miércoles, 19 de marzo de 2008

Amanece

Hubiese cerrado los ojos y entonces todo hubiera sido mejor, me hubiera sentado en un rincón apretando las piernas contra el pecho y tal vez así hubiera podido dormir un poco, pero su luna atravesaba las persianas bajadas y era tanta la luz y tanta la espera... Luego, el niño que habita en mí y que convive en una misma habitación cerrada con el bicho rabioso que grita, me susurró al oído palabras de consuelo. "Es bueno tener una almohada a la que abrazar por las noches" me dijo. El bicho se calmó porque el bicho no entiende según que cosas y cuando no entiende se queda en un rincón y observa, sin en la menor intención de aprender, se queda quieto con la cabeza baja y mirando fijamente qué pasa. No hace nada, no sabe hacer otra cosa que gritar y moverse y salir corriendo y dormir cuando se agota. "¿Sabes? me da miedo llegar a tu edad y estar como estás tú?" le dice ella "¿Es esto lo que me espera?" y él cae desde el vigésimo piso de la poca esperanza que le queda... "Es probablemente, lo que te aguarda, mi niña" dice él. El bicho se agita y empieza a caminar cada vez más rápido por la habitación, habla solo, y luego... luego vuelve a gritar... y yo me levanto y voy como un alma en pena a escribir al ordenador para que él no entienda lo que pasa por mi cabeza... y el niño se duerme y deja de susurrarme... y de repente, se vuelven las cinco de la madrugada o de la mañana y tal vez (sólo digo que tal vez) hubiera sido mejor no haber subido tan alto para luego caer tan deprisa...
"El ángel cayó despacio, como cae una pluma y cuando quiso remontar el vuelo no pudo pues había estado tantos años (¿qué es el tiempo?) bajando lentamente sin darse cuenta que ya era del todo imposible saber de dónde venía. Se dejó, entonces, arrastrar por una suave brisa. Eran las once de la mañana (el tiempo es mermelada de fresa) y se acabó posando en una roca lunar con vistas a una ventana".
Deprisa, despacio, con el cuchillo extiendo el tiempo sobre una tostada ya untada de mantequilla. Me gusta el olor del café recién hecho y ese fresco de las mañanas del que sólo te libran las zapatillas de invierno y el batín somnoliento que, bostezando, se aviene a descolgarse de la percha y ser mera funda mía. Subiré a la terraza, con la taza en las manos, me sentaré en la silla vieja y pondré el plato sobre la mesa, quizá cruce las piernas o me levantaré y trataré de ver salir el sol entre los tejados a los que he condenado mi alma... ¿Pensaré en tí? Probablemente. Es inevitable que deambule por la senda que tú has ido marcando todos los días desde hace ¿cuánto tiempo? Ah no, quedamos en que el tiempo era mermelada de fresa... y entonces, con los primeros rayos de sol, me vuelvo escurridizo y dejo de poder ser pensado por nadie. Y entonces empieza el rumor que desprende la vida cuando se despereza y se digna a habitar la ciudad... y miles de duchas al unísono abren sus grifos (que salen volando de las almenas de ciertas catedrales góticas) y el mundo vuelve a hablar con miles de lenguas dentro de miles de cabezas, y bichos duermen y bichos se dan media vuelta en la cama del alma para coger fuerzas para más tarde... Y yo bajo de nuevo a la cocina y dejo la taza y el plato en el fregadero y me pregunto qué día será de verdad este miércoles en el calendario del mundo... y pienso en los niños cuyos padres no viven en casa y me pregunto si no será eso una maldad o sólo un agujero. Me visto de miércoles y me dejo por poner la esperanza, que la dejo en la mesita de noche, enchufada al cargador... y abro la puerta y hoy no, hoy sé que no habitaré el mundo, que sólo me deslizaré por él y quizá, con suerte, me salpique alguna gota de su materia oscura. Y sé que durante todo el día querré volver a las sábanas y a mi almohada y cerrar los ojos y flotar sobre un mar en calma. Bendito maldito insomnio.

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