miércoles, 30 de diciembre de 2015

Cuando merezcamos ser llamados hombres


Sé que debería alejarme, que los hombres como yo no están hechos para una vida sin sobresaltos, sin una cara sobre la que cobrarme, a puñetazos, lo que la vida me ha ido quitando. Es lo que tiene el bicho: un día se despierta y ya da igual todo lo que ocurra en adelante, porque ya no tiene que ver contigo. Estás muerto y harás cualquier cosa para sentir que has dejado de estarlo durante esos segundos de adrenalina a los que te vuelves adicto.

Porque la rabia no es un sentimiento, es una droga que te hace sentir vivo, es la guerra y el seguir un día más en pie, pensar que puede ser el último de esos días, que no hay un infierno en el que quemarse eternamente peor al que que te espera cuando el destino se cruce contigo y no te mate del todo.

Si sobrevives a una guerra en la que has tomado parte nunca vuelves a ser el mismo, no por los putos traumas, sino porque tu cuerpo ha probado el límite y lo añorará ya el resto de tu vida.

Lo necesitará.

Supongo que es por eso que debería alejarme, pero no lo hago porque en el fondo soy un cobarde. En el fondo y en la superficie. Todos los hombres somos unos cobardes, unos lo muestran de una forma y otros de otra. Detrás de la rabia sólo está el miedo, un miedo que te dice que has o no de hacer para no perder la poca dignidad a la que tienes derecho. Y tener miedo te convierte en ese cobarde, por mucho que los libros de autoayuda te intenten convencer de que eres una especie de superhéroe sólo por hacer algo a pesar de que estás entrando en pánico.

El bicho sabe que eres soy un cobarde más, lo sabe y se ríe. Se ríe y me encabrona. Y entonces soy capaz de cualquier cosa, soy su puta marioneta y soy capaz de hacer cualquier cosa, soy capaz de hacer daño a todo el que se me ponga por delante y que no me importe casi nada.

Y digo "casi" porque en el fondo todavía hay algo dentro de mí que es humano, que observa y es capaz de arrepentirse y pensar que no lo hará nunca más. Pero es un ser humano débil, alguien encerrado en un lugar oscuro. Alguien que tiene miedo.

Y si hay algo que nos da asco es ver el miedo en los demás.

Si hay algo que no podemos soportar es reconocer en otro eso que nos convierte en una rata asustada.


lunes, 21 de diciembre de 2015

Harto de estar harto

La verdad sobre moriría por ella.



Supongo que las cosas son como son y que eso es suficiente mientras no tenga dudas. Pero a veces me quedo sin respuestas en cuanto surgen las preguntas, no porque no tenga claro quién soy y hacia dónde voy, sino porque sé de sobras que no soy quien digo ser ni voy hacia donde realmente quiero ir.

Quizá en el proceso de mentir a los demás, en la coartada que construí para justificar la huida hacia adelante en la que he convertido mi vida, acabé por mentirme demasiado bien a mí mismo. 

Y cuando más se miente uno, más difícil es volver atrás. 

Tal vez la edad tenga que ver con todo esto: con plantearme si quiero seguir convertido en este personaje y empezar a desenredarlo todo, reunir a quienes mantengo en esta fantasía que he creado, y tratar de hacer el menor daño posible. Creo que va a ser difícil.

No sé si al final, ese yo que quiere desmantelarlo todo, no es, en realidad, otro personaje que quiere usurpar el lugar del que empieza a ser viejo y a estar cansado; si en realidad, no soy más que una sucesión de personajes que van naciendo dentro de mí a la espera de su oportunidad, de que un día reflexione acerca de quién soy en realidad y qué hago aquí, para aprovechar ese momento de debilidad y destronar al que creí ser, el que quería ser.

En cualquier caso, esos personajes, todos los que he sido o he creído ser, conservan cierta melancolía por no haber sabido mantenerte a mi lado. Y aunque en lo más profundo de mí sé que hubiéramos sido dos animales salvajes compitiendo por un mismo territorio, sigo teniendo la esperanza de que al menos uno de esos que he sido, soy o seré, hubiese tenido la cualidad de encontrar un punto intermedio, un equilibrio, en el que pudiéramos convivir.

Supongo que eso ya no tiene su espacio, que esta sucesión de versiones de mí mismo es como si estuviera mejorando una y otra vez el programa de un ordenador obsoleto, que en el fondo, la oportunidad pasó y lo hizo para siempre. 

Me gustaría creer que un día seré alguien que ya no quiera ser otro alguien, o que por lo menos, no lo desee para retroceder en el tiempo y cambiar aquellos cinco minutos que bastaron para desterrar de mí a aquél a quien querías.

Pero he de ser realista, después de todos estos años, sigo escribiendo todos los días el mismo post en el mismo blog.

Como una profecía autocumplida, otro (que también soy yo) reemplazará a otro yo que pierde poco a poco la esperanza.

Porque este blog va de eso, aunque no lo parezca.

De esperanza.

Como el campesino que espera la lluvia tras meses de sequía.

Y ya van años...



martes, 15 de diciembre de 2015

Tú tienes un camino que coincide con el mío, los dos lo sabemos. No importa ni dónde ni cómo ni cuándo, ni si hemos sido o seremos.


Sé que resulta difícil de creer, incluso puede que sólo sea un farol de esos que uno se pega para poder seguir mirando hacia adelante con algo que se parezca, ni que sea de lejos, a la esperanza, pero sé que un día (no sé cuándo) tú y yo vamos a estar tan cerca que vamos a poder palparnos el aura con el aura del otro, vamos a reconocer en el fondo de la retina al animal salvaje que nos habita como si esto que somos (cuerpo y magia) sólo fuera una cueva donde hiberna hasta que llegue uno de los dos a la entrada de ésta.

Sé que resulta difícil de creer, yo sólo puedo creerlo en sueños, pero un día vamos a dejarnos llevar hasta el punto de no retorno de nuestros destinos.

Creo que se acerca el día.

Lo vengo presintiendo en el frío por el que atraviesan mis huesos cuando escribo que vamos a encontrarnos.

Es difícil de entender. Lo sé.

Ni yo mismo soy capaz de releer esto y no creer que por fin me he vuelto loco.


miércoles, 9 de diciembre de 2015

Oleaje



Creo que va a cambiar el viento.

Lo deseaba con tantas ganas...

... le tenía tanto miedo...