jueves, 26 de noviembre de 2009

Díselo al viento


Es el tiempo el que agita mis persianas y no el viento. El viento no sabe llevarse nada, no quiere llevarse nada, no sopla, evita mi calle, lo veo mecer las hojas de los árboles de la gran avenida desde mi ventana como diciendo "te estoy esperando". Pero por mi calle no pasa. Al principio los vecinos lo comentaban como una curiosidad, luego empezaron a formarse corrillos en la puerta del supermercado, entre todos contrataron a un perito que determinase qué impedía al viento transitar por nuestra calle.

El perito hizo mediciones, buscó en el plan general de ordenación municipal el laberinto por el cual el viento discriminaba nuestra calle nº 15 y después de cobrar sus honorarios señaló un edificio dos calles más arriba que desviaba en su dirección natural cualquier corriente de aire. Dos años de lucha vecinal dieron por fin sus frutos y doce familias vieron como el edificio donde vivían era echado a bajo por los servicios municipales de Acoso y Derribo en una sola tarde, tarde en la que el alcalde inauguraba un nuevo centro cívico con equipaciones ultramodernas entre las que se incluía toda clase de artilugios electrónicos que nunca se usaron.

Pero el viento siguió sin pasar por mi calle. Fue entonces cuando mi vecina del primero primera, dios la tenga la primera de la lista para llevársela, reparó en mí y tomó por cierta la dudosa coincidencia de tu marcha de mi casa y la incomparecencia del viento a las tareas que le corresponden por el cargo que ocupa. Dos días después de que el perito apareciese boca abajo en la cuneta de la carretera que une nuestra ciudad con la capital, vino a visitarme a casa un comité de investigación ciudadana con una serie de preguntas (129 para ser más exactos) a las que respondí con indiferencia y sin invitarles a galletas ni nada de nada. El asunto de las galletas no hizo más que añadir un agravio más a la ya de por sí tensa calma con la que mis vecinos me obsequiaban a diario, haciendo turnos de vigilancia y siguiéndome a donde quiera que yo fuese.

(Se da el caso que tuve que viajar a Dubai por negocios y que hasta incluso allí me siguió una representación del comité de vigilancia ataviados con ropa que no llamase la atención, sombreros y gafas de sol; para más inri dió la fatal casualidad que reservaron los asientos adyacentes al mío por lo que nos pasamos todo el viaje haciendo como que no nos conocíamos, mirando hacia otra parte, hablando con acento mexicano para dirigirse a mí cuando era del todo imprescindible).

Cuando volví, el tema del no obsequio de galletas se había salido de madre y ya casi nadie se acordaba de que todo empezó por la extraña desaparición del viento. Nada más llegar (las maletas estaban aún sin abrir) un grupo de exaltados derribó la puerta de mi casa, me amenazaron con punzones, cuchillos y ¿¿tridentes?? mientras otra parte del grupo iba a la cocina, se apoderaban del bote de galletas y tras repartirlas entre todo el grupo de asaltantes se las comieron mirándome fijamente y en silencio. Luego se marcharon.

Hace días que todo ha vuelto a la normalidad. Mi vida transcurre entre las acusaciones veladas de brujería y mi trabajo como ingeniero químico. El viento me sigue a todas partes, divertido. Pero sigue sin pasar por mi calle. Y sin llevarse tu recuerdo.



PS: Desde mi ventana veo mi calle iluminada por decenas de antorchas que llegan hasta mi portal. Qué bonito.

PS2: Llaman a la puerta ¿quién será a estas horas?

sábado, 21 de noviembre de 2009

La mujer tortuga


Puedo sentirte. Estás ahí detrás, el bicho se calla como si pudiera oírte mover los ojos al seguir estas palabras. Está listo para atacar en cuanto te muevas, está dispuesto a no dejarte escapar porque ya le perteneces, como le pertenecen las cicatrices de mi cuerpo, como todas las veces que dije que era la última vez, la última gota, y después los días que le siguen hasta que vuelvo a caer.

El bicho no te quiere. El bicho te necesita. Aún no sé el porqué pero te persigue, en tensión, allá donde vas. No se burla de mí, no tiene tiempo, se levanta por la mañana y se va. Vuelve por la noche y cae rendido en el sillón a los pies de mi cama. Al día siguiente lo mismo. El bicho te estudia con detalle, toma notas, se te adelanta. Y tú haces lo de siempre sin ser ya nada lo mismo.

Ya ha llegado. Ahora debes de estar sola. Aunque tú no lo sepas he estado contigo todo el día. Todos los días desde hace días. Entre tu piel y tu ropa. Detrás de estas palabras y detrás de todas las palabras con las que te cruzas a diario.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Y tal vez


A veces, recostado contra la encimera de la cocina y con una taza de café entre las manos, piensa que tal vez la felicidad absoluta no es un estado de ánimo, que tal vez la felicidad absoluta es la ausencia del deseo de ella, como los budistas que anhelan llegar al Nirvana cuando el Nirvana es la ausencia total de anhelos.

A veces pasea la casa solitaria, repasa mentalmente que hay que lavar las cortinas, darle un buen meneo al sofá, limpiara los cristales, y luego se prepara ese café que le transportará a esa calma y ese pensar que la felicidad incompleta es la más perfecta de las felicidades. Y luego vuelve al ordenador y a una historia que se le atraganta, que le abandona cuando más la necesita, que sabe que, como todo, tendrá un grado de imperfección que la hará más humana y al mismo tiempo más cruel. Se encerrará entre las cuatro paredes y los libros apilados en el suelo, se acordará de sus amigos escritores publicados y soñará despierto con ver la portada de alguna de sus historias en los escaparates de las librerías del centro. Quizá, luego cuando lo piense, se sonrojará al pensar que algún día se cruzará en el metro con alguien que lea su libro, y lo hará porque ese deseo le parece el más pedante de todos, el más vanidoso, la constatación de que se escribe por amor a uno mísmo.

Tal vez, escribirá unas líneas aprovechables y se dirá a sí mismo que esta vez sí, esta vez vuelve a estar conectado con la musa y volverá a leer una y otra vez lo escrito hasta que pierda todo el sentido y esa aureola de literatura de la buena que sabe que nunca alcanzará. Una vez acabado el plan estratégico de la página diaria (que no cumple ningún día) bajará al centro a repasar mentalmente donde colocarán su novela, una portada de dos manos de niño sobre un corazón de patata que pedirá a su autora si hace falta de rodillas, y verá el producto acabado, e irá al banco o a la estación, mirando a la gente que pasa camino de otros bancos y otras estaciones y se preguntará si alguien podrá adivinar la historia que lo llena y al mismo tiempo lo tiraniza, si entre ellos a alguien le interesará lo que su imaginación y su corazón esconden.

Luego, se irá de nuevo a casa, arreglará facturas y emprenderá proyectos que nada tienen que ver con la historia. Proyectos que no dejan lugar a la ensoñación ni al desaliento, que no dejan espacio a las dudas ni a la pregunta de si tiene o no talento. Se sumergerá en la calculadora y teclerará números y memorias en lugar de acariciar las teclas con los dedos. Y llamará a clientes y buscará direcciones de correo. Y será jueves por la mañana, y pensará en ella, y ella, tal vez le escriba "me acuerdo de ti" en un mensaje.



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miércoles, 18 de noviembre de 2009

La tregua


Me pregunto si el olvido sabrá que llegará el invierno y después otra vez la primavera. Me pregunto si se me calmará esta intranquilidad, este no mirar al sol, no salir del agujero, no ser ni piedra ni madera. Me pregunto si al final de todo esto habrá calma; y si al final de la calma encontraré otra cosa mejor o de nuevo la voz del bicho gritándeme y riéndose de mí por haber creído que era el fin, cuando sólo se trataba de una tregua.

Hoy no ha salido el sol.

Vídeo: Youssou N´Dour - Neneh Cherry - Seven seconds




Las palabras duelen como las piedras, duelen cuando se arrojan desde lo más alto hacia abajo. Las palabras son armas arrojadizas, son de duro granito, son pesadas y ruedan ladera abajo. No me gustan las palabras... y sin embargo vivo hechizado por ellas.

Las palabras cortan como los cristales de un vaso roto. Por mucho que los barras siempre queda alguno escondido debajo de una mesa, siempre hay alguno esperando a ser el que provoque la herida. No me gustan las palabras... y sin embargo me gusta el dolor y ver cicatrizar sus heridas en mi piel.

Las palabras son como nubes, siempre como nubes. Son blancas y pasan pero también son negras y gritan. No me gustan las palabras... y sin embargo me gusta la fuerza y el poderío de las nubes.

...Y soñar contigo y dejarme la piel cuando te rozo, y verte cuando no estás si cierro los ojos.

... y echarte de menos sin motivo; y saber que existes. Y no darme por vencido.

vídeo: Dido - Life for rent

martes, 17 de noviembre de 2009

Esperanza


Siempre acabo regresando. Como si me uniera a este blog una goma elástica invisible que, cuanto más me alejo, más se tensa. Me pregunto si alguna vez, de tanto tensarse, la goma se acabará rompiendo y quedaré libre y me pregunto también si sabré entonces qué hacer con esa libertad inesperada. Creo que soy de esa clase de hombres que necesitan un lugar seguro al que regresar, que soy de esos que acumulan recuerdos para poder volver a ellos, saber que en ellos viven amigos que probablemente nunca ya piensen en mí, que viven amantes que nunca llegaron a serlo y otras que sí lo fueron y les acabó venciendo la desidia de vivir junto a un eterno indeciso.

No es fácil vivir encima de una cuerda. No es fácil añorar un pasado que muchas veces no merece ser recordado. Imagino que todo el que me conoce sabe quién o qué soy al poco tiempo de frecuentarme. No lo escondo, nunca lo he hecho. Quizá si fuera más constante habría acabado todas las novelas que empecé y que se fueron muriendo, que me fueron dejando. Resulta curioso que diga que fueron ellas quienes me dejaron y no que fuese yo quien las fuera poco a poco abandonando. Tal vez ahí esté la clave de todo o quizá ahí no haya nada de nada, sólo el eco de las propias palabras en tu cabeza mientras las estás leyendo. En cualquier caso, de nada sirve levantarse y empezar de nuevo. Siempre empiezo de nuevo. A veces, cada día es un nuevo inicio: trescientos sesenta y cinco días primeros al año. Miles de primeros días desde el primero que terminarán algún otro día con un plan inconcreto e inacabado.

Si algo debo decir en favor mío es que por lo menos soy optimista. Cada día que empiezo tengo planes para él. Le he dado una estructura desde primera hora hasta la última, me he propuesto hacer decenas de cosas a las que posiblemente no pueda darles cabida en sólo veinticuatro horas. Y me canso y llego agotado al último segundo del último minuto de la última hora. Y caigo redondo elaborando un plan para el día siguiente. Un plan en el que escribiré un página de una novela que ya no cree en mí, en el que conseguiré a ese cliente que conjurará definitivamente el plan fallido de hace algunos años y que me llena de piedras los bolsillos y me lacera el alma con diminutas agujas ardientes. Entonces recuerdo que debo ser feliz y planeo la felicidad pero sólo es una huída hacia adelante. Sólo es una caída eterna que nunca se concreta. Que esa felicidad que planeo es a quince años vista y que tiene la nocturnidad de la emboscada y la alevosía de todas las leyes escritas desde el inicio de los tiempos.

Escribir sacia a mis demonios, me centra en quien soy y dónde estoy, me llena de esperanza porque es como mirarme en un espejo y saber que el que está ahí es fuerte porque sabe que es débil. Y sí, soy débil porque lo aguanto casi todo. Soy débil porque no puedo dejar de volver una y otra vez a caer en los mismos errores todos los días, porque me construyo cada mañana con las ruinas del que fui el día anterior.

Pero no hay mayor valentía que, a pesar de saber eso, levantarse todas las mañanas con un propósito nuevo, con una o mil metas inacabadas, dispuesto a reinventarse uno mismo y reinventar el mundo a mi alrededor. Y a veces gano y a veces pierdo, a veces bailo de contento y otras me hunde una sola palabra. A veces me paso el día buscando sin encontrar y otras encuentro al mismo tiempo diez cosas que andaba buscando.

Pero siempre mantengo intacta la esperanza.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Nacho Cano: Vivimos siempre juntos


Este blog se cierra temporalmente por cese de la actividad. Lo he dicho ya varias veces y siempre he vuelto así que no te extrañe que esta tarde vuelva a haber una entrada. O mañana. O nunca.

Serás un hombre, hijo mío


¿Por qué seremos tan frágiles?

Hace días que no puedo escribir y no sé el porqué. Hace días que el bicho me susurra al oído palabras antiguas, palabras que son una tristeza profunda de la que creía haberme librado. Y a pesar del insomnio no escribo. Sólo me limito a dar vueltas y más vueltas. Es como tener esperanza a la desesperada, como tener esperanza por decreto.

Pero el bicho lo sabe todo de mí y sabe que ya ha ganado. Y yo me limito a repetirme la lista de cosas que un hombre no debe hacer bajo ningún concepto. Y sé que si no las hago tendré una oportunidad y que si me dejo llevar por una sola de ellas todas las piezas caerán detrás como por efecto dominó.

1. Un hombre ha de ser fuerte
2. Un hombre jamás, bajo ningún concepto, debe llorar.
3. Un hombre ha de tener las cosas claras. Nunca dudar.
4. Un hombre vale lo que vale solo, en sí mismo. El grupo no cuenta.
5. Un hombre ha de cumplir con su destino, luego ya le quedará tiempo para disfrutar.
6. Un hombre no debe dejarse llevar por sus sentimientos
7. Un hombre ha de hacer cosas de hombre
8. Un hombre ha de mantener las distancias.
9. Un hombre ha de lograr lo que se proponga. Si no lo hace debe sentirse como un fracasado.
10. Un hombre...

Pero el bicho sabe que soy frágil y se ríe de mí sentado a los pies de mi cama. Y es tarde y el sueño me vence. Pero entonces recuerdo que debo ser fuerte y yo venzo al sueño. Y escribo al viento. Y repaso los mandatos y los impulsores de Análisis Transaccional. Y entonces pienso lo mucho que deseo ser niño para poder.

1. Reconocer que puedo ser débil
2. Saber que puedo estar triste cuando ocurra algo que me entristezca.
3. Tener en cuenta todas las posibilidades que me brinda la vida.
4. Saber que no estoy solo, que pertenezco al mundo.
5. Que tengo derecho a disfrutar y a descansar.
6. Tengo sentimientos irrefrenables e incontrolables, y que puedo expresarlos si lo hago sin herir a nadie.
7. Que ser un hombre es mucho más que demostrar a los demás que se es hombre.
8. Quiero, deseo, necesito intimidad, seguridad, respeto, cariño.
9. Saber que el fracaso no es no lograr lo que se desea, sino desfallecer, dejar de intentarlo.
10. Saber que un hombre es lo que dice su ralación con su entorno, es lo que ayuda a crear con su presencia en el mundo.

Y yo tengo la intención de aportar mi granito de arena. A pesar de que el bicho haya ganado de antemano. Eso es lo que me movió hace veinte años cuando decidí estudiar ingeniería y es lo que me ha movido durante todos estos años. Sé que no lo he hecho bien del todo pero no tenía la experiencia necesaria: es la primera vez que vivo en este planeta y creo que me engañaron cuando me dijeron en qué consistía ser un hombre.



Y Rudyard Kipling escribió:

"Si puedes mantener intacta tu firmeza
cuando todos vacilan a tu alrededor
Si cuando todos dudan, fías en tu valor
y al mismo tiempo sabes exaltar su flaqueza

Si sabes esperar y a tu afán poner brida
O blanco de mentiras esgrimir la verdad
O siendo odiado, al odio no le das cabida
y ni ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad

Si sueñas, pero el sueño no se vuelve tu rey
Si piensas y el pensar no mengua tus ardores
Si el triunfo y el desastre no te imponen su ley
y los tratas lo mismo como dos impostores.

Si puedes soportan que tu frase sincera
sea trampa de necios en boca de malvados.
O mirar hecha trizas tu adorada quimera
y tornar a forjarla con útiles mellados.

Si todas tu ganancias poniendo en un montón
las arriesgas osado en un golpe de azar
y las pierdes, y luego con bravo corazón
sin hablar de tus perdidas, vuelves a comenzar.

Si puedes mantener en la ruda pelea
alerta el pensamiento y el músculo tirante
para emplearlo cuando en ti todo flaquea
menos la voluntad que te dice adelante.

Si entre la turba das a la virtud abrigo
Si no pueden herirte ni amigo ni enemigo
Si marchando con reyes del orgullo has triunfado
Si eres bueno con todos pero no demasiado

Y si puedes llenar el preciso minuto
en sesenta segundos de un esfuerzo supremo
tuya es la tierra y todo lo que en ella habita
y lo que es más serás hombre hijo mío…."


¿Sabes? Me alegra tener mi destino en mis manos porque sé que está en las mejores (a pesar de que no tenga claro donde me llevarán mis pies).

martes, 3 de noviembre de 2009

Pasarán

Hoy no sé por qué esta canción se me ha pegado a los zapataos como uno de esos papeles con algo adhesivo y que por mucho que lo pises con el otro pie no se va, como mucho se pega al otro zapato.

Supongo que es como si llegase el final de algo, como si al final el frío me trajese la nostalgia, como si pegadas a mis suelas llevara el silencio pegado; el silencio de muchos silencios antiguos, como si el tiempo y la distancia no fuesen el olvido sino una forma de enmudecer los recuerdos.

Debe de ser que noviembre siempre fue un mes de nombre demasiado largo para lo corto que se me hacen los días. Debe de ser que me busco (te busco) y no me encuentro.