martes, 21 de abril de 2009

La puerta


Sí, ella me envió un mensaje en medio de la madrugada. Al leerlo pensé que no iba dirigido a mí, tuve la sensación que era uno de esos mensajes que pueden ir a parar a cualquier persona. Ella no era de esas pero nunca nadie es uno de esos. Las palabras justas, las palabras exactas para curvar un anzuelo que mi alma estaba ansioso por morder, las palabras, siempre las malditas palabras, siempre ambiguas... "me gustaría que estuvieses aquí... mañana hablamos". No hay nada peor que el día de mañana, no existe peor argumento para pasar el día que esperar una llamada tan esperada como improbable. Bien, llamé yo y el teléfono sonó y sonó.
Pasé varios días llamándola sin que ella descolgara el teléfono. Imaginaba cómo veía mi nombre en su teléfono y lo dejaba encima de una mesa mientras levantaba sus ojos de gata hacia el cielo en un gesto de fastidio, algo que me era conocido, el mismo gesto que le había visto hacer cuando llamaba otro y ella estaba conmigo. El miércoles me cogió el teléfono "Ahora te llamo" y luego colgó sin que me diera tiempo a decir una sola palabras. Volví a llamarla al cabo de un par de horas y ella siguió sin contestarme. Desistí. Entonces volví a leer mensaje que me envió y me invadió la misma sensación de que aquel mensaje era, en realidad, una huída hacia adelante, que aquel mensaje era como esas frases que uno se dice en voz alta para darse coraje cuando atraviesa, de noche, un lugar desconocido. Y me lo envió a mí porque yo siempre la había escuchado.

Lo nuestro había acabado mucho tiempo atrás. Había quedado una amistad de baja intensidad, de equívocos y de medias traiciones que se tensaba cada vez más y de conversaciones que siempre acababan con un gusto amargo. Ella seguía sabiendo que yo hubiese muerto por ella y yo sabía que ella nunca dejaría que nada ni nadie la atrapase, así que yo me quedé mirando en la distancia y ella puso un mar de por medio y fue como como si aquel mar acabase por tragársela del todo. Al cabo de unos meses de no saber nada de ella volvió a llamarme. Intuí que aquella llamada era una forma de dar a entender al hombre con el que estaba que había al menos otro hombre en su pasado (un amigo, yo) por quien ella sentía un aprecio y predilección especial. Era, en realidad, una estratagema en la que yo era sólo un objeto, un señuelo. Yo era, al otro lado del teléfono, un pasado sobre el que ella podía hablar después o callar de forma enigmática. En cualquier caso, llamó y yo aproveché para volver a tener noticias de ella. Volví a abrir una puerta que creí cerrada y con la llave echada. Y volví al mismo punto de antes, a soñar con ella, volví a tener algo parecido a la esperanza. Sin embargo, aquella puerta de nuevo abierta, en lugar de permitirme entrar de nuevo en su vida hizo que ocurriera todo lo contrario, por allí se iban a ir escapando la poca dignidad que me quedaba. Recuerda, nunca abras una puerta a menos que estés preparado para lo que hay detrás de ella.

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