jueves, 14 de enero de 2010

Llueve



Empieza a llover con fuerza y siento las frías gotas golpeado los cristales, cayendo desde muy arriba, agujereando las nubes bajas, llenando los charcos de nuevo, enfriando el tejado de mi casa y por ende, el aire que respiro. Oigo cada impacto, gota tras gota, y acabo preguntándome por qué se suicidará la lluvia en esta noche de enero, para acabar dando vueltas y más vueltas en toboganes de aluminio y cemento, precipitándose hacia ninguna parte que yo sepa. No, definitivamente la lluvia no tiene sentido. Quizá por eso me guste: porque es como tú.

Desde que te conozco he dejado de llevar paraguas, las varillas me ahogaban y la tela ya no te digo; decir que te conozco es quizá una osadía, es cierto, conozco tan poco de ti que a veces me asusto cuando pienso que en realidad lo sé todo, lo que te gusta y lo que no, lo que escondes sin que me lo hayas contado nunca, tu forma de mirar las cosas, tus ganas de comprenderme cuando ni yo mismo lo hago, tus silencios, tus mapas, tu orilla del mar preferida, lo que lees y lo que no me atrevo a que leas. A veces pienso que te sé como se sabe de dónde viene el viento, es decir, por lo que me dice mi piel.

Me empiezan a doler los ojos. Es tarde. Seguiría divagando y me perdería en mis palabras. Como siempre. Mañana me costará levantarme y trataré de encontrar una razón para expatriarme de las sábanas, pero tienes que saber que mañana te llevaré conmigo todo el día sin que te des cuenta.

Como siempre.

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