jueves, 29 de diciembre de 2011

Adicto a ser adicto


Se acaba el año. Se me hace difícil admitirlo fuera del blog, pero echo de menos echarte de menos. Todos estos años me han servido para descontrolarme en esta superficie de palabras tecleadas y luz intensa por las noches. Cambié el fondo de negro a blanco y mis retinas empezaron a captar la cara visible de la luna. No se me fue el insomnio, pero apareció otro distinto, más vivo, más optimista. El blog se fue convirtiendo en un casino donde pude dar rienda suelta a mi ludopatía de sentimientos escritos. Quizá intenté dar forma a la novela que ya hace tiempo que debía estar acabada, pero está claro que para acabar algo hay que saber cómo quieres acabarlo. Yo no lo sé. Me la jugué contigo aun a sabiendas que todos pierden cuando juegan contigo.

Conocerte fue como recibir un crédito para seguir apostando, pensaba que tenía una mala racha y que había encontrado ese punto en el que las cosas te salen bien, pero como siempre, me equivocaba, creo que llegó el momento de plantearme que no sé jugar a esto, que la ruleta no era francesa sino rusa, que no soy un jugador, soy un enfermo de esto, que quizá vivir no sea jugar a que todo es posible sino saber vivir con la incertidumbre de que si puede pasarte algo malo, seguro que pasará.

Durante un largo tiempo fui olvidando los errores, fui borrando lo malo, las trampas, el desdén, las heridas; lo fui olvidando y volví de nuevo a quererte, a morir por ti, y conseguiste que creyera que te odiaba (nunca antes había odiado de verdad a nadie) porque no podía quererte. También me equivocaba. Te odiaba porque no comprendía que las cosas funcionaban así, que el azar es sólo azar y yo un ingenuo. Supongo que seguiré odiando lo que no comprendo pero ya no puedo hacerlo contigo. Al final creo que lo he comprendido, fugazmente, ni siquiera lo he podido retener en mi mente. Ha sido como comprender durante una milésima de segundo y después dejar de hacerlo. Es como saber que se puede comprender aquello hasta ese instante te parecía imposible, saber que existe eso ya basta para cambiar la actitud hacia ello.

Este año ha sido el año de las pérdidas, el año en el que he perdido la ingenuidad, he perdido a gente que estaba cerca mío, quiero creer que cada uno tenía trayectorias divergentes a la mía, que el tiempo y la distancia es el olvido, que el mundo es eso: un cúmulo de casualidades que tarde o temprano se acaban. Hice la prueba de cuántas personas me llamarían si yo no llamara primero. El resultado fue demoledor. A veces, la realidad es la mejor de las medicinas para curarte la ingenuidad.

Ya no muero por ella, la verdad es que me hubiera equivocado si hubiera apostado por alguien que no apuesta por ti. El tiempo es un gran embustero, la perspectiva difumina los errores.

Lo que no tengo claro es en qué lugar me coloca esto, quién soy ahora y qué habilidades tengo para seguir viviendo con un poco de dignidad. Quizá debería dejar de escribir estas inconsistencias. De todas formas lo haré en cuanto empiece a comercializar el equipo (ayer me llegaron los equipos que faltaban desde Alemania). Me siento como a punto de precipitarme por una catarata. Cuanto más cerca del borde estoy más rápido va todo.

No voy a dejar nada en manos del tiempo.

Hasta el día en que ya no eche de menos echarte de menos.

martes, 27 de diciembre de 2011

Dormido

Dormido en los párpados de ella, aferrado al hilo que me une a cada músculo de su cuerpo para intuir qué sueña, desciendo hasta la cueva del bicho y consigo que mi alma se meta en una especie de laguna de aceite tibio que me cubre por completo. Descanso allí abajo, en ese lugar donde no existen las habitaciones baratas ni las huidas continuas, ni donde la ropa se vuelve tu segunda piel porque tampoco te quedas nunca en ningún sitio demasiado tiempo para que pueda secarse después de haberla lavado. Me calmo, y sueño en una vida plácida, con un trabajo monótono y horarios de oficina, en una casa con jardín donde jueguen los niños, y sueño con María aun sabiendo que ella recuperará su vida y que se olvidará de todo esto, por supuesto también de mí, y eso será lo mejor que le pueda pasar: que olvide... que olvide esta noche y todas las noches anteriores.

Pero yo sigo soñando con la calma, mi pecho se vuelve caliente cuando le entra el aire sin tener que retenerlo por la tensión, mis músculos se ablandan, las heridas cicatrizan y desaparecen, estoy limpio y llevo ropa limpia, el sol se filtra por entre las hojas de los árboles, siento una ligera brisa, oigo cantar, a lo lejos, a un pájaro. Y oigo su voz en sueños. Si el diablo quisiera comprar mi alma hablaría con esa voz y esa cadencia al hablar y yo aceptaría cualquier cosa, haría cualquier cosa que me pidiera que hiciera.

Olvidé que mi alma ya le pertenece al diablo y que esto debe ser algo así como el infierno, pero no me doy por vencido, sigo soñando con ella, en los sábados de compras, en los domingos de excursión, en las bicis de los niños, en todo eso que no supe o no pude dar a Cris. Cris se incorpora al sueño, si estoy aquí es por él, es lo que cambio por mi alma, así que también en el sueño vive conmigo y es feliz, igual de buen muchacho, igual que con las familias de acogida pero diferente porque está conmigo y esta vez no se lo llevará nadie.

Un perro ladra al otro lado de la calle.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Cuento de hadas

Camino por las calles con las manos en los bolsillos. El viento helado y cortante se cuela por las rendijas del cuello de mi chaqueta. Apenas me siento los pies mientras los dedos sólo son un peso muerto donde terminan los zapatos. Por un momento pienso en cuando estuve en el ejército. Duré poco, lo suficiente como para relacionar la congelación de mis pies con el deseo de un buen par de botas. Solo que ahora no estoy en medio de la montaña sino en el centro de una ciudad, las luces de navidad encendidas, poca gente por la calle y con prisa por llegar a alguna parte. Es nochebuena.

He sido un estúpido, le dejé las llaves del coche para que fuera a buscar una maleta a una consigna mientras yo intentaba conseguir algo de dinero. Quedamos en que me recogería en cierta esquina a las ocho. Son casi las doce. Han pasado cuatro horas y no ha aparecido. Si lo pienso con calma, me doy cuenta de que tenía la intuición de que no volvería desde el mismo momento en que las llaves tocaron la palma de su mano. Demasiado segura de sí misma; ni un sólo temblor en su voz cuando dijo "a las ocho".

Conseguí dinero. La policía no me buscará con demasiado ahínco, nadie se arriesga a que un imbécil le amargue la navidad por cincuenta euros que cambian de mano a causa del miedo. Cuatro manzanas entre el crimen y el lugar convenido y casi cuatro horas esperando, dando vueltas en círculo, levantando sospechas y la policía no va a comprobar qué sucede. Es nochebuena.

Paso por delante de cajeros donde duermen los que ya no tienen sueños, me pregunto dónde dormiré esta noche y descarto meterme en uno de ellos. Demasiado peligroso compartir tan poco con desconocidos. Pienso en un portal o en abrir un coche, pienso en conseguir más dinero y pagar un hostal barato, pero si algo saliera mal ya no podría salir corriendo con los pies como los tengo. Envidio un cajero para mí solo y pienso que tal vez por ahí se empiece el camino del cual no se regresa, empezando por desear lo que antes creías imposible, de que cayeras tan bajo.

Paso por la otra acera de la avenida, por la esquina opuesta a donde la chica del pelo corto debería haberme recogido. Tengo una estúpida propensión a la esperanza, a que la gente acabe cumpliendo sus promesas, una estúpida candidez de niño que aún cree en los reyes magos incluso después de saber que son los padres, como si en la esperanza hubiera la posibilidad de que existiera la magia, los extraterrestres, un trabajo digno en el que te respetaran.

Me detengo unos minutos, me duelen los pies, un hormigueo los recorre hasta donde empiezan los dedos; más allá un abismo de hielo. La luces blancas que cuelgan sobre la calle hace que sienta más frío, las luces deberían ser amarillas para dar más calidez, recuerdo que dijo. Casi nadie por la calle. Aprieto los brazos contra el cuerpo para conseguir algo más de humanidad y un poco de calor se me escapa por la solapa de la chaqueta y me da en la cara.

Empiezo a delirar. La veo pararse en la esquina convenida como en un sueño, bajarse del coche, mirar alrededor por si estoy esperándola. Como en un espejismo. La observo desde la distancia, no está nerviosa, espera un poco apoyada en el coche, luego vuelve a meterse dentro. Cruzo la avenida y me acerco despacio, creo que si corriera se me romperían los pies en mil pedazos. Me ve venir y sale.

"Lo siento" le digo antes de que ella pueda decir nada "¿hace mucho que esperas? Tuve un problema, tuve que despistar a la policía" le miento.

Ella me mira calibrando la nueva situación. Ambos sabemos que ella se había ido dejándome tirado en medio de una ciudad extraña, sin dinero y sin demasiadas posibilidades de pasar con dignidad esta noche. Es lista, es rápida. Lo entiende todo. "Llevo mucho tiempo esperando. Pensé que te había pasado algo" me dice con fingida preocupación.

Ahora no importa que me hubiera abandonado, lo que importa es que ha vuelto. No importa que quizá haya vuelto porque se sintió igual de sola que yo pero dentro de una burbuja metálica y sólo me tuviera a mí para sobrellevar la soledad de la noche. Ha vuelto y tenemos más posibilidades, ha vuelto y yo tengo cincuenta euros en el bolsillo. Nos alejamos del centro y buscamos una tienda abierta las veinticuatro horas. Compramos una botella de vino, pan, algo de embutido y un panetone pequeño, con pasas y virutas de chocolate. Le brillan los ojos cuando decido que nos llevamos el panetone, como una niña a quien su madre le compra algo inesperado en una tienda. Se atusa el pelo corto, es la primera vez que lo hace desde que la conozco, es la primera vez que, de verdad, siente que es la persona que era y que debía seguir siendo. Hay algo en el hecho de poder comprar que nos dignifica a ambos.

Cuando salimos a la calle la noche nos devuelve a la realidad, no hay luces de navidad en el extrarradio, sólo farolas. La calefacción del coche hace el resto. Me gustaría dormir en una cama y se lo digo. Buscamos un hostal barato y regateamos. El conserje la mira a ella descaradamente y está a punto de proponer un trato que puede que le cueste unos cuantos huesos rotos. Me mira y se da cuenta de que es mejor no decir nada. Treinta euros, pero debemos salir antes de las nueve, cuando llega su jefe.

Subimos con la minúscula maleta que ha ido a buscar a la consigna y cenamos sentados sobre la moqueta, el vino no está mal del todo y celebramos el panetone casi con alegría. Le prometo que saldremos de ésta y ella sonríe porque me he quedado junto a ella a pesar de todo, a pesar de que todo esto no va conmigo, de que podría haber salido corriendo en cualquier momento.

Dormimos exhaustos y abrazados, antes de quedarme dormido oigo que susurra un nombre de varón que no es el mío. Juraría que solloza en sueños, que tiene una pesadilla dentro de esta pesadilla. Le subo la manta un poco más e intento pensar en algo mientras lucho por mantener los párpados abiertos. La miro en la penumbra de los ojos que se han acostumbrado a la oscuridad. Le paso la mano por el pelo apartándole el flequillo y le doy un beso en la frente. "Feliz Navidad, pequeña" digo.

Y me desvelo. Y le doy vueltas a las mil cosas que podría hacer para solucionarlo todo. Hasta que me duermo, hasta que la oscuridad me engulle por completo como si fueran arenas movedizas. Y sueño. Sueño con que tú leas esto y seas capaz de perdonar que te dejara con los sueños a medio cumplir, con los planes a medio hacer, con las palabras sin decir.

Feliz Navidad

martes, 20 de diciembre de 2011

Fotos antiguas



Las revistas amontonadas, la luz azteca que deshace las piedras, el grifo que nunca gotea aunque no lo cierre del todo y me quede esperando a ver si asoma aunque sea una sola, la esquina donde Penélope es feliz, el centro donde Ulises se acurruca sobre sí mismo, las piezas que sobran de la máquina, la bombillita roja intermitente del inalámbrico que está a punto de agotarse, el boli rojo escogido al azar del cubilete de los cien bolígrafos extraviados, la sombra que hace una nube sobre la claraboya que cubre el patio de luces al que da mi ventana, tu correo anunciándome que no vuelves, esta navidad hecha de pedazos de tela cosidos unos a otros, la lotería que no he comprado, la palabra ahogada en mi voz afónica, la espera y la esperanaza, los ciento ocho escalones que me llevaban hasta tu casa.

La mezcla de agua y sal que me devuelve tantas ilusiones, el deseo hecho realidad cuando la realidad se me hace hormigón en los pies mientras camino, la tarjeta de visita que me diste y nunca cumpliste porque no me visitaste, la ternura de unas manos agrietadas y unos ojos con arrugas que sonríen porque la vida, al fin y al cabo, es tan generosa que se deja vivir a tiempo completo, el rastro que dejaste y que no se me va ni con láser, dos sílabas sin equilibrio en una palabra que siempre se tambalea, las verdades a medias unilaterales, el sonido de la radio de la vecina... Penélope se acaba de caer (sola) de su esquina de la cama y me ha mirado preguntando qué ha pasado, y se ha ido a Ulises y éste ha seguido durmiendo, la importancia de las cosas cuando ya no importan, los astros y sus designios, esas canciones que salpicaban nuestros días, la inutilidad de lamentarse y el irrefrenable afán de que las cosas (por fin) cambien.

Este martes de palabras vacías, esta concentración rara en lo que no puede nombrarse, la cuenta corriente que es a veces el deseo, los hijos que tendrás sin mí, los lugares que me recordarán a ti, la brújula que estaba dentro de una regla de medir en pulgadas y que nunca se orientó del todo al norte magnético, la falsa modestia de algunas modestias, el caos que visto desde lejos consigue crear algo parecido a un orden. Esta última frase que no es la última.

Porque hoy no sabía qué decir y me inventé una lista de cosas absurdas dentro de mi caos de martes a mediodía, a punto de saltar a otro lugar en el que no existen todos aquellos huecos en los que me escondo.

Las 14:05 h

domingo, 18 de diciembre de 2011

La chica de pelo corto

La abrazo fuerte por la espalda y noto como su cuerpo se estremece. No se le va el miedo pero se relaja un instante, poco, sutilmente algunos músculos se destensan. Luego vuelve a crisparse, a mantener la tensión por si tiene que salir huyendo. La costumbre.

Se da media vuelta y me mira a los ojos. Es tan alta como yo y eso hace que la jerarquía desaparezca, un centímetro menos y suplicaría que la salvara, pero tanto ella como yo sabemos que ni yo ni nadie puede hacerlo. El acero de sus ojos me desafía a algo que hace tiempo que sabía que acabaría ocurriendo. No sirvo para según qué juegos, los tímidos tenemos la incapacidad de medir cuándo y cómo debemos hacer nuestro lo que no es de nadie. Quizá la timidez sólo sea eso: una dislexia a la hora de leer el deseo de los demás, una merma en un sentido que ni siquiera tiene una palabra que lo nombre.

"El sentido de la oportunidad" dice ella cuando, horas más tarde intento disculparme ante mis primeras dudas. Si de algo estoy seguro es que, sin embargo, es el sentido que más desarrollado tiene. Sus manos cogen las mías y, disimulando un nerviosismo que viene de lejos, las arrastra hasta sus pechos. Es como lanzar un cubo de sangre a un tanque repleto de tiburones, mi cerebro debería de cortocircuitarse en estas circunstancias, pero no lo hace, hay algo que sigue vigilante, no puedo estar con alguien tenso sin que yo también lo esté. Quizá soy demasiado empático. Un tímido empático, menuda joya estoy hecho.

Lo último que hago antes de tumbarla en la cama es mirar por a través de la mirilla de la puerta de la habitación. Nadie en el pasillo. Nadie nos buscará en un hotel tan caro. Cuando me acerco a ella sigue de pie, esperándome, como si en realidad ella fuera el hombre y yo la mujer que ha ido a darle las buenas noches al pequeño de la casa, me espera de una pieza, sin fantasías, sin lujuria, sin esperanzas...

Nos enzarzamos en algo cuya coreografía hubiera sido inventada por una jauría de lobos. Nos mordemos los cuerpos sin hacernos demasiado daño, su piel es una alambrada que agrieta la mía, mis manos sólo desean abrirse camino sin saber muy bien hacia dónde, a la desesperada. Huimos el uno en el cuerpo del otro, como si pudiéramos intercambiarnos la identidad no para ser el otro, sino para dejar de ser quienes quiera que seamos. La penumbra nos protege del silencio, nos intuimos a tientas, sólo somos dos sombras en el fondo de las retinas, una ilusión óptica y sonora de aliento y hojas secas al ser pisadas. La deseo más que a nada en este mundo, más de lo que haya deseado jamás nada o a nadie.

Intuyo que sólo soy un ejercicio para relajarse y poder dormir, algo así como una tabla de gimnasia y un par de valerianas partiéndole en dos irrumpiendo en su vagina. Puedo adivinar su cara cuando por fin entra dentro de ella, me lo imaginaba desde el momento en el que decidimos alquilar una habitación para no tener que andar por las calles, en realidad lo supe en cuanto la vi, pero los que son como yo nunca nos creemos que algo así pueda llegar a sucedernos.

Pasa el tiempo, nos cansamos pero no podemos pegar ojo. Acabamos hablando, nos contamos cosas que a nadie confesaríamos, poco a poco nos vamos sintiendo a salvo. Volvemos a dejarnos llevar por eso que está entre la rabia y el deseo, eso que nos hace sentir un poco vivos, eso que araña mi espalda y le separa las piernas, eso que tal vez ya nunca más podamos volver a sentir porque quizá no exista un mañana.

Consigo dormir a ratos. Ella también duerme o finge que lo hace en cuanto nota que yo me desvelo. No sé si es buena idea relajarme en su presencia, pero sinceramente esto es lo más cerca que estado de un momento hogareño en los últimos seis meses. La última vez que cierro los ojos, antes de dormirme me acerco a ella un poco más y la abrazo.

Su cuerpo se tensa para luego destensarse otra vez. Afuera algunos pájaros empiezan a piar recibiendo a la mañana. Aún no clarea, miro el reloj y son las cinco y cuarto. Casi hemos sobrevivido a la noche.

Quiero acariciarle la nuca pero no lo hago. Siento que no puedo mostrar ni un ápice de debilidad con ella. Su cuerpo sigue desafiándome, de espaldas, sé que cuando la pierda de vista nunca más volveré a saber de ella.

viernes, 16 de diciembre de 2011

La centrifugadora


Me pregunto si el invierno traerá las sorpresas que me prometiste y, aunque sé la respuesta, no puedo dejar de pensar que quizá, en algún lugar sigan coexistiendo la magia y la audacia, y me entra la esperanza de que acabe por darse las circunstancias adecuadas, que se generen de una vez por todas, las condiciones que me lleven hasta donde debo y quiero estar. He de decir que estas navidades se presentan extrañas. Puedo tener la oportunidad de vender el piso y puedo cerrar un contrato que acabe con mi precariedad y no tener que venderlo. Creo que la decisión ya está tomada pero me inquieta creer que todo puede cambiar en pocos días, me he ido acostumbrando a una esperanza-frustración-esperanza continua, a navegar en mares de olas de diez metros hasta el punto en que casi se ha vuelto algo normal. Sigo escribiendo post patrocinados por el insomnio, me enfado con el mundo y el mundo se acaba enfadando conmigo.

Casi no salgo de casa, sólo para recados relacionados con bancos o piezas de la máquina. Ya no voy a ninguna parte, no le cuento casi nada a nadie, a veces veo alguna serie de televisión, apenas leo y no escribo. Estoy en una especie de hibernación consciente. A veces tengo esperanza y otras mis gatos me roban el calor de la estufa con la que me caliento los pies. Diría que vivo en una incómoda cueva, en una cómoda cárcel donde el tercer grado me molesta por el frío de la calle.

Sé que hace tiempo que este blog dejó de interesarle a alguien, que afuera la gente evoluciona, toma decisiones, se montan en el vehículo del destino y se van hacia alguna parte, cualquier parte, la mejor de las opciones. Y yo me he quedado aquí, en este bucle de moriría por ella, delante de esta mesa, luchando contra gigantes que sólo son molinos que con sólo rodearlos eliminaría sus peligros.

Pero dice la gente, "con lo que tú eras" y callo y sonrío, y bajo las escaleras hasta llegar a alguna parte que es en realidad ninguna parte, que sólo saludo cuando me saludan, que me llaman del banco y me preguntan, que vivo con lo puesto desde que quise ser algo que no soy ni nunca he sido.

Es cierto que a ras de suelo se ven las cosas de otro modo, los tobillos antes ignorados yo los encuentro hermosos. He desarrollado un instinto fiero, no soy capaz de no morder a quienes quieren hacer negocios con mis sueños, muerdo piernas y manos, me he convertido en algo que muerde, unas tenazas, un gato tras un ovillo, un león asesino. Me alejo de quien quiero, soy una mala compañía, debo de serlo cuando he llegado a esto.

Creo que cuando se me partió el corazón se derramó todo lo que contenía. Claro, yo contaba con que estaba lleno pero no es así. "Con lo que tú eras, ya no esperas primaveras" me dice este invierno. Construyo el prototipo a ratos, espero equipos que han de llegar, me pierdo entre algunas dudas que me surgen. Mi casa es un laboratorio con balanzas, agitadores, vasos de precipitados, phímetros, transformadores, cables, blocs de notas, presupuestos sin aceptar y aceptados, me dedico a construir un sueño, dentro de una caja de plástico, agua... es todo tan extraño... esta precariedad, esta desilusión, esta ilusión, este querer tener un futuro sin un presente, tanta desconfianza, tanto orgullo herido, tan inconsistente, este hombre partido y pegado con cinta aislante. ¿Quién me mandaría a mí jugar con con un cartucho de dinamita y un mechero?

Un hombre cabal (rima rara, se me metió el ritmo de la canción en alguna parte)

Me dices en otra boca, una boca sin labios, que he sido lo mejor que te ha pasado. Tarde. Lo dices tarde porque el tiempo es una buena excusa para inventarse frases. Sería cruel, en un mundo donde la crueldad fuera un arte, que siendo también lo mejor que me has pasado acabaramos a gritos, escondiendo la mano, acechando de lejos, yo tus silencios y tú mis palabras.

Sería divertido, en un mundo donde la diversión fuera tortura, que nos riéramos en los dos extremos de nuestra (por lo menos la mía) mutua fingida indiferencia, que nos fuéramos de copas a un lugar al que nunca te llevé ni nunca me llevaste para celebrar que nos hemos encontrado.

Sería una divertida anécdota que todos estos años nos hubiéramos estado añorando o queriendo llamar y no llamarnos, vivir otras historias, habernos hecho de otra madera que no quema por mucho fuego que la prenda. Haber ardido en otras hogueras bajo otras noches sin luna.

Sé que soy un iluso, que las cosas así no funcionan, que debo haberlo entendido mal, que una cortesía (me dicen que con lágrimas en los ojos) llegara de tan lejos a buscar al hombre que yo era.

No sé quién eres ahora, yo soy distinto, pienso que a las buenas se te endulzó el carácter y acabaste queriendo a los niños y a los perros, que siempre detestaste. Que se te hicieron arrugas de reírte, que dejaste que el espejo te mintiera a manos llenas, que dejaste de buscar entre la basura lo que fuera que buscases, que en algún momento te diste cuenta de que yo era mejor a tu lado, la peor versión de Romeo, la mejor las peores.

Pero seguramente no es más que pensar que algo que dijiste para quedar bien (aunque dejaras de llorar de inmediato) hace que dude de lo que pasó hace años. Partimos hacia dos lugares distintos, sin despedidas de escenas de andén ni pañuelo blanco, no nos dijimos adiós, yo dí por supuesto que no era lo que necesitabas, tú no sé lo que pensabas, ahora recuerdo que dijiste que yo no era lo mejor para ti.

Ahora que me siento como si fuera a romper todo lo que toco, que huyo porque tengo miedo a hacer sentir lo mismo que tú me hiciste sentir cuando te fuiste. Ahora que cuento los enemigos por decenas, que soy incapaz de llevar mi vida por el camino recto, ahora dicen que dices que me quisiste.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Bajo el cielo hormigón de estas cuatro paredes



Bajo el cielo hormigón que, como una nube, se desplaza lentamente (ni se nota) sobre la habitación en la que trabajo, diciembre se deposita frío en forma de cristales de invisible nieve disfrazada de polvo. Bajo la cobertura del bunker que me salva y en donde me preparo para la llegada del invierno, rodeado de libros que he leído y me acompañan, mezclado con barullo de dos gatos acurrucados en una esquina, hoy me siento un poquito más en paz conmigo mismo, no sé, más abrigado, más seguro de qué es lo que quiero y de que hace mucho tiempo que emprendí el camino hasta este punto intermedio.

Uno paga en melancolía la calma y la espera a que las cosas se materialicen. No es fácil soñar despierto cuando se atraviesa el desierto.

Quizá el problema es que a mí me gusta el desierto.

martes, 13 de diciembre de 2011

La sabiduría compartida


"Cualquier día de éstos te vas a hacer daño de verdad" me dice con una media sonrisa. Se le nota que tiene miedo a algo. No sé a qué ni a quién pero lo conozco desde hace veinte años y sé que hay algo que le preocupa. Algo que no puede explicar o no quiere contarme. Suelo ser prudente, me dejo caer una tarde, le envío un chiste por sms, como siempre...

"Te vas a hacer daño" repite "pero debes intentarlo" añade. El universo es algo perverso cuando se concentra en la sabiduría de unas palabras que salen por la boca de alguien que te conoce tanto. "Sabes que la diferencia entre el éxito y el fracaso a veces consiste en escuchar lo que tú mismo sabes y no quieres decirte". Le doy la razón pero sin decírselo. Hay un mar de olas de seis metros entre nosotros. Un mar que suena a fieras peleándose entre sí. "Haz la prueba" sigue diciendo "ya no puedes perder gran cosa".

Cierro la puerta. Su coche se aleja entre las somnolientas luces de la noche. El viento me molesta porque se empeña en colar el hielo entre la ropa caliente y mi cuerpo acostumbrado. Entro en el edificio y subo las escaleras, abro la puerta de casa, pongo la calefacción y me preparo la cena, frugal, integral y con sabor a curry. Creo que lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo es haber encontrado la receta de las verduras con curry y los tupper que conseguí con los puntos del Eroski. Regreso a las paredes y al sofá con la mesa para uno. Me sirvo esa copa de vino que reservaba para el fin de semana y que ya no sabe a casi a nada que me recuerde al líquido que salió cuando abrí la botella. El tiempo lo oxida todo.

Cuando acabo de cenar dejo el plato en el fregadero. Siempre espero a tener varios para aprovechar el agua. Me estoy volviendo un ecologista de tomo y lomo. Me pregunto si los solitarios nos solidarizamos más con el planeta porque también lo vemos solo y que casi nadie se ocupa de él. En lugar de una llamada telefónica para saber cómo está, le salvo unos litros de agua a la semana, separo el plástico del vidrio, el papel de la fracción orgánica, aprovecho lo que puedo con lo que tengo. Dice mi padre que el reciclaje le quita el trabajo a los que separan la basura en las plantas de reciclaje. Una vez salí con una chica que trabajaba en una planta de reciclaje, bueno, en realidad trabajó allí durante dos semanas. Nadie sabía qué hacía alguien como ella allí, supongo que necesitaba el trabajo, o más bien el dinero. Me contaba cosas y se reía. Tenía una sonrisa contagiosa. Le dije que lo dejara y lo dejó. No le costaba nada conseguir trabajos. Derrochaba energía y tenía ese positivismo contagioso. Solía decir que éramos iguales. Yo solía pensar que lo decía porque necesitaba a alguien como yo para soñar, como necesitaba el trabajo para ganar dinero.

Mientras escribo sentado delante del ordenador, sigo pensando en lo que me han dicho esta tarde "te vas a hacer daño" y pienso que hay algo de profecía autocumplida en esas palabras. Como si yo también lo supiera y no quisiera dejar pasar la oportunidad de poder cambiar mi destino, de poder decir "me equivoqué esta vez, no me hice daño. Por una vez me ha fallado la intuición". Pero entonces pienso en que eso lo vengo haciendo desde hace mucho tiempo. Sigo teniendo la esperanza de equivocarme en que estoy equivocado.

Cuando me voy a dormir, son las tres de la madrugada. Evito pensar antes de dormir. Caigo rendido, la última palabra es para Ulises, que viene a dormir a mi lado, acurrucándose a mi mano, ronroneando en esa especie de paraíso que imagina su mente gatuna, en esa ilusión óptica de que somos algo así como una familia. Se me deshace la realidad tras cerrar los párpados, me dejo llevar por los sueños y quizá rezo para que esta vez, no me confunda tu nombre y te busque entre las aguas negras (y frías) de estas noches de diciembre.

sábado, 10 de diciembre de 2011

El tintineo de lo invisible


Las cosas cambian. No sé como consecuencia de qué ni hacia donde irá todo ahora.

Pero cambian.

Creo que ha habido un proceso extraño para llegar a un conclusión obvia. Dejar de esperar nada de los demás me ha devuelto la necesidad de ser yo quien mueva los asuntos. Eso y un golpe de suerte. Encontrar a los inversores ha sido un golpe de suerte.

El rencor también era demasiado lastre. Este blog es una piedra muy pesada que he ido utilizando para dejar en ella y alrededor de ella una frustración vital de la que quería buscar culpables. Empiezo a asumir los propios errores. Hacer esto me está liberando de la melancolía. De la misma forma que es imposible sentirse triste por una pérdida también es imposible seguir viviendo con ella eternamente.

Pero eso no quiere decir que haya sólo dos vías: la de la idiotez o la del egoísmo. No.

Sigo dando por bueno todo lo que he considerado malo. Hubiese firmado un pacto con el diablo para llegar al punto en el que estoy hoy. Quizá el precio que he pagado sin saberlo es el miedo y el rencor, he pagado en inmovilidad y en decepción. Sólo se puede perder cuando paralizas tus sueños, cuando crees que no merecen la pena y de eso creo que me estoy salvando poco a poco.

La melancolía es un enemigo bello, es una de esos muebles que tienes en casa y deberías tirar porque te ocupa mucho espacio pero te cuesta porque lleva muchos años contigo, porque es bonito, porque debe tener un valor vintage o algo así.
Pero ocupa demasiado espacio para que puedas moverte con facilidad.

La melancolía me sirve para escribir. Para darle vueltas a sentimientos y darles vida. Vivo enamorado de algunas frases, novelas... siempre soñé con poder escribir frases que dijeran más de lo que puede decir una frase, dar vida a pensamientos para que alguien, en otra parte, se contagiase de la emoción que yo sentía al escribirla.

Seguramente soy un idiota. La gente escribe novelas con ello y gana dinero, se hacen escritores profesionales, se compran casas y coches... y yo, aquí, haciendo una máquina para desinfectar el agua en lugares remotos donde la contaminación del agua provoca miles de muertes al año. Igual soy demasiado pretencioso pero las cosas son así.

Me hubiese gustado ser de otra manera. Que me gustase más emplear mi tiempo en otras cosas, me hubiese gustado poder tener un trabajo, desconectar al salir de él, no tener la necesidad de expresarme por escrito, hacer feliz a una buena chica (tengo buen carácter y me gusta hacer reír) y tener hijos y educarlos (me gustan los niños, los hombres en el fondo somos unos niños). Pero me decidí a buscar algunos sueños sin saber muy bien qué es lo que hacía, me perdí. He pasado años perdido. Ninguna relación me ha salido bien, me he pasado la mitad de mi vida preguntándome porqués y cómos.

Ahora ya no tengo tanto miedo. La vida transcurre como un río que lo arrastra todo y yo lo miro desde la orilla. No sé hacia dónde me conducirá todo esto que está a punto de suceder. La presentación del equipo, de la patente, no sé si entonces podré terminar la novela, no sé si por fin podré hacer feliz a una buena chica y tener hijos y educarlos, o si viajaré todo el tiempo llevando agua purificada allí donde se necesita y seguiré solo y desconfiado.

El caso es que las cosas cambian. Y el tiempo se lleva lo más querido. Ayer una buena amiga me decía que había perdido la capacidad de sorprenderse, que ya nada de lo que leía le cambiaba la vida, que a los cuarenta se está de vuelta de todo. La vida, las instituciones, los amores, las traiciones, el egoísmo... uno aceptaba que la vida era eso.
Supongo que algo de razón lleva. Entonces me vino a la mente una frase que ya he escrito en el blog y que apareció pintada en una pared de La Paz. Y decía: "Un puñado de pájaros contra la gran costumbre".

Mantén siempre la capacidad de pensar que hay una vida mejor y sal a por ella, en lo extraordinario o en lo cotidiano, pero ve a por ella. Aunque tardes veinte años en conseguir tus sueños. Aunque te parezca que por el camino pierdes demasiadas cosas y personas que crees que son esenciales, aunque sientas que acabarás perdido y no llegarás nunca a ninguna parte.

La vida es triste y sorprendente, alegre y una hija de puta, amable y un torturador profesional, está hecha de mentiras repetidas para que sean verdades y verdades que duelen como cristales rotos. La vida lo es todo y por tanto también es eso que te hierve dentro. Sólo tú puedes hacer que el ardor de la sangre se apague y sólo tú puedes hacer que merezca la pena (no haber vivido) sino haber decidido VIVIR.

viernes, 9 de diciembre de 2011

El interruptor


Trabajando en la máquina. Cada vez que lo pienso me parece increíble que a nadie se le haya ocurrido utilizar esta tecnología para hacer un equipo que pueda hacer lo que hace el mío. De veras. No es una idea tan genial. Sólo es un puzzle, un rompecabezas. A veces me da miedo que las cosas se compliquen, pero ahora, en casa, estoy haciendo el equipo. Me faltan pocas piezas que llegarán en unos días. La semana que viene ya lo tendré todo y ya funciona lo que tengo.

Es algo increíble y muy sencillo de hacer funcionar.

Por otra parte, llevo días en los que me cuesta respirar. Cuando tengo tiempo le doy vueltas a lo absurdo que es todo. Al tiempo que se me pierde en cosas tontas. En esa novela que no acabo. Si me dijeran que me queda un mes de vida y tuviera que elegir qué de las dos cosas quiero acabar diría que la máquina, sin dudarlo. La máquina mejorará la vida de mucha gente; la novela es una de tantas, una tontería, una historia que no ayudará a nadie, algo que lleva mucho tiempo esperando y que puede seguir así.

Estoy empezando a pensar que he llevado esta mezcla de rabia y tristeza demasiado lejos y cada vez estoy un poco más abajo. Por una parte soy muy consciente, he explorado sentimientos y pensamientos muy intensos, revivirlos me hace vivir la vida que no tengo. El blog es un especie de grito silencioso. Cuando me lees sólo estás escuchando un aullido solitario a la luna. Y estás a demasiada distancia.

Ahora las cosas son irreversibles y creo que debo hacer algo. Creo que ahora las cosas deben cambiar.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Moriría por ella


No me acuerdo ya de ella, las manos son incapaces de recordar la textura de su piel, el calor de su cuerpo bajo las sábanas. No puedo recordar lo básico, como si un virus hubiera borrado del disco duro de mi vida la base de datos de su esencia, de aquello que era inmediato, una persona es para nosotros aquello que se puede palpar cuando se alarga la mano, aunque ésta se detenga antes de tocarla. Ella era eso que se interpone entre el fondo y la mirada, el objeto opaco que no deja pasar la luz y proyecta una sombra en lo que nos queda de vida, algo así como un eclipse cuya radiación no te deja del todo ciego pero te llena de manchas las imágenes de lo que vas a ver a partir de entonces.

Con ella se fue la musa, con su adiós se perdió el sonido nítido que hacía la vía láctea al girar sobre sí misma, entre un murmullo de sonidos que no se pueden identificar porque tampoco importa nada quién o qué los produce. Se fue la musa porque era de carne y huesos, y empiezo a pensar que las musas tienen algo de vampiros porque pueden vivir entre tinieblas cientos de años pero no soportan un gramo de luz sobre su cuerpo, ya casi no me acuerdo de ella, si cierro los ojos no veo más que un océano de manchas de colores en las que me ahogo aliviado de poder vivir sin ella, de haber muerto por ella.Alguien me dijo esta tarde que las musas son fantasmas que no soportan la exposición a las fotografías. "De carne y huesos todos tenemos defectos". Pero eso yo ya lo sabía, siempre lo he sabido, siempre lo he aceptado. No sé en qué serie de televisión o quizá en alguna película alguien decía a un antiguo amor que ella era así, caótica, egoísta, malvada y que no la merecía. Entonces él le dice "No creas que soy un ingenuo. Yo sabía cómo eras pero te quería". Entones supe que él era el asesino y supe también que no le sirvió de nada matar por ella porque ella no lo esperaría a pesar de que le dijo que lo haría. Aquella escena valió más que todo el episodio junto.

Siempre alguien pierde y no sólo pierde cuando es ingenuo, pierde cuando quiere demostrar que no lo es. Hay una clase de personas para los que la vida es una paradoja de pérdida sí o sí. No se sabe muy bien el porqué, pero es así.Me gustaría decir que se me ha curado la vista del todo, que vuelvo a ver mejor que antes de mirar cara a cara la sombra que proyectaba la luna durante el eclipse, pero creo que este tipo de lesiones son de por vida. Y no es que lo piense, es que lo noto. Lo noto cuando hablo con alguien después de muchas horas de no hablar con nadie, cuando entro en una tienda y debo pedir algo que no sé que es, cuando quiero ver a alguien y no quiero verlo porque las expectativas que se generan son más fuertes que las ganas de sentirlo cerca, miedo a convertirse en alguien que es consciente de que en cualquier momento puede ser, para otro, ese sol y ese eclipse que abrasa esa materia invisible de la que, en realidad, estamos hechos.Miedo porque las cosas cotidianas hace tiempo que dejaron de estar a nuestro alcance. Miedo a tener que dar explicaciones de algo de lo que sí somos potenciales culpables. Ya no recuerdo qué vi en ella que hizo que confiara, que no tuviera miedo de mirarle a los ojos y quisiera alargar la mano y tocar eso que no se puede tocar sin permiso.

No recuerdo si no supe nada más cruzar la primera frase con ella que me perdería en el laberinto de su ilógica lógica.Sólo sé que yo era otro hombre entonces. Mejor que ahora. Un hombre capaz de dormir por las noches, de creer en que, en algún lugar, estaba el destino esperándolo, fiero y desafiante pero noble. Creo que desde entonces tengo miedo del miedo del otro.

martes, 6 de diciembre de 2011

El insomnio que me salva


Siempre gana el otro. Aunque ganes tú, ella siempre gana más, aunque tu futuro sea tuyo siempre pertenecerá a otra persona.

A veces uno es lo que queda. Lo que desean que quede de ti. Olvidar esa parte, amputarse esa parte de la vida que no se llega a vivir, es de verdad el principio. Es empezar a empezar de nuevo.

Porque se empieza de nuevo muy pocas veces.

Me cansé de esperar, a la primavera o al cambio de una luna por otra. Estoy cansado de estar cansado de estar cansado.

Algo le ha pasado a mi centralita que se ha colapsado. Un gesto este mediodía, dos frases demoledoras esta noche y la vía de agua se ha hecho más grande como para achicar todo lo que ha entrado (y sigue entrando).

Luego he visto Shrek.

No quiero irme a dormir, no sé qué debería estar haciendo ahora.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Todo aquello que no pude evitar ser

No sé cómo decirlo. Últimamente empiezo los posts demasiadas veces, sé qué me gustaría decir pero soy incapaz de hacerlo, se me rompen las letras encima de la pantalla como si alguien las hubiera golpeado con un martillo, se partieran, y se despegaran hasta tal punto de que puedo llevarme los restos si paso la mano como cuando borras y te llevas los grumos de la goma embadurnados con el grafito del lápiz. El no saber qué decir supongo que dice mucho de mí. A veces me gustaría poder hablar con la misma facilidad con la que escribo y ya ves, ni eso me queda ya.

Ha pasado el tiempo, me levanté y seguí andando, a veces me gustaría poder bajarme de la vida y volver a retomarla más adelante, cuando hubiera podido entender lo que ha pasado. Pero el tiempo nos empuja como hojas secas por el viento y el sol entra por la ventana cada mañana, y los horarios y los terminios nos llaman con la boca abierta de sus huecos que yo mismo me he hecho para que se note cuando falto en ellos, me pregunto cuándo me convertí en el engranaje que falta en esa máquina que no cesa de moverse sin llegar a ninguna parte. Me levanté y seguí andando, y supe demasiadas cosas que era mejor que no supiera.

Antes escribí algo así como una carta, no era demasiado amable. Me quejo casi todos los posts de algo. Si me lees con atención siempre me estoy quejando de algo aunque a veces salga con la excusa de que acabo por ser un optimista. No sabría decir qué fue primero, si la debacle o la excusa, no sabría decir si soy como soy para tener derecho a enfadarme con el mundo.

Leo blogs. A veces leo tu blog, hay quien no lo necesita para nada más que para soltar cuerda a la cometa de sus deseos, pero los deseos a veces se convierten en la queja de lo que se tiene presente, hemos sido educados en el deseo e imagino que en parte está bien en cuanto a que necesitas crecer, supongo que el deseo insatisfecho puede mover una vida sin sentido, porque a veces nuestra vida no tiene sentido.

El viernes fui a una conferencia de inventores, algo así como unos premios a la innovación. Todos estaban enamorados de su proyecto y, algunos, eran muy buenos, realmente muy buenos. El que ganó hizo trampa. En teoría sólo podían votar los que estaban dentro de la sala pero como se podía hacer por twitter el más listo avisó a todos sus amigos del mundo para que lo votaran. Recibió más votos que gente había en la sala. No fue justo para el resto.

Alguien me preguntó qué hacía yo. Le dije que había patentado un sistema de desinfección del agua sin productos químicos y sin aporte de energía. De entre 500 a 2000 litros a la hora, en un equipo de 25 kg. Patentado. Es difícil de creer incluso para mi, que estoy haciendo las pruebas con el prototipo. Me pregunté qué suponía esto que tengo entre las manos, lo vivido, lo soñado, lo perdido, cuál es el precio que pagamos por amanecer desnudos, por gritarle a la luna, por caer para levantarnos, si no merecería más la pena el trabajo, el sueldo a fin de mes, la vida medible y pesable, los fines de semana libres, la segunda residencia para huir de la primera, las conversaciones insulsas...

Cuando quería ser escritor y estuve haciendo los cinco años en el Ateneu Barcelonés me preguntaba lo mismo. Si merecía la pena ir por la calle narrando lo que estaba viviendo, imaginar historias que no tenían casi nada que ver conmigo y al mismo tiempo me hacían ser lo que soy. Ese "escribes bien" pero "te comes demasiado la cabeza", ese acaba lo que has empezado, ese vales lo que tienes. Me pregunto qué hubiera pasado si hubiera aceptado ser como los demás, si hubiera perseguido la felicidad de la forma que se supone que debería perseguirla.

Tengo cuarenta años y aún se supone que debería tener tantas cosas resueltas... soy una mala apuesta para quien quiere jugar seguro.

Creo que me equivoqué en algo. Imagino que me equivoqué cuando era niño, a veces pienso que nací equivocado, que pensar por uno mismo en lo más básico es, en realidad, el sendero de la destrucción. Ahora que sé que no crearé una familia ni tendré hijos, que biológicamente y socialmente soy el final de un camino que acaba en acantilado, me siento demasiado viejo o triste. A veces las cosas no son cómo habías imaginado.

Podría decir que no me importa, que poder potabilizar agua en cualquier parte del mundo salvará muchas vidas y eso me compensa pero hay algo que me hace dudar de ello. Siempre que llego a sentimientos como éstos me siento con el niño que fui y le pregunto qué hacemos. No es la vida que soñó, demasiadas decepciones, demasiados adioses, demasiados engaños. Le gustaría que viajáramos, a lugares exóticos, le gustaban las novelas de Julio Verne, los inventos que nadie más había imaginado, eso parece ser que se va a cumplir... tarde, pero sí.

Pero seguimos estando solos, seguimos siendo bichos raros, seguimos siendo tímidos, seguimos creyendo que los demás son mejores y que nos queda escondernos. Hay tanto del niño que fui en el adulto que soy... Hay tanto del adulto que soy en el niño que fui...

Hay tantos sueños...

Tanto por dar y recibir...

Soy incapaz de pensar qué pude haber hecho para equivocarme menos.

Soy incapaz de dar una solución convincente para cambiar aquello que se me escapó de las manos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Vídeo: Someone like you



Todos somos el amor de la vida de otro.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Vídeo: Maldita Nerea - ¿No podíamos ser agua?



Para Ángela (y Sofía).

Por hacerme siempre reír, por todos esos años de positivismo. Por practicar el arte la sonrisa incluso en los días nublados.

martes, 29 de noviembre de 2011

Un palacio para la princesa Aixa


Me perseguían haces de luz volviendo a casa, como si me estuviera escapando de una cárcel por la noche, saltando alambradas y oyendo (cada vez más cerca) ladrar a perros ociosos que por fin se despiertan al olor de la sangre. Quizá fuera que yo caminaba deprisa y atravesaba el área de influencia lumínica de las farolas sin darles tiempo a reconocerme. Hacía frío pero yo no lo notaba, hay lugares debajo de la piel que arden incandescentes de deseo y de inferno.

Tenía cara de bruja; de bruja mala de cuento que acaba mal y sin embargo sus ojos eran tan limpios que podías vivir en ellos una vida y otra, y otra, y otra... Se llamaba Aixa y por sus venas corría sangre celta, era la última de una extirpe de bosques y leyendas, de cuevas insondables y de monstruos agazapados en las sombras. La luz de la luna era la liana por la que descendía todas las noches hasta mi cama. Ambos sabíamos que era demasiada suerte la mía y que la suerte ha de ser siempre la justa (ni mucha ni poca) para que no queme. Conocía la lengua de las libélulas y se paseaba desnuda por mi casa sin importarle que mis gatos arañaran la estela que dejaba por donde pasaba. No fue la mejor época de mi vida porque tenía tanto miedo a perder esa magia que podría decirse que bien pudo ser la peor época de mi vida.

Una noche no llegó a casa, me llamó desde una cornisa encantada, a punto de emprender el vuelo, a punto de saber si la gravedad se agrava con el peso de los cuerpos. Me llamó para que la salvara o para que supieran encontrar la silueta de tiza en el asfalto. Fue una noche eterna de kilómetros al teléfono. Llegué a tiempo con el destino metido en una bolsa de plástico, la abracé y pasé toda la noche junto a ella. "Es la luna llena. No sabemos qué pasa" dijeron los médicos, y como idiotas miramos todos a través de la ventana la redondez desnuda de la cajita abierta de Nivea en el cielo, como si a alguno le entrara algún deseo extraño que pudiera explicar al resto y que desentrañara el misterio de las despedidas.

Pasaron unos días. Me llamó algunas veces, sus palabras estaban llenas de silencio, alguna vez paseamos a la orilla de la playa, nos rebozamos de arena sin querernos, hasta que un día se fue de verdad, es decir, hizo las maletas y se mudó a otra ciudad donde no la conociera nadie, ni siquiera yo. Es bueno olvidar, incluso a veces sientes que es mejor para todos que te olviden.

A veces me llama. Yo soy más de palabras dichas que de letras escritas, sé que siente vergüenza de que las cosas le vayan tan bien sabiendo que a mí me van tan mal pero lo disimula, me dice que me echa de menos, pero sé que no cambiaría nada y en cierta forma eso me decepciona más que si no me llamara ya nunca. Deduzco que ha olvidado el lenguaje de las libélulas y apuesto a que no se desliza jamás por la enredadera que baja de la luna hasta las sábanas del hombre que la habita.

Y muchas noches pienso en aquella noche y no se me quita de la cabeza de que fue el inicio de todos mis problemas, que esa noche en lugar de salvar su vida, acabé de una forma que no entiendo, con la mía, apenas dos o tres personas saben la historia, aparte de ella y yo, la memoria se deshilacha hasta dejar de ser algo consistente y reconocible. Fue como si me hubiera traspasado algo, como si me tocara el hombro y me dijera "la llevas" y yo no supiera qué hacer con ello, ni dónde enterrarlo o a qué mar arrojarlo.

Tenía cara de princesa, de princesa que no encontraba su palacio.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Magma


No sé cuántos días aguantaré así, la niebla... ha llegado la niebla; al principio llegó casi en silencio. La niebla es un susurro de luz por la mañana. Hoy se ha quedado hasta un rato más en la calle, se daba media vuelta y decía "cinco minutitos más y me levanto". Así hasta las once. "Va a ser un largo invierno" pensé. Yo también me quedé un buen rato en la cama.
Cuando me quedo en la cama después de despertarme sé que va a ser un día jodido, me levanto sin ganas, cuando mi cuerpo se cansa de estar cansado de no hacer nada. Me levanto y hago cosas con desgana, solo y aturdido, perdido en una casa que no es del todo mía y dejándome llevar por tareas imprescindibles, complejas y sucias. Hoy he subido el laboratorio desde la cocina hasta el despacho. Allí he habilitado un espacio para hacer las pruebas del equipo. He hecho un par de agujeros y colgado una estructura para que sujete los filtros. Cosas de científico loco, de idiota ilustrado.

Por la puerta que da a la terraza la niebla se pegaba a los cristales, entre curiosa y divertida, preguntándose que andaría yo haciendo. Yo me preguntaba (tengo que sacarte de mi cabeza pero no puedo) qué estarías haciendo en ese preciso instante y con quién. Después de montarlo todo me di cuenta de que me había dejado el cable principal en el coche y pensé que iría a buscarlo más tarde.

Salí a dar una vuelta para desentumecerme, la humedad hacía que la sensación de frío fuera más intensa, me pregunté si este vapor de agua salía de la tierra porque ésta estaba más caliente que el aire y me imaginé el magma corriendo bajo mis pies, y me pregunté qué sonido haría esa bola de fuego recorriendo las entrañas del planeta, si se parecería al que hace tu nombre cuando te pienso y que, como un río de lava, arrasa mi frágil cordura al transitarme. Metí las manos en los bolsillos y traté de escuchar con atención. Sólo podía escuchar el sonido de mi respiración contra el muro de la niebla y tu ausencia mordiéndome las costillas desde dentro, ácido sulfúrico por mis venas. Me odié a mí mismo por no poder olvidarte y me condené a seguir la vida que llevo.

Cuando volví a casa, pasé antes por el coche y recogí el cable maestro. Subí a casa y estuve tratando de conseguir hacer que, por lo menos, funcionase el transformador. No fue difícil. A veces me gustaría tener la mente siempre ocupada para no tener esta sensación de que esto no es más que una pesadilla, algo que dura ya demasiado, que me ha llevado tantas y tantas veces a un punto de no retorno del que lo peor es volver de él una vez se ha llegado. Luego comí sin convicción una comida a solas, sin vino ni velas, ni rosas, ni nada.

Pensé en todas las oportunidades desechadas, en la vida a medias, en el tiempo entretejido en una manta de lana descompuesta, que arropa pero no te libra del frío. Pensé en las últimas palabras que nos dijimos y en las que no volveré a pronunciar nunca más, en que los domingos sin fin son otro preludio de lunes sin objeto y que en algún lugar de alguna parte del mundo tal vez existe una cueva en la que me pueda esconder de ti, un lugar sin niebla ni palabras de magma, un refugio en el que poder llegar sin que sea otro sitio desde donde no se vuelve, donde la realidad me rellene los huecos que dejaste en mi cuerpo para cobijarte, un puerto de mar con sol radiante y aguas cristalinas, un lugar sin mapa que lo contemple, un lugar donde se críen los niños felices, donde sólo se escuche el rumor del mar.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Quería ser Julio Verne


He empezado diez veces este post. Como casi siempre no sé qué escribir. Tampoco sé de dónde han llegado todas las palabras que he ido colocando en este blog, adoquines de una vía que no lleva a ninguna parte, que en su momento sólo me sirvieron para irme cuando me condenaron a exilio o huí en cuanto escuché susurros de voces que conspiraban. Confieso (pero lo negaré ante quien haga falta) que no soy nada sin la musa y que depender de algo tan etéreo es una forma demasiado errante de vivir. Soy anárquico y me muevo por la pasión hacia regiones del alma que no conozco, vendo lo que soy por más bien poco a mercaderes de cuentas de vidrio, siempre me guardo una carta en la manga y siempre la he tenido que utilizar.

Creo que nací para lo que estoy haciendo y doy por bueno todo lo que he perdido en el camino, sólo se puede perder lo que antes se ha ganado. Nací en una familia donde se me fomentó la imaginación y la soledad, crecí en un buen barrio y sigo viviendo en él, me he sentido aceptado y rechazado por igual, vivo con miedo a dos o tres cosas y con confianza en el resto. Confío tanto en mí que a veces debo parar para volver a poner los pies en la tierra. Me he pegado batacazos. No comprendo la codicia. No comprendo el cinismo.

Sé que vivo de prestado, que debería estar muerto. Se me ha concedido un tiempo precioso y me da miedo malgastarlo. No vivo como si fuera el último día porque el último día hace tiempo que pasó. No creo que eso me importe, es más, a veces lo olvido. Sin embargo no consigo aprender a olvidar lo que quiero olvidar. Soy rencoroso porque no consigo comprender ciertas actitudes humanas y no creo en eso de que el tiempo ponga a cada uno en su sitio, porque conozco buena gente a quienes no les debería pasar lo que les pasa y a hijos de puta que tienen una suerte que roza el insulto. Así que creo que es mejor no aceptar según qué tratos, espero pasar por la vida con dignidad pero sin orgullo porque el orgullo es una venda en los ojos y yo quiero ver nítidamente a quién o qué tengo delante.

Me gustaría saber escribir poesía pero no soy capaz, me gustaría ser libre pero antes debo acabar lo que estoy haciendo. Es como si al acabarlo ya pudiera ser y hacer lo que realmente me gusta. Y todo es un stand by.

Y este blog es triste porque yo no le haría llevar la vida que llevo a nadie, y soy consciente y no se puede escribir alegre cuando se está triste ni se puede decir que todo va bien cuando las cosas van mal. No contamino a nadie haciéndole partícipe de mis delirios y pago un precio altísimo. Pero soy consciente de ello. Hace tiempo que perdí mi fe en la gente pero sigo creyendo que un día volveré a creer en ella, así que vivo en una esperanza continua de que algo o alguien me sorprenda.

Y mientras, he convertido mi cocina en un laboratorio y mi vida en una discontinuidad de cables eléctricos y tubos de agua, de equipos fantásticos que hacen cosas increíbles. Me siento como cuando tenía nueve años y leía aquellas historia de Julio Verne. Estoy viviendo una de ellas. Es lo que quería ser y hacer cuando era niño. Escritor. Inventor.

Nunca dejes de preguntarte qué querías ser de pequeño porque cuanto más alejado estés de ello, más serás la persona que otros han querido que seas.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Otro mar



Si escuchas atentamente puedes oír el rumor del mar, no el de las olas que rompen en la playa; puedes oír el rumor de viento sobre su superficie cuando hay temporal. No puedes entender su lengua ni comprender qué o quién la habla, sólo puedes entender la voz traducida de miles de voces... pero ya no es el nuestro; es otro mar.

Te conocí mientras aún navegaba por ese otro mar, tenías la sonrisa de Audrey Hepburn cuando acaba de cantar Moon river en Breakfast at Tifanny´s y ve al alter ego de Capote asomado por la ventana del piso de arriba a través de la escalera de incendios. Y lo recuerdo perfectamente aunque no estuviera allí.

Ahora las cosas han cambiado. Aquel otro mar es ahora otro distinto, uno que susurra otra lengua u otro dialecto. Pero te llevo dentro, es algo que no puedo explicar, te llevo dentro como si de alguna forma mi cuerpo hubiera absorbido algo que desprendías.

Es tarde. El insomnio se ha convertido en algo previsible. Dentro de cuatro minutos caeré en un sopor que me llevará a dormirme. Ya no puedo recordarte pero mi cuerpo aún está enganchado a esa sustancia hecha de ti que corre por sus venas. Tú también me has olvidado. Es lo que tiene el tiempo, que rellena los huecos con más y más historias.

Hoy he estado a punto de tener un accidente de tráfico. Después me ha entrado un no se qué en las piernas que no tenía fuerzas para apretar los pedales y he tenido que parar a un lado. Me he llevado un buen susto. No he pensado en nada, pero luego, cuando he llegado a casa me he dado cuenta de que era el camino que llevaba hasta tu casa. Igual he pasado por esa carretera apenas dos veces en el último año. Antes la recorría todos los días. Pasaba por casualidad, hubiera sido una crueldad del destino que me hubiera quedado a trescientos metros de donde vivías... a setenta kilómentros de donde vivo.

Ahora ya no importa.

En realidad nada importan nada. Pero he pensado en ti y en lo que no fuimos y he pensado que el tiempo sigue siendo un gran traidor, que la vida es una gran hija de puta.

martes, 22 de noviembre de 2011

A diez días del fin del mundo


Hoy me ha dolido el día por todo el cuerpo. El sol era azul llama de gas natural y tuve la mala idea de releer lo que había escrito ayer por la noche.

He hablado diez o doce palabras, me he escondido todo lo que he podido de todo el mundo, he caminado bajo los balcones y por calles estrechas. Me he gastado poco. He intentado hacer un maki de salmón y no me ha salido. Ulises ha comido salmón que ha quedado pero Penélope no le ha hecho ni caso.

He querido hacer cosas, he comprado unos equipos en Alemania y casi hago un cliente. Quizá haya hablado más de doce palabras, quizá fueron doce frases. He pensado en ti y sé que has leído la entrada de ayer y que, probablemente has pensado que siempre escribo lo mismo. Hoy sí me ha importado que pensaras eso.

Ha hecho frío.

Me gusta y no me gusta el frío.

No tengo ganas de escribir, tengo ganas de que ya sea mañana o el viernes. No sé dónde estás.

No puedo vivir sin el blog ni quiero vivir con él. Me pregunto si cuando leas esto sabrás que es para ti. Y por alguna razón sé que sí lo sabrás pero no harás ni dirás nada. No sabrás qué decir.

Y no te imaginas lo que necesito oírte la boca en la pantalla.

¿Quién trajo esta lluvia?


Me llamas y cuelgas. Dices que te has equivocado, que querías llamar a otra persona. Eras mi mundo, temblaba sólo con pensarte y ahora sólo he sonreído, le he dado la importancia que se le da a los argumentos que no se sostienen y he seguido un buen rato tratando de hilvanar agujas de acero con tubos de plástico hasta que me ha vencido la tarde y la lluvia me ha llamado con sus arañazos de gotas en la ventana.

Luego, he salido a caminar sin paraguas bajo un simulacro de aguacero, inconstante como yo, despistado y tenaz, con la osadía de los que solemos cansarnos de ser tímidos y en un día hacemos el ridículo que nos correspondería en toda la vida. He salido a arrastrar las zapatillas para que se impregnaran de los últimos árboles amarillos desparramados por las aceras, perdidos en un mundo aséptico de asfalto, famélicos de humus, rodeados siempre de luces de farolas, árboles insomnes, tensos, desquiciados. Al salir me acordé de que el primer día que saliste de mi casa llovía. Llovió toda la noche y recordé que nadie de los dos ganó a los puntos en el ring de mi cama, que nunca supe o quise saber qué hubiera sido de mí si no te hubieras ido en mitad de la noche. Nos reíamos, conversábamos, nos rompíamos la boca con el quicio de los cuerpos, volvíamos a hablar, dormimos abrazados hasta que nos dimos cuenta que éramos algo más que dos enemigos, éramos dragones dispuestos a prenderse en fuego hasta el fin de los tiempos.

Los reyes volvían a ser los padres cuando te subías las bragas; y me mirabas condescenciente desde la puerta de mi habitación, con la libertad envuelta con la sábana; puedo recordar tu piel con la yema de los dedos como si el cerebro hubiera cedido funciones de memoria a otras partes del cuerpo por no poder soportarla toda en un único lugar, pero ya no pienso en ti cuando mi sexo está pensando en ti, es algo extraño, porque sé que te traiciono mientras estoy de alguna forma contigo.

Esta tarde, mientras caminaba, la lluvia se volvió de repente seca. El suelo seguía mojado pero tenía la sensación de caminar por un desierto sin fin, de paredes tan altas que si respiraba demasiado fuerte sonaba el eco de mis pensamientos. Hacía frío, estaba oscuro, no sé por qué eché de menos que mi boca supiera a sal. El calor sabe a sal y el frío a nada. Quizá por eso algunas partes del mi cuerpo desencadenaron conversaciones de memoria y salió el tema de conversación recurrente: tú. Seguí caminando hasta que me vinieron ganas de salir corriendo pero para correr sin levantar sospechas debes ir vestido para correr y me contuve.

Cuando llegué a casa me sentí como un pueblo fronterizo entre dos países enemigos. Me sentí roto y cansado de estar roto, de que no valiera nunca la pena reconstruirse, hacer parques a los niños, levantar bibliotecas, adoquinar las calles. Pensé que el último bombardeo fue una crueldad innecesaria y que yo había llegado a ese punto en el que el odio o el perdón se vuelven indiferencia. Hoy he sabido el porqué nunca luchamos en la misma guerra, ni peleamos con las mismas reglas, ni nos quisimos con las mismas ganas, ni nos reflejaron los mismos espejos. Hoy he sabido qué prueba de raza me exigías y me he alegrado de no haber cumplido tus exigencias.

Y ahora sé que durante el tiempo que fuimos humanos, que mi calor te calentaba las manos, tu piel me enseñaba en braile el mundo, mis ojos de bosque se perdía en el oráculo de tu cielo o tus pies andaban hacia mi casa, durante ese tiempo en el que quisimos ser tú y yo, fuimos tú y yo.

Así que en estos días, al animal que me habita, al que el lobo sale a aullarle a la claridad que se filtra por entre las nubes cuando el mundo huele a árbol y los pájaros han acabado por irse, le duele el hueso roto ya soldado que se le rompió cuando le echaste. Poco a poco voy comprendiendo y a cada cosa que comprendo me vuelvo más huraño. Hay cosas que no se pueden decir en voz alta, es mejor guardarlo bajo llave, no sea que un día vuelva a creer en alguien y ese alguien me convenza de que todo fue mentira, que sólo fuimos un sueño que, sin quererlo, se me volvió pesadilla.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Déjame dormir


Soñé contigo. Hace dos días. Desde entonces no puedo sacarte de la cabeza, y eso que lo he probado hasta con un sacacorchos. He intentado encontrar todo lo malo, meterlo a presión en una bolsa de té y hacerme una infusión con ello. Es una mierda querer y que no te quieran. Lo dulce sabe amargo, uno se acostumbra a un sabor áspero y cuando, al cabo del tiempo lo vuelve a probar la boca se inunda de nostalgia con toques de cereza y vainilla... ha envejecido en roble lo nuestro, mierda! cuánto ha envejecido.

Hasta ahora escribía para exocizarte, aunque este blog es más una invocación al diablo que una forma de desterrarlo, dicen que uno se enamora de cómo se siente cuando está con la persona que provoca esa sensación, que nos colgamos del chute de endorfinas, que somos unos yonquis químicos. Pues yo soy un yonqui del diablo que te habita y sí, qué quieres que te diga, haría un ritual de esos para atraerte para siempre o alejarte de mi vida.

Y no te soñé sola, que te soñé con complementos, los suficientes como para salir decepcionado del sueño. Íbais vestidos de blanco. Te odiaré hasta el día en que me muera porque te siente tan bien el blanco. Nunca quise querer a nadie tanto a quien no quería, me costó tanto confiar de nuevo pero me dabas confianza, te pedía que no me la dieras, que la dejaras en casa cuando salieras no fueran a robártela.

Yo ya lo tenía todo perdido. Lo había admitido y no esperaba nada. No des nunca nada a nadie que no te lo pida si luego vas a quitárselo cuando más lo necesite.

Ahora las cosas van mejor. No sabría decirte por qué te soñé hace dos noches, no debería haberlo hecho, han sido muchas lunas, el silencio se ha convertido en un océano de infinitas orillas. No te voy a engañar, te sigo deseando lo peor, aunque ahora que lo pienso lo peor que se me ocurre es que te encuentres a gente tan desencantada como yo. Y yo no quiero encontrarme a gente como tú y al mismo tiempo daría lo que fuera para encontrarme contigo el día en el que me encontré contigo. O no haberlo hecho nunca.

No iba a publicar esto, era una reflexión en voz alta, sabía que si lo escribía acabaría por convertirse en algo feo y sucio. Pero es que yo me he convertido en algo feo y sucio. Porque que alguien que antes era un tío divertido y optimista lleve casi cuatro años con un blog como éste es que se le ha podrido algo por dentro.

No sé dónde esconderme de tanto hijo de puta.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Creer


Hoy firmo la venta de una parte de la patente sobre el equipo. No gano dinero, pero eso me permite construir el prototipo. Quid pro quo. Es necesario, hasta ahora todo eran promesas pero nadie arriesgaba. Ahora sí tengo el dinero para construir la máquina. Espero que en un mes la tendré funcionando. Eso me llena de esperanzas. Mi granito de arena para mejorar el mundo va a ser un hecho palpable y "funcionable".

Por otro lado sigo capeando como puedo la incomprensión de la gente que me rodea, que me tacha de idealista y poco práctico, algo que se convierte en un delito en estos tiempos de pragmatismo. Me siento traicionado en lo único que me importa: los afectos; y lo siento porque tienen razón. La gente práctica sólo debería juntarse con gente práctica y mandar a la puta indigencia a los soñadores... cuando los soñadores son capaces de vender sus sueños entonces les llaman "creativos" y entonces pasan a ser gente tocados por la magia de hacer dinero de una idea.

Mis amigos pragmáticos me tratan como a un idiota cuando leen lo que escribo y me dicen que ganaría mucho dinero si publicara esa novela que tengo ahí casi acabada. Pero lo dicen en términos monetarios... necesito el dinero, pero yo por algún motivo que no entiendo (nunca supe soñar a mi antojo) cuanto más me insisten, menos pasión pongo en acabar esa novela. Al final, por una ley universal que tampoco entiendo, cada vez se van perdiendo más estas amistades. Podría decirse que cada día que pasa estoy más solo, pero entiendo que eso no me preocupa como antes. En realidad, lo que me preocupa es la incertidumbre del cómo son las personas. He decidido alejarme de las personas pragmáticas: me hacen sentir mal, me hacen sentir sucio.

Ahora empiezo a comprender que no todo el mundo funciona como yo, eso que parece obvio, me ha costado muchos disgustos. Muchas persona me dicen que, nada más conocerme, cuando hablan conmigo sienten una gran confianza; a veces yo también siento confianza al hablar con alguien, pocas veces, últimamente apenas con dos personas. El caso es que a veces no puedo soportar la presión de ser yo mismo y me gustaría que me gustasen algunas cosas que les gustan a los demás y que, además, son esenciales para vivir de una forma correcta y ordenada. Pero no puedo.

Creo que el precio que pago por ser como soy es la soledad. Es un precio alto. La gente pragmática tienen mucho miedo a la soledad y por eso es muy difícil que encuentres a alguien pragmático solo. Suelen tener buenos proyectos de futuro, sólidos, estables, no dejan nada al azar, así que son parejas estables. Los neuróticos, en cambio, somos una especie rara... podemos ser una buena inversión si acabamos convirtiendo los sueños en creatividad, podemos ser divertidos, estúpidamente sinceros... pero no servimos.

Lo que no saben los pragmáticos es que los estúpidamente sinceros nos movemos más por afectos que por estabilidad, que por afecto seríamos capaces de cualquier cosas, que una musa, una idea, un simple y tonto reconocimiento es el material con el que se forjan los grandes proyectos, que acabaremos esa novela no porque tengamos que hacerlo sino porque será el mejor regalo para la musa que nos ha acompañado en su creación, como el cariño necesita caricias físicas que las demuestren, los soñadores necesitamos dar y recibir ese afecto, nuestra moneda es distinta, vale lo que vale una cometa al viento.



La responsabilidad que se asienta sobre el deber es distinta sobre la que se asienta sobre la solidaridad. Porque al final, el deber es una obligación, un sistema de valores aprendidos para poder convivir sin conflictos y la solidaridad te permite crecer colaborando con los demás. Ejemplo: El amor es solidario, el matrimonio un deber.

Sé que el mundo no es ni será como me gustaría que fuera, desde mi rincón, en un lugar alejado del mundo, en la esquina de una habitación que puede que un día de éstos acabe embargada, millonario de soledad, tengo la certeza de las cosas cambiarán para mejor, y hoy voy a empezar otra fase: la de empezar a construir el prototipo, en este mundo donde los pragmáticos se han vuelto locos de raciocinio, tanto, que nos llevan a la sinrazón, me siento relativamente tranquilo conmigo mismo si cuando me vaya de este mundo he dejado un proyecto para que el mundo sea un poquito mejor.

Creo que lo demás no depende de mí.

Me ha quedado un post un poco aséptico. Podría expresar de una forma más visceral o "proso-poética" cómo me siento pero hoy he querido hacer un post informativo, pragmático, y me ha salido soso, ya me lo esperaba. Hoy no me he dejado llevar por la pasión. Hoy no he querido ahondar en la decepción o ensalzar la esperanza... recoger trozos de hombre que me faltan sin que pueda encontrar un pegamento que los una de nuevo, no he querido abrir ni una sola puerta para entrar o salir huyendo... casi todas las palabras de este blog han brotado al intentar contarte qué me mueve. Porque aunque no te lo creas, muchas de estas palabras nacieron para ti, de visitar tu blog, de imaginar cómo eras, de preguntarme cómo suena tu voz cuando susurras, de mirar por tu ventana o de cómo sienten la planta de tus pies la fina arena.

Porque se puede construir una relación o se puede no vivir sin las cosas de la piel, se puede planear o tener un sueño... porque se puede seguir viviendo como si tal cosa o morir por ella.

Dentro de un mínimo equilibrio, yo apuesto por lo segundo. De hecho, sigo muriendo todos los días un poco... como si con el tiempo tuviera la esperanza de que morir pueda acabar perdiendo su intensidad en la inercia de la rutina.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Día de inquietud



Intento arrancarme lo que tengo dentro, sea lo que sea, pero hoy no sé el porqué no puedo. Es el tercer post de hoy y no consigo que desaparezca esto que es como una gran bola de acero con terminaciones nerviosas, como si me hubiese invadido un alien frío y pesado. Si pudiera me rompería como una hucha para sacarlo, me abriría en canal, dejaría que todo este odio sin odio, que esta carga de profundidad sin explotar explotara.

No sé qué es. Sólo sé que necesito que algo lo haga desaparecer. Sólo sé que no quiero estar aquí y ahora en este lugar donde estoy. Sólo sé que es algo que arde con una llama invisible.

Necesito gritar.

Tengo que salir a la calle, debo hacer un par de cosas... espero no meterme en líos porque hoy es uno de esos días en los que me metería sin pensarlo.

Desembocaduras


Ahora que ya lo sabes, que entraste de puntillas, que tuviste la certeza como si lo hubieras tocado con la mano. Ahora que ya sabes que (siempre lo supimos) que la mayor derrota siempre fue no haber luchado, que ahora ya sí somos dos extraños, ya sólo me queda decir adiós aunque lo haga ante el aire frío y lluvioso de noviembre, sin ti, sin lo que me devolvió algo que ya no tenía y que dejé de tener otra vez.

Ahora que ya no importa, que nos damos cuenta de que nunca importó; ahora que el mar ya no existe y por tanto, sólo el existe el mar, ahora que ya no queda nada, aunque desde algún punto de vista pueda decirse que ahora es el principio, me vuelvo al lugar de donde nunca debí escapar.

Te deseo suerte. Tómalo como algo extraordinario; últimamente es algo que no se lo deseo a nadie.

Los lunes


"Si una herida se infecta es que no ha cicatrizado del todo" me dice. Y entonces pienso que a veces hacen falta puntos de sutura y que yo no he sabido coserme.

Alguien me recuerda los últimos años de mi vida, alrededor de una mesa y en la sobremesa, ella, que me conoce muy bien me pregunta sobre situaciones que ya había casi olvidado. "No me extraña que no perdones. Hay cosas que a otras personas no les pasa nunca en la vida y a ti te han pasado tres veces. Yo no lo hubiera resistido". Pienso en ello y me pregunto si existe un estrés por acumulación, no me doy cuenta de que la respuesta está en esta mierda de eterna melancolía y desconfianza que me acompaña, que soy. Este blog es una prueba de ello... la parte visible del iceberg.

Luego dice "Es más, creo que que eliges mal aún sabiendo que te equivocas". Y sé que es cierto, que soy un imbécil empeñado en creer que la gente cambia, pero nadie cambia, todas las historias se repiten. Entonces digo "yo siempre soy el último antes del cambio. Diría que yo provoco el cambio, que soy una especie de punto de inflexión de la prosperidad, una especie de tótem al que si te acercas lo suficiente te concede lo que deseas pero en otro lugar y con otra gente.

"Algo harás para acabar siempre igual" me dice. Pienso que ya hago las cosas sin esperanza, que lo peor de todo es que me he levantado tres veces para caer las tres y que ahora aunque me quedan fuerzas lo que no tengo es ganas de gastarlas para que todo vuelva a acabar igual.

Y he aprendido cosas. Cosas que son universales, que el género humano se vale de pocas normas y que yo no conozco porque soy algo así como un idiota social, que creo más en lo que debería ser que en lo que es. Porque creer en la colaboración es una estupidez, porque dar primero no es compartir, es ofrecer.

Ya me lo dijo mi padre cuando era pequeño, que esta forma de ser me iba a traer serios problemas en la vida. Y no se equivocó. La verdad es que me siento muy cansado, me cuesta continuar adelante, antes no sabía el porqué y ahora que lo sé creo que no merece la pena. A pesar de que, exteriormente, llevo una vida con proyectos y objetivos, hay algo de fondo que me pesa, un "¿para qué? si al final todo va a ser lo mismo, y ya empiezas a ser mayor". Creo que debe ser la crisis de los cuarenta, o la crisis a secas, o que he leído demasiado, o que tiene razón quien me dijo que me han pasado demasiadas cosas como para volver a intentarlo de nuevo.

Dicen que los que pasaron el crack del 29 nunca volvieron a pedir un crédito en su vida. Porque pueden más el miedo y la desconfianza.

Quizá lo que me pasa es que pienso demasiado.

La línea de tela de araña


Nos alejamos, los silencios son años luz para medir la distancia entre dos personas. Nos alejamos imperceptiblemente, hasta que se cayó lo nuestro en el baúl donde guardamos aquello que es digno de pertenecer a la nostalgia. Sé que cuando me leas sabrás que estas palabras te pertenecen, que el hilo de araña que nos unía y que se vencía con el peso de la escarcha era el que me imaginaba que me unía a ti, que era tu habitación de la que volvía todas las noches ese hombre que sueña y que me habita a regañadientes durante las horas de sol. Lo sabrás (lo sabías) antes incluso de haber llegado a leer esta línea que estas leyendo, porque el hilo existe o porque siempre he dejado un rastro de lo que siempre quise ser y no fui.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Hoy


Vivía en la penumbra de tu sombra cuando la luz ya no era luz sino un hilo incandescente en tu mesita de noche; vivía en el pliegue de tu piel que se te hace cuando te das la vuelta, en el costado, en ese país palpado por mis manos que yo hice mío, porque vivo donde se sienten vivos mis dedos que, a veces, son los terminales nerviosos de mi alma, por los que toco, veo, huelo, amo, me electrocuto.

Vivía en la soledad de la espera y en el bullicio interior que es la esperanza, vivía feliz entre bandidos y asesinos, en un corredor de la muerte con calefacción en invierno y aire acondicionado en verano, tres comidas al día, libros... muchos libros que hablaban de ti y de mí pero con otros nombres, en otros países, con otras historias distintas, en el callejón sin salida de una página final que lo dejaba todo inacabado. Me sentía feliz, como se sienten felices los habitantes de San Francisco ante la probable llegada de un terremoto-día-del-juicio-final que al no dar señales es como si en lugar de dormir no existiera.

Esta mañana, cuando te vi pasar por la otra acera, buscando un lugar en las alturas, yo sentado en una terraza con vistas a la avenida, en los negocios futuros, bañado por el sol de la mañana fría, convertido en la mera especulación de los mercados del agua; esta mañana, deshabitado de alma, cansado del insomnio porque dormir es volver a soñarte y soñarte es despertar con las garras afiladas, delante de un café con leche que había dejado de humear, el aire queriéndose llevar todos los folios creyendo que eran hojas de árboles, el vibrar del metro de vez en cuando llegando o partiendo, me he dado cuenta de que tu vida continúa, que yo sólo fui uno de tantos, que me has olvidado completamente, como dicen esos manuales de psicología que yo debería leer, hacerles caso, practicar... y no lo he hecho.

Y me he disculpado y me he ido al baño, me he sentado con la tapa bajada y me he puesto las manos en la cara (estaba ardiendo) porque nunca nadie me había engañado tanto, nunca había querido ser engañado tanto, nunca entenderé (aunque lo entienda) esa manía tuya de coleccionar gente, como coleccionabas objetos. Y aunque sé que éramos distintos, que nuestras formas de ver la vida eran opuestas, que tú eras el sol y yo la noche, que yo era el mar y tu el viento, no consigo entender algo tan simple como que me pidieras el mundo el día antes para pedirme las llaves de tu vida de inmediato.

Casi me da igual todo, pero no consigo olvidar que no lo entiendo.

Cuando salí del bar y volví a la mesa de la terraza, miré hacia donde te había visto, un autobús recogía viajeros en la parada del otro lado de la calle, haciendo invisible la acera. Tú ya no estabas porque ya había pasado casi un cuarto de hora, pero miré hacia allí y maldije al autobús. Me senté y estuve ausente durante toda la reunión, creo que he hecho un buen trato a pesar de no saber muy bien acerca de qué. Luego, de vuelta a casa, la velocidad de la autopista me sumergió en otra época, en una edad de piedra de lo que ahora soy.

Entonces supe que ya nada importa, y miré hacia atrás y pensé en todos los errores cometidos y en lo que me ha pasado estos últimos años. Y me di cuenta de que este blog es una cárcel con puertas de madera para que parezca que no lo es, que sólo es un recordatorio diario de que la lealtad no existe, una voz que grita que me decida de una puta vez por el suicidio o por aceptar de una vez por todas de que es mejor seguir adelante sin esperanza.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Un mundo habitado


Sabes que somos como esos planetas sin órbita, enormes rocas sin rumbo, sin rotación regular, sin días, noches, días, semanas... sabes que apenas tenemos la certeza de la soledad y el destino del agujero negro (que dicen que es un empezar de nuevo en otro lugar donde existe algo opuesto, se me ocurre que lo opuesto a un agujero negro es una montaña de luz) somos un rastro de purpurina salpicando el universo de palabras que no existen si no hay nadie que pueda escucharlas, y a veces, cuando pasamos cerca de otro cuerpo celeste nos invade la idea de quedarnos atrapados en su órbita, dejar de ser piedra errante para pasar a convertirse en mero satélite, como si las fuerzas de la gravedad fueran, en realidad un pacto más que una ley física universal, como si el calor de un sol cercano nos infundiera el deseo del hogar, de la rutina de la rotación estable, la certeza de los próximos diez mil millones de años.

Tú y yo, que somos fuego, fuego que desea más fuego, luz interminable; tú que me arrancas el alma con tus ojos de selva, yo que te seco con las manos la húmeda piel de tu cuerpo, temblamos como dos pueblos fronterizos (uno a cada lado) ante la idea de una inminente guerra. Tú y yo, que somos sólo tú y yo, que apenas nos despertamos ya nos estamos buscando con palabras hechas letras, abiertas como cáscaras de huevo irrecomponibles. Tú, que sabes a caña de azúcar, mezclándote conmigo que soy como la espuma... te he deseado antes incluso de conocerte, antes incluso de que mi voz fuera voz, aprendí a escribir para poder traspasarte la corteza de lo cotidiano, para que un día, en la distancia, alguna palabra mía te conmoviera y volvieras, como yo vuelvo siempre (aunque tú no lo sepas) a tus ojos de selva, mis manos a las dunas de tu cuerpo, a perderme errante entre tus sábanas, a eso que tú y yo nos nos atrevemos porque somos algo roto que lucha todos los días para aparentar ser de una pieza, que somos piezas de un puzzle de dos piezas esperando a dejar de encajar golpes y encajarnos el uno en el otro, esperando a la fuerza de la gravedad que nos aligere la duda y la sombra, eso, tan invisible y terriblemente humano que sólo saben las mareas y cuenta en un susurro de olas.