Si tuviera un sólo instante, si me quedara poco más que un suspiro, si supiera que sólo se me da tiempo para hacer una cosa más en mi vida porque no habrá una siguiente, creo que sería dejar algo escrito.
Y eso es, precisamente, lo que me define.
Cada palabra es un legado.
Todo lo que se transmite es, por sí mismo, una semilla que puede crecer en el que te lee.
Cada día que pasa me siento más absurdo entrando a escribir en el blog. Me gusta leer los de los demás, pero casi nunca comento posts, creo que lo que me sale decir está de más. No sé el porqué, pero en los últimos tiempos tengo la sensación de que nada realmente bueno sale de mí.
Algunos blogs que sigo han ido creciendo, han mejorado (bajo mi humilde punto de vista) en su forma de expresarse, quien escribe evoluciona en la forma y en el fondo. A veces me quedo embelesado y no sé qué decir. Siento algo parecido a un enamoramiento, yo me enamoro de la gente que crece, que son capaces de excavarse hasta encontrar sus tesoros, sus miedos, sus pasados y sus deseos.
Algo que observo es que cuanto mejor se escribe más positivo resulta lo escrito, hay como una propensión a expulsar lo agrio que corrompe al duende que escribe. Y pienso en cuántas veces yo hago lo mismo y me pregunto si esa fealdad no será, en realidad, lo que transmito de mi.
Supongo que me he hecho mayor.
Ayer lo pensaba. Estoy cansado. Voy cansado a todas partes. Antes creía que podía recuperar tiempo perdido, pero ahora sé que no. Quizá esto sea eso que llaman la crisis de los cuarenta.
Tú eras Crepe Suzette y yo Collin que te buscaba por las calles. Igual de rubia y puede incluso que más caprichosa que Patsy Kensit. Teníamos, visto lo visto, mucho tiempo por delante; demasiado dijiste. O demasiado poco, no lo recuerdo.
No lo sabes, puede que porque nunca te lo haya llegado a decir, pero a veces, cuando pienso en ti, sigue sonando en mi cabeza esta canción.