lunes, 24 de marzo de 2008

Lo mío no es pensar, lo mío es huír.


Me encaminé al coche, donde le había dicho a María que me esperara. Le había dado la llave para que se metiera dentro y pudiera ponerlo en marcha si hiciera falta, por si alguien nos reconociera a alguno de los dos. María me había hecho entender que J... estaría muy enfadado y habría puesto a todos sus hombres a buscarnos. Cuando llegué María no estaba en el coche. Me acerqué con precaución mirando alrededor por si alguien hacía algún movimiento inesperado. Era casi el mediodía y la gente aún no había salido de las oficinas del centro, así que no había casi nadie por la calle. Abrí la puerta del coche (eso quería decir que María había abierto la puerta del coche) y me subí. Las llaves estaban puestas. Aquello no olía bien. Volví a mirar alrededor; nadie sospechoso. Salí del coche esperando que María estuviera cerca y hubiera pensado en entrar en alguna tienda. Nada, ni rastro. Entonces sólo cabía una explicación: María había hecho lo que le había dicho y uno o dos esbirros de J... la habían localizado, la habían sacado del coche y se la habían llevado. Dos como mucho, si hubieran sido más, uno se hubiera quedado y me hubiera estado esperando a mí; eso también quería decir que pedirían ayuda y que esa ayuda estaba a punto de venir a por mí. Pensé que no podía ayudar a María, así que me metí en el coche y me marché de allí, doblé la esquina en dirección sur y bajé por la calle por la que el Bobster rojo lo había hecho diez minutos antes. Demasiado tiempo para alcanzarlo. Una vez llegara al final de la calle podía haber ido a cualquier parte. Pasé por delante del portal en el que había estado escondido. Una mujer se asomaba desde el primer piso y hablaba a gritos con un cartero que se encogía de hombros. Doblé a la derecha y busqué una ruta para llegar a las afueras. Apenas conocía la ciudad pero tenía memorizadas un para de vías de escape, como siempre hago cuando voy a lugares que no domino. ¿Qué habrá sido de María? ¿Me seguirían buscando a mí ahora que la tenían a ella? "Claro, imbécil. Es a tí a quien quieren romperle las costillas" dijo el bicho.
Al cabo de unos minutos aparqué en una calle de un barrio periférico, una barriada de bloques de pisos construídos en los años sesenta al abrigo de un plan de urbanización salvaje y cuyo único fin era el de erradicar el chabolismo sustituyéndolo por enormes edificios de cientos de viviendas cada uno. En uno de esos, pero de otra ciudad, nací y crecí yo. El ligero olor a descomposción de comida mezclado con el de cloacas no pensadas para tanta gente y tanta miseria me trajo el recuerdo de un lugar perdido en mi infancia, de pantalones cortos y recados a los que mi madre me solía enviar cuando ella ya no soportaba la vergüenza de no poder pagar a los tenderos del barrio. Mi padre, mi padre me enviaba a por tabaco, como a todos los niños del barrio, los cuales iban para guardarse el cambio. Mi padre, me veía llegar al bar con el tabaco y delante de sus amigos, me daba el cambio como los otros padres a sus hijos. Luego, al llegar a casa me lo reclamaba. Crecí odiando a ese padre y despreciando a esa madre. "Lo único bueno que has traído a esta casa" me dijo mi padre un día "es que al nacer tú, tu madre se quedó sin poder tener más hijos. Mejor así, menos bocas que alimentar". Resulta curioso lo que puede pasarte por la cabeza en un instante, cuántos recuerdos están presentes en un olor o en una geografía familiar, caben odios y caben resquemores que habías creído desterrar de la memoria, pero no son simples recuerdos, siempre están ahí, dormidos, y los llevas encima como una segunda piel invisible, a un milímetro de tu verdadera frontera con el mundo, una segunda piel que hace que lo sientas todo como de segunda mano, como si las cosas buenas de verdad se quedaran fuera y no pudieran traspasarla, una segunda piel que te hace inmune al mundo, al bueno y malo. Una piel que te convierte en mero observador de las alegrías y las penas ajenas.
Aquel olor y aquellas calles me producían una seguridad lo más parecida a la que se siente cuando estás en algo semejante a un hogar. Al menos, eso me lo parecía a mí. En estos barrios, el J... de turno sabe que tiene que negociar con las bandas autóctonas, que es un territorio que ya tiene un dueño, un minorista del crímen, uno que trapichea y mantiene a raya a los pocos idealistas que quieren negocios más grandes y que amenazan su autoridad de reyezuelo de un país de cuatro calles. Siempre hay alguien que lo intenta, y siempre hay alguien que aparece flotando accidentalmente en un arroyo putrefacto.
Aparqué el coche. Las tiendas estaban a punto de abrir en su horario de tarde. Me quité la corbata, la dejé en la guantera del coche y me desabroché el botón del cuello de la camisa. Salí y entré en el bar más cercano. El aire estaba ligeramente cargado de humo y unos hombres jugaban a las cartas en una mesa en un rincón. En una televisión amarillenta un presentador engominado daba los resultados de fútbol y los que estaban en la barra prestaban atención mientras hacían comentarios acerca de ellos. El dueño apenas me miró al decirme "¿Qué le pongo?" Me senté en la barra. "Un café solo" le dije. El bicho quería una copa, miraba a los otros presentes y veía sus copitas relucientes llenas de licores impolutos. "Ahora no. Tengo que pensar. Tengo que encontrarle un sentido a todo esto". ¿Dónde estaría María? ¿Qué le habrían hecho? y sobre todo ¿qué podía hacer yo? "Piensa, piensa. Si no fueras tan tonto, si hubieras cultivado el cerebro en lugar de los nudillos, ahora no tardarías en dar con una solución. Mierda, ¿por qué no habría dejado que María viniera conmigo? Porque os hubiesen descubierto a los dos, so memo". Y ¿de qué se conocían Carmen y el viejo loco del desierto, que no estaba tan loco como parecía el día anterior? ¿Quién era el hombre de la silla de ruedas y qué hacía la madre de Cris con él? Lo único claro que tenía claro es que el viejo mintió cuando dijo que no sabía nada de un Bobster rojo. ¿Qué debía hacer y a quién podía pedir ayuda? Carmen y Sansón no me habían visto ¿podría pedirles ayuda para encontrar a María? Tenía la intuición de que Carmen era mucho más peligrosa de lo que lo pudiera ser una madam y sabía que ir a buscarla era meterse en la boca de un lobo pero de momento, ella no sabía que yo estaba buscando a la madre de Cris y no sabía que la madre de Cris era la misma persona que acompañaba al hombre de la silla de ruedas. Tenía que arriesgarme y no sólo para que Carmen moviera sus hilos para encontrar a María sino porque podía conseguir información de dónde encontrar el Bobster rojo y volver a verla a ella. Le había visto sólo los pies, había escuchado sólo una frase, pero era suficiente para saber que estaba bien, lo suficiente como para notar en aquella voz un tono sereno y resignado a un tiempo. Cuando has querido tanto a alguien lo conoces casi tan bien como a ti. Sabes; sin más. Y yo sabía que en este momento ella estaba mejor de lo que nunca lo había estado conmigo.
Pagué el café y volví al coche. Media hora más tarde lo dejaba en el aparcamiento de donde lo había sacado esa mañana para ir al ayuntamiento. Carmen y Sansón no habían vuelto aún y me dispuse a esperar a que llegaran.

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