jueves, 13 de septiembre de 2012

En el corazón del bosque


A las cinco de la mañana todavía es de noche, a esas horas los gatos no entienden de oscuridad sino de calma y la respiración se vuelve un ahogo porque mientras tú estás despierto los pulmones siguen dormidos, soñando, quizá, con olores de bosque. Me pregunto si uno sueña el conjunto de sueños de cada uno de sus órganos. Quizá, antes de despertarme rebozado por una fina capa de sábana, soñé el sueño que no me atrevo a soñar contigo, si hago caso a mis pulmones, probablemente estábamos en un bosque. 

A las cinco de aquí es casi media noche en el otro lado del Facebook, en esos momentos ambos vivimos en la cara oculta de este planeta húmedo, encharcado de sombras que no tienen luz que las provoque. Al otro lado hablo con un viejo amigo que está de viaje por México, hablamos del agua, de la vida, de mi sequía, de las noches interminables en Df y de la infinita soledad que provocan las muchedumbres. Nos despedimos sin adioses y nos convocamos a una fecha tan incierta que las hojas de los árboles serán algo así como un recuerdo, y yo sigo pensando en que si pudiera volver a dormirme me gustaría soñar sueños en los que pudiera pasarte la mano por la cintura, pero no me atrevo, por si sólo vivimos juntos en mi cabeza por las noches, como si tuviera miedo de que soñarte fuera el veneno y la luz del alba fuera el antídoto. Un antídoto que no llega a tiempo.

El día se me está haciendo especialmente largo. A las nueve fui a hacer una visita y ya me sentía viejo, estuve a punto de llorar mientras daba una explicación sin sentido, me comprometí a resolver no sé qué papeleo y me enfundé en un enfado contra la luz del día, contra el mundo tranquilo de las mañanas de los jueves. Ahora trabajo lento, tan lento que una parte de mi cerebro (el derecho) duerme y me dice que debo escribir esto. Lo escribo sin convicción. Yo sé que estás ahí y me lees, pero no creo que entiendas que escribo esto, esencialmente, para ti.

A las doce, una llamada me corta el día, hago números, odio los números, me pregunto si la verdad nos acaba haciendo libres o simplemente nos convierte en unos esclavos más conscientes de que lo somos. Repaso el planning del día y acabo por acordarme que debo hacer un informe para esta tarde. El dichoso informe que me persigue desde esta mañana a las nueve. ¿De qué se trataría?

El lado derecho de mi cerebro se despierta. Nos coordinamos y empezamos a redactar un informe del que él sí había oído hablar. La mañana de desliza como por un tobogán de reluciente acero inoxidable y yo pierdo las esperanzas de que hoy sea el primer día del resto del genocidio de mis insomnios.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quisiera ir al corazón del bosque...
Besos aun en viernes, a tu sábado.

Valeria dijo...

"Quizá[...]soñé el sueño que no me atrevo a soñar contigo", muy buena esa frase, me gustó. Me encanta tu manera de escribir, la facilidad con la que usas las palabras para describir emociones, sensaciones. Es fácil imaginarse las noches de insomnio o de sueños a medias, los días en el trabajo, con muchas ocupaciones,el estrés a tope, mientras que tu mente solo está en un sitio: en un rincón indeterminado del planeta donde se encuentra esa chica que se ha instalado en tu cabeza...esos amores imaginarios, imposibles, idealizados, sin esperanzas...tan lejos y a la vez tan cerca, a un solo paso de encontrar el valor para animarse a decírselo o quizás, para romper la fantasía.