lunes, 1 de noviembre de 2010

Hombre y ventana


Un día, aprenderé a ser invisible y caminaré desnudo por las calles, aprenderé a soñar despierto, a no renunciar a quimeras por lo que pueda pensar o decir la gente. Un día seré libre y no me quedará ningún lugar donde esconderme de mí mismo, no tendré la necesidad de suplantarme por ese otro que quisiera ser. Un día de éstos me sorprenderá la verdad al levantarme por la mañana y ya nunca podré renunciar a ella, abandonaré las obligaciones y los tratos, saldré a la calle con las manos en los bolsillos a vagabundear las aceras, a mirar a los ojos a los otros transeúntes e iré a decirle todas esas cosas que quisiera que ella supiera.

Quisiera decirle que la luna hace tiempo que sólo orbita su casa, que hace tiempo que abandonó la tarea de rodear la tierra, porque hicimos un pacto en el que un hilo invisible la ataría a la barandilla del balcón de su casa, un pacto con mis deberes y obligaciones en blanco, a su voluntad lunática y caprichosa. Quisiera decirle que subo todas las noches, me siento en una roca y la espío desde allí con alevosía y premeditación, con esa extraña vocación que une sentimientos irreconciliables. Que a veces, se me sientan al lado selenitas ociosos que me hacen compañía y miran en la misma dirección esperando ver aquello que, pobres, sólo yo veo, y que cuando ella sale al balcón vitorean como unos hinchas de fútbol a su equipo soñado. Cuando hacen eso los ahuyento y salen corriendo a esconderse. Luego, poco a poco, van saliendo de sus escondrijos, regresan a mi lado y vuelven a mirar lo que para ellos es un punto en el infinito hasta que se aburren y acaban tomándome por imposible. Algunos días, les llevo cacahuetes y nos los comemos juntos, encima de la única roca erosionada de la luna, con las piernas colgando. Creo que formamos una estampa un tanto desconcertante para los telescopios que se empeñan en observar la luna. Los astrónomos intentan encontrar una explicación a que ésta ya no de vueltas alrededor de la tierra y gire sólo alrededor de su casa, sin conseguirlo. En ocasiones, me los encuentro por la calle y me saludan sin recordar muy bien dónde me han visto antes. Se quedan pensativos un rato, luego, el que recuerda trata de olvidar que existo.

Algunas veces me deslizo, por el hilo invisible que sujeta a la luna como si fuese un globo, y bajo a desenredarlo de las torres de la catedral y confieso que en las noches de verano en las que deja la ventana abierta, en lugar de subirme de nuevo, he seguido bajando y he entrado a su cuarto y he dormido junto a ella enredado en su pelo o a los pies de su cama, en los pliegues de las sábanas, en el hueco que inventa su brazo debajo de la almohada, me he columpiado en la gota de sudor que no se atreve a abandonar el pliegue de sus senos y he sido la brisa que le arrancaba un escalofrío. A veces se despierta, me mira y sonríe, me coge la mano pensando que soy otro soñador con el que coincide en su deambular por las profundidades del submundo a donde vamos cuando nos creemos dormidos. Ella me mira con los párpados hinchados, sonríe y regresa de nuevo a desde donde quiera que viniese sin que yo pueda seguirla.

Si le contara el secreto de mis noches sabría por qué estoy allí tan pronto cuando me necesita, por qué aquella noche llegué antes que el viento que abrió su ventana, por qué todo incendio no es más que en simulacro, por qué me dice siempre que sólo yo la entiendo. Sabría el motivo de mis ojeras, de esas heridas en mis manos que son de descolgarme por la ventana de su cuarto cuando llega el día, sabría por qué el cuadro que siempre está torcido regresa de la noche recto, por qué hay jazmines siempre frescos en la mesita de noche, por qué saben a sal sus labios por la mañana cuando despierta. Sabría que la sigo hasta la ducha sin tener que evitar a los espejos (hice un trato con el azogue de éstos, por el cual ya no me reflejo en ellos) y me deslizo por el desagüe después de recorrerla, empapado de ella, laberinto abajo, en un viaje que acaba en la soledad del náufrago en el mar, sin tabla, sin naufragio y sin la esperanza de poder volver atrás.


Si lo supiera subiríamos en bicicleta por las montañas hasta llegar a la luna y nos sentaríamos en una roca a ver su casa vacía. Ella me hablaría de sus cosas y yo le hablaría de la luna y me iría muriendo un poquito a cada confidencia hasta volverme invisible y bajaríamos en las bicicletas sobre un hilo de hielo hasta su casa y allí me convertiría en humo de sueños para que ella pensara que todo había sido imaginación suya. Y volvería a la luna día tras día, a ver su casa vacía rodeado de mi corte de selenitas ociosos que me preguntarían dónde está ella y yo les diría que vive en otro lugar con otro que no soy yo y ellos se reirían de mí sin que yo tuviera ánimo para ahuyentarlos, sólo castigarlos sin cacahuetes.

A veces, mi alma se deshace, pierde solidez, se desmigaja, y regreso de los lugares queridos herido de muerte y calma, se me llenan los cauces de aguas dañinas, me quedo desnudo frente a un espejo que ya no refleja nada. Entonces decido abandonar la noche y la luna y vuelvo a retomar la piedra y el hierro al que me acostumbraron otras vidas, no la mía, y me visto para la guerra, dejo de mirar de frente, me saco las manos de los bolsillos, dejo de soñar quimeras y vuelvo a ser sólo un hombre mirando a su ventana.

8 comentarios:

Miami dijo...

Hace tiempo que no leía algo tan bello.

Espera a la primavera, B... dijo...

Me gusta que te guste

caperucitaferoz dijo...

Una preciosa entrada pero siempre queda la esperanza de que algún día serás libre,,,,,hay que aprender a volar aunque nos rompan las alas,
Un saludo

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con lo que aquí te contesta mi querida Caperucita. Aprender a volar, que hasta los pariría (amarillos) más patositos aprenden a volar y luego no lo hacen nada más.

Precioso post, dulces y tiernas reflexiones, tan dulces y tiernas como la foto que aquí incluyes. De hecho, éste post es como una bella carta de intenciones. Leerte eleva mi alma y corazón, pues al leerte tus letras derramadas con tanta sutileza, candor, calidez, honestidad... me transporta a otros lugares soñados, donde con las yemas de los dedos se pueden acariciar las nubes de infinito colores pasteles de un cielo alcanzable. Al leerte es como si me pusieras unas escaleras amplias, majestuosas y fáciles de subir y así llegar a ése cielo. En donde el sol te acaricia en invierno y la luna te refresca con su estaño de plata los bochornosos días estivales.

Te diré que tu blog es el mejor y, con creces, que he leído yo. Gracias mil por compartir con nosotros tus reflexiones, tus inquietudes, tus sinsabores pasados, tus alegrías, tus ilusiones..., en definitiva, gracias por compartir estos pedazos de ti, estos bocados tuyos de realidades. Gracias por abrirte a corazón y alma, sólo así nunca perderás de vista aquello que le decía el zorrillo al Principito: "Sólo el corazón puede ver bien,lo esencial es invisible a los ojos”. 

Vayan ahí mis saludos más cordiales de parte de la meiga mariñeira,

Amber

Espera a la primavera, B... dijo...

Volar, a veces quisiera volar para siempre...

Espera a la primavera, B... dijo...

Amber, me abrumas. Yo sólo escribo lo que me pasa por la cabeza en ese instante... tú ya lo sabes.

Marnie J. dijo...

no soy mucho de decirle que me gusta que me escribe y el porque, solo me limito al megusta/nomegusta, pero creo que he descubierto el porque me gustan sus textos: son ficción/fantasía cotidiana. Bajar de la luna a tu balcón por el cordón que ha atado de la una al otro... A mí siempre me limitó mucho la exacta realidad para escribir, mi mente es muy cuadrculada para poder acetarme a mí misma escrbiendo algo así... y usted lo hace con una facilidad

Espera a la primavera, B... dijo...

Sin embargo lo que leí de tí me pareció excelente, Marnie. Es una lástima que no siguieras escribiendo. Pero, ¿qué puedo decir yo, verdad?