martes, 2 de junio de 2009

El recuerdo infinito


Este mediodía tuve que comer fuera. Fui a ver a un cliente que me debe dinero en Arenys de Munt y me paré en el centro comercial de Mataró Park. Allí se aparca fácil y hay un piso de restaurantes baratos (y por consiguiente rápidos) en el que sabía que comería en un plis plas. Fui al FresCo porque es totalmente vegetariano, te puedes hacer las mezclas a tu gusto y deben de tener algún iluminado en la cocina que siempre prepara ensaladas exóticas. Yo soy clásico, y teniendo en cuenta que éste es un país de tomates me hice una ensalada con espinacas frescas que no estaba nada mal. Pedí una cerveza sin alcohol y la encargada me miró a los ojos con interés. Habló algo más de la cuenta y yo le respondí con monosílabos. Tenía la figua estilizada y la piel tersa y bronceada que sólo tienen las mujeres que viven solas y cerca de la playa y unos ojos verde intenso que miraban buscando algo indefinido en el aire, un aliento que acallase un grito interior y silencioso. Cuando me senté en una mesa de dos, al lado de una señora en silla de ruedas con su marido y una chica joven que, probablemente la cuidaba y que al hablar deduje por su acento que era polaca, iba notando que la encargada me miraba. Como cuando noto que alguien me mira enseguida tengo el instinto de mirar hacia el foco al que provoco interés, la pillé un par de veces. Ciertamente me molestaba, así que empecé a mirar hacia otra parte, más allá de la cristalera. Un niño de no más de dos años iba de la mano de su madre, entraron en el FresCo pero por lo visto la madre le habría prometido ir a una de esos cochecitos que con un euro te montas, suena una música y se balancea suavemente. Le entró el berrinche y la madre salió con él inmediatamente hasta que los perdí de vista. La pareja de la mujer de silla de ruedas y su marido salieron del restaurante junto con la chica y estuvieron un rato delante de los cristales. La chica hablaba amablemente a los dos ancianos, tenía una dulzura especial hacia ellos. No hace mucho leí que de forma inconsciente conferimos cualidades personales como la bondad, la honestidad, etc. a personas atractivas físicamente y que hacemos lo contrario con personas poco agraciadas. Reflexioné acerca de ello mientras miraba hablar a la chica con la señora de la silla de ruedas. Tenía una bonita sonrisa pero no sé si me lo parecía porque realmente era bonita o por toda aquella expresión de cariño hacia la pareja la hacía atractiva a mis ojos. En cualquier caso, mis reflexiones se disiparon en cuanto volvieron a entrar por la puerta la madre con el niño, ya más calmado, la abuela y el padre. El niño y la abuela se sentaron en una mesa de a cuatro mientras los padres se servían los platos y se los llevaban. El niño ya habría comido porque no le pusieron ningún plato. Como lo de ver comer a sus padres no debía de ser muy entretenido, el chiquillo empezó a curiosear, querer bajarse de la silla, jugar con los platos de los padres, mientras ellos se turnaban para decirle cosas, aunque entre aquellas palabras no estaban las de que se estuviera quieto, lo cual me alegró. Al otro lado del exiguo pasillo que separaban sus mesas, una chica no le quitaba el ojo de encima al tiempo que trataba de garabatear algo en un fajo de papeles ya escritos, los leía, debían de ser apuntes, el balance de alguna empresa, la quinta esencia de la alquimia, una larga carta de amor mecanografiada en un teclado igual a éste tal vez. El caso es que lo que estaba escrito en aquellos folios perdieron el interés obligado y su atención quedó clavada, como un anzuelo a la boca de un pez, en el pequeño. En un momento, el niño se bajó de la silla y envalentonándose cruzó el pasillo y se quedó inmóvil delante de ella, mirándola con esa desfachatez con la que miran los que no entienden todavía, afortunadamente, las normas de urbanidad. La chica le dijo algo agachándose sentada en la silla hasta casi igualar la altura de los ojos. Entonces los ví muchos años después, me imaginé que ella era su madre y él un adolescente y la ví a ella yendo por la calle orgullosa de su pequeño hombretón, tal vez, ya más alto que ella. No sé por qué pensé en ello y me sorprendió al tiempo que me dí cuenta que era un pensamiento recurrente imaginar este tipo de situaciones cuando veo a un niño pequeño junto a su madre. Luego pensé que cuando veía la escena al revés, es decir, una madre acompañada de su hijo adolescente intentaba recrear cómo le hablaría de niño, cómo sería aquel niño... Inmediatamente me trasladé a una tarde de sábado de hace tres años, cuando iba con Esther y Alex por el eix Macià de Sabadell y ella miró con cierta envidia a una mamá joven junto a su hijo adolescente, desgarbado y mal peinado, queriéndose hacer más mayor de lo que relamente era, y luego me dijo que se imaginaba cuando Alex fuera así y lo orgullosa que se sentiría yendo junto a él, los dos solos. Aquel momento quedó grabado en alguna parte de mí, una parte de mí que profetiza en otras madres y otros hijos aquella frase que implicaba un futuro en el que yo no estaría presente y que me dejó, ante la visión tan cotidiana de madres con sus hijos, atado a un recuerdo infinito que evoco para, en realidad, guardar el instante de aquella tarde de sábado en la que Alex correteaba y Esther aún compartía sus inquietudes conmigo.
El niño se dió media vuelta y como una exhalación volvió al regazo de su madre que se disculpaba aunque con orgullo, de la simpatía del crío. La chica volvió a sus folios y yo me levanté a por un helado de chocolate que, para qué voy a negarlo, es por lo que voy a ese restaurante self-service de ensaladas, un helado de chocolate que no me trae ningún recuerdo ahora que lo pienso, un helado de chocolate que sólo sabe a martes por la tarde.

7 comentarios:

Concha Barbero de Dompablo dijo...

Hubo un tiempo en que creía que era una cotilla, hasta que me di cuanta de que no, que no me importaba la vida de la gente, sino cómo se comporta la gente en la vida. Es decir, que siempre tuve mente de escritora. En este escrito tuyo, no cabe duda de que tú también la tienes.

¿Sabes lo que me imagino yo? Cuando entran personas muy trajeadas en la empresa (visitas y tal) pienso cómo serían con cuatro o cinco años, y me inspiran ternura. Vienen preocupados por quedar bien, por cumplir con sus compromisos, y yo les hago retroceder 30 años, desayunando su Cola-cao con galletas María :-).

Porque ¿qué es un niño? Pues un adulto inflado por la edad. Así lo dice Simone de Beauvoir.

Nebroa dijo...

Hablaba hace poco en mi blog de la empatía, y a los pocos días de cómo me aliviaba por dentro cuando imaginaba las vidas de los demás. Nunca pensé que sería cotilla! jajaj...pero siempre suelo imaginar al de la cola del super, al que está en el coche de al lado del semáforo, al que viene de visita a la empresa, el que me sirve el café en el bar... Siempre imagino sus vidas, sobretodo en cuanto a sentimientos... Cómo se sentirán, qué planes tendrán para el fin de semana, cómo se agria su caracter cuando les ocurre algo malo...En fin, me alegra no ser un bichillo raro. O bueno, lo mismo es que los 3 somos raros! :p

Concha Barbero de Dompablo dijo...

Nebroa, a mi me lo descubrió una profesora de literatura jubilada que conocí en el foro de Dragó (un cerebrito de mujer; a ver si la llamo, que soy tan perezosa para algunas cosas...). Le explicaba casi lo mismo que dices ahora tú, que me pongo en los sentimientos de la gente, si estará triste, qué estará pasando por su cabeza, si estará enamorada/o, cómo le tratarán sus padres... y me dijo: "claramente, tienes mente de escritora". Fue un alivio.

¡Así "cotilleaba" con una base intelectual!

Pero eso me sirve también para relativizar. Por ejemplo, cuando alguien me dice que no le ha saludado tal o cual persona, que le ha puesto mala cara... enseguida le "consuelo", así, por ejemplo:

¡No, hombre! Si es que tiene que pagar una letra de la hipoteca y no le llega! :-)))

Y seguro que esto último es más cierto que las imaginaciones que nos montamos...

Nebroa dijo...

Jjaja la base intelectual para definir nuestros hobbies tiene su miga! Mira, no está mal! Lo cierto es que siempre ha sido un deseo escondido en mí... Que lo mismo un día me da por sacar a la luz. No digo lo de escribir, sino el 'reconocerlo' abiertamente... Yo me entiendo! ;)
Hay tantas cosas detrás de los ojos de los demás...ufff

Velda Rae dijo...

Mis hijos están justo en el umbral de la adolescencia y creciendo a trompicones tales que cuando se van al colegio son esos ‘locos bajitos’ y cuando vuelven te sacan la cabeza. Los observas sin poder creerte que esos chicos desgarbados hayan pesado dos kilos escasos al nacer y pasaran sus primeras semanas de vida escalando una incubadora. Ya no corretean por entre las mesas, se embeben en sus consolas. Y te preguntas cómo serán cuando sean adultos, de quién se enamorarán, si serán felices… Intuir sus vidas futuras es como leer una novela sin final.

Espera a la primavera, B... dijo...

Imagino que con los hijos pasa que se van haciendo mayores por minutos, que cada día se van pareciendo más a esa imagen que tenías de cómo serían cuando crecieran y al mismo tiempo te sorprende esa capacidad inmesa que tiene el ser humano para inventarse a sí mismo a base de adaptarse a lo nuevo que le va viniendo, a veces sin comprender qué es lo que está pasando.
Me gusta eso de la novela sin final.
Gracias por visitar mi blog.

Velda Rae dijo...

Gracias a ti. Me gusta como miras al mundo. :-)