martes, 13 de diciembre de 2011

La sabiduría compartida


"Cualquier día de éstos te vas a hacer daño de verdad" me dice con una media sonrisa. Se le nota que tiene miedo a algo. No sé a qué ni a quién pero lo conozco desde hace veinte años y sé que hay algo que le preocupa. Algo que no puede explicar o no quiere contarme. Suelo ser prudente, me dejo caer una tarde, le envío un chiste por sms, como siempre...

"Te vas a hacer daño" repite "pero debes intentarlo" añade. El universo es algo perverso cuando se concentra en la sabiduría de unas palabras que salen por la boca de alguien que te conoce tanto. "Sabes que la diferencia entre el éxito y el fracaso a veces consiste en escuchar lo que tú mismo sabes y no quieres decirte". Le doy la razón pero sin decírselo. Hay un mar de olas de seis metros entre nosotros. Un mar que suena a fieras peleándose entre sí. "Haz la prueba" sigue diciendo "ya no puedes perder gran cosa".

Cierro la puerta. Su coche se aleja entre las somnolientas luces de la noche. El viento me molesta porque se empeña en colar el hielo entre la ropa caliente y mi cuerpo acostumbrado. Entro en el edificio y subo las escaleras, abro la puerta de casa, pongo la calefacción y me preparo la cena, frugal, integral y con sabor a curry. Creo que lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo es haber encontrado la receta de las verduras con curry y los tupper que conseguí con los puntos del Eroski. Regreso a las paredes y al sofá con la mesa para uno. Me sirvo esa copa de vino que reservaba para el fin de semana y que ya no sabe a casi a nada que me recuerde al líquido que salió cuando abrí la botella. El tiempo lo oxida todo.

Cuando acabo de cenar dejo el plato en el fregadero. Siempre espero a tener varios para aprovechar el agua. Me estoy volviendo un ecologista de tomo y lomo. Me pregunto si los solitarios nos solidarizamos más con el planeta porque también lo vemos solo y que casi nadie se ocupa de él. En lugar de una llamada telefónica para saber cómo está, le salvo unos litros de agua a la semana, separo el plástico del vidrio, el papel de la fracción orgánica, aprovecho lo que puedo con lo que tengo. Dice mi padre que el reciclaje le quita el trabajo a los que separan la basura en las plantas de reciclaje. Una vez salí con una chica que trabajaba en una planta de reciclaje, bueno, en realidad trabajó allí durante dos semanas. Nadie sabía qué hacía alguien como ella allí, supongo que necesitaba el trabajo, o más bien el dinero. Me contaba cosas y se reía. Tenía una sonrisa contagiosa. Le dije que lo dejara y lo dejó. No le costaba nada conseguir trabajos. Derrochaba energía y tenía ese positivismo contagioso. Solía decir que éramos iguales. Yo solía pensar que lo decía porque necesitaba a alguien como yo para soñar, como necesitaba el trabajo para ganar dinero.

Mientras escribo sentado delante del ordenador, sigo pensando en lo que me han dicho esta tarde "te vas a hacer daño" y pienso que hay algo de profecía autocumplida en esas palabras. Como si yo también lo supiera y no quisiera dejar pasar la oportunidad de poder cambiar mi destino, de poder decir "me equivoqué esta vez, no me hice daño. Por una vez me ha fallado la intuición". Pero entonces pienso en que eso lo vengo haciendo desde hace mucho tiempo. Sigo teniendo la esperanza de equivocarme en que estoy equivocado.

Cuando me voy a dormir, son las tres de la madrugada. Evito pensar antes de dormir. Caigo rendido, la última palabra es para Ulises, que viene a dormir a mi lado, acurrucándose a mi mano, ronroneando en esa especie de paraíso que imagina su mente gatuna, en esa ilusión óptica de que somos algo así como una familia. Se me deshace la realidad tras cerrar los párpados, me dejo llevar por los sueños y quizá rezo para que esta vez, no me confunda tu nombre y te busque entre las aguas negras (y frías) de estas noches de diciembre.

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