martes, 29 de noviembre de 2011

Un palacio para la princesa Aixa


Me perseguían haces de luz volviendo a casa, como si me estuviera escapando de una cárcel por la noche, saltando alambradas y oyendo (cada vez más cerca) ladrar a perros ociosos que por fin se despiertan al olor de la sangre. Quizá fuera que yo caminaba deprisa y atravesaba el área de influencia lumínica de las farolas sin darles tiempo a reconocerme. Hacía frío pero yo no lo notaba, hay lugares debajo de la piel que arden incandescentes de deseo y de inferno.

Tenía cara de bruja; de bruja mala de cuento que acaba mal y sin embargo sus ojos eran tan limpios que podías vivir en ellos una vida y otra, y otra, y otra... Se llamaba Aixa y por sus venas corría sangre celta, era la última de una extirpe de bosques y leyendas, de cuevas insondables y de monstruos agazapados en las sombras. La luz de la luna era la liana por la que descendía todas las noches hasta mi cama. Ambos sabíamos que era demasiada suerte la mía y que la suerte ha de ser siempre la justa (ni mucha ni poca) para que no queme. Conocía la lengua de las libélulas y se paseaba desnuda por mi casa sin importarle que mis gatos arañaran la estela que dejaba por donde pasaba. No fue la mejor época de mi vida porque tenía tanto miedo a perder esa magia que podría decirse que bien pudo ser la peor época de mi vida.

Una noche no llegó a casa, me llamó desde una cornisa encantada, a punto de emprender el vuelo, a punto de saber si la gravedad se agrava con el peso de los cuerpos. Me llamó para que la salvara o para que supieran encontrar la silueta de tiza en el asfalto. Fue una noche eterna de kilómetros al teléfono. Llegué a tiempo con el destino metido en una bolsa de plástico, la abracé y pasé toda la noche junto a ella. "Es la luna llena. No sabemos qué pasa" dijeron los médicos, y como idiotas miramos todos a través de la ventana la redondez desnuda de la cajita abierta de Nivea en el cielo, como si a alguno le entrara algún deseo extraño que pudiera explicar al resto y que desentrañara el misterio de las despedidas.

Pasaron unos días. Me llamó algunas veces, sus palabras estaban llenas de silencio, alguna vez paseamos a la orilla de la playa, nos rebozamos de arena sin querernos, hasta que un día se fue de verdad, es decir, hizo las maletas y se mudó a otra ciudad donde no la conociera nadie, ni siquiera yo. Es bueno olvidar, incluso a veces sientes que es mejor para todos que te olviden.

A veces me llama. Yo soy más de palabras dichas que de letras escritas, sé que siente vergüenza de que las cosas le vayan tan bien sabiendo que a mí me van tan mal pero lo disimula, me dice que me echa de menos, pero sé que no cambiaría nada y en cierta forma eso me decepciona más que si no me llamara ya nunca. Deduzco que ha olvidado el lenguaje de las libélulas y apuesto a que no se desliza jamás por la enredadera que baja de la luna hasta las sábanas del hombre que la habita.

Y muchas noches pienso en aquella noche y no se me quita de la cabeza de que fue el inicio de todos mis problemas, que esa noche en lugar de salvar su vida, acabé de una forma que no entiendo, con la mía, apenas dos o tres personas saben la historia, aparte de ella y yo, la memoria se deshilacha hasta dejar de ser algo consistente y reconocible. Fue como si me hubiera traspasado algo, como si me tocara el hombro y me dijera "la llevas" y yo no supiera qué hacer con ello, ni dónde enterrarlo o a qué mar arrojarlo.

Tenía cara de princesa, de princesa que no encontraba su palacio.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Magma


No sé cuántos días aguantaré así, la niebla... ha llegado la niebla; al principio llegó casi en silencio. La niebla es un susurro de luz por la mañana. Hoy se ha quedado hasta un rato más en la calle, se daba media vuelta y decía "cinco minutitos más y me levanto". Así hasta las once. "Va a ser un largo invierno" pensé. Yo también me quedé un buen rato en la cama.
Cuando me quedo en la cama después de despertarme sé que va a ser un día jodido, me levanto sin ganas, cuando mi cuerpo se cansa de estar cansado de no hacer nada. Me levanto y hago cosas con desgana, solo y aturdido, perdido en una casa que no es del todo mía y dejándome llevar por tareas imprescindibles, complejas y sucias. Hoy he subido el laboratorio desde la cocina hasta el despacho. Allí he habilitado un espacio para hacer las pruebas del equipo. He hecho un par de agujeros y colgado una estructura para que sujete los filtros. Cosas de científico loco, de idiota ilustrado.

Por la puerta que da a la terraza la niebla se pegaba a los cristales, entre curiosa y divertida, preguntándose que andaría yo haciendo. Yo me preguntaba (tengo que sacarte de mi cabeza pero no puedo) qué estarías haciendo en ese preciso instante y con quién. Después de montarlo todo me di cuenta de que me había dejado el cable principal en el coche y pensé que iría a buscarlo más tarde.

Salí a dar una vuelta para desentumecerme, la humedad hacía que la sensación de frío fuera más intensa, me pregunté si este vapor de agua salía de la tierra porque ésta estaba más caliente que el aire y me imaginé el magma corriendo bajo mis pies, y me pregunté qué sonido haría esa bola de fuego recorriendo las entrañas del planeta, si se parecería al que hace tu nombre cuando te pienso y que, como un río de lava, arrasa mi frágil cordura al transitarme. Metí las manos en los bolsillos y traté de escuchar con atención. Sólo podía escuchar el sonido de mi respiración contra el muro de la niebla y tu ausencia mordiéndome las costillas desde dentro, ácido sulfúrico por mis venas. Me odié a mí mismo por no poder olvidarte y me condené a seguir la vida que llevo.

Cuando volví a casa, pasé antes por el coche y recogí el cable maestro. Subí a casa y estuve tratando de conseguir hacer que, por lo menos, funcionase el transformador. No fue difícil. A veces me gustaría tener la mente siempre ocupada para no tener esta sensación de que esto no es más que una pesadilla, algo que dura ya demasiado, que me ha llevado tantas y tantas veces a un punto de no retorno del que lo peor es volver de él una vez se ha llegado. Luego comí sin convicción una comida a solas, sin vino ni velas, ni rosas, ni nada.

Pensé en todas las oportunidades desechadas, en la vida a medias, en el tiempo entretejido en una manta de lana descompuesta, que arropa pero no te libra del frío. Pensé en las últimas palabras que nos dijimos y en las que no volveré a pronunciar nunca más, en que los domingos sin fin son otro preludio de lunes sin objeto y que en algún lugar de alguna parte del mundo tal vez existe una cueva en la que me pueda esconder de ti, un lugar sin niebla ni palabras de magma, un refugio en el que poder llegar sin que sea otro sitio desde donde no se vuelve, donde la realidad me rellene los huecos que dejaste en mi cuerpo para cobijarte, un puerto de mar con sol radiante y aguas cristalinas, un lugar sin mapa que lo contemple, un lugar donde se críen los niños felices, donde sólo se escuche el rumor del mar.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Quería ser Julio Verne


He empezado diez veces este post. Como casi siempre no sé qué escribir. Tampoco sé de dónde han llegado todas las palabras que he ido colocando en este blog, adoquines de una vía que no lleva a ninguna parte, que en su momento sólo me sirvieron para irme cuando me condenaron a exilio o huí en cuanto escuché susurros de voces que conspiraban. Confieso (pero lo negaré ante quien haga falta) que no soy nada sin la musa y que depender de algo tan etéreo es una forma demasiado errante de vivir. Soy anárquico y me muevo por la pasión hacia regiones del alma que no conozco, vendo lo que soy por más bien poco a mercaderes de cuentas de vidrio, siempre me guardo una carta en la manga y siempre la he tenido que utilizar.

Creo que nací para lo que estoy haciendo y doy por bueno todo lo que he perdido en el camino, sólo se puede perder lo que antes se ha ganado. Nací en una familia donde se me fomentó la imaginación y la soledad, crecí en un buen barrio y sigo viviendo en él, me he sentido aceptado y rechazado por igual, vivo con miedo a dos o tres cosas y con confianza en el resto. Confío tanto en mí que a veces debo parar para volver a poner los pies en la tierra. Me he pegado batacazos. No comprendo la codicia. No comprendo el cinismo.

Sé que vivo de prestado, que debería estar muerto. Se me ha concedido un tiempo precioso y me da miedo malgastarlo. No vivo como si fuera el último día porque el último día hace tiempo que pasó. No creo que eso me importe, es más, a veces lo olvido. Sin embargo no consigo aprender a olvidar lo que quiero olvidar. Soy rencoroso porque no consigo comprender ciertas actitudes humanas y no creo en eso de que el tiempo ponga a cada uno en su sitio, porque conozco buena gente a quienes no les debería pasar lo que les pasa y a hijos de puta que tienen una suerte que roza el insulto. Así que creo que es mejor no aceptar según qué tratos, espero pasar por la vida con dignidad pero sin orgullo porque el orgullo es una venda en los ojos y yo quiero ver nítidamente a quién o qué tengo delante.

Me gustaría saber escribir poesía pero no soy capaz, me gustaría ser libre pero antes debo acabar lo que estoy haciendo. Es como si al acabarlo ya pudiera ser y hacer lo que realmente me gusta. Y todo es un stand by.

Y este blog es triste porque yo no le haría llevar la vida que llevo a nadie, y soy consciente y no se puede escribir alegre cuando se está triste ni se puede decir que todo va bien cuando las cosas van mal. No contamino a nadie haciéndole partícipe de mis delirios y pago un precio altísimo. Pero soy consciente de ello. Hace tiempo que perdí mi fe en la gente pero sigo creyendo que un día volveré a creer en ella, así que vivo en una esperanza continua de que algo o alguien me sorprenda.

Y mientras, he convertido mi cocina en un laboratorio y mi vida en una discontinuidad de cables eléctricos y tubos de agua, de equipos fantásticos que hacen cosas increíbles. Me siento como cuando tenía nueve años y leía aquellas historia de Julio Verne. Estoy viviendo una de ellas. Es lo que quería ser y hacer cuando era niño. Escritor. Inventor.

Nunca dejes de preguntarte qué querías ser de pequeño porque cuanto más alejado estés de ello, más serás la persona que otros han querido que seas.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Otro mar



Si escuchas atentamente puedes oír el rumor del mar, no el de las olas que rompen en la playa; puedes oír el rumor de viento sobre su superficie cuando hay temporal. No puedes entender su lengua ni comprender qué o quién la habla, sólo puedes entender la voz traducida de miles de voces... pero ya no es el nuestro; es otro mar.

Te conocí mientras aún navegaba por ese otro mar, tenías la sonrisa de Audrey Hepburn cuando acaba de cantar Moon river en Breakfast at Tifanny´s y ve al alter ego de Capote asomado por la ventana del piso de arriba a través de la escalera de incendios. Y lo recuerdo perfectamente aunque no estuviera allí.

Ahora las cosas han cambiado. Aquel otro mar es ahora otro distinto, uno que susurra otra lengua u otro dialecto. Pero te llevo dentro, es algo que no puedo explicar, te llevo dentro como si de alguna forma mi cuerpo hubiera absorbido algo que desprendías.

Es tarde. El insomnio se ha convertido en algo previsible. Dentro de cuatro minutos caeré en un sopor que me llevará a dormirme. Ya no puedo recordarte pero mi cuerpo aún está enganchado a esa sustancia hecha de ti que corre por sus venas. Tú también me has olvidado. Es lo que tiene el tiempo, que rellena los huecos con más y más historias.

Hoy he estado a punto de tener un accidente de tráfico. Después me ha entrado un no se qué en las piernas que no tenía fuerzas para apretar los pedales y he tenido que parar a un lado. Me he llevado un buen susto. No he pensado en nada, pero luego, cuando he llegado a casa me he dado cuenta de que era el camino que llevaba hasta tu casa. Igual he pasado por esa carretera apenas dos veces en el último año. Antes la recorría todos los días. Pasaba por casualidad, hubiera sido una crueldad del destino que me hubiera quedado a trescientos metros de donde vivías... a setenta kilómentros de donde vivo.

Ahora ya no importa.

En realidad nada importan nada. Pero he pensado en ti y en lo que no fuimos y he pensado que el tiempo sigue siendo un gran traidor, que la vida es una gran hija de puta.

martes, 22 de noviembre de 2011

A diez días del fin del mundo


Hoy me ha dolido el día por todo el cuerpo. El sol era azul llama de gas natural y tuve la mala idea de releer lo que había escrito ayer por la noche.

He hablado diez o doce palabras, me he escondido todo lo que he podido de todo el mundo, he caminado bajo los balcones y por calles estrechas. Me he gastado poco. He intentado hacer un maki de salmón y no me ha salido. Ulises ha comido salmón que ha quedado pero Penélope no le ha hecho ni caso.

He querido hacer cosas, he comprado unos equipos en Alemania y casi hago un cliente. Quizá haya hablado más de doce palabras, quizá fueron doce frases. He pensado en ti y sé que has leído la entrada de ayer y que, probablemente has pensado que siempre escribo lo mismo. Hoy sí me ha importado que pensaras eso.

Ha hecho frío.

Me gusta y no me gusta el frío.

No tengo ganas de escribir, tengo ganas de que ya sea mañana o el viernes. No sé dónde estás.

No puedo vivir sin el blog ni quiero vivir con él. Me pregunto si cuando leas esto sabrás que es para ti. Y por alguna razón sé que sí lo sabrás pero no harás ni dirás nada. No sabrás qué decir.

Y no te imaginas lo que necesito oírte la boca en la pantalla.

¿Quién trajo esta lluvia?


Me llamas y cuelgas. Dices que te has equivocado, que querías llamar a otra persona. Eras mi mundo, temblaba sólo con pensarte y ahora sólo he sonreído, le he dado la importancia que se le da a los argumentos que no se sostienen y he seguido un buen rato tratando de hilvanar agujas de acero con tubos de plástico hasta que me ha vencido la tarde y la lluvia me ha llamado con sus arañazos de gotas en la ventana.

Luego, he salido a caminar sin paraguas bajo un simulacro de aguacero, inconstante como yo, despistado y tenaz, con la osadía de los que solemos cansarnos de ser tímidos y en un día hacemos el ridículo que nos correspondería en toda la vida. He salido a arrastrar las zapatillas para que se impregnaran de los últimos árboles amarillos desparramados por las aceras, perdidos en un mundo aséptico de asfalto, famélicos de humus, rodeados siempre de luces de farolas, árboles insomnes, tensos, desquiciados. Al salir me acordé de que el primer día que saliste de mi casa llovía. Llovió toda la noche y recordé que nadie de los dos ganó a los puntos en el ring de mi cama, que nunca supe o quise saber qué hubiera sido de mí si no te hubieras ido en mitad de la noche. Nos reíamos, conversábamos, nos rompíamos la boca con el quicio de los cuerpos, volvíamos a hablar, dormimos abrazados hasta que nos dimos cuenta que éramos algo más que dos enemigos, éramos dragones dispuestos a prenderse en fuego hasta el fin de los tiempos.

Los reyes volvían a ser los padres cuando te subías las bragas; y me mirabas condescenciente desde la puerta de mi habitación, con la libertad envuelta con la sábana; puedo recordar tu piel con la yema de los dedos como si el cerebro hubiera cedido funciones de memoria a otras partes del cuerpo por no poder soportarla toda en un único lugar, pero ya no pienso en ti cuando mi sexo está pensando en ti, es algo extraño, porque sé que te traiciono mientras estoy de alguna forma contigo.

Esta tarde, mientras caminaba, la lluvia se volvió de repente seca. El suelo seguía mojado pero tenía la sensación de caminar por un desierto sin fin, de paredes tan altas que si respiraba demasiado fuerte sonaba el eco de mis pensamientos. Hacía frío, estaba oscuro, no sé por qué eché de menos que mi boca supiera a sal. El calor sabe a sal y el frío a nada. Quizá por eso algunas partes del mi cuerpo desencadenaron conversaciones de memoria y salió el tema de conversación recurrente: tú. Seguí caminando hasta que me vinieron ganas de salir corriendo pero para correr sin levantar sospechas debes ir vestido para correr y me contuve.

Cuando llegué a casa me sentí como un pueblo fronterizo entre dos países enemigos. Me sentí roto y cansado de estar roto, de que no valiera nunca la pena reconstruirse, hacer parques a los niños, levantar bibliotecas, adoquinar las calles. Pensé que el último bombardeo fue una crueldad innecesaria y que yo había llegado a ese punto en el que el odio o el perdón se vuelven indiferencia. Hoy he sabido el porqué nunca luchamos en la misma guerra, ni peleamos con las mismas reglas, ni nos quisimos con las mismas ganas, ni nos reflejaron los mismos espejos. Hoy he sabido qué prueba de raza me exigías y me he alegrado de no haber cumplido tus exigencias.

Y ahora sé que durante el tiempo que fuimos humanos, que mi calor te calentaba las manos, tu piel me enseñaba en braile el mundo, mis ojos de bosque se perdía en el oráculo de tu cielo o tus pies andaban hacia mi casa, durante ese tiempo en el que quisimos ser tú y yo, fuimos tú y yo.

Así que en estos días, al animal que me habita, al que el lobo sale a aullarle a la claridad que se filtra por entre las nubes cuando el mundo huele a árbol y los pájaros han acabado por irse, le duele el hueso roto ya soldado que se le rompió cuando le echaste. Poco a poco voy comprendiendo y a cada cosa que comprendo me vuelvo más huraño. Hay cosas que no se pueden decir en voz alta, es mejor guardarlo bajo llave, no sea que un día vuelva a creer en alguien y ese alguien me convenza de que todo fue mentira, que sólo fuimos un sueño que, sin quererlo, se me volvió pesadilla.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Déjame dormir


Soñé contigo. Hace dos días. Desde entonces no puedo sacarte de la cabeza, y eso que lo he probado hasta con un sacacorchos. He intentado encontrar todo lo malo, meterlo a presión en una bolsa de té y hacerme una infusión con ello. Es una mierda querer y que no te quieran. Lo dulce sabe amargo, uno se acostumbra a un sabor áspero y cuando, al cabo del tiempo lo vuelve a probar la boca se inunda de nostalgia con toques de cereza y vainilla... ha envejecido en roble lo nuestro, mierda! cuánto ha envejecido.

Hasta ahora escribía para exocizarte, aunque este blog es más una invocación al diablo que una forma de desterrarlo, dicen que uno se enamora de cómo se siente cuando está con la persona que provoca esa sensación, que nos colgamos del chute de endorfinas, que somos unos yonquis químicos. Pues yo soy un yonqui del diablo que te habita y sí, qué quieres que te diga, haría un ritual de esos para atraerte para siempre o alejarte de mi vida.

Y no te soñé sola, que te soñé con complementos, los suficientes como para salir decepcionado del sueño. Íbais vestidos de blanco. Te odiaré hasta el día en que me muera porque te siente tan bien el blanco. Nunca quise querer a nadie tanto a quien no quería, me costó tanto confiar de nuevo pero me dabas confianza, te pedía que no me la dieras, que la dejaras en casa cuando salieras no fueran a robártela.

Yo ya lo tenía todo perdido. Lo había admitido y no esperaba nada. No des nunca nada a nadie que no te lo pida si luego vas a quitárselo cuando más lo necesite.

Ahora las cosas van mejor. No sabría decirte por qué te soñé hace dos noches, no debería haberlo hecho, han sido muchas lunas, el silencio se ha convertido en un océano de infinitas orillas. No te voy a engañar, te sigo deseando lo peor, aunque ahora que lo pienso lo peor que se me ocurre es que te encuentres a gente tan desencantada como yo. Y yo no quiero encontrarme a gente como tú y al mismo tiempo daría lo que fuera para encontrarme contigo el día en el que me encontré contigo. O no haberlo hecho nunca.

No iba a publicar esto, era una reflexión en voz alta, sabía que si lo escribía acabaría por convertirse en algo feo y sucio. Pero es que yo me he convertido en algo feo y sucio. Porque que alguien que antes era un tío divertido y optimista lleve casi cuatro años con un blog como éste es que se le ha podrido algo por dentro.

No sé dónde esconderme de tanto hijo de puta.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Creer


Hoy firmo la venta de una parte de la patente sobre el equipo. No gano dinero, pero eso me permite construir el prototipo. Quid pro quo. Es necesario, hasta ahora todo eran promesas pero nadie arriesgaba. Ahora sí tengo el dinero para construir la máquina. Espero que en un mes la tendré funcionando. Eso me llena de esperanzas. Mi granito de arena para mejorar el mundo va a ser un hecho palpable y "funcionable".

Por otro lado sigo capeando como puedo la incomprensión de la gente que me rodea, que me tacha de idealista y poco práctico, algo que se convierte en un delito en estos tiempos de pragmatismo. Me siento traicionado en lo único que me importa: los afectos; y lo siento porque tienen razón. La gente práctica sólo debería juntarse con gente práctica y mandar a la puta indigencia a los soñadores... cuando los soñadores son capaces de vender sus sueños entonces les llaman "creativos" y entonces pasan a ser gente tocados por la magia de hacer dinero de una idea.

Mis amigos pragmáticos me tratan como a un idiota cuando leen lo que escribo y me dicen que ganaría mucho dinero si publicara esa novela que tengo ahí casi acabada. Pero lo dicen en términos monetarios... necesito el dinero, pero yo por algún motivo que no entiendo (nunca supe soñar a mi antojo) cuanto más me insisten, menos pasión pongo en acabar esa novela. Al final, por una ley universal que tampoco entiendo, cada vez se van perdiendo más estas amistades. Podría decirse que cada día que pasa estoy más solo, pero entiendo que eso no me preocupa como antes. En realidad, lo que me preocupa es la incertidumbre del cómo son las personas. He decidido alejarme de las personas pragmáticas: me hacen sentir mal, me hacen sentir sucio.

Ahora empiezo a comprender que no todo el mundo funciona como yo, eso que parece obvio, me ha costado muchos disgustos. Muchas persona me dicen que, nada más conocerme, cuando hablan conmigo sienten una gran confianza; a veces yo también siento confianza al hablar con alguien, pocas veces, últimamente apenas con dos personas. El caso es que a veces no puedo soportar la presión de ser yo mismo y me gustaría que me gustasen algunas cosas que les gustan a los demás y que, además, son esenciales para vivir de una forma correcta y ordenada. Pero no puedo.

Creo que el precio que pago por ser como soy es la soledad. Es un precio alto. La gente pragmática tienen mucho miedo a la soledad y por eso es muy difícil que encuentres a alguien pragmático solo. Suelen tener buenos proyectos de futuro, sólidos, estables, no dejan nada al azar, así que son parejas estables. Los neuróticos, en cambio, somos una especie rara... podemos ser una buena inversión si acabamos convirtiendo los sueños en creatividad, podemos ser divertidos, estúpidamente sinceros... pero no servimos.

Lo que no saben los pragmáticos es que los estúpidamente sinceros nos movemos más por afectos que por estabilidad, que por afecto seríamos capaces de cualquier cosas, que una musa, una idea, un simple y tonto reconocimiento es el material con el que se forjan los grandes proyectos, que acabaremos esa novela no porque tengamos que hacerlo sino porque será el mejor regalo para la musa que nos ha acompañado en su creación, como el cariño necesita caricias físicas que las demuestren, los soñadores necesitamos dar y recibir ese afecto, nuestra moneda es distinta, vale lo que vale una cometa al viento.



La responsabilidad que se asienta sobre el deber es distinta sobre la que se asienta sobre la solidaridad. Porque al final, el deber es una obligación, un sistema de valores aprendidos para poder convivir sin conflictos y la solidaridad te permite crecer colaborando con los demás. Ejemplo: El amor es solidario, el matrimonio un deber.

Sé que el mundo no es ni será como me gustaría que fuera, desde mi rincón, en un lugar alejado del mundo, en la esquina de una habitación que puede que un día de éstos acabe embargada, millonario de soledad, tengo la certeza de las cosas cambiarán para mejor, y hoy voy a empezar otra fase: la de empezar a construir el prototipo, en este mundo donde los pragmáticos se han vuelto locos de raciocinio, tanto, que nos llevan a la sinrazón, me siento relativamente tranquilo conmigo mismo si cuando me vaya de este mundo he dejado un proyecto para que el mundo sea un poquito mejor.

Creo que lo demás no depende de mí.

Me ha quedado un post un poco aséptico. Podría expresar de una forma más visceral o "proso-poética" cómo me siento pero hoy he querido hacer un post informativo, pragmático, y me ha salido soso, ya me lo esperaba. Hoy no me he dejado llevar por la pasión. Hoy no he querido ahondar en la decepción o ensalzar la esperanza... recoger trozos de hombre que me faltan sin que pueda encontrar un pegamento que los una de nuevo, no he querido abrir ni una sola puerta para entrar o salir huyendo... casi todas las palabras de este blog han brotado al intentar contarte qué me mueve. Porque aunque no te lo creas, muchas de estas palabras nacieron para ti, de visitar tu blog, de imaginar cómo eras, de preguntarme cómo suena tu voz cuando susurras, de mirar por tu ventana o de cómo sienten la planta de tus pies la fina arena.

Porque se puede construir una relación o se puede no vivir sin las cosas de la piel, se puede planear o tener un sueño... porque se puede seguir viviendo como si tal cosa o morir por ella.

Dentro de un mínimo equilibrio, yo apuesto por lo segundo. De hecho, sigo muriendo todos los días un poco... como si con el tiempo tuviera la esperanza de que morir pueda acabar perdiendo su intensidad en la inercia de la rutina.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Día de inquietud



Intento arrancarme lo que tengo dentro, sea lo que sea, pero hoy no sé el porqué no puedo. Es el tercer post de hoy y no consigo que desaparezca esto que es como una gran bola de acero con terminaciones nerviosas, como si me hubiese invadido un alien frío y pesado. Si pudiera me rompería como una hucha para sacarlo, me abriría en canal, dejaría que todo este odio sin odio, que esta carga de profundidad sin explotar explotara.

No sé qué es. Sólo sé que necesito que algo lo haga desaparecer. Sólo sé que no quiero estar aquí y ahora en este lugar donde estoy. Sólo sé que es algo que arde con una llama invisible.

Necesito gritar.

Tengo que salir a la calle, debo hacer un par de cosas... espero no meterme en líos porque hoy es uno de esos días en los que me metería sin pensarlo.

Desembocaduras


Ahora que ya lo sabes, que entraste de puntillas, que tuviste la certeza como si lo hubieras tocado con la mano. Ahora que ya sabes que (siempre lo supimos) que la mayor derrota siempre fue no haber luchado, que ahora ya sí somos dos extraños, ya sólo me queda decir adiós aunque lo haga ante el aire frío y lluvioso de noviembre, sin ti, sin lo que me devolvió algo que ya no tenía y que dejé de tener otra vez.

Ahora que ya no importa, que nos damos cuenta de que nunca importó; ahora que el mar ya no existe y por tanto, sólo el existe el mar, ahora que ya no queda nada, aunque desde algún punto de vista pueda decirse que ahora es el principio, me vuelvo al lugar de donde nunca debí escapar.

Te deseo suerte. Tómalo como algo extraordinario; últimamente es algo que no se lo deseo a nadie.

Los lunes


"Si una herida se infecta es que no ha cicatrizado del todo" me dice. Y entonces pienso que a veces hacen falta puntos de sutura y que yo no he sabido coserme.

Alguien me recuerda los últimos años de mi vida, alrededor de una mesa y en la sobremesa, ella, que me conoce muy bien me pregunta sobre situaciones que ya había casi olvidado. "No me extraña que no perdones. Hay cosas que a otras personas no les pasa nunca en la vida y a ti te han pasado tres veces. Yo no lo hubiera resistido". Pienso en ello y me pregunto si existe un estrés por acumulación, no me doy cuenta de que la respuesta está en esta mierda de eterna melancolía y desconfianza que me acompaña, que soy. Este blog es una prueba de ello... la parte visible del iceberg.

Luego dice "Es más, creo que que eliges mal aún sabiendo que te equivocas". Y sé que es cierto, que soy un imbécil empeñado en creer que la gente cambia, pero nadie cambia, todas las historias se repiten. Entonces digo "yo siempre soy el último antes del cambio. Diría que yo provoco el cambio, que soy una especie de punto de inflexión de la prosperidad, una especie de tótem al que si te acercas lo suficiente te concede lo que deseas pero en otro lugar y con otra gente.

"Algo harás para acabar siempre igual" me dice. Pienso que ya hago las cosas sin esperanza, que lo peor de todo es que me he levantado tres veces para caer las tres y que ahora aunque me quedan fuerzas lo que no tengo es ganas de gastarlas para que todo vuelva a acabar igual.

Y he aprendido cosas. Cosas que son universales, que el género humano se vale de pocas normas y que yo no conozco porque soy algo así como un idiota social, que creo más en lo que debería ser que en lo que es. Porque creer en la colaboración es una estupidez, porque dar primero no es compartir, es ofrecer.

Ya me lo dijo mi padre cuando era pequeño, que esta forma de ser me iba a traer serios problemas en la vida. Y no se equivocó. La verdad es que me siento muy cansado, me cuesta continuar adelante, antes no sabía el porqué y ahora que lo sé creo que no merece la pena. A pesar de que, exteriormente, llevo una vida con proyectos y objetivos, hay algo de fondo que me pesa, un "¿para qué? si al final todo va a ser lo mismo, y ya empiezas a ser mayor". Creo que debe ser la crisis de los cuarenta, o la crisis a secas, o que he leído demasiado, o que tiene razón quien me dijo que me han pasado demasiadas cosas como para volver a intentarlo de nuevo.

Dicen que los que pasaron el crack del 29 nunca volvieron a pedir un crédito en su vida. Porque pueden más el miedo y la desconfianza.

Quizá lo que me pasa es que pienso demasiado.

La línea de tela de araña


Nos alejamos, los silencios son años luz para medir la distancia entre dos personas. Nos alejamos imperceptiblemente, hasta que se cayó lo nuestro en el baúl donde guardamos aquello que es digno de pertenecer a la nostalgia. Sé que cuando me leas sabrás que estas palabras te pertenecen, que el hilo de araña que nos unía y que se vencía con el peso de la escarcha era el que me imaginaba que me unía a ti, que era tu habitación de la que volvía todas las noches ese hombre que sueña y que me habita a regañadientes durante las horas de sol. Lo sabrás (lo sabías) antes incluso de haber llegado a leer esta línea que estas leyendo, porque el hilo existe o porque siempre he dejado un rastro de lo que siempre quise ser y no fui.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Hoy


Vivía en la penumbra de tu sombra cuando la luz ya no era luz sino un hilo incandescente en tu mesita de noche; vivía en el pliegue de tu piel que se te hace cuando te das la vuelta, en el costado, en ese país palpado por mis manos que yo hice mío, porque vivo donde se sienten vivos mis dedos que, a veces, son los terminales nerviosos de mi alma, por los que toco, veo, huelo, amo, me electrocuto.

Vivía en la soledad de la espera y en el bullicio interior que es la esperanza, vivía feliz entre bandidos y asesinos, en un corredor de la muerte con calefacción en invierno y aire acondicionado en verano, tres comidas al día, libros... muchos libros que hablaban de ti y de mí pero con otros nombres, en otros países, con otras historias distintas, en el callejón sin salida de una página final que lo dejaba todo inacabado. Me sentía feliz, como se sienten felices los habitantes de San Francisco ante la probable llegada de un terremoto-día-del-juicio-final que al no dar señales es como si en lugar de dormir no existiera.

Esta mañana, cuando te vi pasar por la otra acera, buscando un lugar en las alturas, yo sentado en una terraza con vistas a la avenida, en los negocios futuros, bañado por el sol de la mañana fría, convertido en la mera especulación de los mercados del agua; esta mañana, deshabitado de alma, cansado del insomnio porque dormir es volver a soñarte y soñarte es despertar con las garras afiladas, delante de un café con leche que había dejado de humear, el aire queriéndose llevar todos los folios creyendo que eran hojas de árboles, el vibrar del metro de vez en cuando llegando o partiendo, me he dado cuenta de que tu vida continúa, que yo sólo fui uno de tantos, que me has olvidado completamente, como dicen esos manuales de psicología que yo debería leer, hacerles caso, practicar... y no lo he hecho.

Y me he disculpado y me he ido al baño, me he sentado con la tapa bajada y me he puesto las manos en la cara (estaba ardiendo) porque nunca nadie me había engañado tanto, nunca había querido ser engañado tanto, nunca entenderé (aunque lo entienda) esa manía tuya de coleccionar gente, como coleccionabas objetos. Y aunque sé que éramos distintos, que nuestras formas de ver la vida eran opuestas, que tú eras el sol y yo la noche, que yo era el mar y tu el viento, no consigo entender algo tan simple como que me pidieras el mundo el día antes para pedirme las llaves de tu vida de inmediato.

Casi me da igual todo, pero no consigo olvidar que no lo entiendo.

Cuando salí del bar y volví a la mesa de la terraza, miré hacia donde te había visto, un autobús recogía viajeros en la parada del otro lado de la calle, haciendo invisible la acera. Tú ya no estabas porque ya había pasado casi un cuarto de hora, pero miré hacia allí y maldije al autobús. Me senté y estuve ausente durante toda la reunión, creo que he hecho un buen trato a pesar de no saber muy bien acerca de qué. Luego, de vuelta a casa, la velocidad de la autopista me sumergió en otra época, en una edad de piedra de lo que ahora soy.

Entonces supe que ya nada importa, y miré hacia atrás y pensé en todos los errores cometidos y en lo que me ha pasado estos últimos años. Y me di cuenta de que este blog es una cárcel con puertas de madera para que parezca que no lo es, que sólo es un recordatorio diario de que la lealtad no existe, una voz que grita que me decida de una puta vez por el suicidio o por aceptar de una vez por todas de que es mejor seguir adelante sin esperanza.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Un mundo habitado


Sabes que somos como esos planetas sin órbita, enormes rocas sin rumbo, sin rotación regular, sin días, noches, días, semanas... sabes que apenas tenemos la certeza de la soledad y el destino del agujero negro (que dicen que es un empezar de nuevo en otro lugar donde existe algo opuesto, se me ocurre que lo opuesto a un agujero negro es una montaña de luz) somos un rastro de purpurina salpicando el universo de palabras que no existen si no hay nadie que pueda escucharlas, y a veces, cuando pasamos cerca de otro cuerpo celeste nos invade la idea de quedarnos atrapados en su órbita, dejar de ser piedra errante para pasar a convertirse en mero satélite, como si las fuerzas de la gravedad fueran, en realidad un pacto más que una ley física universal, como si el calor de un sol cercano nos infundiera el deseo del hogar, de la rutina de la rotación estable, la certeza de los próximos diez mil millones de años.

Tú y yo, que somos fuego, fuego que desea más fuego, luz interminable; tú que me arrancas el alma con tus ojos de selva, yo que te seco con las manos la húmeda piel de tu cuerpo, temblamos como dos pueblos fronterizos (uno a cada lado) ante la idea de una inminente guerra. Tú y yo, que somos sólo tú y yo, que apenas nos despertamos ya nos estamos buscando con palabras hechas letras, abiertas como cáscaras de huevo irrecomponibles. Tú, que sabes a caña de azúcar, mezclándote conmigo que soy como la espuma... te he deseado antes incluso de conocerte, antes incluso de que mi voz fuera voz, aprendí a escribir para poder traspasarte la corteza de lo cotidiano, para que un día, en la distancia, alguna palabra mía te conmoviera y volvieras, como yo vuelvo siempre (aunque tú no lo sepas) a tus ojos de selva, mis manos a las dunas de tu cuerpo, a perderme errante entre tus sábanas, a eso que tú y yo nos nos atrevemos porque somos algo roto que lucha todos los días para aparentar ser de una pieza, que somos piezas de un puzzle de dos piezas esperando a dejar de encajar golpes y encajarnos el uno en el otro, esperando a la fuerza de la gravedad que nos aligere la duda y la sombra, eso, tan invisible y terriblemente humano que sólo saben las mareas y cuenta en un susurro de olas.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Sushi envenenado


El tiempo es una máquina imprecisa, últimamente funciona a saltos, el tiempo se detiene y, de repente, avanza unos meses de golpe, sin previo aviso. Lo que ocurre es que ahora soy más vulnerable a los golpes del tiempo, entre otras cosas porque me he ido convirtiendo en un oráculo demasiado experto en leer los posos de las intenciones de los que me rodean. Hoy el muelle se ha soltado empujando meses de fortuna hacia el abismo, crónica de una traición anunciada, las voces de los muertos y los vivos ya me lo advirtieron, la codicia pesa más que la lealtad, en un plan premeditado el destino ha sido, otra vez, un maestro del disfraz conmigo.

Me vuelvo a preguntar lo mismo: ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Y a veces encuentro la respuesta pero luego, tengo la estúpida idea de que el ser humano es bueno y alguien se ha empeñado en demostrarme todo lo contrario, que el hombre es un lobo para el hombre, y además siempre está hambriento. Esto varía mis perspectivas futuras, mucho. Las varía todas, las etiqueta, las embolsa, las encaja, las entierra. Lo que no ha hecho la crisis lo ha hecho mi confianza. Y es un hecho: todo lo que sale por la boca deja de pertenecerle a uno y pasa, como por arte de magia, a pertenecer a quien se lo quiera apropiar. Por eso, y para que no quede en una tierra de lobos se creó la propiedad intelectual, pero... me queda algo más qué decir... ¿cómo puedes confiar en alguien en quien sabes que no debes confiar? ¿Qué nos lleva a creer que somos tan especiales que con nosotros tendrán la lealtad que con otros no tuvieron?

Me la han clavado con el timo de "o ahora o nunca", es decir, "me tengo que ir de viaje y tengo que llevarme información para que podamos dar a conocer la tecnología" y ¡zas! la historia de siempre... La codicia, la basura humana, quien dice ser espiritual como cebo, la máscara, la sombra donde habitan el miedo y el rencor, luces interiores que alumbran una incapacidad para desear algo bueno para los demás. Leía el otro día que hemos perdido nuestra animalidad como especie. Todos hemos visto a un perro jugándose la vida por sacar a otro perro herido del medio de una autopista, a una mamá cochina amamantar a otro animal junto a sus gorrinos, a una leona que no puede tener cachorros adoptar a un bebé antílope, hemos visto cosas que difieren de la ley de la selva. Pero nosotros ni siquiera estamos en la selva, ni tan siquiera vivimos en la escasez.

Soy un idiota que nunca aprende. En serio, un tonto Simón. Así que yo a lo mío, sigo siendo consciente de que lo que tengo entre manos es algo muy bueno y que es, en definitiva, mi granito de arena, mi aportación al mundo. Y el precio que tengo que pagar es el que es, pero también recibo algo a cambio: el día que aparezca alguien en quien de veras pueda confiar, lo valoraré como un tesoro, una piedra preciosa, agua en medio del desierto.

Como a la musa en la infame soledad de otra noche de insomnio.

jueves, 3 de noviembre de 2011

La gravedad que afecta a eso que ni tú ni yo somos



No sé quién eres, ni de dónde has salido para esconderte de nuevo, sólo sé que dejas miguitas de pan para que te siga. Pero de un tiempo a esta parte sólo soy capaz de verlas a mi alrededor sin orden, como si hubieran llovido sobre mí, como si estuvieras dentro y me dijeras que ya me perteneces, que ya te pertenezco. Sé que las cosas van mal y que no quedan demasiados lugares a los que huir, que tu voz ya no es del todo tu voz, que han pasado demasiadas cosas, que me lees a escondidas a la luz de una linterna por las noches, que esa noche se quiebra en miles de grietas por donde se cuela una veces el cielo estrellado y otras la infame dictadura de la lluvia, pero sé que me lees con los ojos redondos y la boca redonda, con las manos blancas y el corazón negro, con la última pregunta aún en el aire, con las despedidas que nunca cometimos apuntadas en tarjetas blancas o en un powerpoint de flores y hierba, niños riendo, hombres haciendo hazañas, amables ancianos de dentaduras tan perfectas como postizas, anotado tu adiós con la esperanza de un hasta luego; abriendo una lata de conservas en donde guardas toda esta innecesaria ruina pactada y estos cascotes de lo que algún día fuimos... pero ahora recuerdo que no sé quién eres, que ni siquiera sé de dónde has salido para esconderte de nuevo. Contemplo la idea de que estuvieras hecha de pan y te hayas desmigajado hasta desprenderte de la última esperanza, la esperanza de que fuera recogiendo todos los pedacitos paras así poder reconstruirte.

La otra opción no me cabe en la cabeza. Y es que no existas y te haya convertido yo en un ser de ficción, en un fantasma, en un ángel. Pero esa opción no me cabe en la cabeza porque entonces hubiera sido yo el que invisible hubiera pasado la noche a los pies de tu cama, envuelto en un abrigo negro, escuchando moverse tu cuerpo entre las sábanas, velando tu vigilia, haciendo un fortín de tus sueños... nunca ocurre al revés, siempre soy yo el que se desvanece por las mañanas al primer albor, cuando la persiana aún no distingue la llegada del día de la fría luz de la luna. Pero yo no dejo pedazos de mí para que me recompongas porque en realidad yo no he estado allí, sólo he dormido despierto encogido en un rincón, o llenándolo todo, no has soñado conmigo ni he podido saber qué sueñas. Sólo me he dejado llevar por el vaho que tiñen los ventanas de rocío... y con el primer rumor del radiador al encenderse de forma automática la caldera el último átomo que alguna vez ha formado parte de mí se ha desvanecido en un sueño cuántico e imposible.

Quizá por eso sin saber el porqué he empezado a escribir este post, porque la necesidad de saber de ti es más fuerte que la evidencia de que no estás, que el deseo de que me leas es más urgente que mis ganas de salir corriendo, que no hay un lugar en el mundo que huela más a ti que esta aséptica pantalla sin manos que la toquen. Quizá me llames mañana, de tanto silencio, las palabras me parecerán ladrillos, de tanto querer saber de ti me dolerán las nuevas articulaciones que ahora unen mis huesos, porque has de saber que después de ti, antes de ti, yo sólo era alguien en construcción, y sin ti ahora sé que seré lo que estoy destinado a ser.

Ya ves, tengo la certeza de que estás entre toda esta confusión, en este remolino de palabras que se pierden el rastro unas a otras. Y en la confusión intuyo, todo al mismo tiempo, que ya has llegado, ya has vuelto, nunca te alcanzaré, ya formas parte de mí.

Porque estamos hechos de palabras, que no existen hasta que existe el deseo de pronunciarlas y ser escuchadas, que sólo somos algo muy pequeño hecho de cosas más pequeñas aún, que en estos momentos, mientras me lees, como por arte de magia, hay electrones alrededor tuyo que ya me pertenecen, que cuando te preguntes quién soy o intentes recordarme, átomos míos ya te pertenecen y gravitan, como planetas alrededor de soles diminutos, en la órbita irrevocable de dos cuerpos que sin pertenecerse encuentran un pedacito de eternidad.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El eco en el fin del mundo


Hoy volví a saber de ti. Tu nombre nombrado por una tercera persona, que ni tan siquiera me preguntaba, que si hubiera sido un dibujo sería uno de esos que hacen los niños pequeños, con hombres hechos de alambre, montañas, río, casa con tejado rojo y por supuesto, chimenea con humo.

Tu nombre en su voz, en palabras invisibles que se han desecho al contacto con el aire como los vampiros al sol. El alma de las palabras viajando descompuesta, inerte hasta mi oído, porque las palabras no existen desde que alguien las dice hasta que alguien las escucha, palabras que nunca dicen lo que quieren decir si no vestidas de mil matices, el verdadero significado de las palabras está en el silencio, como lo está hecho el universo, que es ese 99% de la nada que hay entre los planetas, las estrellas, las galaxias, pero donde actúa la fuerza gravitacional de infinitos cuerpos que buscan o el equilibrio estático o el precipitarse hasta fundirse con el cuerpo celeste que lo atrae y al que no puede resistirse.

Tu nombre en su boca, atraído por mí hasta la médula de mis huesos por una fuerza irresistible que debería repeler todas las sílabas de tu cuerpo-palabra, pero no sucedió así: tu nombre se estrelló contra mí como un asteroide contra un planeta pacífico que estaba hablando innecesariamente con esa tercera en discordia, que ni tan siquiera preguntó por ti, sólo afirmó algo, algo de ahora.

Casi inmediatamente supe que habías sido tú la que querías que supiera de ti, que habías abandonado la táctica de la llamada directa y habías decidido el ataque balístico intercontinental (es decir, desde tu casa, sin riesgos, a distancia) y supe también que no te importaba tanto el resultado como bombardearme. He de decir que no me lo esperaba, y que por eso, tal vez, no erraste el blanco. Estuve toda la tarde inquieto, distraído, diría que incluso confuso, puede que hasta tuviera ganas de llamarte, de preguntarte el porqué te comportabas así.

Pero luego se me ocurrió todo eso de los planetas, de las palabras, de la voz, y pensé que todo se debía a unas leyes universales. Que tú quisieras que yo supiera de ti y que a mí me doliera.

Y entonces salí a caminar y casi se me acaban los caminos. Mis pies pisaron, diminutos, la corteza de un minúsculo grano de arena en medio de un gran vacío, releí algun post antiguo y me perdí entre la nostalgia y la catástrofe. No supe (o no quise) ir más allá. Mientras, el universo giraba con una falsa lentitud. Cuando llegue, cerré la puerta tras de mí y me convertí casi por ensalmo a una nueva religión de cosas sencillas y escasas. Me pregunté si soportaría el tsunami que se acercaba a mi vida y si sobreviviría a él. Algo me decía que no casi al tiempo que me decía que aún no estaba decidido.

Las cosas cambian y se acercan al límite crítico y tú juegas a tirar bolas de papel desde la tercera fila. Me gustaría poder odiarte pero ya no me quedan fuerzas ni para eso.