domingo, 24 de febrero de 2008

¿Qué es mejor? ¿soñar o no soñar?

Desde aquel día no he vuelto a soñar, o por lo menos, he dejado de acordarme de lo que sueño; y eso ha sido una bendición porque hubo días en que lo vivido por la noche me perseguía durante el resto de las horas del día, tratando de atraparme en una red de preguntas sin respuesta. Caí en una profunda paz, una estúpida y alienante paz. El bicho dejó de gritar tan fuerte pero me costaba vivir con todos los sentidos, como si de los cinco uno, alternativamente, dejara de funcionar y el mundo lo percibiera con una merma. Concluí que hay bendiciones que llevan asociada una maldición silenciosa o que, tal vez, vivir alerta conlleva pagar el precio de cuestionarse siempre, de habitar en un país sin leyes ni fronteras. Supongo que llega un día en el que tienes que elegir una de las dos opciones: o vivir al ochenta por ciento o asumir que vives en un mundo cubierto de cristales rotos con los que, tarde o temprano, te acabarás cortando.

No hay comentarios: