lunes, 28 de febrero de 2011

La atracción de los sexos celestes


Esta mañana me he levantado rompiendo mis sábanas como si fueran una fina capa de hielo. Han crujido como si alguien pisara la superficie de un charco helado; en ese sonido he creído sentir todos mis huesos haciéndose de goma, como si al levantarme de la cama estuviera rompiendo una crisálida de cinco grados bajo cero, como si por fin alcanzara a entender qué es lo que sucede cuando rompes esa segunda piel que nos viste y que uno lleva a dos milímetros de la verdadera piel, por si la piel de verdad fuera demasiado preciosa e indefensa como para dejarla al alcance de cualquiera.

He de decir que en seguida he sentido que algo se rompía por dentro, como si al quebrarse el delgado y ponzoños espejo del mar de los sargazos donde navego, y que siempre creí que me protegía, algo me inundara de fuera a dentro al mismo tiempo que un halo que contenía se me escapaba para siempre hacia el espacio, más allá de la ionosfera, como si regresase al lugar donde pertence, muy cerca de las estrellas.

Ignoro el porqué este sentimiento de tristeza me asalta tan de vez en cuando, casi siempre cuando se acerca mi cumpleaños o cuando, después de estar esperándola durante el crudo invierno, la primavera asoma con las primeras flores de almenendro, dejándose ver cada día un poco más en la mortecina luz de la tarde, cansada de dar brochazos de fuego al cielo de nubes violetas, sacudiéndose la perdida y olvidada luz de inviernos de madriguera.

Y hoy, después de ese segundo nacimiento, triste, frío, somnoliento, he querido que alguien me recibiera a esta nueva vida con una manta que me envolviera, como la primera vez, un calor que el hombre que soy hace tiempo que aprendió a encontrar en las hogueras que por la noche prendo en la noche, hogueras de luna de plata, de granito, de líquen, de hierro.

Porque el hombre agreste que soy ya no vive de cazar rinocerontes y aúlla loco por entre los árboles de la espesura, desnudo, sin armas, con la palabra descubierta hace tan sólo un instante quemándole los labios, tembloroso de alegría y fascinado por la sonoridad del viento en las montañas, soñándote deprisa, a zancadas por un lecho de musgo y tu piel de ondina, jugando a que no vamos desnudos, que somos civilizados... tú y yo ¡qué tontería! tú y yo somos el centro del mundo, el centro equivocado por supuesto, atrapados en la gravedad que sentimos el uno frente al otro, como dos cuerpos celestes que orbitan en un universo de palabras que no tienen fin.

Que me digas que te vienes a vivir conmigo a las montañas, que te quedas a dormir hoy y mañana, que me quedo a dormir en tu casa cuando nos vistamos de luz y agua, que me aceptas como soy porque hace tiempo que aprendí a que las sirenas serán siempre escurridizas. Que el único pacto sea que nos miremos a los ojos, que el único anillo sea el que forman nuestros brazos cuando abrazan (aunque a mí siempre las manos se vayan hacia abajo)

viernes, 25 de febrero de 2011

Debería prohibir que te nombraran.


Hace días que vivo en la nube que se mueve lentamente ajena a cualquier viento que le guíe, que me siento atrapado como una mota de polvo en un haz de luz que se cuela por la ventana en una habitación oscura, una habitación en la que las camas siguen durmiendo separadas, que deshago por las noches y las visto del revés por la mañana por si al hacerlas boca arriba tú te materializaras y jugamos a la rayuela con mi sexo y con tu cuerpo, saltando hacia atrás con los ojos cerrados, apostando una y otra vez a que ahora sí te decides y te quedas esta noche, que le pones cualquier excusa a él y duermes conmigo.

Hace días que me siento confuso, sin saber si seré siempre de alquiler con derecho a compra o si pasaré también fugazmente por tus manos, si pensarás que en otro lugar vivirás orientada al Sur contra mi Norte, si en algún país tu lengua sabrá mejor la Lengua que este idioma mío que sólo sabe de urgencias, de llamar por su nombre a tu nombre y desear tu piel contra mis manos y mis dientes, como un ejército de robots inteligentes que, disparados, buscan en la aureola de tus pechos, los pezones, una diana en la que el centro bien vale el premio que casi nunca encuentro.

Colgado de tu lencería negra y criminal (como mi alma) sin que quiera que se me note esta separación entre mis pies y el suelo, desconociéndote poco a poco en labios que me hablan de tí y de quién eres, en el vértigo de palabras que me arrastran, como tú arrastras las yemas de mis dedos a buscarte en otras vidas y otros cuerpos, leyéndote entre líneas, bebiéndolas como si fuese absenta que me enloquece y me redime, esperando a que me digas un día aquí estoy, aprovecha porque me iré, te doy seis días. Los mejores seis días de tu vida. Me conformo con eso porque me conformo con lo que me das, que siempre es mucho menos.

Y sé que no me conoces (crees que sí pero no), que sólo mis letras te dan una idea de quién puedo ser o soy a medias, pero tú sabes (y yo sé) que basta con que me digas nos vemos para que yo (torpe y ansioso) me alegre de verte, de desnudarte con escalofríos de hierro, de que sientas que por primera vez en tu vida alguien sabe de verdad cuál es tu nombre, a qué sabes cuando en mis labios se deshace tu maquillaje, a qué temperatura exacta te vuelves niebla, de qué color son todos tus sueños, el porqué no pudiste negarte a verme cuando no verme era lo único por lo que hubieras puesto tu mano en el (mi) fuego.

jueves, 24 de febrero de 2011

Pasos que son palabras


Salgo a la calle, la luz invernal es menos luz contra la fachada del edificido de la acera de enfrente. Los perros bajan tristes y con cara de rutina, dan dos vueltas a la manazana y miran a sus amos preguntándoles que cuándo vuelven a casa. El invierno se ha hecho con el 51% de mi alma esta tarde, mi piel se ha vuelto de trapo, la llamada esperada que no llega, los olvidos olvidados, la soledad de las cortinas bajadas, de la calefacción apagada por derribo, Ulises y Penélope acurrucados en un rincón sobre sus cojines, el desorden de los documentos pendientes y el orden de las cartas (y facturas) en sus sobres. Mi alma gritándote a gritos en el silencio amortiguado de la calle. Tu voz resonando aún en un eco sordo atrapada en una telaraña invisible hecha con los hilos del tiempo.

Mi melancolía hace saltar la banca esta tarde, me alegra y me da rabia que no llueva, me dejo llevar por la nocturnidad de unos labios lejanos, por la mirada de la chica del centro de depilación que han abierto en la esquina y que, aburrida, debe haber elaborado su propia teoría de quién soy y qué hago con mi vida. Me pregunto si habrá llegado a alguna conclusión y si ésta coincidirá con mi percepción de mí mismo, me preparo para la caminata, para recitar estos poemas de acera que tú me inspiras sin que lo sepas, la planta de mis pies salmodian versos de pasos y polvo, te llevo en el bolsillo y en mis manos, en el escalón que bajo al cruzar un paso de cebra respiro, me detengo, para iniciar otra estrofa de asfalto hasta volver a tu nombre.

miércoles, 23 de febrero de 2011

La vida en pantalones cortos


La vía láctea parpadea entre las hojas invisibles de los plataneros del Paseo Verdaguer, las baldosas de terrazo exhalan un olor a humus, como si por un instante, el centro de la ciudad se hubiera vuelto bosque. Los ancianos del Casal d´avis han desaparecido de los bancos desde que trasladaron la residencia a las afueras, lejos del corazón de la ciudad, como si al hacerlo quisieran rejuvenecer el centro sin conseguirlo, sólo lo han dejado vacío. Un hueco dentro de un pecho de costillas de asfalto.

Recuerdo a mi abuelo sentado en un banco, hablando con sus nuevos amigos, inmigrantes como él. Lo llamaban señor Manuel porque llevó durante muchos años un sombrero elegante, porque cuando hablaba él los demás escuchaban, porque había vivido una guerra desde dentro y porque el doctor Rius se paraba a hablar con él cuando se encontraban por la calle ante la admiración de sus amigos. No en vano se habían salvado la vida mutuamente durante la guerra a pesar de pertenecer a dos bandos opuestos y estar lejos de sus casas.

Mi abuelo siempre tenía caramelos de eucalipto en los bolsillos. Unos caramelos pequeños y delegados, cuadrados y envueltos en papel blanco que, con el calor, se pegaba y era imposible desprenderlo y había que comérselo con trozos de papel pegado. Luego, con la saliva se iban. Yo tendría entonces cinco o seis años e iba siempre de la mano de un adulto, de mi madre o mis tías, siempre camino del médico o a la vuelta. Mi abuelo decía que yo tenía conversaciones de adulto y creo que aprendí a leer antes que mis compañeros de colegio porque aquellas historias de los libros eran las mismas que oía contar a mi abuelo.

Cada vez que paso por el paseo Verdaguer y veo los bancos vacíos en invierno, me acuerdo de mi abuelo y su sombrero, de su boina luego, cuando el doctor Rius le hizo entender que en esta parte del mundo ya no se estilaban las elegancias señoriales que proporciona un buen sombrero.

Me acuerdo de su pelo blanco y fino, de sus ojos azules inteligentes y fieros, de su voz ronca, de su cuello recio, de su cojera y de sus bastones de pan y su vino blanco de las comidas; del olor de sus manos, de su petaca de tabajo picado y de sus cigarrillos liados, del baúl en donde cabían todas sus cosas, de la luz que siempre entraba por la ventana de su habitación por la mañana en primavera, de su aguardiente de cazalla bajo llave, de su constumbre antediluviana de conservar la palangana donde se refrescaba o se lavaba. Recuerdo de mi fascinación por su dentadura postiza en un vaso en su mesilla de noche, de su forma de llamarme para que vieniera si estaba en casa, del respeto que su voz suscitaba cuando su voz ya sólo era una sombra de lo que había sido.

Entre estas cuatro paredes, en este trabajo mío, a veces, me asalta la idea de que, en cierta forma, yo me parezco un poco a él, y que, en el fondo, cada uno absorbe un centésima parte de la personalidad de otro sin darse cuenta, que no son tiempos para vivir sujeto a valores quijotescos, que vivimos la vida partida en dos como un melón, en la que cada parte pertenece a una realidad y a una fantasía. Una fantasía que nos envuelve en el parpadeo de la vía láctea entre las hojas invisibles de los plataneros que siguen ahí después de cuarenta años y que seguirán estando cuando ya no quede nadie de los que estamos ahora, una fantasía que crea a partir de la nada un todo, la imagen de nuestro lugar en el mundo y por un instante el olor a caramelo de eucalipto y el sabor del papel pegado a él.

A veces me pregunto si seré capaz de compartir todo esto o si se perderá para siempre en estos melancólicos posts de blog perdido como una gota de agua en un océano de palabras.

Y sé que cuando lo lees, algo de esto te impregna, que no muere del todo cuando al cabo de los días, ya ha perdido la fuerza de la novedad. Quizá escribimos sólo para esto, quizá sólo leamos para sentir la emoción, para no rendirnos a la rutina y al tedio.

Seas quien seas, si has llegado hasta aquí, te has ganado mi respeto.

martes, 22 de febrero de 2011

Que nada se quede sólo en un sueño...


Hace tiempo, cuando le pregunté a mi profe de narrativa por qué no escribía me contestó que para escribir uno tiene que tener algo que contar. Desde ese día supe que yo nunca escribiría, me limitaría a hacer textos cortos para decir cuatro cosas que se me pasaran por la cabeza pero que nunca tendría nada qué contar.

Algunas personas alrdedor mío me animan a que acabe esa novela que tengo casi terminada, me animan porque dicen que escribo bien pero yo sé que mis palabras están vacías, que mis personajes están vacíos al tiempo que son proféticos. La novela que empecé hace tres años ha sido el guión de estos días. A veces creo que uno reinventa su vida y luego se ciñe a seguirla, a vivirla según ese nuevo guión.

Hace tiempo que tengo la sensación de que he vivido una vida que no me correspondía, una vida en la que me empeñé en hacer cosas que no iban conmigo. Los que no tenemos una vocación concreta nos decantamos por un camino u otro por razones débiles y con las que nos engañamos a nosotros mismos. La vida nos arrastra como si hubiéramos caído a un río caudaloso y revuelto. Imagino que era cuestión de tiempo que nos acabáramos ahogando.

Durante mi vida he ido conociendo a personas con las que, de una forma u otra, me he ido entendiendo, nos hemos reconocido en ese "¿de qué va todo esto?" que llevamos escrito en la mirada y los gestos. Para algunos he sido una tabla de salvación momentánea, para otros una etapa de su vida, alguien con quien alcanzar la orilla.

Este blog nació porque era inevitable que, tarde o temprano, intentara explicar algo, tratara de buscar una vocación o un método para seguir adelante. No importa de qué esté hecho, ni si mis días melancólicos acabaron por hacer de esta página una queja contínua y pesada. Chapotear en el agua sin sentido, eso es lo que he ido haciendo durante muchos años.

En quince días cumpliré cuarenta años y tengo la sensación de no tener más de quince. No he pasado por las fases que llevan a otras personas a pertenecer al club de los adultos. ¿Me importa? Sí, no lo voy a negar. Me hace sentir diferente al resto de mi generación, hace que me sienta como mirándolo todo desde fuera. Tengo la sensación de haber perdido muchos años enclavado en la esperanza. Esperanza de que todo se arreglase, de que los buenos tiempo llegaran, de que entrara el contrato de la gran depuradora que me librase de las deudas, de que se acabara esta casi eterna búsqueda, de que se me ocurriera por fín la gran idea o que pudiera encontrar qué decir y escribir de verdad esa novela que llevo guardada dentro desde que, de niño, me quedé fascinado por las historias que me contaba mi abuelo Manuel.

Me siento agradecido por todo lo que he intentado hacer y he hecho, por todo lo que he vivido y por todo lo que he sabido mantener vivo dentro de mí. Por que a pesar de todo he sido y soy la persona que he querido y quiero ser. He tenido la oportunidad de ser más duro, he podido renunciar a lo poco que tengo claro y no lo he hecho, he tenido que soportar adioses que me han resquebrajado todas las esperanzas que tenía entonces y que eran como si después de haber alcanzado la orilla tuviera que lanzarme de nuevo al río para ahogarme.

No cambio nada. Lo de la vocación no creo que llegue ya. Hace días que dejé de resistirme y empecé a fluir con la corriente, cuanto más me acerco a la desembocadura más lejos está la orilla pero cuanto más tiempo paso dentro del agua más pez me vuelvo. Soy consciente de que mi vida vale el precio que yo quiera ponerle, me da igual quien la tase por encima o por debajo. Porque nuestra vida es sólo nuestra y uno decide si la convierte en caja fuerte, baúl de los recuerdos, sarcófago o pecera.

Y mientras tanto he encontrado una solución a un problema complejo: agua potable para a muy bajo coste energético... quizá, después de todo, y para no tener vocación, no pierdo el tiempo.


Coldplay - Trouble
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viernes, 18 de febrero de 2011

La sombra desdibujada en la pared


Me enamoré como un idiota, como si hubiera escapado de la cárcel después de diez años. Me enamoré del brillo de unos ojos, del tacto de un cuerpo, de una penumbra de cine, de la luz que me nacía por dentro (y me cegaba) cuando supe que existía ella.

Me acostumbré a perder las batallas por disimular que me alegraba verla hasta que una a una fui perdiendo la guerra, me rendí a la evidencia de que me gustaría caminar siempre junto a ella, pero no caí en que una bandera blanca y un pañuelo en la estación son lo mismo.

La primera vez lloró, la segunda se rió de mí, después le dije que no estaba jugando con ese fuego y perdimos los papeles en horarios de trenes con retraso, algo a lo que ella siempre fue propensa.

Me enamoré como si hubiese estado hambriento de ella. Aquel año, a cupido, los reyes magos le trajeron una escopeta de cañones recortados, para que luego digan que la adolescencia es una edad difícil.

Luego pensé que ya me lo había advertido, que era mujer difícil. Más tarde me dí cuenta de que, como en el juego del pilla-pilla, me había pasado el turno y que ahora el difícil soy yo.

jueves, 17 de febrero de 2011

Las pequeñas frases que lo llenan todo


Ayer, en el blog de Hoba, leí una de las frases que más me han gustado en toda mi vida. Es una frase que expresa hasta dónde nos enamoramos, nos fundimos, dejamos de ser nosotros mismos al tiempo que somos más nosotros mismos y conscientes de lo que queremos.
Si leéis su post, sabréis de qué frase hablo. Lo sabréis inmediatamente por muy camuflada que esté.


EL CANTO DEL LOCO - Peter Pan
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miércoles, 16 de febrero de 2011

Propuesta de viaje


Me gustaría viajar a esa cueva a donde van las palabras cuando son dichas y escuchadas por quien las ha de oír una sola vez, me gustaría dormir en un colchón hecho de susurros, hecho de todas las palabras que yo sólo oí de tus labios, relleno de las plumas que tu voz desperdigaba por la habitación hueca de mi pecho como salidas de una guerra de almohadas.

Me gustaría viajar al centro de tu país hecho de nubes, tocarte con la punta de los dedos, arrancarte un escalofrío con la boca y con las manos, deshacerte bajo el sol del mediodía... y que fuera verano, y que no me convirtiera en hierro tu mirada, no ser ni héroe ni muñeco de trapo... sólo viajar hasta el centro de tu cuerpo, hacerme montañero de tu monte y saciarme en el oasis de tu ombligo.

Contaríamos estrellas, lunares, auroras boreales, fugaces fuegos fatuos, asustaríamos a los animales del bosque con nuestros gritos, bailaríamos la danza del fuego sin llamas disparándonos las bocas a quemarropa, te bajaría la luna y le ataría una cuerda para que siempre fuera tuya, para que siempre la llevaras como una niña su globo. Y contaríamos monedas de agua bajo la atenta mirada de la oscura luz de un arcoiris nocturno.

A veces me gustaría viajar a esa cueva a donde van las palabras cuando no tienen ya sentido, para oírtelas de nuevo, para reciclar frases que nunca nos diremos y sin las cuales, sospecho, no puedo vivir.

Todo aquello que no sé hacer


Llevo toda la tarde pensando en este post. Sólo tengo claro el título aunque creo que al escribirlo perdió el sentido que sí tenía cuando pensaba en ello. Quizá era otro originariamente y acabó derivando en éste, como todas esas cosas que uno piensa que le dirá a otra persona en cuanto la tenga delante y cuando está, uno no atina con las palabras y todo le sale como pegado con pegamento, soltando frases lapidarias como si fueran troncos de madera a un fuego que carboniza el significado que uno quería (sabía) darle dentro de la cabeza.

No sé hacer muchas cosas, la lista sería interminable, me pasaría el resto de mi vida escribiendo las cosas que no sé hacer, que no supe hacer. Podría decirse que lo único que sabría hacer sería escribir la lista de las cosas que no sé hacer. No supondría una paradoja, sólo sería un boceto a carboncillo de todo eso que uno se pierde en la vida, como contraste a todo aquello que sí hace y técnicamente, no se pierde.

Me está saliendo un post raro de cojones. Si lo publico acabaré borrándolo tarde o temprano. Nadie se atreverá a comentarlo. Hace mucho tiempo que he tomado los comentarios como una bendición inesperada. Entran, se aburren de que no evolucione, y se van. Siempre se van.

Hace tiempo escribí que sentía que se acababa una etapa de mi vida. Y así está siendo. Si en algo lo noto es que no paro de notar ausencias. ¿Me importa? Me importa de la forma en que se producen esas no-despedidas, el vacío que dejan en el día a día, y el frío que conlleva el silencio. No sé por qué siempre imaginé la palabra cálida y el silencio frío, cuando a veces, es todo lo contrario.

He de confesar que tengo la sensación de que vuelvo diez años atrás y que empiezo de cero, que estos años fueron un espejismo, vivir la vida de otro, creer que los amigos formaban un grupo. Ahí me traicionó el optimismo, las ganas de que todos fuéramos iguales. Me equivoqué, no en que lo fuéramos sino en que nadie quiere serlo.

Todavía recuerdo el día en que empezó todo. Sí. Hubo un día y hacía un sol expléndido, llegué pronto a Passeig de Gràcia y me di una vuelta. Siempre me gustó callejear Barcelona, zambullirme entre la gente que no te conoce. Los que vivimos en pueblos sentimos cierta fascinación por la sensación de sentirnos a salvo de las miradas de los conocidos. La libertad para nosotros es la certeza de que no estamos siendo juzgados. Todo empezó aquel día, y mi forma de ver el mundo cambió, ahora me doy cuenta de que empecé a ver el mundo a través de los ojos de otros.

No me arrepiento. He aprendido muchas cosas durante estos diez años, he perdido muchas oportunidades durante estos diez años. He conocido a personas que se han acabado yendo, he conocido a otras que se acabarán yendo.

A los casi cuarenta me he dado cuenta de que estamos solos en esto, no lo digo con resentimienot o tristeza, he llegado a esa conclusión tardía que algunos llevan al nacer. He tenido que llegar a sentir un odio que es tristeza y una tristeza tan llena de rabia que las lágrimas caían amargas y dulces al mismo tiempo.

Ha acabado un ciclo y ahora soy yo quien tiene que despedirse, tomar la decisión de decir adiós. Nunca se me ha dado bien esto, no sé cómo hacerlo. Quizá sólo consista en dejar pasar el tiempo, en hacer oídos sordos, en no responder cuando pregunten, en morir para el otro.

En desaparecer.

lunes, 14 de febrero de 2011

Lunes gris, mañana gris



No comprendo nada. A veces me siento como si estuviera en guerra, preguntándome por dónde me atacarán esta vez. Dicen que lo exterior es igual a lo interior. Ya he dicho antes que vivo en un estado de confusión permanente pero ahora... ahora es mucho más que eso. Esta vez ha ido más lejos, esta vez me hablaban y no me enteraba de lo que me decían. Tal es el grado que he decidido ir al médico. Imagino que sólo es estrés pero... he llegado a un punto en el que... demasiada gente me dice que estoy raro. Demasiados amigos se han ido yendo durante los últimos tiempos, nada importante, mi vida pequeña como un bonsai sigue siendo un pequeño círculo cada día más pequeño, me pregunto si mi universo se repliega mientras el Universo se expande.

¿Qué puedo decir? A veces confundo la tristeza con este no saber qué está pasando, como si dentro de mí hubiera un autista que se esfuerza sin conseguir nada. El sábado fue uno de los días más tristes de mi vida, me di cuenta de que no sirvo para tener amigos, que a mi edad las relaciones sociales son como una marea que viene y va, es como la superficie del mar y uno un náufrago; en menos de un mes cumpliré cuarenta años y tengo la sensación de que todas las botellas con mensajes dentro nunca llegaron a ningún lado.

Esta mañana el cielo está gris, mis dedos se empeñan en cauterizar heridas que no cicatrizan, me siento como un hemofílico emocional, viviendo en un mundo de cristales rotos. Alguien me dijo el otro día que vivir junto a mí es como vivir junto a alguien ciego, que lleva zapatos de cemento y rompe todo lo que toca. "Lo mejor es que nadie se te acerque" me dijo "no eres más que una carga, una carga incluso para tí mismo".

Los amigos están para hacerte ver las cosas claras.

Me pierdo, no sé qué decir. Mi vida tiende a soñar con palabras recién inventadas, algunas ni significado tienen aún.

jueves, 10 de febrero de 2011

A veces, el porqué de las cosas huecas, es la posibilidad de contener, algún día, algo.


Entonces me dí cuenta de que la lista de blogs que seguías era interminable, que yo sólo era uno más entre tantos otros. Uno más, enterrado hasta el cuello, dejado de la mano de un dios, perdido en la incertidumbre de las corrientes de aire. Me di cuenta de que yo era la gota esa de la que habla el océano, y entonces ví que había expuesto todo aquello que soy como en esos puestos de fruta que ponen su mercancía en la calle.

"El valor de las joyas lo dan las medidas de seguridad que se emplean para que nadie se las lleve. Pón anillos y collares de oro y diamantes en un puesto ambulante en la calle, ahí amontonados, y todo el mundo pensará que son baratijas" me decías. Y tenías razón.

Luego me fui. Uno siempre tiene la necesidad de dejar atrás a los malos amigos, a las mujeres egoístas, a los jefes malvados... me fui y no supe a dónde ir. Quise cerrar el blog pero no supe, se me dan mal los escaparates vacíos pero peor llevo las paredes de obra vista. Así que me deslicé durante unos años por palabras que en nada se parecían a lo que quería. Principalmente porque no sabía lo que quería. Ahora todo es distinto, ahora sé lo que quiero pero no sé el cómo.

Ahora es igual de distinto. Ahora la tristeza es una opción, no el hilo conductor de mis días. También me doy cuenta de las cosas que hice y el porqué. Por eso digo que me fui a pesar de que técnicamente fueras tú quien hiciera las maletas y pusieras el mar de por medio.

Y todas estas cartas que te escribo sin escribirte. Tú nunca entendiste que yo no le escribía cartas a otras mujeres. Yo sólo le escribí cartas a una sola, una que vive en mi melancolía y uno debe entender que nadie es dueño de lo que siente, uno no puede decidir si estar alegre o temeroso porque otro se lo diga. Debe llegar a esa conclusión por sí mismo, no es como cuando le dices a un niño que se coma el pescado y las espinacas. No.

Así que este blog, excepto en contadas ocasiones, nunca habló de una mujer en concreto. El Ella del Moriría es una sola y cualquiera. Y eso no significa que en mi vida REAL haya podido querer a una mujer real y haber compartido todo lo que una pareja real comparte.

Pero ¿qué le voy a hacer si necesito escribir? ¿qué le voy a hacer si mis autores favoritos me sumergieron en el ácido de los conflictos humanos? ¿No es la palabra el instrumento con la que nos comunicamos con los demás y con nosotros mismos? ¿No son las historias lo que ha fascinado a la humanidad desde su orígen, desde el primer día que se sentó alrededor de una hoguera y alguien dijo "no os creeréis lo que me ha pasado"?

No creas nada de lo que escibo. Y sin embargo créete todo lo que sientas cuando lo leas.

Nunca he escrito para fascinarte.

Yo sólo pretendo que te emociones conmigo.




Señales de humo hechas de palabras, palabras que se pierden con el viento.

martes, 8 de febrero de 2011

Todo es mentira


Me llama por teléfono y noto en su voz una bandera blanca que no esperaba. La calavera y las dos tibia eran lo más normal en estos casos y salir huyendo antes que presentar batalla lo más inteligente. Yo nunca he sido inteligente. Quizá por eso llevo algunas cicatrices en el alma, no muchas, no más que nadie.

Me dice que lo siente, que se había equivocado, que yo tenía razón y que siente tanto cañonazo. Yo no respiro tranquilo, ya he dicho antes que no tengo muchas luces a la hora de reconocer el momento de callarme o de decir lo justo. No le digo que se lo dije porque tampoco soy de los que hacen leña del barco varado. Le digo, eso sí, que siento que tenga que sentirlo.

Quiere hablarme de ello y la detengo. Ha pasado ya demasiado tiempo, demasiados remiendos en ambos bandos, demasiados muertos en el fondo del océano. Le digo que ahora eso no importa, que espero que a partir de ahora le vaya bien, que es verdad eso de que el tiempo es el gran enemigo, y miro al cielo y veo pasar la nubes como si éstas fueran hacia algún lugar concreto, como si fueran una manada de búfalos blancos que se preparan para pasar el invierno. Se hace el silencio. No sé si llego a entender las últimas palabras de su última frase. ¿Dónde cojones estará esa maldita paz que me falta dentro?

Me dice que le gustaría verme y yo le pregunto que vale, que ya sabe dónde vivo. Me dice que le cae muy lejos, que lo mejor es que vaya a verla al trabajo o que vaya a su ciudad. Entonces no tienes ganas de verme, le digo, lo que tienes ganas es de que yo tenga ganas de verte. Recoge su bandera blanca, me dice que yo siempre tergiverso lo que dice, que soy alguien difícil y extraño.

Hay la misma distancia de tu casa a la mía que de la mía a la tuya. Eso no es tergiversar nada. A no ser que entre tu casa y la mía el tiempo sea curvo y yo no me haga dado cuenta (eso sí que lo digo por joder).

Le digo que es mejor dejarlo así, me dice de nuevo que lo siente, le digo que no importa, me dice que a ella todo le sale siempre mal, yo le digo que le sale mal porque siempre está buscando algo mejor. Estoy a punto de decirle que yo era lo mejor. No se lo digo, no porque no crea que es cierto si no porque no quiero que crea que añoro el tiempo que pasé con ella.

¿Por qué me sale todo mal, Toni? pregunta. Porque la gente te importa una mierda, para ti son cromos, cromos de distintas colecciones y la gente no somos cromos, somos piezas de puzzle, el puzzle de nuestra vida, en donde tenemos que encontrar nuestro lugar exacto sin desesperarse si no acertamos a la primera, me gustaría responder. No lo hago, no blando mi hacha sobre su piel de madera embarrancada en la arena.

Le digo que le colgaré y que cuando lo haga ya no le volveré a coger nunca más el teléfono. Me dice que soy cruel. Le digo que más cruel fue cuando desapareció de un día para otro, que me pasé meses enteros achicando agua, tapando vías, rezando para que la madera podrida aguantara hasta llegar a algún puerto.

Pero llegaste, me dice.

No, no llegué, pienso, me hundí con toda mi carga.

Ahora soy un barco fantasma, las velas hechas jirones, la tripulación como la del capitán Sparrow, la luz de las estrellas no me sirven para llegar a ningún lado, me guío por luciérnagas.

Cuelgo.

La voz se me vuelve de piedra, miro de nuevo hacia arriba buscando en las nubes caminos de arena. El mar está en calma, en demasiada calma.

Se pone el sol. Una brisa tibia anuncia la primavera.

domingo, 6 de febrero de 2011

Dibujando tu piel en la palma de mis manos


Me miras de cerca y a los ojos, y me desafías (lo sé) a que te muerda los labios, hoy tienes ganas de que un hombre le declare la guerra a tu boca... y yo, que lo sé, no estoy dispuesto a ello. Te aprieto sin besarte, mis manos bajan por detrás de tí y te agarran mientras te levanto por las piernas y te aplasto estre mi espada y tu pared.

Tú sonríes ante la firmeza de mis manos, te ríes porque todo es tan igual a otras tantas manos y a otras tantas paredes contra tu espalda. "Hemos perdido la guerra" piensas "tú no lo sabes pero en el fondo todo es lo mismo desde hace unos años, nombres que se pierden, que se confunden con el sonido del tráfico que se cuela por la ventana abierta. Hombres que se van. Tú también te irás después de hacerme el amor. Un amor sin amor, una pasión durante la que te da tiempo a pensar que ya nada será por primera vez, de la que no me temblarán las piernas cuando te vuelva a ver". Y sonríes y piensas "iluso, me has estado mirando toda la tarde con cara de idiota pero ahora que tienes lo que querías sigues jugando a que me querrás para siempre. Ya nada es para siempre, Toni, despierta".

Te acaricio el pelo como si arase la tierra con los dedos y te agarro por la nuca. Sé lo que estás pensando y algo dentro de mí se reblandece. Te obligo a mirarme a los ojos y daría lo que fuera para que entraras dentro de mí y vieras de qué estoy hecho, para que supieras que he estado cruzando la vida entera para encontrarte, que todo lo que he hecho desde que intuí que existías en alguna parte lo he hecho para llegar a este comienzo.

Tú, mientras, piensas que mis ojos hablan de eternidad y crees que el deseo es un soplo de aire en el huracán que es tu vida. Y das por sentado que sólo el deseo es sincero, que las palabras son gotas de rocío que se evaporan en cuanto llega la rutina de la mañana. Y yo te grito en silencio que te calles, algo dentro de mí te da la vuelta y te tira encima de la cama.

Y te quito la ropa.

Porque aunque tú no lo creas me va la vida en ello.

jueves, 3 de febrero de 2011

Caminaremos sobre hojas secas


La mayor parte de las veces me pregunto cómo logro saber las cosas antes de que ocurran. A veces he llegado a pensar que, en realidad, sólo me lo imagino y luego hago todo lo posible para que ocurran, pero me he dado cuenta de que hay cosas que no puedo dominar ni influir sobre ellas. Sólo lo sé. Como si tuviera un sexto sentido.

Hace unos minutos me he dado cuenta de algo que parece irremediable. Como siempre. Como tantas otras veces antes.

No debería tirar de ciertos hilos, a veces me gustaría volver a vivir en la ignorancia.

Todo esto es demasiado extraño para explicarlo aquí y ahora.