engaño) yo ya no exista. Y en cuanto deje de ser "eso" paradójicamente, tampoco habré existido nunca.

Lo único bueno de todo esto, es que tampoco debería importarnos demasiado.

jueves, 16 de agosto de 2012

No existe un lugar en el que se puedan esconder de nosotros


Bajamos por las escaleras de incendios hasta la calle. Justo cuando llegamos al suelo se enciende la luz de la habitación en la que estábamos. Al doblar la esquina me giro y llego a ver cómo nos ven escapar a través del cristal de la ventana. Subimos al coche y lo pongo en marcha. No conozco la ciudad pero intuyo que tiene que haber una salida principal que estarán vigilando y un puñado de carreteras secundarias a las que no llegarán a tiempo.

Recibo un mensaje en el teléfono que dice que no llegaremos muy lejos. Imagino que han podido hablar con el recepcionista y que éste de una forma amistosa les ha dejado ver la ficha de registro. Tenía que dejar mi número para que me llamaran si volvía María. Tengo la cabeza llena de pájaros, cada día me hago más viejo y dejo más cabos sueltos. Dudo que puedan rastrear el número pero por si acaso lo desconecto. 

Recorro las calles de la ciudad, los barrios altos, buscando un camino que lleve a una carretera que me deje al otro lado de las montañas. Imagino que no pensarán que iba a elegir salir por aquí, lo más lógico hubiera sido seguir el curso del río y abandonar el valle por la autopista, pero eso representaba demasiados riesgos que no quiero correr. Quizá hayan pensado que yo acabaría pensando como ellos y que buscaría la salida menos probable y tendrán un coche apostado más adelante con el que detenerme y darme caza. 

Le pido a María que saque la pistola de la guantera, le digo qué ha de hacer para sacarla de su escondrijo. María da un golpecito en el sitio correcto y se abre el cofre donde guardo la reliquia incorrupta del brazo de Thor. Me gustan las pistolas grandes y que hacen mucho ruido al tiempo que salpican trocitos de hueso. Hay algo dentro de mí que necesita toda esa hecatombe, el humo, los gritos, las balas. El bicho sonríe desde algún lugar dentro de mí, agazapado, llenando el tambor de su particular revólver y dice algo así como que hoy es un buen día para divertirse.

María mira por el retrovisor como si pudiera ver si nos siguen. Pero no puede, está orientado para que sólo yo pueda verlo. Conduzco con cuidado y sin hacer demasiado ruido. En las curvas más cerradas alguna rueda chirría. El viejo Mustang tiene los amortiguadores gastados y sus achaques pueden despertar a los lobos que pudieran estar acechándonos. 

Quince minutos después pasamos por la cima de la montaña y empezamos el descenso. Las luces de un coche salen de la nada y empiezan a seguirnos. Me pregunto si habrá cobertura en este paraje. Si no la hay aún tenemos una oportunidad. El coche se acerca más y más, cuando están muy cerca, poco antes de una curva cerrada, freno en seco y el otro coche, por la inercia se nos echa encima. Poco antes del impacto acelero para que el choque no sea tan fuerte para que me eche de la carretera y en el momento justo giro el volante con violencia y doy un giro de 180º. Pasan por nuestro lado sin tocarnos a una velocidad que esperaban disminuir al golpearnos. Salen disparados hacia el precipicio. Si no han llamado a sus jefes, estamos salvados.

El coche intenta una última maniobra pero cae igualmente. El sonido de unos golpes sordos, de árboles quebrándose desde dentro, dura unos segundos. Enderezo al viejo zorro y sigo carretera abajo, alejándome de toda la basura que guarda esa infame ciudad. María me mira con una mezcla de felicidad y espanto, me observa nerviosa y se agarra a la puerta para no perder el equilibrio en los vaivenes del asfalto. El bicho maldice mi habilidad al volante. Quería sangre y se ha tenido que conformar con ver unas luces rojas cayendo por un barranco. 

Cuando llegamos a la base del puerto de montaña aún podemos ver la luz de un faro del coche a través de la espesura. No creo que hayan sobrevivido a la caída, no creo que puedan llamar por teléfono. Pero no puedo arriesgarme. Acelero hasta que las líneas discontinuas se convierten en una sola. María sube los pies al asiento y se agarra las rodillas. 

- ¿Tienes frío? - le pregunto.
- Sí - me dice. 
- En el maletero hay una manta. Pararemos - le digo mientras me aparto de la carretera. 
Me bajo del coche y saco las llaves, no quiero correr riesgos. Saco la manta del maletero y la destiendo, abro su puerta y le cubro el cuerpo que, aún tiembla; lo hago con un cariño que ya se me hace demasiado extraño, como si en lugar de estar arropando a María estuviera arropando al Cris, como si en algún lugar recóndito aún tuviera la esperanza de recobrar la infancia de un pequeño de cinco años. Cierro la puerta y subo al coche. Pongo las llaves y le doy al contacto.
- ¿Por qué te has llevado las llaves? ¿no te fías de mí? - me pregunta.
Quisiera decirle que ahora mismo es la persona en quien más confío en el mundo, pero que todos tenemos miedos, todos cometemos estupideces, como creer que solos llegaremos a un lugar mejor que acompañados.

- No confío en nadie, María. Tú tampoco deberías hacerlo. Ni siquiera en mí, mi niña. No sé quién eres ni de qué trata todo esto, lo que sí sé es que esos hombres te buscan a ti y no mí. Y te quieren viva, de no ser por eso, los del coche se hubieran estrellado contra nosotros y nos hubieran empujado al precipicio ellos a nosotros. Creo que estaría bien que empezaras a contarme cosas. Por el bien de ambos. Aunque sospecho que tienes miedo que sí sé lo que hay detrás de ti, te abandonaré en cuanto pueda. Y puede que lo haga. Pero también te diré otra cosa: Yo tengo poco que perder y no me gusta la gente que envía a matones para coger a mujeres que se ve a la legua que no han hecho nada malo. 

María calla.

- Te vienes conmigo, y si en algún momento crees que estarás mejor sin mí, dímelo y cada uno irá por su lado, pero dímelo, no desaparezcas sin decir nada. Si lo haces entenderé que no te has ido por voluntad propia y te iré a buscar. Sea donde sea. - le digo.

A María se le escapa una lágrima pero se repone enseguida. Es una mujer fuerte que no sabe hasta cuándo puede aguantar sea lo que sea que esté pasando.

- ¿Sabes quién es Garr? - pregunta por fin.
- No -  miento. Garr, otra vez ese nombre, el mismo que figuraba en la ficha del coche que conducía la madre de Cris, el mismo nombre que salió en la conversación entre ella y el hombre de la silla de ruedas. 

- Garr es el dueño de todos nosotros - dice en un tono que mezcla rabia y resignación.

- Pues ya va siendo hora de que los esclavos rompan sus cadenas y asalten la hacienda.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Facundo Cabral




La cita (es un pelín largo pero creo que merece la pena)


Como no quería parecer ansioso por quedar demasiado bien pensé que no debería vestir mis mejores galas, así que me apañé una ropa tipo casual: unos pantalones azul de piloto de aviación y una camisa blanca con topos rojos que le pedí prestada a mi vecina (como no estaba en su casa la cogí del tendedero del patio de luces y le dejé una nota que decía: requisada por el bien del amor).

Salí de casa bañado en (V)Barón Dandy despertando la admiración de todo con el que me cruzaba y provocando el desmayo a mi paso. Ya sólo me quedaba por resolver la cuestión de las flores. Como no tenía dinero para comprar un ramo extraordinario (un hombre debería gastar más en flores que en cualquier otra cosa si quiere llegar a gentlemen) pensé que quizá lo más adecuado sería recoger un ramo variado por los jardines particulares que me encontrara camino de la plaça de Sant Jaume, pero ante la costumbre que han desarrollado los barceloneses de tener perros guardianes y electrificar las vallas (hijos de puta, ja podían poner un cartel o algo) en sus jardines, me tuve que conformar con escalar la fachada hasta un primer piso y robar dos macetas de geranios y regatear con la frutera de mi barrio la compra-venta de una docena de alcachofas. Dos hojas de palmera y papel de plata (que llené de agua haciendo un jarrón la mar de aparente) completaron mi obra artística. 

En este punto el lector puede llegar a pensar que el ramo podría quedar algo cutre pues todos los componentes del ramo eran verdes. Como yo también pensé lo mismo, entré en una librería y compré un bote de témperas de color amarillo. Así, de lejos, parecía que fuera un ramo de tulipanes, si bien de cerca parecía lo que realmente era: una docena de alcachofas pintadas de amarillo canario.

Llegué a la plaça de Sant Jaume media hora antes de la hora acordada. La plaza estaba a rebosar pues había una manifestación en contra de las medidas de la Generalitat sobre no sé que gasto (o falta de gasto) en la sanidad pública. Respecto a este tema lo tengo claro: lo mejor es una huelga a la japonesa. Yo colapsaría los servicios de emergencias en lugar de protestar con pancartas delante del Palau de la Generalitat. Y para darle mayor credibilidad propagaría alguna epidemia real tal como el tifus, la malaria o la peste bubónica (o todas al mismo tiempo). De esa forma, por mucho que quisieran recortar no podrían y se darían cuenta de su error. Claro que también cabe la posibilidad de que nos dejen morir como a perros antes de salirse del déficit previsto.

En fin, me adentré entre la muchedumbre con mi ramo provocando la alegría y la sonrisa de los manifestantes a los que apartaba para llegar al otro lado de la plaza. 

Entonces la ví. Llevaba una peluca rubia y tacones de aguja pero ese culito respingón lo reconocería en cualquier parte.

- ¡Hola mamá!- dije con alborozo.
- ¡Hostia puta, el meu nen!- dijo mi madre girándose rápidamente y escondiendo algo a sus espaldas. Como se giró con tanta rapidez, la peluca no le siguió el movimiento (no al menos completamente) y quedó frente a mí con la peluca ladeada y tapándole un ojo. Mi madre esbozó una sonrisa, me miró a la cara, luego miró el ramo, luego otra vez mi cara y sólo entonces se percató de mi elegante camisa de topos.
- Hola, ¿què fas aquí? - me preguntó nerviosa.
- He quedado con una chica - le dije casi con orgullo - oye, ¿qué has escondido?
- No em canviis de tema - dijo - això que portes ¿són escarxofes pintades com si fossin tulipans?
- Sí. Y eso que has escondido a tus espaldas ¿no será un porro? - dije a sabiendas que no podía ser otra cosa.
- Vinga, no em controlis. 
Entonces llegó un tipo de casi dos metros vestido como si fuera un ángel del infierno con dos latas de cerveza en las manos.
- ¿Te está molestando este panoli? ¿Le meto? - dijo con voz atronadora.
- No, es mi hijo.
- ¡Hola! - dije yo levantando la mano con la que no sujetaba el ramo - ¿Vas a ser mi nuevo padre?
El hombre me miró de arriba a abajo, la camisa, el ramo de alcachofas, mi sonrisa magnífica y luego miró a mi madre con su peluca ladeada y dijo:
- Voy a por tabaco, ahora vuelvo - y desapareció entre la multitud.
- ¿Veus que has fet? - dijo mi madre.
- Lo siento, mamá, me puede la ansiedad - lo cierto es que echo de menos una figura paterna.

En ese momento alguien me empujó por la espalda y me aplasté el jarrón que había hecho con el papel de plata y que había llenado de agua contra mi cuerpo, empapándome todo y deshaciendo el ramo.

- Mierda - dije mirándome la desastrosa mancha en camisa y pantalones. Levanté la vista para preguntarle a mi madre qué hacía pero había aprovechado para desaparecer.

Como no sabía qué hacer y el ramo se me deshacía pensé en apartarme de la multitud y en algún lugar tranquilo componer de nuevo el ramo. Me fui hacia el espacio que había entre la manifestación y los mossos antidisturbios que guardaban la puerta del Palau de la Generalitat, que estaban tapados con pasamontañas, casco, escudo y escopeta con cañón (del gordo) apoyada en la cadera.

Aquí me encontré con un dilema, si ponía las alcachofas pintadas en el suelo, estas se ensuciarían pues no se habían secado todavía. Así que me fui para los mossos con una sonrisa y les dije:

- Sólo será un momento - y les fui metiendo las alcachofas una por una, en los cañones de las escopetas, ante los aplausos de los manifestantes y la cara de perplejidad de los mossos.
- ¿Qué hago? - dijo un mosso a su jefe de escuadrón.
- No abandonéis vuestra posición y no hagáis caso de las provocaciones.

Al llegar al último mosso, me sorprendió que era más bajito que el resto. Me miró de reojo y luego inmediatamente hacia el frente. Cuando me fui acercando noté que se ponía nervioso, como queriendo mirarme pero sin atreverse.

- ¿Amor meu? - le dije.
- ¡Merda! - dijo mi mossa. Me había convocado a una cita estando ella de servicio (armada) para que la viera desarrollar sus habilidades. Aquello me conmovió. Nadie había tenido un detalle así conmigo en mucho tiempo. No pude evitarlo, la abracé. Aquello provocó un "Oooooh!" de los presentes en la plaza.

- ¿Però que fas? Deixa´m anar - dijo ella con fingida molestia.

El resto de manifestantes, se empezaron a acercar a los mossos lentamente, con flores en las manos y con sonrisas en sus bocas. ¿Lo llamarían la primavera de las alcachofas? ¿El verano del amor?
En ese instante, dada mi efusividad, perdí el equilibrio y mi mossa y yo, abrazados caímos al suelo. Como yo estaba cayendo encima de ella y, por tanto, ella de espaldas y para evitar que se hiciera daño, durante la caída la volteé para caer yo debajo, lo que bien pudiera interpretarse como una llave de judo. 

En ese instante, los manifestantes estaban a un metro de los mossos. Todos: mossos y manifestantes se nos quedaron paralizados mirando a mi amada y a mí. Y luego, al unísono todos dirigieron sus miradas al jefe de escuadrón, que perplejo sólo atinó a gritar:

- ¡Disparad al aire!

Una lluvia de pétalos de alcachofa cayó grácilmente sobre la muchedumbre enloquecida buscando una salida de la plaza, y yo, abrazado a mi poli mala "Fill de puta, deixa´m anar. Treieu-me´l de sobre" contemplaba la belleza carnavelesca de los últimos pétalos verdes y amarillos que se despositaban lentamente sobre la superficie casi desierta ya de la plaça de Sant Jaume.

Llegué a atisbar al president de la Generalitat detrás de una cortina, observándolo todo y comiéndose un polo de limón. En ese momento llegó Jordi Pujol y dijo algo. El president me señaló a mí y el molt honorable me miró, abrió los ojos como platos, dijo algo que bien pudo ser "jo a aquest tio el conec". El president me miró fijamente sin dejar de churrupetear el polo y frunció el ceño.

Espero que mi posterior detención no sea motivo para que le impidan a mi amada policía seguir viéndome.





martes, 7 de agosto de 2012

Te leeré como un ciego


Me dejo llevar por las calles, como si mi caminar estuviera guiado por un susurro que sólo soy capaz de escuchar en agosto, cuando la ciudad se vacía de las voces que la habitan y se entrega a los pocos que quedamos; le habla a las plantas de mis pies como si estuviera convencida de que con ellos la oiré y me pide que no me vaya "no me dejes sola con tantos extraños". Y debo de estar loco porque la oigo decir que hoy quiere que le acaricie la piel de asfalto hasta llegar al mar.

Me dejo llevar por sus palabras que laten al ritmo de mi cerebro y leo su piel de cemento con la planta de los pies como un ciego lee braille con las yemas de sus dedos, mientras ella siembra de sílabas y letras todas las aceras creando un camino de baldosas amarillas que me cuenta historias que no conozco y otras que conozco demasiado. A veces, cuando me paro en un semáforo, la ciudad mira alrededor a través de mis ojos. "Me gusta subirme a ciertas personas como un niño a un árbol. Normalmente, yo a la ciudad la veo desde abajo ¿sabes? Como un pez ve la quilla de los barcos". Cuando el semáforo se pone en verde me da las gracias y vuelve a  convertirse en aceras y en pasos. Le enseño la ciudad desde donde yo puedo ver y me pregunto si no es lo que hace un autor a sus lectores: mostrarles qué hay más allá de la pecera para luego devolverlos al agua, escurridizos y hambrientos de otro autor que les enseñe otra porción de ese mundo de aire donde pueden sentir la ingravidez por unos instantes.

Pasamos por lugares que van asociados irremediablemente a personas con las que estuve ahí. Ella se da cuenta y me dice que todos dejamos huellas por la ciudad. "Todo lo que vives, todo lo que sientes, queda grabado en mí. Cuando estás en un lugar donde has sido feliz, yo lo sé, lo siento contigo". Me dice que las huellas no entienden que pasa luego."Si has sido feliz junto a alguien en ese lugar, así se quedará, por mucho que después hayas sido desdichado. Es como una fotografía... aquí fuiste feliz" me dice cuando paso por la Barceloneta. Me limito a sonreír y pienso que la ciudad está hecha, en realidad, de todas las pisadas que han representado algo para alguno de sus habitantes, y no puedo evitar preguntarme por otros puntos de la ciudad en donde fui feliz y desdichado casi al mismo tiempo y si de alguna forma al borrarse las pisadas podría borrar también los recuerdos. 

"No es momento de ponerse triste. Ahí tienes la arena y el mar" me dice. Me quito los zapatos y me meto en la arena y a pesar de que sé que no es la misma arena que pisé, un escalofrío me abre en canal porque yo no puedo desconectar a las personas de los momentos felices ni de lo que vino después. Mi vida se detiene y dejo de escuchar el susurro con la que la ciudad me habla, al rato entiendo que se ha despedido de mí, que ella también me haya dejado solo sin decir adiós. 

Después de unos minutos, cuando ya no me quedan más palabras que deshacer contra el muro de la realidad, me remango los pantalones y meto los pies en el agua. El mar no habla, al menos a mí, o al menos no lo hace hoy. Así que vuelvo a la arena y de la arena al paseo, y camino descalzo entre desconocidos con gafas de sol y cuerpos bronceados y repletos de vida; y a cada paso mi cerebro late llamando a la ciudad para que me acompañe de vuelta a casa, que me hable con huellas cálidas que me reconforten y pienso en cosas que no debería pensar y en qué ocurrirá en la parte alta y si las huellas de otros presentes estarán deambulando por otras ciudades o en otra orilla de este mismo mar. Y susurro como si mis pies tuvieran esa boca que no tienen, en cada semáforo en el que me detengo: "Vuelve. No me dejes solo con tantos extraños".

A mí, personalmente, me gusta más esta versión que la definitiva. Aunque también me gusta. No sé. Supongo que me gusta lo raro y no soy capaz de transmitir eso. O quizá sea lo único que transmito.

domingo, 5 de agosto de 2012

Volver a ser el que era

Agosto suele ser el mes en el que, sin venir a cuento, me hundo hasta el fondo de no sé muy bien qué. Agosto es un mes maldito, es un lugar en el tiempo, un lugar por el que viajo con un mapa de recuerdos apenas esbozados, donde los caminos ya se han borrado. Agosto es siempre mi oportunidad para dejarlo todo atrás sin atreverme nunca a hacerlo.

Dependerá de las cosas que me queden por hacer. Dependerá de si encuentro el trabajo necesario para llenar las horas, para morir lentamente delante del teclado en lugar de perecer de certidumbres, de revolver fotos antiguas que me hablan al oído de imágenes que nunca existieron. Si pudiera volver hacia atrás borraría todos los agostos que pudiera. Me queda, afortunadamente, preparar septiembre y me queda, desgraciadamente, la inercia de la lucha por salir a flote.

Este mes odio a todo el mundo. El odio es más fuerte que cualquier otro sentimiento. Odio. Sí. Con toda la fuerza de mi corazón y con toda la maldad que he ido recogiendo durante las últimas decepciones. Y a quien más odio es a mí mismo. Me odio con tanta intensidad que se funden las bombillas de casa y tengo que salir a comprar nuevas. Y como un Mr. Hyde me encierro a oscuras, me dejo llevar por todo lo que hay en mi mundo de tristeza... porque el odio sólo es tristeza comprimida, tristeza solidificada en el sistema linfático del alma.

Entre estas cuatro paredes no hago daño a nadie, no me meto con nadie. Intento poner en orden algunas cosas, a veces hasta escribo un post en el que intento dejar atrás todo eso de la tristeza. Pero siempre llego al mismo lugar, cada año es lo mismo. Pero este año ya lo veo venir y lo he previsto. El lunes ya tengo cosas que hacer... y el martes y el miércoles. Cosas para no detenerme...

... para no darme cuenta de que, como en le Sexto Sentido...  hace tiempo que no estoy vivo.

jueves, 2 de agosto de 2012

vídeo: L´etern retorn - Primavera



Esta canción y este vídeo me han robado el corazón. Quizá es que sea uno de esos hombres fáciles que no saben que lo son, aunque a estas alturas quiera encontrarle otra explicación que no llega.

 Sigo esperando a la primavera, que tampoco llega, Bandini, mientras el verano se disuelve lento en este océano de tiempo en el que se va convirtiendo esta espera.

Releo pregúntale al polvo y pienso que las cosas son un poco así para mí. Y luego me encuentro con Chaplin y me doy cuenta de que, en el fondo, soy lo que me dijo un amigo hace unos años: un antihéroe de novela.

Comparto contigo esta canción porque aunque no lo sepas pocas cosas se comparten de verdad, lo que me emociona, lo que nos conmueve es lo que nos mueve.

Sé que si no cambio de forma de actuar me quedaré esperando a la primavera eternamente en un cuerpo que lentamente irá dejando de esperar.

Esta mañana he dejado lo más sincero que he dicho en mucho tiempo inscrito en estas palabras. En breve tendré una reunión con una gente que tienen un proyecto extraordinario en India. Allí nació mi invento hace ahora cinco años, surgió de una idea, y supongo que a ella vuelve.

Todo vuelve a sus orígenes. Me pregunto que me deparará el destino y si todo esto que estoy haciendo ahora servirá algún día para que el mundo sea un lugar mejor. Y si este idealismo, estas incomprensión, será el camino correcto hasta llegar a donde me gustaría llegar.

Escuchad la canción...