jueves, 16 de diciembre de 2010

Fractal del voz

Me llama. Hace más o menos un año llamó seis o siete veces en tres meses después de varios años sin hacerlo, después de irse sin ni tan siquiera despedirse, después de irse como el agua por el desagüe de la ducha, irremediablmente, llevándose mi piel con ella.

Cuando volvió a llamar después de tanto tiempo quise dejar de sentir lo que sentí: alegría de volver a escuchar su voz, de saber de ella, tener otra vez ahí, casi delante de mí, su presencia. Pensé que no era justo, que nadie puede tener ese poder sobre otra persona. Y luego me mentí, me dije que que las cosas que quedan inconclusas siempre pueden continuarse en el mismo punto en el que quedaron interrumpidas. Con ella siempre tuve esa sensación, que tarde o temprano volvería a casa con bolsas del supermercado y diría que se le había hecho tarde y yo no diría nada, absolutamente nada después de tres años para no romper esa inercia, como si el equivocado fuera yo y todo este tiempo fuera una fantasía mía.


El caso es que aquellos días fueron endiabladamente intensos, seis llamadas en tres meses entre las cuales me desvivía, deseaba volver a verla, me compré ropa, saqué las telarañas a las pesas, quizá hasta engordé un par de kilos. Luego volvió todo al mismo silencio, dejó de llamarme y mi ropa nueva envejeció en el armario y cambió de temporada. Seguí con la misma rutina y con la misma sensación de interrupción, quizá por que dejó de llamarme el día en el que dijo que nos veríamos al día siguiente, que estaría en Barcelona y yo fui a esperarla al aeropuerto a pesar de decirle que no iría.

Esta vez pensé que no se lo perdonaría, que nunca jamás lo haría y le colgaría en cuanto me llamara y supiera que era ella. Esta vez sería yo quien tomara la decisión. Pero interiormente deseé de nuevo volver a verla, aunque fuera para decirle cosas horribles, aunque fuera para decirle que no quería saber nunca nada más de ella. Para alegrarme de verla para poder odiarla y que supiera lo mucho que me importaba al decirle lo contrario.

Quizá por eso cuando me llamó ayer yo me sentía como si ella me hubiera rescatado del olvido cuando en realidad el que había empezado a olvidar era yo, que la rabia había dejado paso a la decepción y ésta a una especie de indiferencia, una indiferencia que era sólo la crisálida que envolvía algo que no se sabía muy bien qué sería hasta que llegara el día. Y ese día había llegado y la crisálida sólo contenía a otra crisálida y ésta otra y otra como un juego de muñecas rusas. Todo para no poder tener la suficiente fuerza interior para colgarle nada más oír su voz.

Y hablamos... pero ese es otro tema, eso es algo que ahora no puedo contar, quizá mañana, cuando pueda digerir todo lo que nos dijimos. Pero quizá eso no os interese, quizá deba dejar esto sólo para mí.

4 comentarios:

Mía dijo...

;-)
Un abrazo.
Cuídate.
Ciao.
;-P

Anónimo dijo...

Cuenta lo qué quieras y cuándo quieras, cómo quieras, que para algo es tu bitácora, única e intransferible.

Felices fiestas, niño de letras,

Amber

Espera a la primavera, B... dijo...

Gracias Heidi, cuídate tú también mucho.

Espera a la primavera, B... dijo...

Amber, a veces atravieso períodos tristes, mucho, lo cierto es que me ocurre desde muy niño. Imagino que escribir es otra forma de hacerlo patente, mi vida no acaba de arrancar ni en un sentido ni en otro. Sería una larga historia, en cualquier caso, a veces es profético lo que escribo.

Felices fiestas también a ti, Amber, bonitas navidades mexicanas.