domingo, 12 de octubre de 2008

El destino es una tela de araña


Un correo electrónico irrastreable, una cantidad por adelantado desde una cuenta abierta y cerrada el mismo día y ordenada por alguien que no existe. Siempre es lo mismo desde hace dos años. Un nombre y una dirección. Una fotografía y un escueto historial para explicar lo que es difícil de justificar. Esta vez la fotografía es de una mujer de unos cuarenta años. Bien llevados: morena, esbelta, bien vestida. Trabaja como asesora en una multiconsultoría para grandes empresas. Vive sola. Eso me facilitará el trabajo. La última vez estuve a punto de dejar estos encargos. Me dije que era la última víctima, me dije que debía enviar el correo en el que doy a entender que no cuenten más conmigo pero no lo hice y ahora tengo otro. Al principio lo hacía por dinero. Ahora hace tiempo que ya no. No sé por qué lo hago, como tantas otras cosas. Pero debo acabar con ella y lo haré. Recibir la mitad del dinero por adelantado conlleva cumplir mi parte del trato, de no hacerlo me eliminarían. Les costaría pero acabarían haciéndolo, esas eran las normas y yo las acepté cuando me lo propusieron. Esta vez será la última, lo prometo, no voy a dejar que la sangre de tanta gente caiga sobre las espaldas del chico. El dinero no es para mí, es para él. Para cuando crezca, para cuando lo necesite, incluso si al final acaba en las manos de ella. Porque en cuanto sepa que el muchacho tiene dinero irá a buscarlo y apelará al amor de un hijo por su madre. Ella sabe hacer esas cosas, sabe cómo hacer que confíes en sus palabras.
Busco la dirección y voy a reconocer el terreno. Me visto para no llamar la atención aunque mi embergadura no me dé demasiadas opciones para ello. Traje gris y camiseta negra, gafas de sol, gomina. Antes de salir de casa voy a echar un trago, es la costumbre. Lo era; he dejado de beber. La última copa, venga, me digo. Pero aguanto, he tomado la determinación de que ha llegado el tiempo en el que hago cosas por última vez.
Espero cerca de su casa, compro un libro en la librería de la esquina, uno de esos de autoayuda. Llega a casa a las nueve y media, he estado esperando un buen rato. Llega con una bolsa de deportes en la mano. Vendrá del gimnasio. Será un bonito cadáver. Me vuelvo al piso evitando la tentación de entrar en los bares. No eres consciente de la gran cantidad de bares que hay hasta que has decidido que no entrarás en ninguno. Deposito el libro en una papelera. Era cierto lo de que me ayudaría. A mí me ha servido para pasar desapercibido toda la tarde.
Durante los quince días siguientes me dedico a vigilar sus movimientos. Es una mujer de costumbres fijas. Lleva una vida ordenada, no tiene amigos si exceptuamos a una chica rubia con la que salió a cenar un sábado y un compañero de trabajo se empeña en acompañarla sin que ella demuestre ningún interés por él. Le gusta la soledad, le gusta hacer las cosas por sí misma. Mejor, cuanto menos gente alrededor menos imprevistos cuando llegue el momento de pasar a la acción. Pero pasa algo que no tenía previsto. Se me ocurrie entrar en la cafetería donde suele ir a media mañana a tomarse un café. Sola. Sus compañeros van a otro bar más ruidoso y más cerca de la oficina. Ella prefiere algo menos bullicioso. Mi problema es que he hecho lo que nunca debería de haber hecho: tratar de imaginar qué es lo que piensa y por qué esa obsesión por alejarse de todo el mundo. Quizá para que nadie sospeche que, en realidad no es quien dice ser. En cualquier caso no lo logra, sus compañeros hacen apuestas sobre quién sabe más de ella. Todos tienen una teoría y todos sienten cada vez más curiosidad. Cuanto por más desapercibido quieres pasar más interrogantes creas a tu alrededor. Y yo he empezado a preguntarme qué es lo que pasará por esa cabeza y sé que no debería haber empezado a preguntérmelo. El destino es una tela de araña donde la araña es uno mismo. Y en un instante el hilo de la araña se tiende entre un inesperado movimiento de sus ojos que encuentran a los míos mirándola. Maldita sea. Disimulo pero vuelvo a mirarla por si acaso ella me ha reconocido de verme merodear cerca de su casa. El cerebro humano es capaz de almacenar una cantidad extraordinaria de datos sin importancia que puede relacionar en milésimas de segundo con otros también sin aparente relevancia para dar con una coincidencia fatal. Jugamos al juego de mirarnos sin que se note que lo hacemos. Se acabó verla cerca de su casa, espiarla a la salida del trabajo o del gimnasio. Ahora todo se reducirá a esta cafetería. Mierda, mierda, mierda. Me levanto, me acerco a la barra, lejos de ella. Pago. Y me voy.

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