miércoles, 27 de febrero de 2013

El precio de la pasión




Llevo días escuchando esta melodía de Monarchy dentro de mi cabeza, es decir, oigo el sonido grave y machacón que hace temblar la canción desde un fondo invisible, donde el silencio es otro sonido más, un silencio que es como el ruido sordo que hace la cuerda de un arco cuando se tensa para disparar. Y yo no tengo claro si soy la mano, la flecha o el objetivo.

Últimamente mi vida es una locura, no puedo detenerme a pensar ni un sólo instante. Llego a casa sólo para dormir, me levanto y la abandono sin vivir allí, mi cuerpo arde, mi vida se ha convertido en un lugar que seguiría yendo rápido incluso si ni yo mismo estuviera ahí para vivirla.

Reconozco que yo me lo he buscado y que he deseado esto durante mucho tiempo, pero echo de menos esos momentos en los que sólo me dedicaba a existir sin más, y me dejaba llevar por la tranquila desidia, y hacía planes para cuando llegara esto; este esto que debería tener una fecha de caducidad, un período de vacaciones, un punto y aparte, un pie de página que sirva para dejar de correr hacia todos lados.

Cada vez tengo más claro de qué está hecha mi alma. Mi alma es sólo deseo, el bicho se ha apoderado de ella. Aunque por fuera no lo parezca vivo entregado a algo que no sabría describir, a una especie de culto a la intensidad, a la fuerza, y esa vida me pide horas, me pide insomnio, me pide que no tenga descanso, que sienta las cosas como si fuera la última vez que las voy a vivir. Me da la paz dentro de la guerra. Me cansa y me da vida, me hace ser alguien vivo, alguien ajeno a la indiferencia.

Llevo varios proyectos al mismo tiempo, tiempo que se consume como si lo hubiera rociado con gasolina y luego le hubiera prendido fuego, y siento que esto es la vida, lo siento como si lo otro, la calma, la tranquilidad, fueran enfermedades infecciosas que sólo sirven para recuperar el tono y volver al torrente de la acción en cuanto se pueda.

Y no me gusta. O por lo menos no me gusta que me guste. Porque en el fondo de mí sigo siendo ese otro que se detenía delante del ordenador para escribirte cosas que ni siquiera sabías que eran para ti, me gustaría creer que en cualquier momento puedo volver a recuperar la vida en ese punto en que la dejé. En ese punto en el que sólo planeaba salir del atolladero, en ese punto en el que yo no era nada más que un idealista que soñaba con dejar atrás la impotencia de no poder hacer nada por mí mismo.

Quizá sea que nunca llueve a gusto de todos, o quizá que uno siempre desea lo que no tiene y añora el pasado fuera como fuera éste.

El caso es que esta canción me va deshilachando el alma y Dita Von Teese y su hipersensualidad me arrastran al lugar al que pertenezco, al lugar desde donde el bicho gobierna mi vida sin que yo pueda ponerle remedio, donde desearte es mi primer, segundo, tercer y cuarto mandamiento.


jueves, 14 de febrero de 2013

Un nuevo comienzo, un nuevo lugar, no sé si sabré vivir la calma


Llevo días queriendo escribir una entrada pero el bicho está en calma y con la calma las palabras no llegan, es decir, llegan a la orilla de mis dedos como olas sin fuerza, creo que cuanto más ruge el bicho y más agitado está el mar de donde nacen lo que necesito escribir, más prolífico. Escucho canciones nuevas, busco vídeos que colgar cuando llegue esa entrada.

Me ordeno escribir, salga lo que salga, me ordeno desempolvar la voz que escucho cuando me dedico a escarbar en lo innombrable, en eso que tengo dentro y que hubiera podido estallar en cualquier momento, pero que nunca lo hizo. Y no sé si me alegro, no sé si me he convertido en otra persona de la que quería ser. Supongo que sí, que todos en un momento u otro descubrimos que somos otra cosa distinta a lo que queríamos ser, que nos vemos arrastrados por ese otro que somos y que no podemos controlar y que nos pide calma, nos pide que no nos pongamos en peligro, nos dice que no arriesguemos, nos susurra al oído que el mundo es un lugar repleto de lobos.

Y yo solía ser otro, y quería llegar a otro lugar, y puede que sólo me haya detenido al borde del camino a tomar fuerzas, a respirar un aire limpio antes de seguir hacia adelante. Puede que sólo sea eso, puede que hoy sólo sea un día tranquilo después de la vorágine de los últimos días, un día en el que dormir ocho horas, en el que echarte de menos, un día vacío por el mero hecho de estar en medio de muchas cosas, uno de esos días en calma, uno de esos días en los que antes me desesperaba.

Reconozco que los últimos días están siendo emocionantes, días en los que me dejo arrastrar por una corriente benévola y terríblemente viva, días que han dejado de pertenecerme sólo a mí, que se convierten en ganas de tocar a la musa con mis dedos, quitarle la ropa lentamente, de leer lo que me cuentan sus historias, de escucharla cantar una y otra vez como una sirena que me llama con vocación de océano esa canción en la que reconozco su voz cuando, al final, ríe.

Por eso me obligo a escribir. Para recordar quien soy, para que te acuerdes de mí cuando leas que he vuelto a publicar un post y entres y me leas.

Porque en el fondo sí soy el que quería ser, aunque sea un personaje de blog, aunque en el fondo mi vida transcurra por otros lugares por los que quería ir, voy en la dirección en la que sí intuía que podría llegar a sentirme bien. Y me siento bien acompañado, y pienso en que el futuro es un lugar al que quiero llegar pronto, que el camino va a ser interesante y que va a estar plagado de buenos momentos.

Y que me gusta haber haber hecho lo posible para poder estar aquí ahora.

Que me gusta haberte conocido, lo poco que te conozco, que me estés leyendo en estos momentos.

Sé que siempre seré inconformista. Sé que siempre me acompañará esta tristeza de fondo.

Pero dejar de ser eso sería dejar de ser yo, sería dejar de poder escribir con esta voz que ambos, tú y yo, estamos escuchando dentro nuestro mientras tú me lees y mientras yo te escribo.