miércoles, 13 de julio de 2011

Por qué lo llaman amor cuando quieren decir confusión?


Él tenía la certeza de que hay personas que están hechas para vivir entendiéndose con otras, que se puede comprender casi todo, que se puede perdonar lo aparentemente imperdonable. Y ella sabía que él pensaba así, pero también pensaba que las cosas eran de otra manera distinta, de lo que no se daba cuenta es que ese detalle de saber cómo pensaba él, era una constatación (en contra de lo que ella creía) de que estaban hechos para entenderse aun sin palabras. A veces lo decía en voz alta "nunca antes me había sentido así, con tanta confianza". Y en esa rebeldía de querer tener razón fue rebuscando, entre los quehaceres cotidianos, argumentos que hablaran en contra de los de él. Y poco a poco, rebatirle cada frase que él pronunciara acerca de esa tolerancia cariñosa que a veces es el amor, se fue convirtiendo en una costumbre. Entre ser feliz y tener razón acabó apostando a lo segundo. Eran una pareja dialogante, hasta que empezaron a dialogar por todo.

Ella era algo más alta, unos meses más mayor, dirigía un departamento en una compañía que incluso se anunciaba en televisión, tenía dos o tres amigas íntimas que la envidiaban en secreto, una belleza exótica y discreta, cierta propensión al ahorro, una dolencia crónica y leve que sólo aparecía cuando cambiaba el tiempo, no le gustaban los muñecos; iba a sesiones de ballet moderno en colectivos y en garajes, tenía una colección de catálogos de muchas tiendas a las que nunca había ido (ni iría), le gustaban las plantas. No le gustaban los perros.

Él era moreno, si hubiera tenido niños con él a ella le hubiera gustado que tuviera sus ojos, era trasnochadamente amable pero sin ser cursi, si veinte personas se quedaran atrapadas en un espacio cerrado sería esa persona que encuentra la solución o la salida, siempre tenía una palabra de ánimo en el ánima, quedaba el segundo o tercero de su promoción en la universidad o en los másters y postgrados que hizo después, nunca el primero; cuando decía algo parecía que lo dijera directamente desde el corazón. Y decía, a quien quisiera oírle, que la quería.

Tabajaban muchas horas, se veían a la hora de la cena, bebían una copa de vino en la sobremesa, a menudo se encerraban a acababar informes para el día siguiente, dormían con cansancio, hacían el amor sin rutina, él sabía invertarse cosas que susurrarle al oído para que ella se volviera loca, ella gemía como si fuera a acabarse el mundo, él la tenía tan gruesa que incluso después de todo el tiempo trnscurrido, a ella aún le dolía cuando entraba con prisas, a él le gustaba salivar las sílabas
cuando leía, con la lengua, su cuerpo. Hablaban por las noches, follaban y luego volvían a hablar, en unas tertulias con sexo que, sin ellos saberlo, mantenían despiertos a la mitad de los vecinos del patio de luces a los que daba su habitación.

Un día a ella, en un vuelo a doméstico, se le vino a la cabeza hacer una lista para poner nombre a esas sensaciones que tenía a veces con él. Día tras día anotaba algo que podía explicar esas repentinas ganas de situarlo en su nivel. Dentro de ella se empezaron a acumular aquellas cosas que los hacían diferentes, y empezó a compararlo con los hombres con los que se cruzaba en el trabajo, directivos y hombres que manejaban cifras. La lista se fue alargando porque los viajes eran muchos y las reuniones hasta tarde, y poco a poco pensó que el cariño se pueden encontrar en cualquier parte, que ella pertenecía a otra raza de gente más preparada, eficaz y dura. Sólo para demostrárselo despidió a uno de sus empleados. Y en ese despido lo vió a él.

Después de días en que se mostrara desapegada y él se diera cuenta y preguntara, ella le dijo que pensaba que eran muy diferentes y lo mejor sería que se separaran. El argumento era simple, tan simple que él lo entendió a la primera. Pero no supo comprender el porqué, porque cuando alguien que gana el doble que tú te dice que eres diferente y por tanto, que estás despedido, se le queda cara de "quizá tenga razón". No hubo veinte personas esperando una respuesta, pero él encontro la salida. Pensó que quizá ella tuviera razón. Pero la razón no basta cuando se quiere a alguien que ha dejado de quererte.

Ella estrenó la libertad con un antiguo conocido, alguien a quien se había encargado de que él no conociera porque si había algo que él tuviera era intuición. Pero habló a él de este desconocido suyo y él supo, por el tono y por las formas, que a ella le gustaba.
Se seguían viendo, él se debatía entre la rabia y la esperanza, ella entre el cariño y el desprecio. Ella se fue a vivir con su desconocido en apenas unos meses, él perdió diez kilos, el trabajo, los amigos.

Pasaron cinco años, o quizá dos que parecieron cinco, él pasó por tres o cuatro trabajos en los que no rendía hasta que montó algo que tenía metido en la cabeza desde hacía años y que a ella le parecía una tontería. Ella perdió el trabajo de directiva y se dió cuenta que sus compañeros eran sólo eso: alguien que compartía horario y oficina, el desconocido resultó ser una gran voz sin nada que decir, argumentos sólo para tener razón. Como si la razón lo fuera todo.

Él siguió entre la rabia y el esperpento, no supo conocer a otras mujeres, vivió una vida con suspense, como cuando se espera a que salgan las notas de un examen. Ella, empezó con eso de las citas de internet, es decir, empezó a comprar en la teletienda, objetos y personas que nunca cumplían lo que prometían y que, para ser sinceros, no contaban con el factor entendimiento que no echaba de menos porque él seguía quedando cuando ella quería.

El negocio de él fue bien, demasiado bien, increíblemente bien. Amasó una pequeña fortuna. Conoció a una chica que todo el mundo decía lo mucho que se parecía a ella, él seguía viéndola y si le hubieran preguntado si volvería con ella, hubiera dicho aún que sí. Y ella lo sabía, no hay nada menos interesante que una devoción así vista desde fuera.

Él acabó tirando la toalla, y mientra cerraba una puerta, abría otra; se fue a vivir con la chica que a él no le recordaba a ella. De vez en cuando, el universo los cruzaba por la calle de forma casi casual, dejaron de sonarse los móviles, creo que a él le robaron el suyo y no recordaba su número, es lo que ocurre.

Un buen día, alguien le dijo a ella que la fortuna de él se la debía a ella. Al fin y al cabo, quien le había puesto en contacto con el producto había sido en la época en la que vivían juntos. Ella hizo otra lista con las razones por las cuáles le pertenecía una parte sustancial del negocio. Se lo pidió. A él se le quedó la misma cara que se le queda al que le ponen una multa por ir demasiado despacio. Él le dijo que hubiera podido tenerlo todo pero no lo quiso.

Ella lo demandó y perdió. Él pasó de la incredulidad a la incomprensión y encerró en un cajón bajo llave los recuerdos queridos. Probablemente no tiró la llave, pero no supo en qué bolsillo de qué pantalón se quedó.

Y probablemente ella, un día sola, cuando quien vió el negocio del sigo también la dejó, pensó en que quizá él tenía razón cuando decía aquello de que hay personas con las que sabes que te vas a entender toda tu vida. Y tal vez, sólo tal vez, entonces pudo admitir que él era esa persona, que a veces, las diferencias sólo son factores a sumar y que hay personas con la que todo es tan fácil que sólo las echas de menos cuando ya no están. El cariño puede estar en todas partes, pero no la ternura, la dureza puede estar en cualquier sitio, pero no la determinación, que no te ayuda quien te puede ayudar sino quien quiere hacerlo, y nunca es demasiado tarde hasta que uno provoca que lo sea.

Él siguió queriéndola y preguntándose el porqué de aquella negación de lo que había entre ambos y pensó durante mucho tiempo, quizá hasta el último instante antes de su muerte, en si pudo haber hecho o haber sido diferente en algo que hubiera cambiado las cosas. Pero no pudo.

Y justo en el instante después de su muerte pensó (o sintió) que tenía ganas de verla de nuevo, como si eso de entenderse de forma tan especial no fuera sólo con la vida o las casualidades, sino que fuera otra cosa aún más inexplicable.

1 comentario:

fernando dijo...

Impresionante!!!
Hace mucho tiempo que te leo, me identifico con lo que escribes, he sentido lo mismo, y creo que todavía siento, y las mismas preguntas fluyen por mi mente. Evidentemente, no tengo esa facilidad de palabra para expresar ese pesar.
Me paso algo parecido hace ya 4 años y he pasado por todos los estados que tú relatas. El problema, es muy difícil salir de este estado, o como yo lo entiendo, todavía no he encontrado alguien que me haga sentir como con ella me sentí.
Analizándolo fríamente, he tenido y tengo mucho éxito profesional, y personal a medias, ya que el problema es mi falta de compromiso, he vivido mil aventuras, conocido a muchísima gente, y sobre todo me he conocido muchísimo más a mí mismo, pero aun así lo cambiaría todo por tener aquello que perdí.
Un último apunte, yo escribí, escribí mucho, me sumergí en mis sentimientos, pero descubrí q es un camino a ningún sitio. Hay que pensar en positivo y mirar hacia adelante...... esto te lo dice uno que cada cierto tiempo se cae al suelo y busca el consuelo de unas palabras que reconforten.
Un saludo y mucho ánimo.