martes, 25 de agosto de 2015

Ya sé que me repito, que soy un idiota, un ñoño, un empalagoso que sólo habla de lo imposible que le resulta vivir sin ti, pero sigue viviendo con sus proyectos, sus medias verdades y todas sus mentiras. Bueno, voy a serte sincero, yo sospecho que lo nuestro es imposible, no porque seamos inconmpatibles, sino porque de algún modo me he acostumbrado a que las cosas se acaben. Y ¿sabes? me cuesta creer que pueda sobrevivir a que lo nuestro se acabara. No en plan "ay, dios mío, ¿qué voy a hacer?" sino más bien a que no seré el mismo. Y me gusta el que soy, entre otras cosas, porque eres posible.


Me gustaría que un día me llegaran las palabras adecuadas, no este desboque de ideas que no saben ser frases, que sólo tienden a algo imposible de explicar, que no saben ser tan humanas como somos tú y yo, que no se cuentan como se cuenta un cuento porque para que salgan por la puerta se le acaban por podar las magias que uno tiene dentro. Supongo que para escribir con mayúsculas se debe tener un talento que no me alcanza con lo que tengo, y luego, claro, está eso de convertirlo todo en un oficio.

Y tener suerte.

Y tener padrinos.

Y algo que contar, crear una obra completa, no sé. Creo que a uno la vida se le pasa tratando de convertir el deseo en su trabajo, y que mientras eso ocurre, uno acaba por trabajar para pagar lo necesario para seguir teniendo sueños a los que recurrir cuando la realidad no le alcance.

Pero he de confesarte un secreto. Hay días en que lo daría todo por saber que algo de lo que escribo consigue emocionarte. A veces sueño que la piel se te eriza sólo con pensar que lo he escrito para ti. No sabría cómo describirlo; quizá sabemos que en otro universo paralelo tú y yo vivimos juntos, dormimos todas las noches en la misma cama, leemos los mismos libros, despertamos sin ganas de ser otros distintos a los que somos.

Y yo no tengo sueños de ser escritor porque yo sólo lo quiero ser para que tú, de algún modo, me quieras.

lunes, 17 de agosto de 2015

Cancelado por exceso de expectativas


Hay tanta luz en ti que aunque cierre los ojos sigue siendo de día; un día rojo-naranja a través de mis párpados. Hay tanta luz que a veces temo abrasarme si te toco. Me pregunto por qué me arriesgo cada vez que te llamo por teléfono o te envío un whatsapp y quedamos frente a frente hasta acabar desnudos. Me gusta esa forma de arreglarlo todo por contacto. No siempre, claro, no siempre sale el sol hasta que quemas. Desapareces semanas enteras y claro, yo hago como que no me importa tanto esta especie de noche ártica.

Hasta que apareces en la pantalla del móvil y amanece.

Me dijiste "No te enamores de mí o vas a estar jodido". Y bueno, supongo que lo debo estar. Estar jodido es lo mejor que sé hacer hasta el momento, así que una vez más no importa demasiado. No tengo miedo de cómo voy a encajar eso de que todo es una fantasía más, creo que me conozco lo suficiente como para descerrajarme un número no demasiado grande de botellas, y otras bocas, hasta que otros cuerpos lo acaben arreglando, yo a lo que tengo miedo es a que un día me dé cuenta de que no he estado viviendo por miedo.

No sabría describir con exactitud qué porcentaje de culpa tendrás en esa futura cirrosis con la que me mete miedo el médico, no creo que culpa sea la palabra exacta, tampoco creo que el médico se tome muy en serio eso de curar a nadie. Se sienta y me mira. Y eso es todo. A mí me gustaría creer que no vas a ser la gota que colme el vaso ni la chispa que prenda la hoguera, ni la estocada, ni nada de eso, yo creo más bien que vamos a ser algo así como una tormenta eléctrica que acaba en tornado. Y luego la calma, y luego a reconstruirlo todo, y "qué cabrón el Bandini ese..." y "qué zorra la muy zorra", como si ambos no supiéramos que los dos somos dos lobos de distinta manada.

Dos perros tratando de roer el mismo hueso.

lunes, 3 de agosto de 2015

La teoría del infinito infinito


Creo que puedo entenderlo, es decir, creo que puedo llegar a comprender todo eso de la música de las esferas. Puedo escuchar el sonido que hacen los planetas al girar sobre sí mismos, el roce de sus atmósferas al frotarse contra su corteza, erosionándola con suavidad, acariciándola como si quisiera cartografiar su superficie con la yema de los dedos. Puedo oír el crujir de cada uno de los mundos de mil sistemas solares a la redonda, el crepitar de la hoguera en el que se consumen sus mil soles; puedo cerrar los ojos y sentir cómo todo forma parte de una melodía improvisada que no cesa nunca, que empezó con el tiempo y terminará cuando el último átomo deje de vibrar, cuando la última partícula subatómica deje de moverse.

Sólo entonces el Universo será algo muerto, algo sin vida. Mientras exista este sonido de fondo, y mientras haya alguien para poder escucharlo, ese universo existirá; mientras deje un rastro que alguien pueda medir o intuir de alguna forma que existimos en el pasado, mientras podamos ser nombrados aunque sea con un nombre distinto al que utilizábamos para nombrarnos a nosotros mismos y a las cosas, permaneceremos.

No sabría decir si desde que soy medio hombre, medio máquina, no sé si desde que tengo conciencia de que soy un cúmulo de centenares de conciencias, soy capaz de apreciar todas esas cosas de una forma distinta, no sé si soy yo, o los millones de poemas de a biblioteca universal a los que tiene acceso una parte de mi, los que configuran eso que siento al comprender lo que hay ahí afuera. Sólo sé que empiezo a sospechar que un día fui más hombre que máquina, debo de haberlo sido, y cuanto más lejos estoy de las otras naves, más quiero recuperar ese sentimiento de ser yo mismo, de ser algo más que este torrente de datos que recorre mis venas. A veces me pregunto si en realidad no seré más que el piloto, que mi conciencia estaba encerrada en un sólo ser vivo que vivía y moría sin poder volver a reconstruirse una y otra vez.

Quizá, si me remontara al pasado, si pudiera conocer qué era antes, saber de dónde vengo, me daría la oportunidad de saber quién soy ahora. Pero esto no es posible. También era imposible llegar a pensar en el pasado profundo y aquí estoy, elucubrando sobre algo que no está permitido.

Pero hay tanta belleza ahí fuera...

Es imposible no preguntarse si somos algo así como el observador que ya se ha aburrido de observarse a sí mismo

Si somos algo más que una espora en busca de planetas que habitar.

Si la conciencia pura es ser el animal que somos y todo lo demás es un juego que quisimos jugar demasiado en serio.

Quizá no esté aún preparado.

Quizá no lo esté nunca.

Tal vez sería mejor dejar de redundar en esta rutina que no lleva a ninguna parte.

En veinte minutos divisaremos un planeta a los que una de las sondas consideró apto para la cobijar vida orgánica. Ese es mi trabajo. Este es mi destino. Sin embargo, a veces...