lunes, 13 de octubre de 2008

Ojos que no ven, corazón que no siente


Ha perdido. Yo lo sé y ella lo sabe. En sus ojos aún permanece el húmedo destello de estos últimos días. Debí de haberme dado cuenta. "Está más guapa, se arregla más" me dije. "Quizá haya encontrado a alguien para quien estarlo pero yo no lo puedo saber". Y lamentaba tener sólo los diez minutos del bar para observarla cada mañana e ignorar el resto de su día a día y así poder saber a qué era debido ese cambio. Tenía que seguirla de alguna forma y averiguarlo y eso fue lo que hice. Aparentemente nada había cambiado; seguía su rutina, hacía lo mismo, al menos no yo observaba nada nuevo desde la lejanía. La seguí cuando salió el sábado con su amiga rubia. Las dos solas: cena, copa y luego a casa. Debí imaginar que tarde o temprano la curiosidad acabaría por traicionarme, me acerqué demasiado y ella me vió. Hice lo que mejor se me da hacer: desaparecer, convertirme en una sombra. Ella me había visto y a pesar de que había simulado pasar casualmente por allí me vio mirarla. Fue entonces cuando lo supe. Sus ojos brillaban por mí, por el desconocido de la cafetería de todas las mañanas. Dios mío, no se puede tener peor suerte, no sólo me había descubierto sino que, además, era una parte importante en sus pensamientos. Ahora tendría que entrar en su casa y saber si llevaba alguna clase de diario en el que me describiese. No sabía nada de mí pero podría haberme dibujado. A la policía le gustan esas cosas. Sin huellas, sin móvil, sin rastros, se empeñarían en saber quién eran las últimas personas en su vida. Y saldría yo. Es decir, saldría la descripción del principal sospechoso.
El lunes no falté a la cita en la cafetería. Cuando entró la miré descaradamente. Ella, que parecía venir muy segura de sí misma, chocó contra aquella inesperada maniobra. Bajó la vista, su espalda se curvó encima del taburete y tuvo miedo de mirarme. Mi mirada más estudiadamente franca, mi mejor sonrisa, me levanto y me acerco lentamente. Cojo el periódico que está justo a su lado "¿lo vas a leer?" "No, puedes cogerlo" me dice sin mirarme y tratando de que su voz no tiemble. Pero tiembla imperceptiblemente. "No puedo dejar de pensar en tí" susurro. Abre bien los ojos, se gira hacia mí y me mira sin pestañear. Una mirada desafiante, firme "quién te has creído que eres para decirme eso y sobre todo, qué clase de mujer crees que soy. No señor mío, no soy una mujer fácil y mucho menos para chulitos que dicen cualquier cosa para... menuda estupidez, menudo imbécil"gritan de indignación sus ojos negros. Pero no dice nada. Hace una mueca de desprecio bien aprendida y practicada durante muchos años. Ahora sé por qué estás sola. Y es una lástima, porque estás aún más guapa cuando te enfadas. Me vuelvo a la mesa con el periódico y trato de aparentar que no ha pasado nada. Se va sin haberme vuelto a mirar. Ni siquiera se gira al cruzar la calle para ver si viene un coche. Tiene suerte y no pasa ninguno. Yo me quedo un rato aguantando la insistente mirada del camarero, que no ha oído nada pero que lo intuye todo. Pago y me voy.

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