domingo, 13 de enero de 2008

Insomnio


Las dos de la mañana. Hace frío. No puedo dormir. Desde que dejé de beber sufro este maldito insomnio. El bicho se revuelve dentro de mi cuerpo, no descansará hasta obtener su dosis de autodestrucción y lo sé. Entro en el ordenador y en la página que he creado un par de horas antes. Por ella.
Quiero seguir con el inicio de la novela que le dedicaría a ella si estuviera seguro de que se lo merece. El bicho me susurra al oído que nadie se merece nada y luego se ríe. Maldito bicho, bicho perverso, bicho que muerde. No me queda otro remedio que agotarle: juego al solitario y escucho a Cole Porter y el concierto que Thelonious Monk y John Coltrane perpetraron en Carnegie Hall. Música infernal, música celestial. El bicho se calma, se calma cuando no entiende, debe ser cierto eso de que la música amansa a las fieras. Juego y juego, sin apostar, esta vez sólo quiero que pase el tiempo, que me venza el sueño por puro cansancio. Cada vez voy a mejor, esta noche sólo me he preguntado una vez qué estará haciendo ella en este momento. Las dos de la mañana y si de algo estoy seguro es de que no estará durmiendo. Será mejor que no siga por ahí, ahora que el bicho se ha adormecido, sólo de pensar que estará haciendo... "¡maldita sea! ¡no pienses!".
Las dos y cuarto, el tiempo pasa más despacio cuando esperas a que llegue el sueño. Ella... en fin, estará en algún garito de la parte baja, o quizá por fin se habrá reformado y habrá encontrado a un hombre bueno y habrán ido al campo a pasar el fin de semana y habrán encendido una chimenea y se habrá refugiado en el regazo de él, debajo de una manta y ella estará ronroneando como el animal salvaje que es y le habrá dicho que le quiere, como a tantos otros, como a mí me lo dijo también hace ya ¿cuánto tiempo hará? "¡Deja ya de pensar!" No voy a sacar nada bueno si empiezo a imaginar, la doctora dice que en estos casos lo mejor es pensar en algo positivo, por ejemplo, ¿qué se me ocurre? sí, claro, por lo menos estoy sobrio. Tres semanas. Un infierno. Era más feliz cuando bebía o, por lo menos, no era tan consciente de lo patético que soy. Sigo perdiendo al solitario; siete partidas consecutivas. Daría el alma a cambio de un trago. Lo saboreo en mi mente, mi lengua se pega al paladar huérfana de su medicina, el alcohol le hacía sentir grande y poderosa y ahora se desespera dentro de la boca como un perro hambriento olisqueando basura. Paso el momento duro. No hay alcohol en casa, es una suerte. Gano una partida. Me empiezan a doler los ojos, bien, dentro de poco llegará el bendito sueño.
Las dos y media. Suena el teléfono. Alguien me ha enviado un mensaje. Rezo para que sea su número. Hace meses que no sé nada de ella y sin embargo, cada vez que suena el teléfono el estómago me da un vuelco. Cojo el teléfono. Naturalmente no es ella. No es nadie. Enviar un mensaje a las dos y media de la madrugada es no tener consideración por el destinatario. Imagina que estás con tu mujer en la cama, durmiendo y te suena el móvil a las dos y media. Lo primero que pensará ella es que tienes una amante que te echa de menos o que quiere vengarse de ti. Y tú tendrás un problema porque, lo más probable, es que sea cierto.
Empiezo a tener sueño. Creo que es hora de que me vaya a la cama, acabaré esta partida. Monk toca el piano con una delicada violencia que me recuerda a... "¡maldita sea, no pienses!"

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