martes, 28 de junio de 2011

Blanco; este martes es blanco


Sé que vivo perdido en algún punto a medio camino entre la estupidez y la esperanza. Ahora mismo no recuerdo donde leí que el éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo y creo que la frase era de Winston Churchill. El caso es que después de haber dormido casi siete horas (todo un récord) esta mañana me he levantado con algo más de calma. No sabría decir muy bien a qué es debida, quizá durante el sueño las neuronas dejan de vibrar a lo loco, quizá sea porque durante la noche refrescó lo sufiente como para abrir un boquete en mi acalorada conciencia. Será que soñé otra vez contigo y no lo recuerdo. Será porque cada día que pasa es un día menos para verte.

A veces me hago mapas, esquemas donde me sitúo en alguna esquina, en un centro imaginario o, incluso alguna vez, cuando lo acabo me doy cuenta de que no estoy dibujado ahí, es decir, no formo parte de mi vida.

Ayer, mientras esperaba en un bar y hacía un plano de situación de un local al que debo hacer el proyecto para la licencia de apertura, descubrí un texto mío de octubre de 2003, es la ventaja de vivir rodeado de un cinturón de asteriodes hecho de libretas y de textos inconexos... en cierta forma, este blog sirvió para ordenar mis ideas, para no tenerlas por ahí ocupando un especio físico. Con él perdí el tacto con el que mis ojos recuerdan pensamientos muy antiguos. Pero ahí están, como comentas en una órbita dispar, regresando cuando menos me lo espero, devolviéndome al hombre que era con poco más de treinta años... he cambiado poco, soy poco más o menos que antes, quizá mucho menos ingénuo, menos humano, menos cercano al hombre que quería ser cuando me propuese ser algo en la vida. A veces esperamos demasiado de la vida, bueno, no, a veces esperamos que la vida nos lleve en la esperanza de que todo salga más o menos bien. No sé, creo que me estoy liando.

El caso es que la ciudad olía a asfalto seco y caliente, no demasiado, no con esa textura reseca de agosto, cuando el sol acumulado en las aceras ha deshidratado el suelo hasta las mismas paredes de las alcantarillas y que, cuando llueve, absorbe las gotas con rapidez, como si las baldosas tuvieran miedo de que éstas fueran a salir rebotadas otra vez hacia las nubes. La ciudad olía a ciudad que espera la noche porque aún refresca algo y yo me planté en un bar de esquina y me convertí en alguien que se observa a sí mismo mientras escribe en un bar de esquina. ¿Pensé en ti? Claro que pensé en ti, pensé en que hoy te escribiría esto, en que, probablemente tú me leerías y te plantearías escribirme otro comentario como el de hace unos días. Pensé en ti y en lo mucho que me haces falta, en lo mucho que cambiarían nuestras vidas el uno al lado del otro, en esas cosas en las que el paso del tiempo cada vez va perdonándome menos, y claro que pensé en ti, y en las palabras que nunca nos hemos dicho y, ahora que ha llegado el verano y el sol funde las sombrillas en las terrazas, que voy de aquí para allá soñando con que seamos amantes a tiempo completo, ahora precisamente, me doy cuenta de lo lejos que estamos, tú a 23º y yo en una cueva a 15, escribiendo por escribir, por no pedirte que nos veamos, que me enseñes a vivir tranquilo, a no tenerte miedo, a huir lo justo para no ser siempre un fugitivo... quizá porque no te he dicho, no te he prometido que yo, a cambio, te ofrezco lo mismo.

domingo, 26 de junio de 2011

El día en que salvé el mundo. (Es largo pero merece la pena)


La semana pasada fui al BizBarcelona. PAra quien no lo sepa, es una especie de convención-feria en la que cuatro avispados con mucha pasta buscan a cuatro pringados con una idea millonaria pero sin dinero para ponerla en marcha. A los inversores se les llaman Business Angels y a los pringados se les llama eso: pringados (por no caer en la cuenta que Lucifer también era un ángel hasta que creó su primer negocio de almas).

Allí estaba yo, trajeado como si fuera a mi primera comunión, con una camisa violeta y una corbata rosa. Los hombres me miraban con esa admiración que tenemos los hombres hacia alguien que viste atrevido (descojonándose) y las mujeres con una mezcla de rubor y vergüenza ajena que, para qué nos vamos a engañar, provoco con mis vestimentas ante el género femenino.

A medida que iba avanzando por los pasillos, mi presencia iba pasando menos desapercibida. Las chicas me sonreían abiertamente ofreciéndome toda clase de folletos. Yo los aceptaba con una reverencia, a ellas se les veía en la mirada ese "ahí va un triunfador" que tan pocas veces nos insufla la presencia de un hombre seguro de sí mismo y con todo el futuro en sus manos. Mi invento no sólo salvaría vidas sino que me haría muchimillonario, ya me veía dándo dádivas desde mi Ferrari, recogiendo el Nobel de la paz en chancletas y gafas de sol. Y todo eso se reflejaba en mi porte y avance por los pasillos de una feria creada por y para que pringados como yo alcanzasen el estatus de próceres de la virtud y el monetarismo.

A todo esto yo notaba que los tirantes me apretaban un poquito a la altura de la nuca, una insignificancia ante mis triunfales primeras tres horas en el evento. Cansado y fatigado de mi inusual (y sospechosa) fama me dirigí a los servicios de caballeros para lavarme las manos, refrescarme y otros menesteres (me estaba cagando). Nada más entrar lo ví: Un enorme espejo de cuerpo entero se brindaba ante mí para mayor gloria de mi grandez...

Ahora entendía por qué me tiraban los tirantes. Había pasado la corbata sin querer por entre las gomas elásticas, lo que provocaba que a cada paso la corbata se destensara un poquito, y al estar cruzados los tirantes, éstos se retorcieran un poco más subiéndome los pantalones. La corbata al aflojarse subíase imperceptiblemente pero en tres horas caminando se había encogido lo suficiente como para dejar dos botones de la camisa al descubierto y los pantalones se me habían subido hasta dejar al aire las pantorrillas. Con el maletín en la mano y de esta guisa parecía el representante drogado de Payasos Sin Fronteras, un cobrador de morosos y el tonto del pueblo (Barcelona) todo junto.

Salí convenientemente desenredados los elásticos y corbata del lavabo y cabizbajo recorrí de nuevo los pasillos ante los vítores (carcajadas) y reverencias (descojonándose por el suelo) ganando el pabellón siguiente lo más rápido que pude. Cuando aparecí por la puerta del pabellón 5 me esperaba un pasillo como el que le hacen a los campeones de la Eurocopa. Les decepcioné. "Es feo y viste mal pero no es para tanto" dijo el vicepresidente ejecutivo de la patronal.

Me dirigí entonces a la sala de actos, donde el director general de Google en España iba a dar una conferencia y, entre otras cosas, otorgar premios a la innovación y al talenteo. Yo estaba nominado en la categoría de Medio Ambiente, subcategoría de "¿Pa´qué sirve esto? Ignacio, que sea la última vez que damos un premio a lo loco". Ganaba seguro (me había colado en el ministerio y me había meado en todos los equipos de la competencia... treinta y cuatro equipos... estuve bebiendo té durante las cuatro horas de sabotaje... tuve una piel tan hidratada durante la semana...)

A lo que iba. Me senté en el anfiteatro hasta que me tocara el turno de subir a por el premio y di una mirada rápida por si conocía a alguien, acto reflejo que tengo desde que a los diez años y en la entrega de mi primer premio por una redacción, cuando el director del colegio me nombró y subí a por el premio (un estrechón de manos) mi madre salió (de no se sabe muy bien dónde) y delante de todos los mil quinientos alumnos (párvulos, primaria, BUP y Formación Profesional) me espetó eso de "lo de escribir muy bien... pero lo de acabarse las espinacas ¿qué?". Desde entonces siempre que voy a recoger un premio llamo antes a mi madre para saber qué está haciendo (y sobre todo dónde).

Nadie. No había nadie que pudiera aguar mi entrada en el olimpo de las subvenciones estatales. Monturiol, Ricardo de la Cierva, Severo Ochoa y ahora yo pasaríamos a los anales de la historia científica española (pero yo con un cheque de 230,00 € en el bolsillo).

Llegó el momento. El ministro de Industria (un tío despeinado) dió paso a quien iba a dar el premio principal (el mío) y no iba a ser el director de Google en España, no... Steve Jobs en persona había decidido a última hora venir a España para mostrar su apoyo y confianza en nuestra economía. Allí estábamos los dos hombres que más influiríamos en el siglo XXI (y parte del XXII) en una misma sala. A Steve (Esteban a partir de ahora) se le salían las lágrimas cuando me vio subir y dirigiéndose al ministro dijo algo como "qué gran hombre" o "no me hagan fotos junto a este tío o les demando".

Y cuando todos pensábamos que nos iba a presentar el iphone 5, mi ex-suegra, la presidenta de club de fans Agustín Pantoja, creadora de la fusión entre el flamenco y la patum de Berga y que hermanó su barrio con Chernóbil porque era el que quedaba libre, apareció como una exhalación y se puso a mi lado, con un moño en todo lo alto que parecía sacado de una precuela de la familia Adams, empezó a zapatear en el escenario algo que ni el mismo Dalí hubiera considerado surrealismo por ser demasiado atrevido mientras su nieto, el Yimi, subía con una guitarra destartalada cantando por los Gipsy Kings el himno de la alegría.

Esteban Jobs miró al ministro. Éste arqueó las cejas y salió corriendo dejándolo ante mi ex-suegra, el Yimi y yo. Entonces me miró a mí con cara de pregunta. Y después de un instante de duda, y con esa rapidez mental que nos caracteriza a los grandes genios, me puse a dar palmas y le animé a que él también lo hiciera.

El auditorio parecía una tumba, todos los presentes, con los ojos fuera de sus órbitas y la boca abierta se agarraban a sus asientos sin acabarse de creer lo que estaban viendo. El vicepresidente de la patronal que antes había hecho el comentario a mi entrada al pabellón 5 susurró al Conseller d´Interior que estaba a su lado "esto es la ruina". A lo que el otro le contestó "esto no quedará impune".

Y así fue como Estabn Jobs y yo acabamos hasta el culo de sangría, bañándonos desnudos en la playa que hay justo delante de la incineradora y posteriormente fuimos capturados por un pesquero de sardinas en algún punto entre Badalona y Mallorca. Como agradecimiento ahora el sónar del pesquero se ha bajado no sé cuántas aplicaciones para ipad... que no sirven para pescar sardinas...

Y ahora somos amigos Esteban y yo... a pesar de que no me coge el teléfono y la tontada esa de la orden de alejamiento dictada por interpol.

Me he gastado los 230,00 € en el tratamiento de mis gatos contra la rabia. Ya iba siendo hora. Tenía al barrio aterrorizado...

sábado, 25 de junio de 2011

Tarde apacible de sábado


Acabo superando los días, no sé ni cómo ni si los seguiré dejando atrás como la líneas discontínuas de la autovía que me llevaba desde la puerta de mi casa a la puerta de la suya. Acabo superando los momentos tristes en la inmesidad que conforman cuatro paredes, un mini-universo repleto de nitrógeno, un elemento que mi cuerpo no asimila, no hace nada con él, es decir, que desaprovecha el 80% del aire que le entra en los pulmones. Así de estúpido me siento yo, como mi cuerpo tan poco eficiente que se sienta y escribe en el calor del calor de esta tarde de sábado.

Hay cosas no me atrevo a escribir aquí. Cosas que me hacen débil, pensamientos y miedos, miedos que me provocan las malas experiencias. El otro día, una amiga japonesa me decía que yo era muy desconfiado, me decía que ella siempre había tenido buena suerte con las personas con las que se había cruzado a lo largo de su vida. En cambio yo no. No he tenido suerte. Quizá no he tenido suficiente vista.

Mira que tengo intuición, pero soy un jodido optimista, lo que me pierde es el optimismo. Por eso me encierro aquí, abrazado a todo este nitrógeno, para no tener motivos para ser optimista, para no tener que tener esperanzas y que éstas se disuelvan entre efervescencias y adioses.

Odio no poder dejar de odiarme por odiarla. En realidad no lo hago, no la odio, sólo le reprocho que me diera a entender que me quería. Así que nunca más voy a creer algo así. Tampoco voy a querer a nadie, no al menos de la forma en la que se quiere: confiando en el otro. No es una decisión. Es una consecuencia. El mundo es un gran traidor, un lugar en el que no merece la pena vivir. Todo es una gran mentira.

Cuando empecé este blog lo titulé moriría por ella por el cómic de Frank Miller. Siempre fui un romántico de las palabras. La voz en off de Bruce Willis en la versión original me llenaba de ganas de salir a buscarla y... pero todo se acabó. Vivo entre mentiras, entre sospechas, entre acusaciones que saben que son falsas, vivo en un infierno de paredes de hielo, donde el nitrógeno se licúa en los pulmones porque no quiere volver a pertenecer al aire que me envuelve, en las noches algo sale de mi cuerpo y grita su nombre porque todavía no puede entenderlo. Pero es así. No sé por qué todavía sigo enganchado a toda esa mierda.

Me retengo a la hora de escribir. La rabia me llevaría a un lugar del que no podría salir y no estoy para esto. Tengo todo el futuro en mis manos, pero no importa, el futuro es lo que menos me importa ahora. Ahora camino tambaleándome como un borracho sobre las teclas del portátil. Ya no moriría por ella. Querer a alguien es una tontería, una pérdida de tiempo, me he convertido en alguien a quien hubiese odiado hace sólo apenas un año. Creo que lo mejor que puedes hacer es dejar de leer. Yo no voy a dejar de escribir. Hace mucho tiempo que ya no escribo para nadie, ni tan siquiera para mí. A veces, como hoy, dejo al bicho que se salga con la suya, dejo que grite y se suba por los muebles y salte por la ventana y se pierda loco por las calles.

A veces recupero la esperanza. No suelo hacerlo muy a menudo pero lo hago. Pasan las fiestas y me dejo llevar.

Pero siempre vuelve el día.

Este blog ha perdido su sentido. Ya no moriría por nadie. Cuarenta y dos entradas más y lo cerraré.


jueves, 23 de junio de 2011

No me acostumbro


Busco simetrías, un punto de equilibrio, el amarre a este vaivén, la luciérnaga en el bosque de noche. Busco no buscar, no tener que negociarte, no ser, ni tener, ni esperar, ni correr, ni tener que correr, ni recibir sin dar. Busco, es decir buscaba, paz.

Ayer caí en la cuenta de que hay destinos que uno no debe compartir, que hay lugares a los que uno llega solo y de donde debe partir solo, no soy buen negociante, soy mal compañero de viaje. Empiezo a pensar que la primera idea es la buena, que el resto es una evolución del deseo, una vez llegado hasta un punto, lo mejor es volver al orígen, partir de él sin prejuicios, hablar con uno mismo, contarse cuentos a la luz de la hoguera.

Si miro hacia atrás y veo todo lo que he perdido...

Si miro hacia atrás y siento todo lo que añoro...

Me cuesta decir esto que voy a decir, pero es tan verdad... No sólo no confío en casi nadie, a cada paso que voy dando me encuentro con la cruda realidad de que a uno lo valoran por lo que tiene (o pueda tener). Me he vuelto una persona desconfiada cuando para ser feliz necesito estar rodeado de personas en quien confiar. Así que vuelvo al principio. Vuelvo a las cosas sencillas y palpables, a contar conmigo mismo.

¿Cuánto vale el conocimiento? ¿Cuánto vale los vínculos que creas? ¿Cuánto vale la sinceridad? ¿Cuánto vale el amor, la solidaridad, la comprensión? ¿Cúanto vale tu deseo, cuánto este ejercicio casi diario de escribir por el placer de hacerlo? ¿Cuánto vale, dímelo tú, la luz al final del túnel?

¿Cuánto vale que te cojan la mano?

¿Cuánto vale que te digan que pase lo que pase estarán ahí para que no te pase nada?

Me envuelven galaxias, la luz del sol, el escalofrío del viento al arrasar mi piel con su aliento, la paquidérmica vocación de las nubes, estrellas fugaces invisibles a la luz del día, la voz en off de la voz que escucho mientras escribo, la patria chica de mis afectos y de la que siempre seré un emigrante.

Me envuelven cientos de miles de electrones sin átomo al que pertenecer, haces de luz reflejos de otro haz de luz hijo de tu mismo sol, vivo en cada respiración, mi vista se enreda que cada objeto que veo como una red en un fondo irregular y rocoso, no veo un mundo de espacios vacíos si no rellenos de aire, añoro los aeropuertos, los viajes largos, cogerte de la mano, la tozudez de no querer tener horarios, la inmensidad azul donde naufragué, las primeras luces tras las noches de mis primeras juergas, añoro añorar como antes, es decir, con esperanza.

Siento que a veces, aprender la lección, no sirve de nada.

martes, 21 de junio de 2011

Es mi planeta rojo


En un mundo de fresa serías el sabor ácido de los chicles, te tendría siempre en la boca, hablarías literalmente mi lengua, te bebería en zumo y en caipirinha, me detendría en inventar recetas contigo.

Si fueras mi planeta rojo, mi única misión sería a Marte, respirando sin oxígeno tu aliento, colonizaría tu cama a base de polvos rojos, buscaría agua en tus entrañas, araría tu espalda con las manos, me quedaría a vivir para siempre, quemaría mi nave para no regresar a mi salado planeta.

Aferrado a esta piedra gigante, te veo por un telescopio. No sé nada de ti. Lejos, sólo sé que estás lejos.

lunes, 20 de junio de 2011

Deberían abolir los lunes


Así que esto era sobrevivir... Nunca imaginé que huirte era lo mismo que buscarte, que cuanto más quisiera olvidarte las fechas se empeñarían en desfilar sin ti hacia ninguna parte.

He tenido que borrar el mundo para borrarte y no lo he conseguido. He detenido el calor del sol y no he conseguido apagar su luz.

Pocas personas saben que el título del blog está escrito en futuro y no en pasado. Escribir en pasado se hace cada día más extraño. Uno se detiene en el alféizar de la ventana antes de arrojarse a la calle pero la calle es, en realidad, una caída infinita. La calle es volar sin sentido, caer como cae una pluma desde lo más alto del cielo hasta la sima más profunda.

Y mientras caigo me detengo, alguna corriente sin cuerpo hace que remonte durante un tiempo. Pero caigo. Caigo en tus brazos. En tus ojos cristalinos. Sí, hoy he tenido esa certeza, como la tuve hace casi un año, al soñarte, de la misma forma que soñé con África y África se hizo, de igual modo que aprendí a amar lo más amado y a querer y creer en el agua que nos saciará la sed, no sólo de los labios.

De todas formas, tú ya lo sabes, hace tiempo que perdí el alma. Se hizo añicos contra el suelo, ¿por qué crees que caigo como una pluma? Porque soy un cuerpo hueco. Hueco como un domingo todo el día en casa, como lo que dejan en el calendario los días que uno no recuerda.

No sé cómo decirlo. No sé cómo hacerte entender que echo de menos tenerte a mi lado.

El siglo de las puertas abiertas


Vivo tu abrazo como una venda que me protege y que me cura, me sumerjo en tus ojos como en el agua cristalina, el amor es, para qué negarlo, apostar diez veces seguidas al rojo y creer que vas a ganar (a pesar de que siempre acabaste en ruina), la libertad es una ciudad con todas las puertas abiertas, la confianza una voz que te dice "sigue adelante" cuando estás a oscuras.

Soñar es un colibrí, la belleza tragarse una pompa de jabón gigante.

Encontrarte es encontrarme.

Ser, lo que (fui)/soy/seré a partir del instante después a saber que existes.

domingo, 19 de junio de 2011

El primer día del resto de mi vida.


Estoy diseñando la máquina. Cada día me queda menos para tener listo el prototipo. No es difícil dados mis conocimientos y las técnicas que se emplean. En pocas semanas tendré listo un equipo de menos de diez kilos de peso capaz de potabilizar agua en cualquier parte del mundo hasta 20.000 litros/hora sin necesidad de productos químicos y con muy poco aporte de energía (lo que una TV LED, por ejemplo).

Para caudales mayores, he diseñado un sistema más complejo, pesado y de unos 25 kg. (como un saco de yeso, desmontable para que lo puedan llevar entre dos personas) De veras, ha llegado ese día en el que todo lo que he estado haciendo durante mi vida cobra sentido. A veces uno no sabe por qué elige ciertos caminos. Hasta que llega un día en el que todos los conocimientos, todas las elecciones que has tenido que hacer en tu vida, todo lo que nunca supiste por qué lo hacías pero sabías que lo hacías por algo, hoy se te hace imprescindible haberlo hecho.

Y es que la teoría de los puntos de Steve Jobs tiene mucho sentido. Como por ejemplo, hasta dónde el éxito moderado prematuro hubiera saciado el hambre de conocimiento y de encontrar "eso" que te cambiará la vida.

No sé dónde me llevará todo esto, sólo sé que todas las tristeza, las incomprensiones, los "deberías ponerte a trabajar en un trabajo serio y remunerado, una vida de ahorro", todos esos "eres inteligente, tienes talento, lo estás desperdiciando...", todos los amigos que me han dado la espalda por ser un pobre de mierda que no busca trabajo y tiene en la cabeza todas esas tonterías del agua, todas las lágrimas de impotencia, todas las tarde solo delante del ordenador, las historias que no llevan a ninguna parte, los proyectos huecos para sobrevivir, la luz siempre al final del túnel que nunca acababa.

Puede pasar cualquier cosa pero, os aseguro que acabo de llegar a ese punto de no retorno en el que es mucho más difícil no triunfar que hacerlo y lo voy a hacer salvando vidas. Y lo voy a hacer de una forma de la que me voy a sentir orgulloso de haber sido fiel siempre a lo que yo creía, a defender mi dignidad, mis ideales, mi visión del mundo.

Ahora todo cobra sentido. Todo el camino que me queda por recorrer.

Espero no caer en la autocomplacencia, seguir hambriento, seguir alocado.



Y bueno, ya sabes, nunca nos hubiéramos conocido si no llega a ser porque compartimos estas letras. Las cosas ocurren porque deben ocurrir.

viernes, 17 de junio de 2011

La diferencia entre un cometa y una estrella fugaz.


El caso es que nunca antes había soñado contigo y después de pensarlo durante un tiempo he llegado a la conclusión de que no había soñado contigo antes porque no recordaba los sueños pero éste... éste lo recordaré mientras tenga memoria.

El sueño:

No sé cómo empezaba. Sé que era de noche y yo volvía a casa. No era este piso que tengo ahora pero era una casa de dos plantas también y yo me había encontrado a mi amigo Ricard por la calle y le había dicho que si quería subir tomar algo y me dijo que sí. El caso es que subía las escaleras y oía como voces y entré en la habitación y te vi que estabas jugando con mis sobrinos y sólo recuerdo que pensé "qué haces aquí" pero no dije nada y entonces Meritxell se giró al verme en la puerta y entonces tú también lo hiciste pero justo en ese movimiento, como si al tocar tu mirada la mía pulsaras un interruptor, con la rapidez con la que se apaga la luz, me desperté.

Y pensé: Hoy la encontraré.

Pero no.

Teníamos que habernos encontrado. Pero cuando, por casualidad pasé por delante del stand de donde trabajabas, me acerqué y una de las que debieron ser tus subordinadas me dio un tríptico y entonces yo le dije que conocía la empresa. Me miró con curiosidad y entonces no sé por qué pregunté por ti y me dijeron que ya no trabajabas allí. Y en ese momento pensé que lo que tuve fue un sueño premonitorio incompleto. Tan incompleto como lo nuestro, tan mal iluminado, tan mil millonésima de segundo, tan soso, tan buena gente (tú con mis sobrinos y yo con Ricard) los dos y tanto que nos entendíamos y todo tan ¿por qué? y...

El caso es que luego seguí como si nada. Comí fuera, me fui a las entevistas, salí y me tomé una cerveza (dos) con Laura y le conté lo del sueño premonitorio y se rió de mis tonterías. Luego de vuelta a casa, cansado y somnoliento ya no puede pensar en casi nada.

Lo jodido es que en el sueño habías venido a buscarme porque aún me querías y eso, supongo, pertenece también a la categoría de casi premonitorio. Supongo que deberías seguir pensando en mí pero no lo haces. Supongo que los sueños, sueños son.

martes, 14 de junio de 2011

No sé si tú y yo haríamos un buen trato.


Me he pasado la vida ardiendo por dentro en una hoguera de mapas antiguos y equivocados, y la vida buscándote en los meandros de los ríos, en el corazón de cemento de ciudades pegajosas en verano y duras como piedras en invierno.

He salido a buscarte vestido de palabras que han erosionado montañas, que han hecho brotar en mi pecho cien mil lagunas, he atravesado la barrera del tiempo tan sólo con lo puesto y he masticado el frío con la boca y con los huesos. Te he encontrado y te he perdido, te he vuelto a encontrar y te he vuelto a perder. Te volveré a encontrar, lo sé, siempre lo he sabido, la llama que no se apaga me lo ha dicho sigilosa y al oído como los secretos que llevan la advertencia de un peligro escondido.

He salido de las cavernas, he dominado el fuego, construido una rueda, he dominado las estrellas, la voz, la palabra... para escribir todo lo que al salir de mí te emocionara, me he convertido en esto que soy para que el día que me encuentres sepas que soy yo, yo ya sé quién eres tú.

He volado cometas, he creado senderos en las nubes, caminos de agua, veredas en la piel de tu espalda, te he susurrado al oído hasta que se te ha erizado la piel del alma, he escrito poemas que sólo pertenecen al viento y a la cara interior de tus muslos, he creído en tí mucho más que tú misma, te he arrancado el plástico del envoltorio para que estrenaras el aire y la vida.

Yo sólo pretendo ahogarme en tus ojos, clavarme en tu alma con las manos atadas, que vengas a donde yo voy, que me dejes ir a donde tu vayas.

lunes, 13 de junio de 2011

Derrámame


Sé que hoy es uno de esos días intermitentes, uno de esos días que parpaedean como un semáforo averiado. Lo sé desde que abrí los ojos esta mañana, lo supe sin saber cómo, debe ser la incercia que me lleva, reconozco el tiempo y el espacio y sé cuándo está hecho de tierras movedizas y hoy lo está. Por eso sé que va a ser un día difícil de clasificar incluso cuando haya pasado el tiempo y sólo sea un grano de arroz en mi memoria.

Hace días que no sé qué escribir, que escribo arrastrando las palabras por el suelo, días en que ya no encuentro personajes, ni lugares, ni nada que me motive. Voy de un sitio para otro, dando vueltas, disuelvo las horas en trabajos mal pagados, sueño sueños envasados al vacío, y me siento como, desde siempre, un intocable.

Esta entrada también se perderá entre todas las entradas, probablemente le pasará lo que a mí y no tendrá ningún comentario. Peor que los días grises son los días huecos como aquellas bolas del mundo que llevaban una bombilla dentro, un mundo que ya no es el mismo que hace veinte años.

Hoy me pesa el aire en los pulmones (no sé el porqué), me pesa el mi-me-conmigo que es un blog, me peso yo más que nunca, me parece insoportable llevarme a cuestas, personaje o persona, con la máscara blanqueada, la luz de la luciérnaga encendida por las noches, esta sensación de sentirme traicionado a cada momento.

El contestador ya no contesta, los amigos se van yendo, la distancia es una cuesta abajo, una de esas canciones que ya van por el cuarto minuto, sigo escribiendo sin encontrar sentido a lo que digo, sabiendo que cuando me leas pensarás que es más de lo mismo y tendrás razón, no cambia casi nada, sólo la queja perpétua en los dedos sobre el teclado negro, la pizarra velleda delante de mí con esquemas extraños y diagramas imposibles, irrealizables a corto plazo, y veo fotos de paisajes con agua y diseño a ratos libres ingenios que limpian el agua, me cuesta empezar cuando llevo días solo, cuando siento que se me estanca el alma entre estas cuatro paredes.

Respiro algo mejor. Es hablar del proyecto y nacerme un manantial en el pecho, un torrente impaciente, una linterna de luz, una saber que hacia donde voy está mi vida.

Se me ha roto un hueso del pecho, ha sonado clack! y todo se ha vuelto a colocar en su sitio. A veces necesito saber el motivo de mi tristeza para saber que mi alegría está en ese proyecto de agua, en la vida de las personas que podré cambiar.

Es algo que está en nuestras manos.

sábado, 11 de junio de 2011

Mi mapa del centro de tu ciudad


No sé, en fin, a veces creo... a veces creo que nunca te irás y eso me ocurre cuánto más tiempo pasa desde que te fuiste. Recorro las calles por las que he pasado mil veces y sólo recuerdo una tarde, la primera en la que te llamé y tú estabas cerca pero no coincidimos por unos metros de distancia; es extraña la selectividad de la memoria.

Anoche iluminabas la plaza del Sol, inalcanzable; llovió (tú no estabas) una lluvia corta y seca como un hachazo y también iluminaste el suelo mojado, parecía que el cielo titilaba de estrellas bajo los pies mientras las nubes le daban una consistencia de cemento seco al univeso sobre nuestras cabezas. Me mirabas. Hablabas con él pero me mirabas a mí. Y yo bebía una copa de sabor dulce (no tan dulce como el zumo de tamarindo que me bebí unas horas antes para probar), recordé también otra tarde hace tiempo en esa misma plaza y en esa misma esquina frente a una copa igual... en la plaza del Sol siempre refresca cuando voy.

Anoche no bastaba con abrazarnos a los árboles, se me durmieron cascabeles en los oídos, un perro negro y joven jugaba a que le lanzaban un muñeco, un niño le enseñaba a otro más pequeño un globo con el que jugaba y yo no pensé que era tarde para que los niños estuvieran en la calle a esas horas, lo pensé más tarde, cuando entré en el Mirasol y me miré al espejo por si es verdad eso que dices de que mis ojos son más verdes bajo luz artificial que bajo el sol.

Luego, me perdí de vuelta a casa, y durante esa hora en coche pensé que eras inalcanzable porque tampoco sabría qué hacer contigo si te alcanzase, en los rincones perdidos de tu cuerpo hay lobos acechando. Recordaré siempre el suelo iluminado de lluvia, de farolas, de ti, siempre que vuelva y tu recuerdo se mezclará con esos otros recuerdos únicos que impregnan ciertos lugares a los que he pertenecido y me pertenecen como un mapa a quien lo lee, como quien lee un mapa al camino que emprende como consecuencia de leerlo.

No sé dónde acabará mi vida, mi realidad es tan distinta a la que yo creo que vivo... es como estar en un vagón varado en una vía muerta mientras crees que vas camino de alguna parte.

Siempre acabo poniéndome triste.

miércoles, 8 de junio de 2011

La tregua

La lluvia me concede una tregua. Dicen que lloverá hasta el viernes, desde que lo sé llevo el viernes en la boca como esos perros que aprendieron a ir a por el periódico al kiosco de la esquina, viernes, viernes, viernes.

El caso es que cuando releo los momentos de lluvia en el blog, me asalta una vergüenza inexplicable, me siento como si ese que escribe fuera algo mucho más que yo, como si el niño que llevo dentro me dijera "joder, tío, no era esto lo que debíamos ser. Tendríamos que tener otra vida, con más amigos, más barbacoas... ni siquiera hemos aprendido a ir en bote de vela..." El caso es que esos días de lluvia son un síntoma de que algo no va bien, como la fiebre lo es para una infección.

Reconozco que paso demasiado tiempo en casa, que me centro demasiado en preguntarme porqués que no tienen respuesta ni remedio, reconozco que muerdo a la más mínima y me acabo alterando ante lo que considero injusticias, que me entristece que la avaricia de algunos acabe con las ilusiones de otros y que encima se atrevan a llamarlos(nos) ilusos.

Entiendo que la vida es algo tan precioso que vivirla como la estoy viviendo ahora es desperdiciarla y entiendo también que me cueste sobreponerme a los fracasos continuos porque es algo que nos pasa a todos. Cuantas más veces lo intentas más posibilidades tienes de fracasar pero también de conseguir lo que deseas.

A veces me siento como si nadie me comprendiera y quizá por eso escribo en este blog, por si soy capaz de explicarme, por si alguien en algún rincón de este planeta me entiende.

Soy un tío divertido, a veces he colgado algún texto cómico, los que me conocen saben que mis mails son hilarantes y están llenos de ingenio, mi profe de novela tenía esperanzas en mí, y soy un ingeniero aceptable con una visión amplia del mundo. Soy cariñoso pero mantengo mi carácter, soy solidario porque entiendo que el amor en mayúsculas es, entre otras cosas, una palabra de consuelo, otra de ánimo, compartir risas, estar ahí... también cuando las cosas van mal.

A veces siento que vivo sin una piel que me separe del mundo, me siento como si me hubieran desollado la inocencia. Soy, básicamente, un hombre crédulo y no hay nada peor para alguien como yo que estar en esta situación de necesidad. Necesidad, ilusión, credulidad... mala combinación.

Soy así aunque me duela. Llegar hasta esa conclusión me ha costado muchas horas de terapia. Siempre quise cambiar cuando de lo que se trataba era de aceptarse (que no resignarse). Eso me condena a no cumplir las expectativas de otras personas y a que éstas se busquen otra opción más rentable que yo. Me cuesta separarme de alguien con quien creías que existía un vínculo de solidaridad, me cuesta remontar las decepciones (como a todos) y el niño que habita en mí pierde algo más que un compañero de juegos, pierde la capacidad de amar y la sentirse amado.

Es buena la lluvia y la melancolía, porque se van y queda retomar la vida en el punto en el que se había dejado. Y yo ya estoy con el proyecto del agua de nuevo, me va a salir bien aunque sólo sea por estadística y voy a viajar y voy generar muchos proyectos, voy a lanzarme a un mundo enorme donde conocer a centenares de hombres y mujeres como yo. Doy por bueno todo lo que me ha sucedido y me sucederá.

Supongo que te gustan más los textos donde soy más poético pero a veces necesito poner en orden algunos asuntos que tienen que ver con quién soy y qué quiero.

martes, 7 de junio de 2011

Una mala decisión


Superar la lluvia siempre se me hace cuesta arriba. La lluvia, no sé el porqué, me trae a la cabeza el último día que pasamos juntos, aunque ese día no lloviera. Los recuerdos son una tropa desleal y propensa a saquear el alma, una llamada telefónica puede traer una silenciosa revuelta piel adentro y destruir lo construido a lo largo de mucho tiempo.

Hoy he tomado la determinación de no tomar decisiones importantes los días de lluvia, aunque pensándolo bien no debería haber tomado esa decisión mientras veo resbalar las gotas de agua por el reverso del cristal, podría decir que es una paradoja, o un contrasentido, pero me quedo con eso a lo que soy tan propenso y digo que es otra estupidez más de las mías. No se me da bien tomar decisiones. No se me da bien encontrar una salida negociada a esa muchedumbre de miedos y deseos que habita mi pobremente amurallado corazón.

Hace tiempo que dejé de aparentar lo que no soy. Dejé de hacer entender al mundo que soy fuerte. Nunca lo fui, quizá siendo niño pude haberlo sido. He luchado todos los días de mi vida contra la melancolía, todos y cada uno de ellos han sido una victoria o una derrota, una derrota de mil caras distintas. He amado y he perdido, he vuelto a amar y he vuelto a perder. He creído en mí y me he defraudado. He defraudado a los demás... vivir se ha convertido en mi victoria diaria. Podrías pensar que me conformo con poco y tendrías razón. Pero luego están los días en los que no llueve, y todo cambia.

Todos y cada uno de los que han pasado por este blog saben cuál será el final, la belleza que intento transmitir con las palabras quedará cubierta por el polvo del tiempo, nadie recordará mi nombre y quienes creyeron conocerme enviarán mi recuerdo a un pozo donde descansaré para siempre. No es el peor de los destinos. El peor de los destinos es haber vivido.

Si hay una cosa que no se le perdona a un hombre es la derrota en esa lucha silenciosa contra los elementos, las palabras que son puñales, las emboscadas en el bosque de las cosas que se dicen a la espalda y son mentira. Si hay una cosa que no se le perdona a un hombre es no mostrarse ante los demás. ¿Qué más me da a mí? Yo voy a lo mío, y pienso en un mundo con agua para todos, solo, por si me pierdo, porque probablemente me perderé, porque soy un desastre para las relaciones personales y es mejor que el destino me alcance como un rayo.

Hoy he tomado una decisión. Una mala decisión. Lo sé, porque me lo ha dicho la lluvia.

lunes, 6 de junio de 2011

Sweet Frankenstein


Nunca he sabido cómo empezar una carta, una nota, un cuento, una novela, un día. Los días me sorprenden cuando me despierto, me imagino que me subo a ellos como a un tranvía en marcha, el primero que pasa, sin saber en qué dirección va ni si sabré volver de allí donde me baje. Imagino que para eso se inventaron las rutinas y me pregunto en qué clase me salté esa lección. Recuerdo que en cuarto curso estuve enfermo cuando explicaron todo eso de los meridianos y paralelos, y estuve varios días sin atreverme a preguntar qué era eso. Me sorprendió que faltando sólo tres días me hubiera perdido tanto, también pensé que no era tan listo como creía y que el conocimiento era algo inabarcable y sorprendente en sí mismo. Quizá por eso me subo a los días en marcha, porque no sé a dónde ir.

Nunca te he escrito una carta. Hubo un tiempo en que todo lo que escribía eran cartas. Cartas con o sin destinatario. Mi profesora de novela me decía que había creado un nuevo género, pero yo entonces ya sabía que soy un inventor de matices y que los matices no tienen salida a bolsa y que más vale una sentencia que una aclaración, un perfil distinto o una cesta llena de ideas hechas palabras, conceptos de luces o de sensaciones, de hechos observados desde otro ángulo.

Hago una interrupción en mi trabajo. Trabajo que llevo en mi notebook apoyado en las rodillas mientras, sentado en este día sobre raíles, me duele el alma, porque el teléfono es cruel y despiadado y no entiende de dividendos ni de sueños, sabía que algo iba a pasar y que el teléfono es como esas máquinas que derriban edificios con una bola enorme de acero.

Apareces de nuevo y yo tiemblo como una hoja, ni siquiera apareces y creo que me voy a morir. Y no es justo. No es justo que las cosas sucedan así. Me jode entender las cosas pero es mejor que todo se rompa en mil pedazos y yo me corte con ellos las plantas de los pies al pisarlos. No puedo odiarte y te odio, lo peor es perder a todas horas lo que perdí ya hace tiempo. Lo peor es no poder soportarlo.

Así que mejor no escribo cartas, ni novelas, ni cuentos, así que mejor dejar pasar los días sin subirme en ellos, mejor así, mejor dejar que la vida vaya por un camino y yo por otro.

Yo sólo quiero que me dejen en paz los teléfonos.

A veces me siento como un vampiro, condenado a evitar a la misma gente con quien desearía estar.

Ya nada volverá a ser como antes


Pero no sé, ya creo que no. A veces sus palabras me dolían un Universo con todas sus estrellas y es que aquello me sorprendía acordándome de ella, la lluvia me recordaba a ella, el olor de mi coche, las voces de mi cabeza... me traían al presente el deseo de nuestros cuerpos, más cercanos al ansia del náufrago que achica con las manos agua del bote que tiene una vía que el de dos adultos queriéndose los fines de semana.

Te aseguro que eso me quita el sueño. Me lo quitó la semana pasada y este domingo. No soy un hombre al uso, cuando la presión atmosférica baja me hundo con ella, como si la columna de mercurio fuese un ascensor que llega hasta el sótano, una liana que hunde sus raíces (si las tiene) en la tierra. No he podido saber aún hasta qué punto hubiera muerto por ella, cuál hubiera sido el desencadenante ni el porqué de preferir que ella viviera incluso si eso supusiera mi muerte. Supongo que la mala literatura me llenó de plomo los pulmones y respiré su nombre hasta enfermar. Quizá sólo fue eso y quizá eso fuera todo. Ahora me quema, me quema por dentro como si al contacto con mi sangre, su recuerdo entrara en ebullición y mis venas se convirtieran en ríos de lava y mi boca en un volcán.

Recuerdo el último día como si fuera ayer y entonces me doy cuenta de que el nombre de mi blog significa que preferiría morir antes que vivir sin ella. Y quizá sea eso que no puedo evitar sentir, quizá sea eso precisamente lo que necesito evitar pensar. Porque tarde o temprano siempre acabo echándolo a perder todo.

A veces me siento tocado por la mano de un dios cruel y equivocado.

jueves, 2 de junio de 2011

La burbuja en el alma


Las palabras se me agolpan en la boca de los dedos atascando la salida, el aliviadero por donde deberían irse todas y desaparecer de mi vista para siempre; nunca me importará a dónde van, yo escribo para desagüarme, para vecer la presión osmótica de la piel de mis ojos, para no explotar como un globo lleno de agua.

Nunca he entendido el mundo, nunca he querido aceptar lo que entraba en mi cabeza. Siempre fui un rebelde con cara amable... quizá siempre me faltó el porqué de casi todo, nunca imaginé que hay cosas que no tienen una razón de ser, que la razón no llega a todas partes; que hay cosas que son como son.

Ayer dormí todo el día, me moví, hablé, trabajé, salí, soñé... pero yo no estuve del todo allí, no era yo quien, empujado por la inercia, ejecutaba cada una de las acciones, mi alma había decidido irse... esta mañana tampoco estaba. Sé que no volverá.

Ayer me dí cuenta de que ya no merece la pena ser yo, que no me cambiaría por mí si fuera otro, me di cuenta de que no se puede huír hacia adelante para siempre y oscuras. Ayer ví lo que los demás ven de mí y sentí indiferencia.

Escribir en el blog es como aliviar la presión que de quedarse dentro me destruiría, así que es un poco como darme el permiso a seguir hacia adelante. Luego está lo del agua, lo de los equipos de potabilización, lo de la ayuda internacional y lo de... solo, siempre solo. Al principio pensé que la gente se iba, pero más tarde me di cuenta de que soy yo quien los aleja. ¿Importa? Ya no me importa.

Ha llegado un momento en el que ya no puedo engañar a nadie porque ya no puedo engañarme a mí mismo.

Así que aquí estoy, haciéndo un paréntesis en la redacción del proyecto, viendo a un gorrión sobre la mesa de la terraza, dejándome llevar por esta mañana de jueves que casi refresca, pensando en que he cogido frío en la espalda y me acecha otra vez la lumbalgia, con miedo a que lo que vendrá será lo mismo que ha sido, sabiendo que lo mejor para ti siempre es ignorarme.

Y sé que puede que confié en ti más de lo que debía, pero ¿qué le voy a hacer? quizá necesitaba creer que podía confiar en ti.

miércoles, 1 de junio de 2011

Maldita lluvia


Hoy he amanecido alborotado como la noche y diluviado como el suelo de mi barrio, que hoy se desperezó fresco y limpio como las fotos que me mandaste en tu correo. Imaginé tu cara detrás de la cámara y la imaginé sonriendo como si la foto te la fueran a hacer a ti. Sé que tus días son mejores de lo que hubieran sido conmigo. Lo sé por las sonrisas y lo sé porque te sigo queriendo. De otra forma menos egoísta, debe ser que maduro y madurar tiene mucho que ver con esperar menos.

Hoy me he quedado en casa, alborotado como el asiento de atrás de mi coche, como los cristales de mi corazón empañados por el vaho del deseo y desde el que, si escuchas con atención, puedes oír repicar las gotas de lluvia sobre su capó metálico.

Y he salido a ver a un cliente y luego he regresado. Y al llegar a casa, entre el comedor y las ganas de verte, me he perdido en las distancias, encerrado en esta burbuja de aire de paredes venenosas como la piel de las medusas, me he perdido de nuevo en la cámara aislante de los muros de esta cárcel, encerrado conmigo mismo y con esto caliente y pesado que me envuelve, esto que es como un nido de avispas que revolotean como palabras creando imágenes que me impiden vivir del todo, a medio gas por tu autopista, dejando a un lado el contacto directo con el mundo y eludiendo esa conversación que debería tener conmigo mismo.

Hacía días que las cosas iban bien pero empecé a dormir menos y a sentir que tengo ganas de encajarme en tu hueco, que se inunda con la lluvia, esta lluvia de ayer, por ejemplo, que habla en morse un trabalenguas de lluvia en el que se cuela tu nombre con otro nombre.

Hoy he repasado el relieve de tus días con la yema de mis dedos, acariciándolos como si fuera tu piel y he pensado que quizá debería dejar de añorarte. Y te juro que lo he intentado. Te juro que he intentado dejar de quererte u odiarte, de pensar en cómo la lluvia caerá sobre tu calle, he intentado olvidarte para dejar espacio en mi vida para mí mismo, pero entonces he pensado que mi vida sin ti me viene grande.

Y que eres feliz porque no estoy yo.

Y que lo mejor es esto.


A veces tengo la sensación de que la gente es feliz conmigo, pero mucho más feliz sin mí, cuando ya no estoy.