domingo, 3 de julio de 2011

Cucharadas de sol

Me dijo algo que me dejó pensativo durante meses. Una tarde, sentados en el sofá, durante aquellos sábados de comida con alma de vino y té de sobremesa, cuando ya habían empezado nuestros respectivos campos electromagnéticos a convertirnos en polos iguales y por ende, habíamos iniciado ese movimiento imperceptible que con la inercia de los días se haría cada vez más rápido e imparable hacia la guerra; esa tarde ella, dentro de una conversación casi anodina, de trincheras de conceptos y palabras como balas, ella dijo que yo no me dejaba querer. No supe qué decir a eso, en cierta forma pensé que era verdad, dije que uno se acostumbra a casi todo, que uno aprende al mismo tiempo a querer y ser querido. Le dije que si no me dejaba querer, entonces quizá tampoco supiera querer.

Entonces le dije que aunque no supiera querer yo la quería, que querer era como todo en esta vida, empeñarse en practicar, la mitad es el conocimiento y la otra mitad el deseo de hacerlo. Entonces pensaba que un puercoespín sin púas no tardaba mucho tiempo en parecer a un hámster y acabar en una jaula.

Creo que aquella tarde fue la primera vez que tuve miedo a perderla. Hasta ese momento creía que nos querríamos siempre, quizá por que a hasta ese instante creí que nos habíamos estado buscando el uno al otro. ¿Qué puse en juego aquella tarde en esa partida de Miedo?

Durante los siguientes meses, empecé a quitarme las púas una a una, empecé a notar la piel más fresca, me ilusionó el contacto con el aire, que antes no atravesaba la coraza de espinas, aprendí a abrazar sin miedo a hacer daño, a coger de la mano con el pecho, me dejé llevar, confié, pero cuánto más me quitaba más inseguro me sentía, cuanto más inseguro me sentía, más tiempo caminaba por los arcenes, me preguntaba si era normal lo que sentía, me preguntaba si era normal que me cortara con los cristales de sus labios, si la luz de sus palabras no me estarían quemando la piel. Y empecé a sospechar que se aprende a querer al mismo tiempo que a tener miedo a perder lo que se quiere.

El tiempo le dió la razón a los vidrios rotos, sucedió todo como si fuera a cámara lenta, empezó a canturrera canciones de adioses, empezó a tener más momentos a solas, como si la seguridad que yo iba perdiendo se la fuera quedando ella. Cuando acabó todo tuve que desaprender a querer y eso sólo se hace a base de heridas.

Sin púas, sin seguridad y herido me metí en un hoyo en el suelo, ni quise saber nada de nadie, me convertí en un topo diminuto e invisible que, desde el fondo de un laberinto de túneles escribía un blog. Escribir me ayudó a comprender que un hombre no es un puercoespín, ni un hámster, ni un topo, un hombre es un hombre y que hay intuiciones que no fallan. Que el que soy y el que seré son el mismo porque sigo siendo el mismo que fui, y puede que las cosas no sean como deberían haber sido; cada día es empezar de nuevo, cada día se tiene la oportunidad de ser lo que quieras ser, comerte el sol a cucharadas, beber el destino, no dejar que nadie te diga como deberías ser, ni cómo amar, porque todo el mundo está equivocado, todos estamos equivocados decimos saber cómo hacer las cosas.

Siempre estamos aprendiendo.

No hay nada peor que tener que decir adiós a alguien a quien quieres porque estar como espectador de su indiferencia se te lleva la vida.

Y sin embargo, al final, casi se olvida.

2 comentarios:

Daltvila dijo...

Estimado "Moriría por ella":
He tenido el atrevimiento de dedicarte mi última entrada en mi blog, si bien sería más bien la primera.
Mi comentario iba a ser demasiado amplio.

NOTA.- Me he percatado de que he cometido un error en la dedicatoria y en lugar de "Moriría por ella" he puesto "Moriría por tí".

Espera a la primavera, B... dijo...

Gracias por tu entrada. Quizás tengas razón y debería dejar de morir... y yo diría que, o morir del todo.

Gracias por preocuparte.