martes, 30 de agosto de 2011

Cuando la voz se hace hueco


Sigo soñando con la piel de tus muslos, con el tacto inevitable de tus pies (no saben posar en las fotos), con el rayo azul, fuego fatuo, sol fugitivo, con tu voz también sueño a veces, aunque no me llamaras cuando quise tanto que me llamaras, cuando la palabra era aún una nota muerta entre silencios como pisadas de hormigas.

Sueño contigo cuando entro en facebook y no encuentro ni tu nombre ni tu cara, cuando me libro de los libros, libres como el (b)viento, cuando pienso en el personaje que de tanto gustarme un día acabé enamorándome de él de esa novela mía que de tan viva nunca se muere en un punto y final. Sueño contigo porque de alguna forma he de tenerte.

Sueño contigo, casi nadie lo sabe pero yo he pisado por esas fotos tuyas, las que haces con el móvil; he caminado y he respirado el mismo aire, quizá hayamos coincidido en un espacio al que le sobra el tiempo, he sentido la misma lluvia porque nos llovía la misma nube, cuando me dejas esos vídeos como miguitas de pan para que los siga, yo ya he estado allí.

Sueño contigo, soñaré contigo también esta noche, porque antes de irme a dormir voy a visitarte casi todas las noches, para asegurarme que al menos te soñaré desnuda sin palabras que te vistan, y que dormiré abrazado a alguna de tus frases a las que tú no das importancia y a mí me convierten en esto que soy y que no sabría muy bien cómo explicarlo. Porque de tanto pegarme a ti, soy como esas calcomanías gastadas que se van lentamente con la piel seca, como esos tatuajes de pega que una vez se vuelven grises se está pensando ya en el siguiente.

Y desde hace un tiempo a esta parte si he querido escribir y publicar y todo eso que se supone en que se basa el éxito de las letras, es tan solo para colarme entre tus libros, para poder un día meterme en tu cama, para que apagues la luz de tu mesita de noche y algo de mí sea lo último que nombres cuando cierras esos ojos, fuegos fatuos, luna fugitiva, sin nombre ni cara en facebook, mujer mojada en mi misma lluvia, no sé si al mismo tiempo pero sí en el mismo lugar en el que mientras mis ojos ya se cierran te convoco a un nuevo sueño.

viernes, 26 de agosto de 2011

Vía Láctea


Anoche el universo volvía a removerse en el murmullo de miles de millones de estrellas ardiendo en medio del frío intenso, de la inmensa soledad, de las palabras aún no inventadas, de la velocidad de los cometas, de nuestras voces perdidas en los rincones de algunas miradas... anoche el universo sonaba como una rueda de molino que gira, como una piedra girando sobre otra piedra, como mi dedo sobre su espalda, como el bum-bum de mis venas cuando pienso en ella.

Anoche la selva de mis ojos buscaba el infinito invierno de los suyos, los deseaba más que nada en el mundo; esta mañana he amanecido con los ojos irritados de tanto moverlos dentro de los párpados durante el sueño, entré donde suele habitar su voz cuando su voz no habla y me senté a contemplar algunas fotografías en donde nunca se muestra, y recorrí el tiempo pasado con el yema del dedo índice de la mano derecha, y me subí otra vez al coche que nunca salió del garaje mientras reescribía el mismo pacto y lo volvía a deshacer porque soy un hombre de excusas.

El teléfono no sonó, o se contagió del silencio del que hablaba antes, no se apagó la luz roja que lo habita... me senté en la terraza y suspiré por todo lo que he ido perdiendo durante todo este tiempo, que casi se acerca a un todo absoluto, y me encogí de hombros mientras me hablaba a mí mismo como si estuviera loco. Ulises y Penélope se tumbaron a mi vera, conscientes de que ya no somos una familia y pusieron la orejas de punta, atentos, como si al estar cerca de mí, ellos también pudieran escuchar el sonido de rueda de molino que hace el universo cuando gira sobre sí mismo en medio del frío intenso, de la soledad mal llevada, de las palabras aún no inventadas, de la velocidad de los cometas.

jueves, 25 de agosto de 2011

antes de dormir, no tenía pensado escribir nada. Me muero de sueño, disculpen las rarezas


Oigo el murmullo del universo mientras se despereza, el crepitar de las galaxias con su nacimiento y muerte de eternidades, te llevo dentro de las venas.

El amor no es besar hasta que nos sangren los labios, el amor es algo sucio, es como un soborno continuo, cien mil ángeles cayendo sin saber el porqué. Son estas letras que interpretarás a tu modo, según tu estado de ánimo. Tal vez encuentres algo que casi te pertenezca, o pensarás que estoy como una cabra, puede que seamos la excepción que confirma tus reglas, pero mientras sólo soy capaz de pensar en la idea del silencio absoluto, que como el amor tampoco existe.

Resulta extraño que algo que no existe duela tanto, se me cierran los ojos, oigo tu calor recorriéndome las venas, soy capaz de distinguir el infinito allá a lo lejos... y siento pánico ante la idea de que algo peor pueda venir. Me miro en el espejo, no me reconozco, y sin embargo empiezo a entenderlo todo. Todo en exceso mata.

Hoy el cielo estaba casi rojo, como si de un desierto lejano hubiera llegado, en lugar de las lluvias, algo para espolvorear las terrazas y las calles.

Sigo oyendo el universo dar una vuelta sobre si mismo.

martes, 23 de agosto de 2011

Violento amor


Estaba desayunando en la terraza del bar de la esquina, un café con leche y un donut; tenía que haber pedido un bocadillo pero pensé que un bocadillo tenía más miga, más grasa, más de todo, así que pedí un donut que, aunque parezca mentira tiene más calorías que un bocadillo cuatro quesos con mayonesa, atún y aceitunas (pero si es más pequeño y pesa menos!!!).
Estaba sorbiendo el penúltimo pedazo de donut que se había quedado sumergido en el café con leche cuando de entre los coches que estaban aparcados en la acera surgió la diablesa como surge del mar Venus en su nacimiento a los ojos de Boticelli, sólo que en lugar de una concha gigantesca salió del esqueleto de un dinosáurio cetáceo, fosilizado más que por acción del tiempo, por la quemazón del mal sobre sus huesos, como si un microodas de maldad hubiera acelerado la tranformación de las entrañas de aquél desconocido y gigantesco animal en eterna roca viva sin vida.
Apareció la diablesa con su melena negra azotada por la brisa infinita del tráfico rodado y me abrasaron sus ojos de coyote y perdí el alma como esos autómatatas pierden la rigidez y los movimientos en cuanto se les acaba el tiempo a la moneda de turno. Creo que sonaron cadenas chocándose entre sí, o el bufido de una manada de bisontes suspirando al unísono por las praderas que ya no han de volver a habitar. La diablesa era un punto y final que nacía de entre un Renault Clío y un Ford Kuga, llevándose consigo todas mis esperanzas de poder ser yo alguna vez.

Los desayunantes de las otras mesas, lectores de periódicos deportivos, una señora que paseaba un perro feo y con un colmillo inferior sobresaliéndole de la boca (al perro se sobreentiende... bueno, dejémoslo), la camarera malcarada y mentirosa y el ficus de plástico de la entrada levantaron sus miradas (o una Zapateril ceja). La miraron a ella y después a mí, haciendo gala de una incredulidad salvaje, un "¿qué cojones está pasando?" fiero y violento como un león antes de pasar por su circense aro.

Me derretí como un kilo de mantequilla olvidada sobre un radiador (qué olvido más tonto o qué cabrona "coincidencia") y plantándose delante de mi mesa, de mi donut, de mis dos kilos extras de este verano, de la soledad de mi corazón que hace que me pegue a la primera que pase, de este alma que se pierde como lágrimas en la lluvia, se plantó, es decir que con un gesto o chasquido de dedos (no lo recuerdo) fue y me dijo: "Nos vamos para tu casa, niño de ojos verdes"... y yo pagué la cuenta y la camarera mentirosa me dijo algo así como "vaya panoli estás hecho" con la mirada. Y yo no le dejé propina, quizá dos céntimos hubiera sido lo correcto "humillación por humillación" pensé. Y me levanté y cogí a la diablesa de la mano y le pregunté por qué temblaba y me respondió que por no sé qué excitación antes de la batalla. Así que debí habérmelo olido, sí, eso que sucedió a continuación y que en lugar de amor era apenas una delicada violencia, debí pensar que el amor es el silencio que va justo después del relámpago y antes del trueno, que el amor es algo tan sucio que se le tiene que llamar de alguna forma corta y seca "amor" para que suene como un tiro.

Subimos a mi casa, la luz mortecina del descansillo siempre me pareció una guarida de fantasmas que me espían o graban vídeos para subirlos al Youtube del más allá en donde soy poco menos que una estrella mediática aunque sólo se me vea entrando y saliendo de mi piso rumbo del ascensor, a trabajar o bajar la basura, pero es que en el más allá supongo que la vida cotdiana es lo extraordinario y yo lo más anodino del más acá.

Nos arrancamos la ropa, rompimos las costillas al somier de láminas (coño, diablesa, que ya sabes de mis dificultades financieras...) y se me incendió la sangre dentro de mis venas ante el ardor de su presencia, me contagió alguna enfermedad del odio o de la selva, algo así como la enfermedad de la endiablada locura y nos agitamos el uno al otro como si nuestros cuerpos fueran cocteleras para bebernos luego ante la atónita mirada de los espejos, cuyo azogue se fundió y dejó de reflejar nuestras imágenes como si se hubiera convertido en mera fotografía o cuadro colgado, y ahora pienso que quizá así me quedé yo después de que la diablesa se fuera sigilosamente por la mañana, como si me hubiese embalsamado el alma dentro del cuerpo, y recordé sus ojos que apenas hablaban, y que me dejé llevar y que se me durmieron las piernas como si ellas hubieran dedicido que aquello no iba con ellas.

Y aunque soy un hombre hecho y derecho y tenía trabajo por hacer, vagué toda la mañana por el piso, distrayéndome con cosas pequeñas, obviando la verdad o la certeza de lo sucedido, y me senté al ordenador y empecé a escribir esto después de haber pasado por tantos blogs y haberme arrepentido de no haber escrito aún esa novela...

... y pensé en ti, tanto que no existe ni adjetivo ni complemento de cantidad que lo abarque. Porque hay cosas de mí que todavía no comprendo y sospecho que nunca entenderé por qué durante toda mi vida siempre pensé que la mejor solución, o la más rápida, la más deseada por la voz de mi conciencia fue la de vender mi alma al diablo, o en este caso mío, a una diablesa.

jueves, 18 de agosto de 2011

Siete


La diablesa suspiró, metió el contrato de nuevo en su cartera y sonrió casi burlona; la cerró lenta y silenciosamente, quizá me lo pareció a mí pero el sonido del click del cierre sonó exageradamente fuerte y demasiado metálico incluso para un artículo del que se espera que en el precio vaya incluida una elegante discreción.
Apoyó la espalda en el respaldo de la silla, me miró fijamente a los ojos y yo le miré el escote. "Por favor..." dijo haciendo un gesto de hastío.

Mirándola uno llegaba a la conclusión de que era imposible que el diablo supiera más por viejo, quizá fuera una locura pero pensé que el diablo tenía la edad terrestre que aparentaba y que el contrato que me extendía hacía unos instantes era un mero formalismo, un artificio con el que poner en escena algo teatralmente necesario, algo así como un trámite obligatorio que venía en un pack con todo el resto: la melena negra, los ojos de selva, la inteligencia, la locura, ese escote... bueno, ya lo he dicho, la locura...

Se quedó un buen rato en silencio, me dijo que yo era más viejo que el diablo mismo y que, cuando uno llega a esos extremos es mejor plantearse qué se es, a dónde se quiere llegar y en qué estado se llegará si se llega. "No vas bien, Toni" me dijo en un tono al que creí que le seguía la frase de El Padrino "¿en qué te he ofendido para que me trates así?" pero no lo dijo, creo que en realidad se levantó y paseó cadenciosamente por la habitación soltándome un sermón acerca de la suerte que tenía y de lo mucho que mi orgullo destruía mis sueños, dijo algo acerca del destino, de que no somos eternos, de que yo aún no lo sabía pero ya me estaba arrepintiendo, se le llenó la boca de cielos de limón y nubes de arena y yo la escuchaba, como si al hacerlo expiara una culpa ancestral, algo que se me marcó al nacer en el ADN de mis venas, una canción triste y lenta, con muchos violines en los estribillos, una canción de cuna de invierno.

Salimos juntos del edificio. En cuanto cerramos la puerta del portal, éste se desvaneció lenta y pauasamente como si hubiese sido una duna azotada por un viento invencible. Sonaron nuestros pasos sobre la acera requemada por el sol, seca y alcalina, dura y porosa como la concha de un molusco gigante. Nos despedimos en la parada de metro, ella hacia su interior y yo me quedé en la parte de arriba de las escaleras, pensando en todo lo que me había pasado estos últimos años, mientras la veía desaparecer bajo el tintineante martilleo de la luz de un fluorescente a punto de fundirse.

Luego regresé a casa, conduje despacio, con los sonidos amortiguándose alrededor mío como si el campo electromagnético que envuelve mi cuerpo se hubiera vuelto más espeso, llegué a eso de la una de la madrugada, aturdido y sediento, lento como un paquidermo camino de no se sabe muy bien a dónde. La luna se encogía imperceptiblemente a través de las cortinas mientras me metía en la cama para preguntarle a la almohada en dónde estaría ella en ese mismo momento y si estaría a punto de ser feliz de nuevo, extendiendo otro contrato a otro ingenuo transeúnte, si acabaría por, en el último momento, quitárselo de las manos para decirle que no, que se había equivocado, que ese contrato no era para él sino para otra persona, y si se habría levantado de la silla y se habría dado rápidamente la vuelta ganando la calle de inmediato, atropelladamente, olvidándose de pagar la copa de vino, tratando de evitar la tentación de coger el teléfono y llamarme.

Pero el teléfono no sonó. Dormí poco, apenas descansé el rato que sí dormí, me levanté sintiéndome como si hubiera envejecido diez años en un sólo día. Me duché sin ganas envolviéndome en el aroma del suavizante que había comprado especialmente para cuando ella volviera a casa. El café me despejó o me abotorgó de lucidez, quién sabe, y me dejé llevar por la rutina como si en ella pudiera encontrar un saliente donde asirme y evitar la caída.

Fue una mañana difícil de despistes y llamadas asesinas. Me perdí entre las sombras de su orilla.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Ocho


Miércoles. Estoy seguro de que si existió la creación dios empezó un miércoles. El jueves ya estaba pensando en cerrarlo y esperar a que pasaran los noventa días para que se borrara definitivamente, sin dejar rastro. Pero no lo hizo aunque sí acabara olvidando la contraseña.

Esta noche he dormido tres horas, no suelo darle demasiadas vueltas a la cabeza, lo de siempre, no voy a cansar a nadie otra vez con lo mismo, se me llenaron las manos cóncavas de recuerdos, de mi vida hecha nostalgia, de razones por las que debo seguir hacia adelante, de intentos de salir de esta camisa de fuerza. A veces no sé qué decir ni qué hacer, me pregunto y me responde el bicho. El bicho sabe de qué materia estoy hecho, el bicho grita y corre por mis venas como un dios vengativo en pos de un país de pecadores en el que dar rienda suelta a su crueldad. El bicho se escapó de la jaula pero... se está haciendo viejo al mismo tiempo que yo, ayer lo sorprendí cansado, sentado bajo una higuera.

El otro día, una persona que me conoce demasiado me dijo que yo sufría algo así como un síndrome de Diógenes de los recuerdos y me dijo que debía ser consciente de que se vive hacia el futuro, que lo que yo hago es como tratar de caminar de espaldas y que es mucho más difícil y peligroso. "Y lento" me dijo "no somos eternos, toni. Deja de mirar al pasado y echarle la culpa a la persona que fuiste y crees que sigues siendo. Todas las mañanas tienes la posibilidad de reinventarte porque uno se reinventa con un mero cambio de actitud". Yo le podría haber dicho que tiraba por la borda cien años de psicología y dos mil quinientos de filosofía, pero por primera vez pensé que quizá fuera cierto. El bicho se calmó o quizá tomó sólo un descanso para coger fuerzas.

Y recordé (no escarmiento) la vez que me dijeron que tenía ojos de bosque, y sé también que, entonces, mi vida era un mero tránsito hacia esto que empiezo a ser ahora. Porque uno se acostumbra a casi todo, hasta a perder una y otra vez se acostumbra uno. Pero ya llevo mirando hacia atrás demasiado tiempo, creyendo que si soy capaz de averiguar los porqués no ha funcionado casi nada de lo que he emprendido encontraré la clave para que todo se solucione; y sólo se soluciona mirando hacia adelante, intentándolo de nuevo. Cada vez que me ocurre algo que se parece a un hecho anterior suena la alarma, y supongo que debo confiar en mi intuición pero no dejar que me paralice.

Hace días algo cambió dentro de mí. No sabría decir qué, ni tampoco podría determinar en qué punto estoy en ese proceso desconocido. Todo lo nuevo es desconocido, quizá voy encontrando la serenidad o sólo es que el bicho está de vacaciones, el caso es que a recorro un camino extraño y solitario en el que nadie más tiene cabida. Es como si dijera "mi vida es mía" y no pudiera compartirla. A veces es sólo que sé que no debo compartir la angustia, que en ese sentido soy un lastre. ¿Cuántas relaciones o amistades destruyó el miedo o la angustia?

He tomado la decisión de que de ahora en adelante me escucharé más a mí mismo pero siempre yendo hacia adelante, que a partir de ahora la vida va a pasar a ser algo emocionante porque lo voy a vivir desde la intensidad. Y me da igual que el del banco sea un estafador, que el tiempo que pasé montado aquella empresa del agua fuera un tiempo robado, me da igual que hablen mal de mí a mis espaldas con alevosía, premeditación y ensañamiento, porque pienso amar a mi destino en lugar de soportarlo como algo irremediable (y aquí hago caso a Nietszche).

Quizá el bicho sólo necesite selva, correr a sus anchas por la espesura, sentir el frescor del rocío al atravesar la maleza, respirar el aire limpio, sentir cómo se electrizan sus músculos hasta el punto en el que sienta, de forma casi física, que un alma habita su cuerpo.

Venceré a la rutina, o tal vez la haga mi aliada.

El tiempo hablará por mi. Es tiempo de emprender.

lunes, 15 de agosto de 2011

Nueve


Imprimí todo el blog y lo leí durante esta últimas noches. Buscaba la voz y las ideas del personaje de la novela pero he encontrado otra cosa, algo que no quería ver, algo que no hubiera salido a buscar si hubiera sabido que lo encontraría.

Me he leído a mí mismo como, probablemente tú me has leído, casi por primera vez. Y he ido rememorando casi cada día de los últimos tres años, no sólo los hechos sino todos los pensamientos asociados a los hechos. Supongo que he ido reviviendo cosas que son difíciles de digerir porque ahora, pasado el tiempo, cuando los acontecimientos son los que son, son como yo pensaba entonces que eran y eso me indica que mi intuición no iba desencaminada.

El viernes tomé la decisión de acabar con todo ese pasado, de apostar por el presente, en realidad ya lo había hecho cerrando el blog hace dos semanas, pero otra vez mi intuición me dejó en vilo. No sabría decir el porqué. He vuelto a leer algunas entradas, hablé con una persona querida para mí, me cuesta reflexionar sobre lo que ha ocurrido, tengo que dejarme de sentir culpable por todo lo que pasa a mi alrededor.

Vuelvo a escribir. Mala señal. El bicho merodea de nuevo por el piso, vuelve y se va de nuevo, me mira y se ríe antes de irse. Sabe que en el fondo siempre seré suyo.

Mientras, sigo trabajando; power points, mails, business plan, acabo proyectos, consolido alianzas, concerto citas, busco materiales y soluciones. Sigo ilusionado porque puedo tener un proyecto grande en Brasil.

Una de las cosas de las que me he dado cuenta al leerme es todos los planes que nunca se acaban de concretar, de vivir en esta esperanza y frustración continuas. Ha llegado el momento de concretar el proyecto. Sigo sin financiación, no sé, estoy cansado de ir tan despacio cuando se necesita tanto el agua, por ejemplo en Somalia. No sé. Me gustaría no estar tan solo en este proyecto.

Ahora estoy hablando via skype con Rusia. A veces me da miedo la magnitud de todo lo que tengo entre manos, la magnitud del negocio y el tamaño del mercado, los pocos recursos que tengo y lo solo que me encuentro frente a ello. De todas formas, he peleado durante demasiado tiempo como para no seguir adelante aunque no sea solo. Todo lo he planificado para ir solo y crecer poco a poco.