jueves, 8 de noviembre de 2012

Cuando Agua era fallar en el juego de "hundir la flota"



El gran día. El principio del principio, el abismo después de tantas horas construyendo unas alas con las que surcar los cielos. Hoy es el gran salto, el día en el que comprobaré si soy un hombre pájaro o una piedra hundiéndose en un lago sin fondo. Hoy es el gran día; pasé toda la noche despierto, a tientas entre el frío de la terraza y la manta... sentía que ésta me envolvía como el capullo del que debía desprenderme para extender la fragilidad que nunca admito cara a cara, pero no lo hice: no quería coger una pulmonía.

Ulises vagó por los tejados hasta cansarse, luego se metió dentro de la manta y se durmió. Sentí una gran calma y; o me lo pareció a mí o se relantizaron las nubes, la luna dejó de menguar hasta que a eso de las cuatro se deshizo en un enjambre de luciérnagas que bailaron durante casi media hora hasta volver a su colmena de cielo brillando como una sola luz blanca manchada de tenue asfalto.

Las nubes volvieron a su velocidad de nube y buscaron el este con impaciencia, la noche se volvió otra vez un reino gélido de princesas de mármol y bellas durmientes.

Sin embargo no pensé en que hoy era el gran día, ni tan siquiera en que no sabría por dónde empezar cuando tuviera todas las herramientas en mis manos, en realidad, si he de ser sincero, pensé en ella toda la noche, perdido entre el miedo y el deseo, indeciso y enloquecido, hechizado por el recuerdo de la calidez de su piel y por esas palabras que una vez cada muchos años dicen con voz de viento cosas que desencajan de mi cuerpo a mi alma de vagabundo.



El gran día está siendo como cualquier otro día, el sol calienta todavía a través de los cristales del coche mientras me pierdo en el laberinto multicolor de una ciudad que apenas conozco y que añado, por omisión, a todas las que ni ella ni yo conoceremos.

Y no dejo de pensar en que querría llamarla por teléfono y hacer algo. Algo que ni ella ni yo sabemos qué significaría, algo distinto, algo que nos convierta en cómplices.

Si de alguna vez me arrepiento es de haber estado demasiado ciego. Si de algo me alegro es de haber estado demasiado ciego tal y como me ha ido todos estos últimos años.

Pero las luciérnagas no miente cuando hablan con lenguaje de cielo y bailan como si fueran estrellas de un firmamento austral y mágico, y dicen que yo iré a otra parte, viajaré, abriré el mundo, me convertiré en aquello que siempre quise ser, que me dejaré llevar por la voz que a veces me susurra su epidermis al oído de las yemas de mis dedos, y entonces lo entiendo, entonces sé que el tiempo será otro aliado más del destino como lo ha sido hasta ahora.

Pensaré en ella desde cada rincón del mundo al que me lleve este gran día que se termina, desde cualquier sima en la que, como piedra que soy, acabe. Será un secreto que nunca compartiremos porque nunca ha ocurrido, como si al romper su cáscara de silencio su interior estuviera vacío.

Quizá ese vacío no sea otro que el mismo que siento desde hace tantos años.

Quizá ella sea le hueco que nunca supe llenar.

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