domingo, 3 de febrero de 2008

Volvió e hicimos el amor


Regresó a los dos días. La verdad, no me lo esperaba. Sin embargo ella sí parecía esperar encontrarme en la habitación del motel. Entró como si sólo hubiera salido unas horas, con cierta naturalidad artificiosa. Ambos sabíamos que había querido irse y dejarme colgado sin coche, sin dinero y con la imposibilidad de volver a mi casa, detrás de la frontera. Por tanto, los dos sabíamos que algo había ido mal en su huída y había vuelto de acuerdo con un plan B que no tenía previsto cuando se fue dejándome en el motel. Me miró desde la puerta tratando de averiguar qué grado de enfado tenía. Por suerte, no suelo dejar cosas al azar, sabía que si me mostraba violento ella saldría corriendo así que no hice ningún ademán de acercarme a ella. Ella tenía las llaves del coche, sabía donde estaba el coche. En ese tipo de cosas era muy lista. Estaba acostumbrada a tener cosas que otros querían y sabía jugar con ello. Aún así dudaba en si acercarse o no. Lo que no sabía era que, a pesar de todo, no iba a hacerle nada, es más, ¿y por qué no decirlo? que hasta me alegraba de verla. Quizá más que alegrarme lo que sentí fue cierto alivio. Ya no estaba solo, sin coche, sin dinero, en un lugar peligroso y casi desconocido para mí. Ahora ella estaba conmigo y con ella tal vez volvieran el coche y la posibilidad de volver a casa. Tal vez, incluso, simularíamos que nos alegrábamos tanto de vernos que nos daríamos un abrazo, nos buscaríamos los labios y los cuerpos... quizá. Lo cierto es que, si hubiera sido un perro, habría meneado el rabo. Pero sólo le dije que me había preocupado, que no eran calles para un chica como ella. Ella sólo respondió enfadada: "Me gustaría que empezaras a verme cómo soy y no como te imaginas que debería ser".
Llegó con unas bolsas de supermercado, de esas de papel, traía comida y cigarrillos. En el fondo de una de las bolsas había una botella de bourbon. "Por los viejos tiempos" dijo. "Lo he dejado, ya lo sabes" dije. "¿Dejarás que beba yo sola? Sabes que no me gusta beber sola". Era cierto, no le gustaba beber sola. ¿Significaba eso que si no bebía conmigo se iría a beber con otro? "Ya veremos" dije tratando de ganar tiempo.
Nos besamos e hicimos el amor (o algo que se le parecía tanto que si no lo era ninguno de los dos se atrevió a decirlo). Hasta ese momento (es decir, hasta que la besé) no me había dado cuenta de que estaba temblando. Un rato después, tumbado boca arriba en la cama pensé que tal vez sólo quería que la abrazara, sentirse a salvo. Siempre había intuido que muchas mujeres se entregaban a juegos de cama por sentirse abrazadas. Era algo que había ido averiguando con el paso de los años y, tal vez debería decirlo, con el paso de decenas de chicas por mi cama. La noche es un lugar donde se encuentran toda clase de gente, también cientos de chicas que no saben hacia donde van. Para un habitante de la noche, como yo lo fui, no era un problema acoger ciertas almas perdidas, caerles simpático, hacerse el simpático... llevarlas a mi casa. ¿Qué no está bien? Ya dije que yo no era un buen tipo y nunca he querido parecer serlo. Al final, toda maldad siempre se paga, siempre acaba uno recibiendo su merecido, siempre le cae a uno una maldición, una condena. Y ella fue mi castigo, estoy convencido. Un castigo que me merecía y del que estaba orgulloso.
Tumbado en la cama boca arriba lo supe, lo sabía antes de que nos enzarzáramos en una pelea de besos. Ella quería lo que hay antes y después del deseo, quería que la quisieran y quería que le llamaran princesa, quería que la llevaran en volandas a un lugar en el que la querrían. Yo también necesitaba saber que no estaba solo, que ella estaba allí conmigo, quería que volvieran los buenos tiempos. Fue como un simulacro de incendios: todo indicaba que en algún lugar había fuego pero no se vio llama alguna por ninguna parte. No le pregunté qué le había pasado ni dónde había estado. Sólo hicimos el amor y dormimos abrazados. A veces no debería haber nada más que eso. Pero lo hay. Ella tuvo pesadillas y se despertó varias veces asustada y tranquilizándose sólo al comprobar que estaba en la misma habitación de motel en la que horas antes había me había encontrado a mí esperándola. Y yo estuve atento a los ruidos que venían de afuera, donde todos los gatos son pardos y rebuscan entre los cubos de basura esperando encontrar algo que llevarse a la boca o, simplemente, algo mágico que les cambie la suerte. Todos buscamos algo maravilloso, algo que nos libre de la certeza de que estamos realmente solos. Todos nos pasamos la vida buscando dejar de buscar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ayyyyyyyyyyyyyyyyyyy yo quiero seguir buscando siempre