miércoles, 30 de enero de 2008

Otra vez


Se fue. Cuando volví del supermercado y entré en la habitación del motel supe enseguida que se había ido. He desarrollado ese instinto, aunque no descarto que sea algo que no he logrado aún identificar y que ella deja a propósito en las habitaciones que abandona por mí y para que yo lo sepa de inmediato. Lo cierto es que siempre que se va lo sé al instante. Sólo abro la puerta y sé que tardaré en volver a verla. Y esta vez se fue y no sé dónde habrá ido ni qué contactos puede tener aquí, tras la frontera. Esto es más peligroso que de dónde venimos, aquí la gente es violenta por naturaleza. Es su condición, no una elección, es como la raza o el periódico local con el que uno se asoma al mundo: inevitable. Se meterá en líos. Aunque esta vez estoy seguro que se buscará a alguien más grande y más fuerte que yo. Lo atrapará como hizo conmigo. Yo ya estoy viejo, aquel niñato me dio duro en la cara. Ha llegado la hora de la decadencia, ese pedazo de tiempo en el que aún lograré salir con vida de ciertas peleas pero de las que no saldré como antes.
¿Qué me pasa? Apenas soy capaz de pensar. Me siento en la cama y agacho la cabeza, me tumbo, miro al techo, me resigno. Me digo otra vez que soy un imbécil... "las llaves del coche", pienso, "¡maldita zorra, se ha llevado el coche! No se lo tengo en cuenta... "no es mala, ella es así, no puede evitarlo" me digo. La culpa es mía, por consentírselo, por no poder dejar de correr a su lado. Sé que hoy no, ni mañana tampoco, pero sí que dentro de unos meses volverá a llamar y que entonces mi odio habrá sufrido una erosión imperceptible y también sé que me llamará y dirá "tengo problemas"... y entonces yo tendré unos instantes de duda pero si estoy vivo acudiré a su encuentro. Tal vez esté mucho más viejo, y puede que esta vez se trate de algo o de alguien que no pueda controla. Pero ella sabe (y yo sé también) que si hiciera falta, moriría por ella (de nuevo).

domingo, 27 de enero de 2008

Nadie sabe


La frontera. Todo lo peor está tras la frontera y es allí donde vamos, es allí donde la llevo. No ha sido difícil cruzarla, conozco caminos y conozco como hacer para que no me vean. Cuando llevas huyendo toda la vida (imagino que ya cuando nací lo que hice en realidad fue escapar del vientre de mi madre) se convierte todo en más fácil. Es por esa habilidad mía que ella me busca ahora, lo sé. Hubo otro tiempo que no era así. Hubo un tiempo en el que ella sentía por mí algo distinto a lo que siente ahora. ¿Tengo que decirlo? Está bien, ahora siente por mí desprecio. El desprecio que se siente por las personas que quieres lejos pero debes tenerlas cerca porque las necesitas. Ella es consciente que sin mí estaría muerta o mil veces peor que muerta. Sabe que yo haré lo que sea para que no sufra daño. Siempre ha sido así. O tal vez no. Quizá hubo un tiempo en el que me quiso pero tal y como me mira ahora estoy seguro que apenas quedaría nada de aquello. ¿Cuánto tiempo hará de eso? ¿quince años? Recuerdo el día en que la ví por primera vez. Yo estaba de matón en la puerta del Marriors. Ella quería entrar. ¿Cuántos años tendría? ¿quince? "Será mejor que te vayas a casa a jugar con tus muñecas. Este no es un sitio para una jovencita como tú" le dije. "¿Y tú qué sabras?" me dijo con una sonrisa burlona. Sabía como ser morbosa, la niña. Y sabía mantener la mirada a cualquiera. Insistió e insistió. No la dejé pasar. He visto muchas chicas entrar por primera vez en un antro como el Marriors y podría contar con los dedos de una mano las que han salido indemnes. Una vez entran se las comen como si metieras un jugoso filete en una reunión de lobos hambrientos. Luego las ves entrar y las ves salir, cada vez con más pintura en la cara para tapar los estragos de la mala vida, del sinsentido. Se creen las promesas de tipos tan vacíos como lo acaban estando ellas y acaban mal, todas acaban mal. Y yo acabo por verlas salir por última vez y sé que es la última vez. "No vuelvas más, chica. Este no es tu sitio" me digo y a veces recuerdo el primer día que entraron. Han perdido el brillo de los ojos. La vida que uno tiene se puede ver en ese brillo. Llega un día que ya no lo tienen. Muñecas tristes, muñecas rotas.
Ella era especial. Cualquiera que la viera sabía que era especial. No sabías por qué pero te hacía sentir una alegría instantánea de verla. Quise evitar que entrara, lo juro. Se fue maldiciéndome. La verdad es que me sorprendió que de una boca tan bonita salieran palabras tan sucias. Al cabo de un rato volvió, esta vez iba acompañada de uno de los dueños del local. Un idiota al que, de no tener parte en un local nocturno, no se le acercaría una mujer como ella ni a doscientos metros. "No tiene la edad" le dije señalándola a ella y tratando de salvarla a toda costa. "Cállate. No te pago para que me des consejos" me dijo el imbécil. Y pasaron. Desde dentro y con aquella sonrisa suya de medio lado cerró los labios y puso sobre ellos su dedo índice. No sabía lo que le esperaba. Aquel tipo era un auténtico cerdo. Supongo que primero la emborracharía. Luego... se rumoreaba que era un depravado. No la vi salir, le pedí a un compañero que me sustituyera y me fui más temprano a casa.
Tengo un amigo que dice que cuando conoces a una persona y empiezas a hablar con ella, cuando te cuentas la vida de uno y otro, lo que en realidad estás heciendo es estableciendo qué papel jugará el uno en la vida del otro. Quién será el que salve y quién será la víctima. Es algo que ya no podrás cambiar. Supongo que siempre quise salvarla. Y para que alguien se salve es condición indispensable que quiera salvarse.
Recuerdo que los días posteriores entablamos una amistad de portería de discoteca. Ella me decía algo gracioso y yo le respondía con otra bobada. Era simpática. Demasiado. Luego, un día me la encontré en una cafetería, estaba acompañada. La saludé y el individuo con el que estaba le montó un numerito por la excesiva alegría que mostró al verme. Aquella vez no le hice nada. Empecé a frecuentar la cafetería o a pasar por delante de ella variando a veces hasta seis manzanas los itinerarios de ir de mi casa a cualquier sitio. Por entonces yo no era un chaval. Supongo que tendría veintimuchos. Me enamoré de ella desde el primer instante en que la vi. ¿No crees que eso pueda pasar? ¿Y tú que sabes? No me conoces, no puedes saberlo. Nadie sabe.

jueves, 24 de enero de 2008

Reproches


Es probable que pudiera haberlo evitado pero no quise. Esta vez tuve el control necesario para pararme unos segundos, recapacitar y decidir qué hacer. Y decidí que le rompería la cara, que le aplastaría uno por uno los huesos, que los sentiría crujir al partirse. Sí, pude haberlo evitado pero no quise. El tipo de la recepción creyó que yo había ido a repostar gasolina con el coche, pero volví porque ella tenía las llaves en el bolsillo de su chaqueta. Oí como le ofrecía dinero por acompañarle detrás. Ella le dijo que me lo diría y él subió su oferta como respuesta. Luego... luego se le vino el mundo encima.
No sé a cuántos hombres habré arruinado su vida, cuantos lisiados, ciegos, sordos o inválidos habré creado con mis manos. O mejor debería decir que el bicho ha creado. En todo caso, conduciendo (ya con el depósito lleno) por estas carreteras semidesiertas y con ella en silencio, me da por pensar qué hubiera sido de sus vidas si no se hubieran cruzado conmigo y qué sería de la mía si no hubiera sentido la llamada de la sangre, si el bicho no se hubiera despertado, desperezado, si no hubiera mirado a su alrededor y si jamás hubiera dicho "vamos a machacarlos a todos ¿oyes? a todos".
"Eres un salvaje" me dice. Y el tono que emplea es de reproche. En realidad ese tono dice "antes me gustaba que fueras un salvaje pero ahora, con esa edad y esos kilos de más, me pareces patético". No le respondo, sigo con la vista puesta en la carretera, simulando una concentración que se ve a la legua que es excesiva. "¿Cuántos años tienes?" pregunta. "Los suficientes como para poder ser tu padre, mi niña" pienso. "Cuarenta y dos" le digo. "No se tienen cuarenta y dos años y se va destrozando a la gente a la más mínima. ¿Cuánto tiempo vas a estar así?" me dice. "No pareció importarte cuando anoche te saqué de ese antro" le digo. Touché. "Eres un imbécil. Un maldito saco de músculos sin cerebro. Sólo sirves para dar puñetazos" dice mientras cruza los brazos. Luego me mira y empieza a restregarme por la cara cosas del pasado: noches oscuras, borracheras suicidas, golpes y más golpes, días que he olvidado porque probablemente recordarlos es incompatible con vivir con dignidad. Entre esas cosas del pasado se olvida (quizá porque no lo sabe o no quiere saberlo) los días enteros bajo la lluvia siguiéndola, observándola de lejos, atento al más mínimo indicio de peligro; los días de morderme los labios hasta que me sangraban al verla irse con los tipos más depravados del barrio viejo. Individuos cuyo único objetivo en la vida era mascar un montadientes, hacerse el duro, tener dos o tres compinches más abyectos aún que él, tipos de diente de oro y gafas de sol de quinientos dólares. Mi niña... sólo llena de reproches que ya no escucho porque estoy lejos, porque ya me puse el impermeable que me protege de sus palabras. Mi niña... ¿dónde se quedó la chica a la que quería?
Está tan absorta en arrojarme basura que no se da cuenta que pasamos por un bosque encantado. A ambos lados de la carretera el bosque se hace espeso, crecen helechos altos y verdes, la luz del sol entra por los huecos que dejan las copas de los árboles que, al ir nosotros rápido, se convierte en un constante nacer y morir estrellas de luz en el cielo verde oscuro del techo del bosque. Levanto el pie del acelerador y el motor se duerme, baja de revoluciones, y el coche se desliza en silencio sobre el asfalto. "... un maldito imbécil, un ser insensible, un trozo de carne, eso es lo que eres" dice. Pero yo estoy lejos, muy lejos. En un lugar donde ella sigue siendo la adolescente que quería que la dejase entrar en la discoteca y donde yo no soy yo, sino otro distinto, alguien que no estaba allí aquella noche ni ninguna otra; en un lugar donde el tiempo no cambia a la gente, donde el vicio no quiebra las almas, un lugar donde no hay que rezar todos los días y todas las noches para que el bicho duerma tranquilo, donde puedes cerrar los ojos y dormir sabiéndote a salvo.

miércoles, 23 de enero de 2008

Un mar de océanos


Paramos en un hostal que se ve desde la carretera. No es un buen sitio pero se puede esconder el coche en el patio y no llamar así la atención si se les ocurriera pasar por este camino. He tenido que parar porque nos estábamos quedando sin gasolina y era poco probable encontrar una gasolinera abierta a estas horas por estos contornos. Nos abrió un tipejo bajo, calvo y gordo, el cabrón lo tenía todo, hasta dos gatos encima del mostrador. Hay gente que me produce verdadera repulsión. Éste es uno de esos. Le mira a ella con descaro, como si diera por supuesto que ella es una puta y yo su cliente, o su chulo. Me dan ganas de destrozarle la cara de un puñetazo pero me retengo, quiero descansar en una habitación, dormir un poco, pero sobre todo, quiero abrazarla y que ella se pegue a mí. La echaba de menos.
El tipo nos da una habitación en el primer piso, sonríe mientras nos da la llave, le mira el culo a ella cuando sube las escaleras. Maldito cerdo, si no fuera porque no quiero armar jaleo estaría bebiéndose su propia sangre, respirando su propia sangre, lamentándose de no haber tenido más consideración. Me calma ver que ella abre la puerta y enciende la luz. "No está del todo mal" dice. Y me sonríe. "Hemos dormido en sitios peores ¿verdad?" le digo. Y me vuelve a sonreír. "Estoy muerta" gime al tiempo que suspira "¿te duele?" dice señalando el golpe en la cara. "No" le miento "pero será mejor que me ponga algo de hielo". No hay hielo en el mueble bar así que mojo una toalla y me la pongo sobre el pómulo. No es lo mismo pero alivia. No lo ví venir. Ya no tengo los reflejos de antes. Un niñato, un mequetrefe, un pobre insensato que ahora le estará explicando al doctor de urgencias que se le vino un tren de mercancías encima, y que me odiará el resto de su vida porque ya no volverá a ser nunca más el guapo del su barrio. Espero que tenga algo de arreglo esa cara. No me importa que no lo supiera, que fuera nuevo en esto de pegar primero pero alguien debía haberle advertido: no me gusta que me toquen la cara.
Ella se desnuda con tanta rapidez y con tanta naturalidad como si estuviera acostumbrada a hacerlo ocho horas diarias, cinco días a la semana. Sólo se deja puestas las braguitas. Conserva bien el tipo, más delgada ahora quizá; las palmas de mis manos rememoran el tacto de su piel al sentirla cerca, y ese olor... así deben de oler los ángeles que se hacen pasar por demonios. Un día me contó que su cuerpo no segregaba no se qué hormona, así su piel seguía siendo suave, pero al mismo tiempo, cualquier herida dejaba su cicatriz para siempre, un simple corte y ahí se quedaba para siempre. "Has engordado ¿no?" me dice cuando me quito la camisa. "Sí. Desde que dejé de beber me ha dado por comer más" le digo. Al final todo es lo mismo, hay que calmar al bicho, ya sea bebiendo, comiendo o jugando. "Pues vuelve a beber. Me gusta sentir que me proteges, no que me cubres". Y se mete en la cama dándome la espalda. Me siento y me quito los zapatos, luego los pantalones. Me meto en la cama, apago la luz y me pego a ella. Huelo su pelo que guarda aún un rastro lejano del champú con el que se lo lavó antes de ir a lugares donde el humo se deposita en tu cuerpo como una segunda piel. "Hoy no, cielo, tenemos muchos días por delante" me dice. La abrazo. "Quita" dice apartándome sin demasiada brusquedad. Me quedo ahí, a unos centímetros de ella, mirando en la oscuridad el lugar donde ella va cayendo poco a poco en un profundo sueño. No puedo dormir, es difícil explicarlo, es como si estuviera flotando en un océano de serenidad despierta, como si hubiera encontrado la solución a todos mis problemas y ya nada importase. Sí, eso es, como flotando en un oceáno. No, más grande aún... en un mar de océanos.

domingo, 20 de enero de 2008

Otra vez metido en líos


He tenido que escoger carreteras secundarias, este viejo cacharro ha perdido su antigua furia y no aguantaría una carrera con automóviles más jóvenes, más rápidos, más ágiles. A mí me pasa lo mismo, pero para mí es distinto, yo cuento con el bicho, cuando el bicho se desata es como si el tiempo no existiera y soy capaz de cualquier cosa. Al bicho le gusta el sabor de la sangre y pide su ración de huesos rotos con asiduidad. Esta noche se pegó un atracón con esos tipos del local al que fui a recogerla. Me llamó. Estaba en apuros. "Siempre te tengo que sacar de tus malditos problemas" le digo con voz inaudible. Ella duerme en el asiento de al lado, abrazada a sus piernas, mientras el coche se desliza por la negra noche y esta carretera solitaria. "¿Dónde está la luna cuando se le necesita?". Las noches sin luna son ideales para huir pero, al mismo tiempo, son tu peor enemigo si ya no te persiguen y se te ha fundido un faro del coche.
Su presencia a mi lado me calma. Vuelvo a tenerla. No sé cuanto tiempo permanecerá esta vez junto a mí ("Hasta que se sienta segura" pienso) pero necesitaba esto: tenerla, que me mire a los ojos con esos ojos azules suyos, que se acurruque a mí por la noche y saber que se siente segura porque yo estoy ahí; saber, en definitiva, que seré el único hombre con el que quiera estar durante todo este tiempo que pasaremos juntos. Luego se irá. Como siempre.
Disminuyo la velocidad, voy demasiado rápido por esta carretera sin que nadie me persigua. Es mejor sólo correr cuando debes correr y no hacerlo cuando no es necesario. Conozco la carretera, cuando llego a una ciudad, lo primero que hago es recorrer las carreteras secundarias, buscar atajos, escondites por los alrededores. Por si tengo que huír, como siempre.
¿Quién me iba a decir a mí que la noche acabaría así? Yo estaba en casa, peleándome conmigo mismo, escribiendo para no pensar en que a esas horas, un mes antes, ya estaría rozando el coma etílico. Sonó el teléfono. "Otra vez ese maldito imbécil que me envía mensajes de madrugada". Sólo que esta vez llamaba. "Mira imbécil, no sé quién eres, pero por tu bien te aconsejo que dejes de molestarme. Tengo el sueño muy ligero y últimamente me irrito con facilidad. Cuando me irrito hago daño, mucho daño. Si sigues haciendo esto te buscaré y cuando te encuentre estaré muy enfadado" le dije. "Soy yo" contestó ella, "tengo problemas". Cuando ella dice "tengo problemas" quiere decir que ha frecuentado malas compañías y que éstas quieren algo de ella que ella no está dispuesta a dar. "¿Dónde estás?" le pregunto. "En el Greys ¿lo conoces?" "Sí, lo conozco. Voy para allá. Tardaré quince minutos" me miento. "Dáte prisa, por favor". Cuando me dijo dónde estaba lo primero que se me vino a la cabeza fue prguntarle qué hacía ella en un antro como ese, pero hace tiempo que sé que es mejor no preguntarle nada. Se encoge de hombros; "no sé" dice "conocía a uno". Me vestí lo más rápido que pude y eso quiere decir que acabé de ponerme la ropa ya dentro del coche y con el motor encendido.

viernes, 18 de enero de 2008

Trabajo atrasado

Estuve toda la semana fuera. No diré dónde. Sólo diré que fue un trabajo más complicado de lo que esperaba y que he regresado a tiempo de contaros más cosas. Las heridas que llevo en las manos... en fin, digamos que el trabajo se resistió más de la cuenta o que mis manos ya no son las de antes. ¿A quién quiero engañar? Yo ya no soy el de antes.
Las cuatro. Demasiado tarde. Mañana tengo que ir a cobrar el encargo. A las doce en la plaza Rius i Taulet, debajo del reloj. Le he pedido a un colega que venga conmigo para que me guarde las espaldas. No me gustan los espacios abiertos para ciertas reuniones. Demasiados ángulos que vigilar, demasiadas caras que averiguar qué traman. No, definitivamente no pienso ir solo. Hubo un tiempo que me gustaban los centros de las plazas, creía que tenían un poder especial, algo telúrico, algo universal. De eso hace tiempo, antes de que ella diera una patada a la puerta y se colara en mi vida. Ya casi no lo recuerdo. Es tarde, el bicho descansa, los ojos se me cierran pero tenía que entrar y escribir esto, es lo menos que podía hacer.

domingo, 13 de enero de 2008


En las novelas negras el tipo suele ser un detective, quizá un antiguo policía al que echaron del cuerpo por algun asunto turbio. Si queremos crear el estereotipo completo el tipo, además, será inocente y el asunto turbio será una trampa de otro policía corrupto porque estaba haciendo demasiadas preguntas. Será el único policía de la comisaría que tendría la mala costumbre de hacer cumplir la ley, incluso a sus compañeros. Pero no os voy a engañar: ese no es mi caso. No soy un ex-policía. Detesto a los polis casi tanto como a esos cobardes que pegan a las mujeres. Los polis y esos cerdos comparten el que creen estar por encima de sus víctimas, que tienen cierta posición moral y de fuerza bruta superior, algo que impide devolverles los golpes porque sabes que luego te buscarán y te harán más daño aún. Yo soy... mejor que no os lo explique, todavía guardo la esperanza de caerle bien a alguien y si lo hago ahora no seguiréis leyendo. En todo caso, si sospecháis que soy un fraude... bien, estaréis más cerca de la verdad que si pensáis que soy un poli honrado (pero infinitamente más lejos de ella si pensáis que soy el policía corrupto que ponía trampas a los compañeros que hacían demasiadas preguntas). Os lo diré más adelante. Siempre (repito, siempre) cumplo lo prometido.
¿Por dónde empezar? Quizá lo mejor será que os cuente quién o qué era ella. Eso será, además, lo más fácil porque no puedo arrancármela de la cabeza. En fín, ella era... ella era un ángel caído. Una niña de belleza celestial poseída por un corazón tan negro y tan frío como una noche de invierno en un cementerio. La veías una sola vez y ya no te la podías quitar de la cabeza. Te miraba y creías que eras el hombre más feliz del mundo, te besaba... y tus huesos se convertían en una cadena con la que te llevaba, como un perrito, hacia donde ella quisiera. Tenía un aspecto frágil, al principio te miraba como si fuera una niña que hubiera perdido su osito de peluche, jugaba con su pelo con inocencia estudiada, hacía como que sentía vergüenza de que tú le estuvieras mirando. Era su forma de echar el anzuelo. Era imposible resistirse, era como como contratar a un vigilante nocturno alcohólico para guardar un almacén de bourbon añejo. A Dios se le olvidó, al hacer el primer hombre, crear el antídoto para contrarrestar tanto y tan dulce veneno. Además, si yo hubiera tenido ese antídoto en mis manos lo hubiese lanzando lo más lejos de mí que pudiera. A ella no se le podía decir que no, era como negarse el aire, la luz, el viento. Lo hubiera dado todo. Hubiera muerto por ella.

Insomnio


Las dos de la mañana. Hace frío. No puedo dormir. Desde que dejé de beber sufro este maldito insomnio. El bicho se revuelve dentro de mi cuerpo, no descansará hasta obtener su dosis de autodestrucción y lo sé. Entro en el ordenador y en la página que he creado un par de horas antes. Por ella.
Quiero seguir con el inicio de la novela que le dedicaría a ella si estuviera seguro de que se lo merece. El bicho me susurra al oído que nadie se merece nada y luego se ríe. Maldito bicho, bicho perverso, bicho que muerde. No me queda otro remedio que agotarle: juego al solitario y escucho a Cole Porter y el concierto que Thelonious Monk y John Coltrane perpetraron en Carnegie Hall. Música infernal, música celestial. El bicho se calma, se calma cuando no entiende, debe ser cierto eso de que la música amansa a las fieras. Juego y juego, sin apostar, esta vez sólo quiero que pase el tiempo, que me venza el sueño por puro cansancio. Cada vez voy a mejor, esta noche sólo me he preguntado una vez qué estará haciendo ella en este momento. Las dos de la mañana y si de algo estoy seguro es de que no estará durmiendo. Será mejor que no siga por ahí, ahora que el bicho se ha adormecido, sólo de pensar que estará haciendo... "¡maldita sea! ¡no pienses!".
Las dos y cuarto, el tiempo pasa más despacio cuando esperas a que llegue el sueño. Ella... en fin, estará en algún garito de la parte baja, o quizá por fin se habrá reformado y habrá encontrado a un hombre bueno y habrán ido al campo a pasar el fin de semana y habrán encendido una chimenea y se habrá refugiado en el regazo de él, debajo de una manta y ella estará ronroneando como el animal salvaje que es y le habrá dicho que le quiere, como a tantos otros, como a mí me lo dijo también hace ya ¿cuánto tiempo hará? "¡Deja ya de pensar!" No voy a sacar nada bueno si empiezo a imaginar, la doctora dice que en estos casos lo mejor es pensar en algo positivo, por ejemplo, ¿qué se me ocurre? sí, claro, por lo menos estoy sobrio. Tres semanas. Un infierno. Era más feliz cuando bebía o, por lo menos, no era tan consciente de lo patético que soy. Sigo perdiendo al solitario; siete partidas consecutivas. Daría el alma a cambio de un trago. Lo saboreo en mi mente, mi lengua se pega al paladar huérfana de su medicina, el alcohol le hacía sentir grande y poderosa y ahora se desespera dentro de la boca como un perro hambriento olisqueando basura. Paso el momento duro. No hay alcohol en casa, es una suerte. Gano una partida. Me empiezan a doler los ojos, bien, dentro de poco llegará el bendito sueño.
Las dos y media. Suena el teléfono. Alguien me ha enviado un mensaje. Rezo para que sea su número. Hace meses que no sé nada de ella y sin embargo, cada vez que suena el teléfono el estómago me da un vuelco. Cojo el teléfono. Naturalmente no es ella. No es nadie. Enviar un mensaje a las dos y media de la madrugada es no tener consideración por el destinatario. Imagina que estás con tu mujer en la cama, durmiendo y te suena el móvil a las dos y media. Lo primero que pensará ella es que tienes una amante que te echa de menos o que quiere vengarse de ti. Y tú tendrás un problema porque, lo más probable, es que sea cierto.
Empiezo a tener sueño. Creo que es hora de que me vaya a la cama, acabaré esta partida. Monk toca el piano con una delicada violencia que me recuerda a... "¡maldita sea, no pienses!"

sábado, 12 de enero de 2008

Empezar de nuevo


Sé que es una mala idea pero no puedo dejar de hacer esto. Forma parte de mí. Me hubiera gustado poder evitarlo pero odio los espacios en blanco, he de mancharlos de una forma u otra. Después de muchos años he aprendido que las palabras despiertan menos sospechas y pueden hacer más daño, por tanto, las palabras están bien, mejor que los dibujos o la sangre. A veces me gustaría no haberlas encontrado en mi camino, hubiera preferido que se perdieran como lo hacen las balas una vez has disparado un arma. Pero siempre regresan, siempre se empeñan en ponerse donde yo pueda tropezarme con ellas. Así que con el tiempo me he acostumbrado a escribir y me he convencido de que es el menor de los males. En cuanto a por qué me he decidio a entrar aquí... supongo que estoy aquí por ella y tal vez eso sea lo único bueno de todo esto. Espero no fastidiarlo todo esta vez, se me están acabando las oportunidades; sobretodo de que alguien crea en mí. De todas formas sigo pensando que es una mala idea abrir esta página y que alguien debería detenerme... dejaré pasar unos minutos...

... nadie. Han pasado unos minutos y no hay nadie. Estoy solo. Un amigo me dijo una vez que estaba solo porque yo era consciente de que soy incapaz de hacer sentir bien a nadie que esté a mi alrededor y para evitar hacerle daño a la gente que quiero, simplemente los aparto. Quizá tuviera razón, él no se apartó a tiempo. No me importa, casi no recuerdo su cara, sólo lo que me dijo. Entonces tomé la decisión de no entablar amistades para no tener luego que alejarlas. Me di cuenta que yo también sufría en cada despedida. Ya había sufrido bastante. Podríais pensar que soy un egoísta y tendríais razón pero estaría bien que lo decidiérais después de haber leído más de lo que lo habéis hecho hasta ahora. Quizá, si leyerais más cambiaría vuestra opinión. Os adelanto que no voy a tratar de convenceros de que soy un buen tipo. Ya os lo digo ahora: no lo soy. Pero le debía... en fín, le debía , por lo menos, algo bueno, quizá un inicio de novela negra que empezara más o menos como... "Todo empezó cuando la conocí a ella. En seguida supe que me traería problemas pero eso no era ningún inconveniente para mí: me gustan, me salvan del aburrimiento... de profesión: mis problemas."