domingo, 12 de octubre de 2008

Me falta mucho y no queda tiempo

Cuando escribí la entrada anterior había bebido en exceso. Anoche sentí lo cruel que pueden ser las palabras. No me acostumbro. Es imposible que me acostumbre a las palabras. Siempre me acaban golpeando porque soy incapaz de mantener alta la guardia. Soy un maldito optimista, un imbécil que cree que es más fuerte que nadie. Pero las palabras... no, para eso no estoy preparado casi nunca. Y tras el golpe me quedo desorientado, como esas ballenas que acaban embarrancando en las playas, aquejadas de algún mal de cetáceo, alejadas quizá de su grupo, y que mueren solas o rodeadas de liliputienses bañistas que la tocan con un palo o tratan de remojar su piel con el agua de un cubo (muy poco océano para tanta ballena). No sé, quizá exagere cuando digo que estoy muerto y sería mejor decir que, en realidad, sólo estoy perdido y esto no es vida. En cualquier caso, así lo siento. No soporto decepción tras decepción, golpe tras golpe. No puedo seguir así mucho más tiempo. Creo que ha llegado el momento de asumir que caminar con las manos en los bolsillos implica no poder sacar las manos a tiempo para parar los golpes. Prefiero seguir confiando a no fiarme de nadie. Así son las cosas. Mañana será otro día. Más vale tarde que nunca. Dime con quién andas y te diré quién coño eres.

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