lunes, 26 de febrero de 2018

Conocer a Bill Gates


Una vez hice un trato. Han pasado diez años y no podría decir si el resultado fue un desastre o lo que me llevó a tener una vida más o menos interesante. Lo bueno y lo malo son, en realidad, lo mismo, la misma jodida mierda. Todos acabaremos muriendo, algunos tendrán la suerte de vivir muchos años en los que añorar cuando eran jóvenes y pudieron hacer cosas que ahora no pueden hacer.

Reconozco que yo empiezo a pensar eso. Dentro de poco cumplo años. Maldita sea, soy una versión vieja de algo que fue un último modelo, ni siquiera soy un clásico. Soy como uno de esos coches a los que no se les repara porque no merece la pena, no sabes si quedan piezas, o si el precio del arreglo será mayor que el valor del coche.

Maldita sea, debería estar cuidándome y no partiéndome la cara. Creo que como mucho me quedan cinco años buenos, siete a lo sumo. Espero que todo vaya bien porque si no voy a acabar como uno de esos que deben vivir de la beneficencia.

Los tratos son, casi siempre, una apuesta. Un contrato es algo más formal, algo a lo que acudir cuando todos quieren ganar más de lo que le pertenece, pero un trato es un acuerdo entre dos personas, entre dos seres humanos, entre dos miradas.

Y yo ahora soy más de trueques, de cumplir sueños a base de cumplir sueños.

De hacer lo que se quiera hacer antes de que sea demasiado tarde.

No sé cuándo vamos a morir, pero me gustaría no arrepentirme de cosas. Sobre todo, de las que no hice.


domingo, 25 de febrero de 2018

Otra entrada sin demasiado sentido


Un día todo parecerá como que mereció la pena hacer esto. Y aunque no sea del todo cierto, seguramente lo daré por bueno. No discutiré si sí o si no con quien haga esa afirmación.

Aunque lo más probable es que esa percepción la tendré yo.

Y no sé si, a la vista de las últimas decisiones, debería dárseme mucho crédito.

O, directamente, ninguno.

jueves, 22 de febrero de 2018

Un gato blanco llamado Romeo


Creo que nunca tuve ninguna posibilidad, que fue el enésimo intento baldío. Si hay algo a lo que estoy abonado es a repetir las mismas historias en todas las facetas de mi vida. A veces tengo la impresión de que no aprendo, de que sigo y seguiré orbitando enternamentelos mismos temas, la misma idea perfecta. No importa demasiado, desde que me he dado cuenta que somos tan finitos y que ya he rebasado el ecuador de mi vida (y ni tan siquiera sé cuando) me he vuelto más impaciente.

Escribo esto en una cafetería abarrotada al lado del departamento de Industria y son las ocho y pico de la tarde de un jueves. He renunciado a volver a casa sin darme un rato para mí, no me gusta en lo que se ha convertido mi vida, pero tampoco me atrevo a pensar en qué quiero que se transforme. Siempre he dicho que estoy viviendo mi sueño y que, en el fondo, todo esto, no es más que una aceptación tácita de que me equivoqué hace mucho tiempo y que he seguido por inercia mientras me digo que lo hago por convicción, pero en realidad, no creo que pudiera hacer todo esto sin la certeza de que vivo un tiempo que no es mío.

Que es tiempo prestado.

Que debí morir en un accidente hace veintitrés años. O en otro hace doce. O que podía haber muerto en aquella insconsciente huída hacia adelante en la India.

Hoy he tenido una reunión con un posible inversor indio. No nos hemos entendido. Es necesario entenderse con alguien a la primera.

Dicen que sabes que una persona va a ser importante en tu vida al cabo de siete minutos de estar hablando con ella.

Yo no lo creo. Yo creo que, en realidad, las personas somos animales enterrados en bloques de hielo esperando a que llegue alguien que quiera gastar su calor en derretirlo.

Pero no nadie llega.


lunes, 19 de febrero de 2018

Aquellas tarde de abril en Coney Island



Podría cambiarlo todo, podría retirar lo prometido y dejar que las cosas se diluyeran poco a poco, pero entonces... entonces sería como haber tirado la toalla en el momento en le que más cerca estoy de conseguir algo.

Sólo unas llamada. Estoy a sólo unas llamadas de hacer algo grande, de llegar a la meta. Y sin embargo, siento vértigo, vértigo de conseguir algo que puede sobrepasarme.

Lo quiero hacer bien. Y no sé si sabré.

A veces siento como si no tuviera el poder para desarrollar el negocio que todo el mundo ve que se abre ante mí. Es como si fuera uno de esos personajes de Auster que acaban por dejarlo todo y al final tienen un golpe de suerte. Siempre me acuerdo de El Palacio de la Luna y de Kitty Woo, de cómo al protagonista lo salva ella.

Todos los solitarios tenemos la esperanza de que llegará alguien y nos salvará, pero eso nunca ocurre, porque no es que seamos personas normales que viven en soledad. En realidad somos seres solitarios con problemas para relacionarnos con los demás y con el mundo, y preferimos la soledad porque es mucho más controlable, aunque sea una vida minúscula y casi siempre cuesta abajo.

Creo que por eso me gustan las novelas de Paul Auster, porque en el fondo me veo reflejado en sus personajes, en cómo dudan, en cómo su alter ego duda y da rodeos, en cómo van de un sitio para otro a pesar de que les da igual casi todo hasta que se obsesionan con algo. Reconozco que en cuanto leí a Auster quise ser, de nuevo, escritor. Pensé "sólo tengo que escribir tal como pienso o siento, mover al personaje como me movería yo", pero claro, eso fue antes de que me convirtiera en esto en lo que me he convertido ahora, es decir, un inventor al que le cuesta que sus inventos lleguen a venderse. El gran problema es que es difícil ser un vendedor cuando lo que quieres, en realidad, es que te dejen en paz.

Supongo que todo estará bien más adelante, cuando todo esto haya pasado y todo lo que he estado trabajando dé sus frutos y quizá, sólo quizá, tenga tiempo y espacio para escribir. Pero no sé si esto acabará sucediendo, a veces creo que no será así, no sé, es el vértigo, algo así como miedo al éxito, como si triunfar en los negocios me conviritiera de forma inmediata en algo que no quiero ser, en alguien que no me permitirá volver atrás y ser el solitario y escurridizo hombre que siempre he sido.

A veces el miedo a algo hace que te metas mucho más adentro de la situación que te provoca ese miedo. Es como si uno sólo pudiera salir dándolo todo y dejando que las cosas vayan por su curso hasta que ese camino se acabe en un cruce donde deberás elegir de nuevo.

La sensación hasta ahora es que no tengo muy claro si me equivoqué cuando me metí en todo esto de la nueva empresa. Al principio creía que no, pero ahora estoy paralizado. Siento que estoy al borde de la piscina y debo saltar, pero intuyo que el agua está fría y no sé qué hacer. Cuando no sé qué hacer intento averiguar todas las posibilidades y me pierdo en un montón de pequeños matices que acaban por agobiarme. 

Me gustaría creer que en menos de quince días todo cambiará, que todo empezará a dar los resultados por los que he estado tantos años obsesionado. Y si no es así, sé que seguiré luchando, aceptaré que éste es el sino de mi vida y que en el fondo, intenté pasar por este mundo tratando de cambiarlo para mejor y eso, eso habrá valido la pena no sólo como pensamiento que reconforta, sino porque a día de hoy no se me ocurre ninguna otra forma de entender mi vida, al menos en el punto en el que está ahora; es decir, en un punto casi muerto, en el que lo único que me va a hacer seguir hacia adelante es creer que todo tiene un sentido mágico, que en realidad, formo parte de un plan más grande que yo mismo y al que no me queda más remedio que seguir.

Y eso, en el fondo, es lo que hacemos casi todos. O tener un objetivo o renunciar a él.

A veces sólo es cuestión de suerte saber bajarse a tiempo.

No sé si yo lo haré o tenía que haberlo hecho ya. En cualquier caso, a estas horas de la noche y teniendo que acabar un proyecto que debo presentar mañana, espero que al menos, pueda seguir escribiendo muchos años más, algo al menos, lo que sea, un blog, un relato o esa novela que supo bajarse a tiempo de mi vida.

Y por supuesto, seguiré esperando a que Kitty Woo me salve de mí mismo, a sabiendas que no quiera ser salvado, sino que, en el fondo, comprender que alguien se preocupe por otro alguien es como un acto psicomágico en el renovar mi fe en la humanidad.

Supongo que todo esto es porque no le encuentro sentido a la vida dentro del contexto en el que la vivo últimamente, siempre pendiente del teléfono o del ordenador.

Puede que, en realidad, no esté parado, sólo esté distraído en exceso, con menos horas de las que riquiere vivir de verdad la verdadera vida. Antes de que exisitiera internet o los teléfonos móviles. No sé. Yo creo que mi generación ha sido superada ya por los avances tecnológicos. Sí, quiza sólo sea eso: que empiezo a no poder procesar con inteligencia lo cotidiano.

Quizá sea eso. Quizá deba volver a leer a Auster y preguntar a sus personajes qué harían ellos.

Como si fueran un oráculo.

O a las viejas canciones.

viernes, 16 de febrero de 2018

El año en el que aún éramos casi inocentes



Al principio creí que las cosas eran como eran y que no había forma de cambiarlas. Cambiar es algo difícil. Algunos estudios afirman que la red neuronal entra en simpatía con la red neuronal de la gente con la que sueles convivir. Supongo que esa es una de las razones por las que me gusta vivir solo. No me gusta influir ni mucho menos que me influyan. 

A veces creo que, en realidad, yo ya sabía a lo que venía y aun así quise venir. El niño que fui no. Fui un niño enfermo y solitario. Me socialicé tarde y, la verdad, no mucho. Los otros niños me ponían nervioso con sus gritos y sus juegos. En ocasiones sí que me acerqué a ellos, pero siempre era momentáneo. Siempre pasaba algo que me devolvía a mi estado natural de indiferencia.

Creo que si algo me define, es mi capacidad para estar sin ver gente mucho tiempo, quizà porque en el fondo todos están dentro de mí. Es como si me gustara la gente, pero de lejos, sin interactuar demasiado, con un espacio de seguridad habilitado para no refugiarme en él. Algo así como una habitación del pánico en la que sentirme seguro un tiempo y poder salir cuando el peligro haya pasado.

Pero el peligro que te lleva a ese lugar nunca acaba, sólo se transforma en otra cosa o en otra persona.

Siempre tuve la sensación de que los primeros ochenta fueron algo así como una época de inocencia programada. Y que éste fue como un himno a lo superficial, pero pasado el tiempo, creo que fueron años de ocultar lo sucio y feo bajo la alfombra. En el fondo, me gustó crecer en aquella época, y supongo que todo idealismo necesita de un tiempo pasado así.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Unos pinos rojos al lado de un arroyo



Por aquél entonces solía hacer tratos. Tratos que en relidad eran apuestas que tanto podía ganar como perder. Sé que las cosas, en realidad, siguen siendo lo mismo y que apenas he cambiado a peor en casi todo. No queda rastro de... en fin, de la novela con la que empezó todo esto hace diez años.

Hace diez años estaba tan lejos de cumplir cuarenta de lo que hoy estoy de cumplir cincuenta. Tenía la sensación de que todo era posible y hoy sé que casi todo es posible si estás dispuesto a dejar demasiadas cosas aparcadas un tiempo que intuyo que es para siempre.

El blog tiene exactamente diez años, un mes y un día. Y la última entrada era, en el fondo, la misma que la primera. El mismo personaje, las mismas carreteras, el mismo coche, una road movie sin fin. Una huída. Me acabo de dar cuenta. Si pudiera dar sentido a todo, creo que podría darlo ahora mismo: todo era una plan. Un plan urdido por no sé quién. A veces creo que decidimos la vida al revés. Es decir, nuestro yo del futuro se inventa unos recuerdos que pasan a ser nuestra realidad como seres recordados.

Seguramente desvarío, aunque sospecho que creer que desvarío es otro de tus trucos de tu yo del futuro para que no lo estropee todo.

Si lo pararas a pensar, es lo que más sentido tiene. Una vida al revés con tantas infinitas posibilidades para ser el que se es el último día. Un mustang y carretera, el parque Pfeifer y la cascada, los red woods y el sonido del arroyo al que juré que volvería.

Empiezo a creer que mi yo del futuro nunca coincidirá en un mismo tiempo ni en un mismo espacio con tu yo del futuro. Que, en el fondo, alguien de los dos dio por bueno este desencuentro cotidiano dentro de unos años, que yo tuve que aprender a conducir solo por carreteras que aún no conozco y que tú sabías que era mejor así como suelen saberse esas cosas: por intuición o por su propio peso.

Y mi yo del futuro siempre se arrepentirá de haberse arrepentido.

Hoy estuve a punto de proponerte un trato.

Una road movie a cambio de un puñado de palabras.



(Puede que incluso hubiera escrito el encabezado del correo)

martes, 13 de febrero de 2018

El barrio koreano, la Paramount, Figueroa Street y Bunker Hill



Un mustang. Los Angeles, la carretera de la costa, San Francisco, Las Vegas, El gran cañón, Boulder...

domingo, 11 de febrero de 2018

viernes, 9 de febrero de 2018

Prefiero la música.



No sé si las cosas hubieran podido ser mejor, pero ahora que han pasado tantos años, me gustaría creer que todo estuvo bien, que no faltó ni sobró una coma, una mirada, ni un ojalá.

Y si he de ser sincero, puede que hoy esté contento de cómo acabaron las cosas, que dejáramos una puerta abierta a la que nunca quisimos volver a ver si alguno de los dos la había cerrado a tiempo.

No sé nada de ella, sólo sé que me salvó cuando no necesitaba ser salvado y que pensó que yo no era lo suficientemente bueno para ella. Con toda la razón, no voy a negarlo.

Desde entonces huyo de todo aquello que pueda poner en peligro esta certeza de que nadie ni nada merece poner en duda esta paz que me he ganado a base de decir adiós a modo de saludo. Así estoy bien, y eso es mucho más de lo que podía decir antes.

Desde entonces he perdido vocabulario, pero no me importa. Sólo creo en lo que se puede nombrar con un número limitado de palabras. No quiero más de las que podré recordar cuando me quede sin memoria, no quiero más que las que me priven de su nombre.

Ya no la busco en google.

He renunciado a su Facebook.

Sólo el puto linkedin se empeña en que tenemos demasiados perfiles en común como para ignorarnos.

Sé que cambió de trabajo.

Sólo eso.






miércoles, 7 de febrero de 2018

Los años amables


Creo que aprendí tarde. La vida en los pueblos transcurre más lenta, quizá encajada entre rutinas que son más antiguas que las mismas calles que la delimita geográficamente. Podría decir que cuanto más estrecho es el círculo en el que te mueves, menos perspectivas tienes de ver más allá de un recuadro físico y social. Ahora siento rabia al recordar mi infancia, mi adolescencia y los primeros años de juventud. Una rabia de la que no era consciente hasta hace mucho tiempo porque hace poco que trato de explicarme qué hago con esta edad en esta situación.

Y la conclusión a la que llego es que perdí un montón de años sin saber hacia dónde quería ir, no porque a veces eso se descubre tarde, sino porque nunca tuve la creencia real de que podía hacer lo que quisiera. He de decir que mientras escribo esto estoy temblando preso de una tristeza difícil de medir con palabras. Hace días que siento una especie de soledad mucho más profunda que la que normalmente vivo físicamente. El hecho de haber parado una semana, de haberme tenido que quedar en cama, me ha lanzado contra un muro de realidad al que siempre había evitado mirar.

Supongo que en la vida si paras de pedalear también acabas cayéndote y yo siento que estos días he caído. Que ya nunca volveré a ser el mismo porque he entendido que ya nada tiene sentido, que vivir es lo peor que le puede pasar a alguien como yo. 

Nunca he estado preparado para esto. La vida no va conmigo. Reconozco que he hecho esfuerzos para conseguirlo, pero en el fondo, todos los que me conocen saben que tarde o temprano mi destino estaba escrito desde que nací.

Me parece tan estúpido todo...

martes, 6 de febrero de 2018

La norma


Son las dos de la madrugada. No puedo dormir. Creo que no tengo explicación para lo que está pasando. Me gustaría tenerla, pero no la tengo. A veces me pasa que no sé dónde estoy. No tengo un plan claro. A veces dejo que las cosas sucedan y luego no suceden.

Hace días que estoy esperando hacer la presentación de lo que tengo a alguien muy importante. Y luego, pues eso, demasiados problemas que no debería tener, que no son míos, pero los tengo ahí.

Y no puedo escribir.

No me gusta leerme luego. No quiero ser ese que escribe. En realidad yo quería ser otro. Quería ser el personaje que quería salvar a María, ser sólo una líneas durante unas cuantas páginas. Algo que se terminara pronto, una historia con final abierto y quizá una segunda parte.

Me gustaría ser bueno en algo, pero creo que lo soy en nada. Tengo mal carácter y cada vez va a peor. Y lo peor de todo es que cada vez me importa menos.

Estoy seguro que tarde o temprano acabaré con todo. Creo que eso lo llevo en la sangre. Hay algo abisal en el fondo de mí que no quiere vivir eternamente y de vez en cuando me llama. Flojito, como en un susurro. Sólo para que sepa que está ahí. En la oscuridad. Esperando el momento. Un momento que todos sabemos que tarde o temprano llegará.

Todos sabemos que se escribe para no ser consciente de que todo se acaba, para hacer cosas que sustituyan a esa gran espera.

Todos sabemos que, en el fondo, ya estamos muertos.

Que en realidad todo esto no es más que una tregua. En la que cada vez importa menos joderlo todo, mandarlo todo a la mierda.

Pero aún así, siempre hay un momento en el que todo trasciende si existe alguien a quien querer. Maldita sea, siempre se cruza en nuestro camino alguna estrella fugaz a la que perseguir con la mirada durante unos breves instantes.

Y así siempre...