martes, 21 de mayo de 2013

Instantáneo instante



Como siempre que no tengo demasiado tiempo, tengo la imperiosa necesidad de perder diez minutos en escribir algo aquí. Es como si la prisa me empujara a detener el tiempo. Porque cuando escribo detengo, en mi interior, una especie de reloj de cuyas manecillas no soy el dueño.

Hace días que la musa se me ha vuelto esquiva. Escribo con los dedos en lugar de con esas otras partes intangibles, que nunca sé si fueron del todo yo u otra forma más de tratar de explicarme que no todo acaba en este cuerpo. Si me preguntaran si la musa se ha volatilizado respondería que ojalá no, pero con los años me he ido dando cuenta de que la eternidad es algo instalado en nuestro adn para que la esperanza tenga una referencia con apariencia consistente.

Estos días ando releyendo "La tregua". A veces me siento un poco como Martín Santomé y no puedo dejar de pensar en que la poesía puede estar en lo más cotidiano, que toda nuestra vida, nuestras dudas, nuestras emociones, todas esas que no nos atrevemos a sentir son, en realidad, una forma más de belleza en la ardua tarea de vivir, que todo lo que hacemos siempre habrá algo muy por encima de nosotros que lo dotará de una conciencia que va más allá de lo inmediato. A veces pienso que la literatura sólo es eso: un punto de vista más, algo que hace más humano lo que ya, de por sí, es humano.

Porque necesitamos ver eso, necesitamos que nos cuenten historias, conocer personajes con sus contradicciones, frotarnos con esa otra existencia que corre paralelamente a nosotros y que nos comenta. Durante un tiempo, he de confesarlo, todo lo que me pasaba lo transcribía dentro de mi cabeza a modo de novela, escribía sin escribir renglones efímeros mientras caminaba por la calle. Probablemente, si me viera, Buda se tiraría de los pelos al oírme y me diría a gritos que esa es la causa de mi sufrimiento, pero creo que ya es demasiado tarde para dejar de pensar en todo como si fuera un texto escrito. También es cierto que, antes de volverme loco, acabé por desconectar y para ello el blog me vino que ni de perlas, pero esa es otra historia y apareció por casualidad, se me coló dentro del corazón como una aprendiz de luciérnaga que me iluminó al mismo tiempo que aprendía a brillar.

Si de algo estoy contento es de que, a pesar de todo, conservo cierta inconstante inocencia acerca de las cosas. Por una parte, mi yo adulto sabe los peligros mientras que mi yo niño se lanza de cabeza a por todo lo que puede ser divertido. Si de algo estoy convencido es que mi parte de niño sabe que lo único que se necesita para ser jugar es alguien con quién hacerlo, imaginación y, a veces, una caja de cartón. El resto es atrezzo, un gran decorado a modo de esos programas de Facebook como la granja, que no sirven para nada. Las cosas sirven para muy poco, a menos que sean herramientas.

Han pasado más de diez minutos. Imagino que te habrás dado cuenta. Mientras, he ido haciendo otras cosas, mañana voy a una feria con distintos inversores y, tal vez, pueda dejar de vender mi alma al diablo, o cambiar de diablo. Supongo que el tiempo que ha pasado no deja de ser una de esas burbujas hechas de instantes que van explotando una tras otra, porque el tiempo, la vida, es eso: un sincesar de creaciones y destrucciones, donde lo único de lo que podemos estar seguro es que nada (ni nadie) es para siempre.

No hay comentarios: