A veces empiezo frases que no sé cómo acabarán, como cuando a veces salgo de casa y no sé exactamente dónde iré. Sólo empiezo algo sin saber cómo acabarlo.
Supongo que tarde o temprano habrá un momento en el que me cruzaré con mi destino y sabré reconocerlo. O puede que no lo haga.
Antes solía salir a caminar durante horas. Me gustaba más que ahora.
Supongo que he cambiado y que no ha sido para bien.
En cierta forma echo de menos cuando tenía aquellas ganas de comerme el mundo. Ahora que estoy a un paso de saltar al vacío, espero haber acertado en preparar este salto.
A veces pienso que las cosas no son como deberían ser.
Que, en algún momento de todos estos años, debí haber buscado la forma de haber compaginado todo esto con una vida que me hubiera permitido ir a tu encuentro.
Pero nunca estuvimos libres al mismo tiempo.
Nunca coincidimos en un mismo ahora ni un aquí al lado.
Por eso creo que llevo tantos años sin saber a dónde voy.
Creo que por eso nunca escribí esa novela que te debo.
En el fondo, sé que nada compensará estos diez últimos años de mi vida, pero tal vez nada de todo esto importe al final.
Siempre he tenido la sensación de que, en el fondo, trato de evitar que las personas a las que quiero, sufran mi compañía. No soy un buen compañero de viaje.
Cada vez menos.
Que vivo desde siempre con la certeza de que no soy nada para nadie.
Echo de menos los viajes en tren lejos de casa, los aeropuertos sin saber muy bien a dónde me llevará el vuelo, los viajes con mochila y los hoteluchos en cualqueir parte, la aventura de pretender ser aventurero sin serlo, el probar casi todo, el conocer gente nueva de los que nunca volví a saber nada.
Echo de menos la libertad de sentirme libre.
Me pregunto si mi cuerpo llegará a tiempo cuando mi alma despierte.