jueves, 29 de diciembre de 2011

Adicto a ser adicto


Se acaba el año. Se me hace difícil admitirlo fuera del blog, pero echo de menos echarte de menos. Todos estos años me han servido para descontrolarme en esta superficie de palabras tecleadas y luz intensa por las noches. Cambié el fondo de negro a blanco y mis retinas empezaron a captar la cara visible de la luna. No se me fue el insomnio, pero apareció otro distinto, más vivo, más optimista. El blog se fue convirtiendo en un casino donde pude dar rienda suelta a mi ludopatía de sentimientos escritos. Quizá intenté dar forma a la novela que ya hace tiempo que debía estar acabada, pero está claro que para acabar algo hay que saber cómo quieres acabarlo. Yo no lo sé. Me la jugué contigo aun a sabiendas que todos pierden cuando juegan contigo.

Conocerte fue como recibir un crédito para seguir apostando, pensaba que tenía una mala racha y que había encontrado ese punto en el que las cosas te salen bien, pero como siempre, me equivocaba, creo que llegó el momento de plantearme que no sé jugar a esto, que la ruleta no era francesa sino rusa, que no soy un jugador, soy un enfermo de esto, que quizá vivir no sea jugar a que todo es posible sino saber vivir con la incertidumbre de que si puede pasarte algo malo, seguro que pasará.

Durante un largo tiempo fui olvidando los errores, fui borrando lo malo, las trampas, el desdén, las heridas; lo fui olvidando y volví de nuevo a quererte, a morir por ti, y conseguiste que creyera que te odiaba (nunca antes había odiado de verdad a nadie) porque no podía quererte. También me equivocaba. Te odiaba porque no comprendía que las cosas funcionaban así, que el azar es sólo azar y yo un ingenuo. Supongo que seguiré odiando lo que no comprendo pero ya no puedo hacerlo contigo. Al final creo que lo he comprendido, fugazmente, ni siquiera lo he podido retener en mi mente. Ha sido como comprender durante una milésima de segundo y después dejar de hacerlo. Es como saber que se puede comprender aquello hasta ese instante te parecía imposible, saber que existe eso ya basta para cambiar la actitud hacia ello.

Este año ha sido el año de las pérdidas, el año en el que he perdido la ingenuidad, he perdido a gente que estaba cerca mío, quiero creer que cada uno tenía trayectorias divergentes a la mía, que el tiempo y la distancia es el olvido, que el mundo es eso: un cúmulo de casualidades que tarde o temprano se acaban. Hice la prueba de cuántas personas me llamarían si yo no llamara primero. El resultado fue demoledor. A veces, la realidad es la mejor de las medicinas para curarte la ingenuidad.

Ya no muero por ella, la verdad es que me hubiera equivocado si hubiera apostado por alguien que no apuesta por ti. El tiempo es un gran embustero, la perspectiva difumina los errores.

Lo que no tengo claro es en qué lugar me coloca esto, quién soy ahora y qué habilidades tengo para seguir viviendo con un poco de dignidad. Quizá debería dejar de escribir estas inconsistencias. De todas formas lo haré en cuanto empiece a comercializar el equipo (ayer me llegaron los equipos que faltaban desde Alemania). Me siento como a punto de precipitarme por una catarata. Cuanto más cerca del borde estoy más rápido va todo.

No voy a dejar nada en manos del tiempo.

Hasta el día en que ya no eche de menos echarte de menos.

martes, 27 de diciembre de 2011

Dormido

Dormido en los párpados de ella, aferrado al hilo que me une a cada músculo de su cuerpo para intuir qué sueña, desciendo hasta la cueva del bicho y consigo que mi alma se meta en una especie de laguna de aceite tibio que me cubre por completo. Descanso allí abajo, en ese lugar donde no existen las habitaciones baratas ni las huidas continuas, ni donde la ropa se vuelve tu segunda piel porque tampoco te quedas nunca en ningún sitio demasiado tiempo para que pueda secarse después de haberla lavado. Me calmo, y sueño en una vida plácida, con un trabajo monótono y horarios de oficina, en una casa con jardín donde jueguen los niños, y sueño con María aun sabiendo que ella recuperará su vida y que se olvidará de todo esto, por supuesto también de mí, y eso será lo mejor que le pueda pasar: que olvide... que olvide esta noche y todas las noches anteriores.

Pero yo sigo soñando con la calma, mi pecho se vuelve caliente cuando le entra el aire sin tener que retenerlo por la tensión, mis músculos se ablandan, las heridas cicatrizan y desaparecen, estoy limpio y llevo ropa limpia, el sol se filtra por entre las hojas de los árboles, siento una ligera brisa, oigo cantar, a lo lejos, a un pájaro. Y oigo su voz en sueños. Si el diablo quisiera comprar mi alma hablaría con esa voz y esa cadencia al hablar y yo aceptaría cualquier cosa, haría cualquier cosa que me pidiera que hiciera.

Olvidé que mi alma ya le pertenece al diablo y que esto debe ser algo así como el infierno, pero no me doy por vencido, sigo soñando con ella, en los sábados de compras, en los domingos de excursión, en las bicis de los niños, en todo eso que no supe o no pude dar a Cris. Cris se incorpora al sueño, si estoy aquí es por él, es lo que cambio por mi alma, así que también en el sueño vive conmigo y es feliz, igual de buen muchacho, igual que con las familias de acogida pero diferente porque está conmigo y esta vez no se lo llevará nadie.

Un perro ladra al otro lado de la calle.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Cuento de hadas

Camino por las calles con las manos en los bolsillos. El viento helado y cortante se cuela por las rendijas del cuello de mi chaqueta. Apenas me siento los pies mientras los dedos sólo son un peso muerto donde terminan los zapatos. Por un momento pienso en cuando estuve en el ejército. Duré poco, lo suficiente como para relacionar la congelación de mis pies con el deseo de un buen par de botas. Solo que ahora no estoy en medio de la montaña sino en el centro de una ciudad, las luces de navidad encendidas, poca gente por la calle y con prisa por llegar a alguna parte. Es nochebuena.

He sido un estúpido, le dejé las llaves del coche para que fuera a buscar una maleta a una consigna mientras yo intentaba conseguir algo de dinero. Quedamos en que me recogería en cierta esquina a las ocho. Son casi las doce. Han pasado cuatro horas y no ha aparecido. Si lo pienso con calma, me doy cuenta de que tenía la intuición de que no volvería desde el mismo momento en que las llaves tocaron la palma de su mano. Demasiado segura de sí misma; ni un sólo temblor en su voz cuando dijo "a las ocho".

Conseguí dinero. La policía no me buscará con demasiado ahínco, nadie se arriesga a que un imbécil le amargue la navidad por cincuenta euros que cambian de mano a causa del miedo. Cuatro manzanas entre el crimen y el lugar convenido y casi cuatro horas esperando, dando vueltas en círculo, levantando sospechas y la policía no va a comprobar qué sucede. Es nochebuena.

Paso por delante de cajeros donde duermen los que ya no tienen sueños, me pregunto dónde dormiré esta noche y descarto meterme en uno de ellos. Demasiado peligroso compartir tan poco con desconocidos. Pienso en un portal o en abrir un coche, pienso en conseguir más dinero y pagar un hostal barato, pero si algo saliera mal ya no podría salir corriendo con los pies como los tengo. Envidio un cajero para mí solo y pienso que tal vez por ahí se empiece el camino del cual no se regresa, empezando por desear lo que antes creías imposible, de que cayeras tan bajo.

Paso por la otra acera de la avenida, por la esquina opuesta a donde la chica del pelo corto debería haberme recogido. Tengo una estúpida propensión a la esperanza, a que la gente acabe cumpliendo sus promesas, una estúpida candidez de niño que aún cree en los reyes magos incluso después de saber que son los padres, como si en la esperanza hubiera la posibilidad de que existiera la magia, los extraterrestres, un trabajo digno en el que te respetaran.

Me detengo unos minutos, me duelen los pies, un hormigueo los recorre hasta donde empiezan los dedos; más allá un abismo de hielo. La luces blancas que cuelgan sobre la calle hace que sienta más frío, las luces deberían ser amarillas para dar más calidez, recuerdo que dijo. Casi nadie por la calle. Aprieto los brazos contra el cuerpo para conseguir algo más de humanidad y un poco de calor se me escapa por la solapa de la chaqueta y me da en la cara.

Empiezo a delirar. La veo pararse en la esquina convenida como en un sueño, bajarse del coche, mirar alrededor por si estoy esperándola. Como en un espejismo. La observo desde la distancia, no está nerviosa, espera un poco apoyada en el coche, luego vuelve a meterse dentro. Cruzo la avenida y me acerco despacio, creo que si corriera se me romperían los pies en mil pedazos. Me ve venir y sale.

"Lo siento" le digo antes de que ella pueda decir nada "¿hace mucho que esperas? Tuve un problema, tuve que despistar a la policía" le miento.

Ella me mira calibrando la nueva situación. Ambos sabemos que ella se había ido dejándome tirado en medio de una ciudad extraña, sin dinero y sin demasiadas posibilidades de pasar con dignidad esta noche. Es lista, es rápida. Lo entiende todo. "Llevo mucho tiempo esperando. Pensé que te había pasado algo" me dice con fingida preocupación.

Ahora no importa que me hubiera abandonado, lo que importa es que ha vuelto. No importa que quizá haya vuelto porque se sintió igual de sola que yo pero dentro de una burbuja metálica y sólo me tuviera a mí para sobrellevar la soledad de la noche. Ha vuelto y tenemos más posibilidades, ha vuelto y yo tengo cincuenta euros en el bolsillo. Nos alejamos del centro y buscamos una tienda abierta las veinticuatro horas. Compramos una botella de vino, pan, algo de embutido y un panetone pequeño, con pasas y virutas de chocolate. Le brillan los ojos cuando decido que nos llevamos el panetone, como una niña a quien su madre le compra algo inesperado en una tienda. Se atusa el pelo corto, es la primera vez que lo hace desde que la conozco, es la primera vez que, de verdad, siente que es la persona que era y que debía seguir siendo. Hay algo en el hecho de poder comprar que nos dignifica a ambos.

Cuando salimos a la calle la noche nos devuelve a la realidad, no hay luces de navidad en el extrarradio, sólo farolas. La calefacción del coche hace el resto. Me gustaría dormir en una cama y se lo digo. Buscamos un hostal barato y regateamos. El conserje la mira a ella descaradamente y está a punto de proponer un trato que puede que le cueste unos cuantos huesos rotos. Me mira y se da cuenta de que es mejor no decir nada. Treinta euros, pero debemos salir antes de las nueve, cuando llega su jefe.

Subimos con la minúscula maleta que ha ido a buscar a la consigna y cenamos sentados sobre la moqueta, el vino no está mal del todo y celebramos el panetone casi con alegría. Le prometo que saldremos de ésta y ella sonríe porque me he quedado junto a ella a pesar de todo, a pesar de que todo esto no va conmigo, de que podría haber salido corriendo en cualquier momento.

Dormimos exhaustos y abrazados, antes de quedarme dormido oigo que susurra un nombre de varón que no es el mío. Juraría que solloza en sueños, que tiene una pesadilla dentro de esta pesadilla. Le subo la manta un poco más e intento pensar en algo mientras lucho por mantener los párpados abiertos. La miro en la penumbra de los ojos que se han acostumbrado a la oscuridad. Le paso la mano por el pelo apartándole el flequillo y le doy un beso en la frente. "Feliz Navidad, pequeña" digo.

Y me desvelo. Y le doy vueltas a las mil cosas que podría hacer para solucionarlo todo. Hasta que me duermo, hasta que la oscuridad me engulle por completo como si fueran arenas movedizas. Y sueño. Sueño con que tú leas esto y seas capaz de perdonar que te dejara con los sueños a medio cumplir, con los planes a medio hacer, con las palabras sin decir.

Feliz Navidad

martes, 20 de diciembre de 2011

Fotos antiguas



Las revistas amontonadas, la luz azteca que deshace las piedras, el grifo que nunca gotea aunque no lo cierre del todo y me quede esperando a ver si asoma aunque sea una sola, la esquina donde Penélope es feliz, el centro donde Ulises se acurruca sobre sí mismo, las piezas que sobran de la máquina, la bombillita roja intermitente del inalámbrico que está a punto de agotarse, el boli rojo escogido al azar del cubilete de los cien bolígrafos extraviados, la sombra que hace una nube sobre la claraboya que cubre el patio de luces al que da mi ventana, tu correo anunciándome que no vuelves, esta navidad hecha de pedazos de tela cosidos unos a otros, la lotería que no he comprado, la palabra ahogada en mi voz afónica, la espera y la esperanaza, los ciento ocho escalones que me llevaban hasta tu casa.

La mezcla de agua y sal que me devuelve tantas ilusiones, el deseo hecho realidad cuando la realidad se me hace hormigón en los pies mientras camino, la tarjeta de visita que me diste y nunca cumpliste porque no me visitaste, la ternura de unas manos agrietadas y unos ojos con arrugas que sonríen porque la vida, al fin y al cabo, es tan generosa que se deja vivir a tiempo completo, el rastro que dejaste y que no se me va ni con láser, dos sílabas sin equilibrio en una palabra que siempre se tambalea, las verdades a medias unilaterales, el sonido de la radio de la vecina... Penélope se acaba de caer (sola) de su esquina de la cama y me ha mirado preguntando qué ha pasado, y se ha ido a Ulises y éste ha seguido durmiendo, la importancia de las cosas cuando ya no importan, los astros y sus designios, esas canciones que salpicaban nuestros días, la inutilidad de lamentarse y el irrefrenable afán de que las cosas (por fin) cambien.

Este martes de palabras vacías, esta concentración rara en lo que no puede nombrarse, la cuenta corriente que es a veces el deseo, los hijos que tendrás sin mí, los lugares que me recordarán a ti, la brújula que estaba dentro de una regla de medir en pulgadas y que nunca se orientó del todo al norte magnético, la falsa modestia de algunas modestias, el caos que visto desde lejos consigue crear algo parecido a un orden. Esta última frase que no es la última.

Porque hoy no sabía qué decir y me inventé una lista de cosas absurdas dentro de mi caos de martes a mediodía, a punto de saltar a otro lugar en el que no existen todos aquellos huecos en los que me escondo.

Las 14:05 h

domingo, 18 de diciembre de 2011

La chica de pelo corto

La abrazo fuerte por la espalda y noto como su cuerpo se estremece. No se le va el miedo pero se relaja un instante, poco, sutilmente algunos músculos se destensan. Luego vuelve a crisparse, a mantener la tensión por si tiene que salir huyendo. La costumbre.

Se da media vuelta y me mira a los ojos. Es tan alta como yo y eso hace que la jerarquía desaparezca, un centímetro menos y suplicaría que la salvara, pero tanto ella como yo sabemos que ni yo ni nadie puede hacerlo. El acero de sus ojos me desafía a algo que hace tiempo que sabía que acabaría ocurriendo. No sirvo para según qué juegos, los tímidos tenemos la incapacidad de medir cuándo y cómo debemos hacer nuestro lo que no es de nadie. Quizá la timidez sólo sea eso: una dislexia a la hora de leer el deseo de los demás, una merma en un sentido que ni siquiera tiene una palabra que lo nombre.

"El sentido de la oportunidad" dice ella cuando, horas más tarde intento disculparme ante mis primeras dudas. Si de algo estoy seguro es que, sin embargo, es el sentido que más desarrollado tiene. Sus manos cogen las mías y, disimulando un nerviosismo que viene de lejos, las arrastra hasta sus pechos. Es como lanzar un cubo de sangre a un tanque repleto de tiburones, mi cerebro debería de cortocircuitarse en estas circunstancias, pero no lo hace, hay algo que sigue vigilante, no puedo estar con alguien tenso sin que yo también lo esté. Quizá soy demasiado empático. Un tímido empático, menuda joya estoy hecho.

Lo último que hago antes de tumbarla en la cama es mirar por a través de la mirilla de la puerta de la habitación. Nadie en el pasillo. Nadie nos buscará en un hotel tan caro. Cuando me acerco a ella sigue de pie, esperándome, como si en realidad ella fuera el hombre y yo la mujer que ha ido a darle las buenas noches al pequeño de la casa, me espera de una pieza, sin fantasías, sin lujuria, sin esperanzas...

Nos enzarzamos en algo cuya coreografía hubiera sido inventada por una jauría de lobos. Nos mordemos los cuerpos sin hacernos demasiado daño, su piel es una alambrada que agrieta la mía, mis manos sólo desean abrirse camino sin saber muy bien hacia dónde, a la desesperada. Huimos el uno en el cuerpo del otro, como si pudiéramos intercambiarnos la identidad no para ser el otro, sino para dejar de ser quienes quiera que seamos. La penumbra nos protege del silencio, nos intuimos a tientas, sólo somos dos sombras en el fondo de las retinas, una ilusión óptica y sonora de aliento y hojas secas al ser pisadas. La deseo más que a nada en este mundo, más de lo que haya deseado jamás nada o a nadie.

Intuyo que sólo soy un ejercicio para relajarse y poder dormir, algo así como una tabla de gimnasia y un par de valerianas partiéndole en dos irrumpiendo en su vagina. Puedo adivinar su cara cuando por fin entra dentro de ella, me lo imaginaba desde el momento en el que decidimos alquilar una habitación para no tener que andar por las calles, en realidad lo supe en cuanto la vi, pero los que son como yo nunca nos creemos que algo así pueda llegar a sucedernos.

Pasa el tiempo, nos cansamos pero no podemos pegar ojo. Acabamos hablando, nos contamos cosas que a nadie confesaríamos, poco a poco nos vamos sintiendo a salvo. Volvemos a dejarnos llevar por eso que está entre la rabia y el deseo, eso que nos hace sentir un poco vivos, eso que araña mi espalda y le separa las piernas, eso que tal vez ya nunca más podamos volver a sentir porque quizá no exista un mañana.

Consigo dormir a ratos. Ella también duerme o finge que lo hace en cuanto nota que yo me desvelo. No sé si es buena idea relajarme en su presencia, pero sinceramente esto es lo más cerca que estado de un momento hogareño en los últimos seis meses. La última vez que cierro los ojos, antes de dormirme me acerco a ella un poco más y la abrazo.

Su cuerpo se tensa para luego destensarse otra vez. Afuera algunos pájaros empiezan a piar recibiendo a la mañana. Aún no clarea, miro el reloj y son las cinco y cuarto. Casi hemos sobrevivido a la noche.

Quiero acariciarle la nuca pero no lo hago. Siento que no puedo mostrar ni un ápice de debilidad con ella. Su cuerpo sigue desafiándome, de espaldas, sé que cuando la pierda de vista nunca más volveré a saber de ella.

viernes, 16 de diciembre de 2011

La centrifugadora


Me pregunto si el invierno traerá las sorpresas que me prometiste y, aunque sé la respuesta, no puedo dejar de pensar que quizá, en algún lugar sigan coexistiendo la magia y la audacia, y me entra la esperanza de que acabe por darse las circunstancias adecuadas, que se generen de una vez por todas, las condiciones que me lleven hasta donde debo y quiero estar. He de decir que estas navidades se presentan extrañas. Puedo tener la oportunidad de vender el piso y puedo cerrar un contrato que acabe con mi precariedad y no tener que venderlo. Creo que la decisión ya está tomada pero me inquieta creer que todo puede cambiar en pocos días, me he ido acostumbrando a una esperanza-frustración-esperanza continua, a navegar en mares de olas de diez metros hasta el punto en que casi se ha vuelto algo normal. Sigo escribiendo post patrocinados por el insomnio, me enfado con el mundo y el mundo se acaba enfadando conmigo.

Casi no salgo de casa, sólo para recados relacionados con bancos o piezas de la máquina. Ya no voy a ninguna parte, no le cuento casi nada a nadie, a veces veo alguna serie de televisión, apenas leo y no escribo. Estoy en una especie de hibernación consciente. A veces tengo esperanza y otras mis gatos me roban el calor de la estufa con la que me caliento los pies. Diría que vivo en una incómoda cueva, en una cómoda cárcel donde el tercer grado me molesta por el frío de la calle.

Sé que hace tiempo que este blog dejó de interesarle a alguien, que afuera la gente evoluciona, toma decisiones, se montan en el vehículo del destino y se van hacia alguna parte, cualquier parte, la mejor de las opciones. Y yo me he quedado aquí, en este bucle de moriría por ella, delante de esta mesa, luchando contra gigantes que sólo son molinos que con sólo rodearlos eliminaría sus peligros.

Pero dice la gente, "con lo que tú eras" y callo y sonrío, y bajo las escaleras hasta llegar a alguna parte que es en realidad ninguna parte, que sólo saludo cuando me saludan, que me llaman del banco y me preguntan, que vivo con lo puesto desde que quise ser algo que no soy ni nunca he sido.

Es cierto que a ras de suelo se ven las cosas de otro modo, los tobillos antes ignorados yo los encuentro hermosos. He desarrollado un instinto fiero, no soy capaz de no morder a quienes quieren hacer negocios con mis sueños, muerdo piernas y manos, me he convertido en algo que muerde, unas tenazas, un gato tras un ovillo, un león asesino. Me alejo de quien quiero, soy una mala compañía, debo de serlo cuando he llegado a esto.

Creo que cuando se me partió el corazón se derramó todo lo que contenía. Claro, yo contaba con que estaba lleno pero no es así. "Con lo que tú eras, ya no esperas primaveras" me dice este invierno. Construyo el prototipo a ratos, espero equipos que han de llegar, me pierdo entre algunas dudas que me surgen. Mi casa es un laboratorio con balanzas, agitadores, vasos de precipitados, phímetros, transformadores, cables, blocs de notas, presupuestos sin aceptar y aceptados, me dedico a construir un sueño, dentro de una caja de plástico, agua... es todo tan extraño... esta precariedad, esta desilusión, esta ilusión, este querer tener un futuro sin un presente, tanta desconfianza, tanto orgullo herido, tan inconsistente, este hombre partido y pegado con cinta aislante. ¿Quién me mandaría a mí jugar con con un cartucho de dinamita y un mechero?

Un hombre cabal (rima rara, se me metió el ritmo de la canción en alguna parte)

Me dices en otra boca, una boca sin labios, que he sido lo mejor que te ha pasado. Tarde. Lo dices tarde porque el tiempo es una buena excusa para inventarse frases. Sería cruel, en un mundo donde la crueldad fuera un arte, que siendo también lo mejor que me has pasado acabaramos a gritos, escondiendo la mano, acechando de lejos, yo tus silencios y tú mis palabras.

Sería divertido, en un mundo donde la diversión fuera tortura, que nos riéramos en los dos extremos de nuestra (por lo menos la mía) mutua fingida indiferencia, que nos fuéramos de copas a un lugar al que nunca te llevé ni nunca me llevaste para celebrar que nos hemos encontrado.

Sería una divertida anécdota que todos estos años nos hubiéramos estado añorando o queriendo llamar y no llamarnos, vivir otras historias, habernos hecho de otra madera que no quema por mucho fuego que la prenda. Haber ardido en otras hogueras bajo otras noches sin luna.

Sé que soy un iluso, que las cosas así no funcionan, que debo haberlo entendido mal, que una cortesía (me dicen que con lágrimas en los ojos) llegara de tan lejos a buscar al hombre que yo era.

No sé quién eres ahora, yo soy distinto, pienso que a las buenas se te endulzó el carácter y acabaste queriendo a los niños y a los perros, que siempre detestaste. Que se te hicieron arrugas de reírte, que dejaste que el espejo te mintiera a manos llenas, que dejaste de buscar entre la basura lo que fuera que buscases, que en algún momento te diste cuenta de que yo era mejor a tu lado, la peor versión de Romeo, la mejor las peores.

Pero seguramente no es más que pensar que algo que dijiste para quedar bien (aunque dejaras de llorar de inmediato) hace que dude de lo que pasó hace años. Partimos hacia dos lugares distintos, sin despedidas de escenas de andén ni pañuelo blanco, no nos dijimos adiós, yo dí por supuesto que no era lo que necesitabas, tú no sé lo que pensabas, ahora recuerdo que dijiste que yo no era lo mejor para ti.

Ahora que me siento como si fuera a romper todo lo que toco, que huyo porque tengo miedo a hacer sentir lo mismo que tú me hiciste sentir cuando te fuiste. Ahora que cuento los enemigos por decenas, que soy incapaz de llevar mi vida por el camino recto, ahora dicen que dices que me quisiste.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Bajo el cielo hormigón de estas cuatro paredes



Bajo el cielo hormigón que, como una nube, se desplaza lentamente (ni se nota) sobre la habitación en la que trabajo, diciembre se deposita frío en forma de cristales de invisible nieve disfrazada de polvo. Bajo la cobertura del bunker que me salva y en donde me preparo para la llegada del invierno, rodeado de libros que he leído y me acompañan, mezclado con barullo de dos gatos acurrucados en una esquina, hoy me siento un poquito más en paz conmigo mismo, no sé, más abrigado, más seguro de qué es lo que quiero y de que hace mucho tiempo que emprendí el camino hasta este punto intermedio.

Uno paga en melancolía la calma y la espera a que las cosas se materialicen. No es fácil soñar despierto cuando se atraviesa el desierto.

Quizá el problema es que a mí me gusta el desierto.

martes, 13 de diciembre de 2011

La sabiduría compartida


"Cualquier día de éstos te vas a hacer daño de verdad" me dice con una media sonrisa. Se le nota que tiene miedo a algo. No sé a qué ni a quién pero lo conozco desde hace veinte años y sé que hay algo que le preocupa. Algo que no puede explicar o no quiere contarme. Suelo ser prudente, me dejo caer una tarde, le envío un chiste por sms, como siempre...

"Te vas a hacer daño" repite "pero debes intentarlo" añade. El universo es algo perverso cuando se concentra en la sabiduría de unas palabras que salen por la boca de alguien que te conoce tanto. "Sabes que la diferencia entre el éxito y el fracaso a veces consiste en escuchar lo que tú mismo sabes y no quieres decirte". Le doy la razón pero sin decírselo. Hay un mar de olas de seis metros entre nosotros. Un mar que suena a fieras peleándose entre sí. "Haz la prueba" sigue diciendo "ya no puedes perder gran cosa".

Cierro la puerta. Su coche se aleja entre las somnolientas luces de la noche. El viento me molesta porque se empeña en colar el hielo entre la ropa caliente y mi cuerpo acostumbrado. Entro en el edificio y subo las escaleras, abro la puerta de casa, pongo la calefacción y me preparo la cena, frugal, integral y con sabor a curry. Creo que lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo es haber encontrado la receta de las verduras con curry y los tupper que conseguí con los puntos del Eroski. Regreso a las paredes y al sofá con la mesa para uno. Me sirvo esa copa de vino que reservaba para el fin de semana y que ya no sabe a casi a nada que me recuerde al líquido que salió cuando abrí la botella. El tiempo lo oxida todo.

Cuando acabo de cenar dejo el plato en el fregadero. Siempre espero a tener varios para aprovechar el agua. Me estoy volviendo un ecologista de tomo y lomo. Me pregunto si los solitarios nos solidarizamos más con el planeta porque también lo vemos solo y que casi nadie se ocupa de él. En lugar de una llamada telefónica para saber cómo está, le salvo unos litros de agua a la semana, separo el plástico del vidrio, el papel de la fracción orgánica, aprovecho lo que puedo con lo que tengo. Dice mi padre que el reciclaje le quita el trabajo a los que separan la basura en las plantas de reciclaje. Una vez salí con una chica que trabajaba en una planta de reciclaje, bueno, en realidad trabajó allí durante dos semanas. Nadie sabía qué hacía alguien como ella allí, supongo que necesitaba el trabajo, o más bien el dinero. Me contaba cosas y se reía. Tenía una sonrisa contagiosa. Le dije que lo dejara y lo dejó. No le costaba nada conseguir trabajos. Derrochaba energía y tenía ese positivismo contagioso. Solía decir que éramos iguales. Yo solía pensar que lo decía porque necesitaba a alguien como yo para soñar, como necesitaba el trabajo para ganar dinero.

Mientras escribo sentado delante del ordenador, sigo pensando en lo que me han dicho esta tarde "te vas a hacer daño" y pienso que hay algo de profecía autocumplida en esas palabras. Como si yo también lo supiera y no quisiera dejar pasar la oportunidad de poder cambiar mi destino, de poder decir "me equivoqué esta vez, no me hice daño. Por una vez me ha fallado la intuición". Pero entonces pienso en que eso lo vengo haciendo desde hace mucho tiempo. Sigo teniendo la esperanza de equivocarme en que estoy equivocado.

Cuando me voy a dormir, son las tres de la madrugada. Evito pensar antes de dormir. Caigo rendido, la última palabra es para Ulises, que viene a dormir a mi lado, acurrucándose a mi mano, ronroneando en esa especie de paraíso que imagina su mente gatuna, en esa ilusión óptica de que somos algo así como una familia. Se me deshace la realidad tras cerrar los párpados, me dejo llevar por los sueños y quizá rezo para que esta vez, no me confunda tu nombre y te busque entre las aguas negras (y frías) de estas noches de diciembre.

sábado, 10 de diciembre de 2011

El tintineo de lo invisible


Las cosas cambian. No sé como consecuencia de qué ni hacia donde irá todo ahora.

Pero cambian.

Creo que ha habido un proceso extraño para llegar a un conclusión obvia. Dejar de esperar nada de los demás me ha devuelto la necesidad de ser yo quien mueva los asuntos. Eso y un golpe de suerte. Encontrar a los inversores ha sido un golpe de suerte.

El rencor también era demasiado lastre. Este blog es una piedra muy pesada que he ido utilizando para dejar en ella y alrededor de ella una frustración vital de la que quería buscar culpables. Empiezo a asumir los propios errores. Hacer esto me está liberando de la melancolía. De la misma forma que es imposible sentirse triste por una pérdida también es imposible seguir viviendo con ella eternamente.

Pero eso no quiere decir que haya sólo dos vías: la de la idiotez o la del egoísmo. No.

Sigo dando por bueno todo lo que he considerado malo. Hubiese firmado un pacto con el diablo para llegar al punto en el que estoy hoy. Quizá el precio que he pagado sin saberlo es el miedo y el rencor, he pagado en inmovilidad y en decepción. Sólo se puede perder cuando paralizas tus sueños, cuando crees que no merecen la pena y de eso creo que me estoy salvando poco a poco.

La melancolía es un enemigo bello, es una de esos muebles que tienes en casa y deberías tirar porque te ocupa mucho espacio pero te cuesta porque lleva muchos años contigo, porque es bonito, porque debe tener un valor vintage o algo así.
Pero ocupa demasiado espacio para que puedas moverte con facilidad.

La melancolía me sirve para escribir. Para darle vueltas a sentimientos y darles vida. Vivo enamorado de algunas frases, novelas... siempre soñé con poder escribir frases que dijeran más de lo que puede decir una frase, dar vida a pensamientos para que alguien, en otra parte, se contagiase de la emoción que yo sentía al escribirla.

Seguramente soy un idiota. La gente escribe novelas con ello y gana dinero, se hacen escritores profesionales, se compran casas y coches... y yo, aquí, haciendo una máquina para desinfectar el agua en lugares remotos donde la contaminación del agua provoca miles de muertes al año. Igual soy demasiado pretencioso pero las cosas son así.

Me hubiese gustado ser de otra manera. Que me gustase más emplear mi tiempo en otras cosas, me hubiese gustado poder tener un trabajo, desconectar al salir de él, no tener la necesidad de expresarme por escrito, hacer feliz a una buena chica (tengo buen carácter y me gusta hacer reír) y tener hijos y educarlos (me gustan los niños, los hombres en el fondo somos unos niños). Pero me decidí a buscar algunos sueños sin saber muy bien qué es lo que hacía, me perdí. He pasado años perdido. Ninguna relación me ha salido bien, me he pasado la mitad de mi vida preguntándome porqués y cómos.

Ahora ya no tengo tanto miedo. La vida transcurre como un río que lo arrastra todo y yo lo miro desde la orilla. No sé hacia dónde me conducirá todo esto que está a punto de suceder. La presentación del equipo, de la patente, no sé si entonces podré terminar la novela, no sé si por fin podré hacer feliz a una buena chica y tener hijos y educarlos, o si viajaré todo el tiempo llevando agua purificada allí donde se necesita y seguiré solo y desconfiado.

El caso es que las cosas cambian. Y el tiempo se lleva lo más querido. Ayer una buena amiga me decía que había perdido la capacidad de sorprenderse, que ya nada de lo que leía le cambiaba la vida, que a los cuarenta se está de vuelta de todo. La vida, las instituciones, los amores, las traiciones, el egoísmo... uno aceptaba que la vida era eso.
Supongo que algo de razón lleva. Entonces me vino a la mente una frase que ya he escrito en el blog y que apareció pintada en una pared de La Paz. Y decía: "Un puñado de pájaros contra la gran costumbre".

Mantén siempre la capacidad de pensar que hay una vida mejor y sal a por ella, en lo extraordinario o en lo cotidiano, pero ve a por ella. Aunque tardes veinte años en conseguir tus sueños. Aunque te parezca que por el camino pierdes demasiadas cosas y personas que crees que son esenciales, aunque sientas que acabarás perdido y no llegarás nunca a ninguna parte.

La vida es triste y sorprendente, alegre y una hija de puta, amable y un torturador profesional, está hecha de mentiras repetidas para que sean verdades y verdades que duelen como cristales rotos. La vida lo es todo y por tanto también es eso que te hierve dentro. Sólo tú puedes hacer que el ardor de la sangre se apague y sólo tú puedes hacer que merezca la pena (no haber vivido) sino haber decidido VIVIR.

viernes, 9 de diciembre de 2011

El interruptor


Trabajando en la máquina. Cada vez que lo pienso me parece increíble que a nadie se le haya ocurrido utilizar esta tecnología para hacer un equipo que pueda hacer lo que hace el mío. De veras. No es una idea tan genial. Sólo es un puzzle, un rompecabezas. A veces me da miedo que las cosas se compliquen, pero ahora, en casa, estoy haciendo el equipo. Me faltan pocas piezas que llegarán en unos días. La semana que viene ya lo tendré todo y ya funciona lo que tengo.

Es algo increíble y muy sencillo de hacer funcionar.

Por otra parte, llevo días en los que me cuesta respirar. Cuando tengo tiempo le doy vueltas a lo absurdo que es todo. Al tiempo que se me pierde en cosas tontas. En esa novela que no acabo. Si me dijeran que me queda un mes de vida y tuviera que elegir qué de las dos cosas quiero acabar diría que la máquina, sin dudarlo. La máquina mejorará la vida de mucha gente; la novela es una de tantas, una tontería, una historia que no ayudará a nadie, algo que lleva mucho tiempo esperando y que puede seguir así.

Estoy empezando a pensar que he llevado esta mezcla de rabia y tristeza demasiado lejos y cada vez estoy un poco más abajo. Por una parte soy muy consciente, he explorado sentimientos y pensamientos muy intensos, revivirlos me hace vivir la vida que no tengo. El blog es un especie de grito silencioso. Cuando me lees sólo estás escuchando un aullido solitario a la luna. Y estás a demasiada distancia.

Ahora las cosas son irreversibles y creo que debo hacer algo. Creo que ahora las cosas deben cambiar.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Moriría por ella


No me acuerdo ya de ella, las manos son incapaces de recordar la textura de su piel, el calor de su cuerpo bajo las sábanas. No puedo recordar lo básico, como si un virus hubiera borrado del disco duro de mi vida la base de datos de su esencia, de aquello que era inmediato, una persona es para nosotros aquello que se puede palpar cuando se alarga la mano, aunque ésta se detenga antes de tocarla. Ella era eso que se interpone entre el fondo y la mirada, el objeto opaco que no deja pasar la luz y proyecta una sombra en lo que nos queda de vida, algo así como un eclipse cuya radiación no te deja del todo ciego pero te llena de manchas las imágenes de lo que vas a ver a partir de entonces.

Con ella se fue la musa, con su adiós se perdió el sonido nítido que hacía la vía láctea al girar sobre sí misma, entre un murmullo de sonidos que no se pueden identificar porque tampoco importa nada quién o qué los produce. Se fue la musa porque era de carne y huesos, y empiezo a pensar que las musas tienen algo de vampiros porque pueden vivir entre tinieblas cientos de años pero no soportan un gramo de luz sobre su cuerpo, ya casi no me acuerdo de ella, si cierro los ojos no veo más que un océano de manchas de colores en las que me ahogo aliviado de poder vivir sin ella, de haber muerto por ella.Alguien me dijo esta tarde que las musas son fantasmas que no soportan la exposición a las fotografías. "De carne y huesos todos tenemos defectos". Pero eso yo ya lo sabía, siempre lo he sabido, siempre lo he aceptado. No sé en qué serie de televisión o quizá en alguna película alguien decía a un antiguo amor que ella era así, caótica, egoísta, malvada y que no la merecía. Entonces él le dice "No creas que soy un ingenuo. Yo sabía cómo eras pero te quería". Entones supe que él era el asesino y supe también que no le sirvió de nada matar por ella porque ella no lo esperaría a pesar de que le dijo que lo haría. Aquella escena valió más que todo el episodio junto.

Siempre alguien pierde y no sólo pierde cuando es ingenuo, pierde cuando quiere demostrar que no lo es. Hay una clase de personas para los que la vida es una paradoja de pérdida sí o sí. No se sabe muy bien el porqué, pero es así.Me gustaría decir que se me ha curado la vista del todo, que vuelvo a ver mejor que antes de mirar cara a cara la sombra que proyectaba la luna durante el eclipse, pero creo que este tipo de lesiones son de por vida. Y no es que lo piense, es que lo noto. Lo noto cuando hablo con alguien después de muchas horas de no hablar con nadie, cuando entro en una tienda y debo pedir algo que no sé que es, cuando quiero ver a alguien y no quiero verlo porque las expectativas que se generan son más fuertes que las ganas de sentirlo cerca, miedo a convertirse en alguien que es consciente de que en cualquier momento puede ser, para otro, ese sol y ese eclipse que abrasa esa materia invisible de la que, en realidad, estamos hechos.Miedo porque las cosas cotidianas hace tiempo que dejaron de estar a nuestro alcance. Miedo a tener que dar explicaciones de algo de lo que sí somos potenciales culpables. Ya no recuerdo qué vi en ella que hizo que confiara, que no tuviera miedo de mirarle a los ojos y quisiera alargar la mano y tocar eso que no se puede tocar sin permiso.

No recuerdo si no supe nada más cruzar la primera frase con ella que me perdería en el laberinto de su ilógica lógica.Sólo sé que yo era otro hombre entonces. Mejor que ahora. Un hombre capaz de dormir por las noches, de creer en que, en algún lugar, estaba el destino esperándolo, fiero y desafiante pero noble. Creo que desde entonces tengo miedo del miedo del otro.

martes, 6 de diciembre de 2011

El insomnio que me salva


Siempre gana el otro. Aunque ganes tú, ella siempre gana más, aunque tu futuro sea tuyo siempre pertenecerá a otra persona.

A veces uno es lo que queda. Lo que desean que quede de ti. Olvidar esa parte, amputarse esa parte de la vida que no se llega a vivir, es de verdad el principio. Es empezar a empezar de nuevo.

Porque se empieza de nuevo muy pocas veces.

Me cansé de esperar, a la primavera o al cambio de una luna por otra. Estoy cansado de estar cansado de estar cansado.

Algo le ha pasado a mi centralita que se ha colapsado. Un gesto este mediodía, dos frases demoledoras esta noche y la vía de agua se ha hecho más grande como para achicar todo lo que ha entrado (y sigue entrando).

Luego he visto Shrek.

No quiero irme a dormir, no sé qué debería estar haciendo ahora.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Todo aquello que no pude evitar ser

No sé cómo decirlo. Últimamente empiezo los posts demasiadas veces, sé qué me gustaría decir pero soy incapaz de hacerlo, se me rompen las letras encima de la pantalla como si alguien las hubiera golpeado con un martillo, se partieran, y se despegaran hasta tal punto de que puedo llevarme los restos si paso la mano como cuando borras y te llevas los grumos de la goma embadurnados con el grafito del lápiz. El no saber qué decir supongo que dice mucho de mí. A veces me gustaría poder hablar con la misma facilidad con la que escribo y ya ves, ni eso me queda ya.

Ha pasado el tiempo, me levanté y seguí andando, a veces me gustaría poder bajarme de la vida y volver a retomarla más adelante, cuando hubiera podido entender lo que ha pasado. Pero el tiempo nos empuja como hojas secas por el viento y el sol entra por la ventana cada mañana, y los horarios y los terminios nos llaman con la boca abierta de sus huecos que yo mismo me he hecho para que se note cuando falto en ellos, me pregunto cuándo me convertí en el engranaje que falta en esa máquina que no cesa de moverse sin llegar a ninguna parte. Me levanté y seguí andando, y supe demasiadas cosas que era mejor que no supiera.

Antes escribí algo así como una carta, no era demasiado amable. Me quejo casi todos los posts de algo. Si me lees con atención siempre me estoy quejando de algo aunque a veces salga con la excusa de que acabo por ser un optimista. No sabría decir qué fue primero, si la debacle o la excusa, no sabría decir si soy como soy para tener derecho a enfadarme con el mundo.

Leo blogs. A veces leo tu blog, hay quien no lo necesita para nada más que para soltar cuerda a la cometa de sus deseos, pero los deseos a veces se convierten en la queja de lo que se tiene presente, hemos sido educados en el deseo e imagino que en parte está bien en cuanto a que necesitas crecer, supongo que el deseo insatisfecho puede mover una vida sin sentido, porque a veces nuestra vida no tiene sentido.

El viernes fui a una conferencia de inventores, algo así como unos premios a la innovación. Todos estaban enamorados de su proyecto y, algunos, eran muy buenos, realmente muy buenos. El que ganó hizo trampa. En teoría sólo podían votar los que estaban dentro de la sala pero como se podía hacer por twitter el más listo avisó a todos sus amigos del mundo para que lo votaran. Recibió más votos que gente había en la sala. No fue justo para el resto.

Alguien me preguntó qué hacía yo. Le dije que había patentado un sistema de desinfección del agua sin productos químicos y sin aporte de energía. De entre 500 a 2000 litros a la hora, en un equipo de 25 kg. Patentado. Es difícil de creer incluso para mi, que estoy haciendo las pruebas con el prototipo. Me pregunté qué suponía esto que tengo entre las manos, lo vivido, lo soñado, lo perdido, cuál es el precio que pagamos por amanecer desnudos, por gritarle a la luna, por caer para levantarnos, si no merecería más la pena el trabajo, el sueldo a fin de mes, la vida medible y pesable, los fines de semana libres, la segunda residencia para huir de la primera, las conversaciones insulsas...

Cuando quería ser escritor y estuve haciendo los cinco años en el Ateneu Barcelonés me preguntaba lo mismo. Si merecía la pena ir por la calle narrando lo que estaba viviendo, imaginar historias que no tenían casi nada que ver conmigo y al mismo tiempo me hacían ser lo que soy. Ese "escribes bien" pero "te comes demasiado la cabeza", ese acaba lo que has empezado, ese vales lo que tienes. Me pregunto qué hubiera pasado si hubiera aceptado ser como los demás, si hubiera perseguido la felicidad de la forma que se supone que debería perseguirla.

Tengo cuarenta años y aún se supone que debería tener tantas cosas resueltas... soy una mala apuesta para quien quiere jugar seguro.

Creo que me equivoqué en algo. Imagino que me equivoqué cuando era niño, a veces pienso que nací equivocado, que pensar por uno mismo en lo más básico es, en realidad, el sendero de la destrucción. Ahora que sé que no crearé una familia ni tendré hijos, que biológicamente y socialmente soy el final de un camino que acaba en acantilado, me siento demasiado viejo o triste. A veces las cosas no son cómo habías imaginado.

Podría decir que no me importa, que poder potabilizar agua en cualquier parte del mundo salvará muchas vidas y eso me compensa pero hay algo que me hace dudar de ello. Siempre que llego a sentimientos como éstos me siento con el niño que fui y le pregunto qué hacemos. No es la vida que soñó, demasiadas decepciones, demasiados adioses, demasiados engaños. Le gustaría que viajáramos, a lugares exóticos, le gustaban las novelas de Julio Verne, los inventos que nadie más había imaginado, eso parece ser que se va a cumplir... tarde, pero sí.

Pero seguimos estando solos, seguimos siendo bichos raros, seguimos siendo tímidos, seguimos creyendo que los demás son mejores y que nos queda escondernos. Hay tanto del niño que fui en el adulto que soy... Hay tanto del adulto que soy en el niño que fui...

Hay tantos sueños...

Tanto por dar y recibir...

Soy incapaz de pensar qué pude haber hecho para equivocarme menos.

Soy incapaz de dar una solución convincente para cambiar aquello que se me escapó de las manos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Vídeo: Someone like you



Todos somos el amor de la vida de otro.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Vídeo: Maldita Nerea - ¿No podíamos ser agua?



Para Ángela (y Sofía).

Por hacerme siempre reír, por todos esos años de positivismo. Por practicar el arte la sonrisa incluso en los días nublados.