domingo, 3 de mayo de 2009

Tierra


Ayer por la tarde, mientras empezaba a leer "La soledad de los números primos" estalló la primavera. Al principio pensé que había sido una cañería y salí al balcón pero en la calle no había nadie. Dejé la puerta corredera abierta para que Ulises y Penélope salieran y entraran a su antojo. Imagino que, para ellos, la atmósfera del piso cerrado debe de ser como el aire queda entre un filete y la pared de su envoltorio cuando se envasa al vacío. Ulises fue más allá y me pidió que le abriera la terraza. Sé que sus verdaderas intenciones son las de pasar cuentas con el gato del vecino, es decir, aprovechar que el otro carece de uñas para ponerle firme y darle a entender que el 3º 1ª es suyo y desde ese mismo instante, el 3º 4ª también.
Que la primavera surgiese de la nada, así, sin más, y sin previo aviso (quizá si avisó pero yo estaba viendo las noticias) trastocó mis planes del sábado. Mis planes eran leer "La soledad de los números primos" en la cama, tumbado, tal y como había hecho con "Otto, el nen que va arribar amb la neu" y "Media docena de robos y un par de mentiras". Pero no pudo ser, el aire tibio entró en contacto con la poca piel que el mundo y yo compartimos y sentí el deseo irrefrenable de salir a la calle. Así que me quité el pijama y me vestí de primavera (igual que el día anterior pero con un botón más desabrochado) y bajé las escaleras. Sentí un frescor en las sienes al salir por el portal y pensé que sería mejor abrocharme la chaqueta y así lo hice, más por tapar mi cuerpo que para protegerlo de ese frescor inesperado, como si pensara que a ras del suelo haría más calor que en el balcón. Luego fui calle abajo, doblé la esquina y avancé por la recién estrenada sensación de que el mundo era un poco más acogedor. Caminé durante un buen rato, bajé la avenida Balmes y fui hasta el parc de l´estació vella. No me crucé con nadie conocido ni me fijé en los escaparates. Después de un rato me avergoncé de ser alguien tan asocial, siempre que camino solo acabo por tener una sensación de suciedad, de rechazo hacia mí mismo, y entonces siento la necesidad de salir corriendo de vuelta a casa. Mientras volvía a casa me acordé de algunos de los amigos que he perdido estos últimos meses. ¿Se fueron ellos o los alejé yo? Supongo que ambas cosas al mismo tiempo y ninguna, aunque ese sentimiento de suciedad les daba la razón, una razón sin razón, algo que ellos podían ver y que yo no, que apenas intuía. Al pensar eso me volvió la necesidad de los números primos y la cama y aceleré el paso y llegué a casa alterado.
La novela está bien, me hace sentir a gusto, me encuentro en familia junto a los personajes. He avanzado poco porque de de vez en cuando me levanto y escucho canciones en el ordenador antes de que, tarde o temprano, me corten la línea. Me gusta sentir la quietud que hay dentro de esta burbuja que me he ido fabricando y que pronto acabará por estallar. A veces me angustia y otras veces no me importa. Supongo que pienso demasiadas cosas. Por ejemplo, me pregunto si con la edad que tengo volveré a tener amigos alguna vez y me he respondido que tal vez. Decir tal vez es infinitamente mejor que decir que no, supongo.
A veces tengo la sensación de que esta calma idiota es como un paréntesis, que cuando se cierre ese espacio de tiempo sin tiempo, aparecerá aquel yo que dejé de ser hace varios años, aquel otro que era más fuerte que yo, que tenía la ilusión de convertirse en escritor, que tenía la necesidad de salir ahí fuera y mezclarse una y otra vez con almas afines.

Sé que estoy perdido. Lo estoy tanto que sólo el roce de la brisa me hace una herida en el alma. Sólo pido tiempo.

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