martes, 14 de diciembre de 2010

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Me dice que se quema, que en cualquier momento va a salir ardiendo "primero saldrá humo y luego, al cabo de un rato, me prenderán las llamas desde dentro". Le digo que eso es lo más parecido a lo que siento y ella sonríe de nuevo y me llama bobo y me dice que es mentira y me da un beso. Luego sale corriendo, me dice adiós con la mano y grita "hasta mañana".

No le respondo, mañana puede ser dentro de un mes o dentro de una semana, puede que me esté esperando en la puerta de mi casa, no sé, ella está ahí y no está, no sé. Me hace sentir viejo toda esa incertidumbre.

Camino hacia casa, llevo las botas de ir a la montaña, dicen que va a hacer frío y me las puse esta mañana por si el frío llegaba de repente. La temperatura es más o menos la misma que durante casi todo el día, puede que hasta haga más calor. No sé, llevo demasiada ropa encima. Cuando llego a la puerta de mi casa ella no está, me desilusiono un poco, y me vuelvo a sentir viejo, quizá no la vea nunca más, quizá acabaremos sin saber uno del otro, nos vencerán el tiempo y la distancia, nos ahogarán los días con sus gotas, pero nunca, al menos por mi parte, me agrietará el olvido las ganas de volver a verla, de escuchar sus buenos días y sus cosas sencillas como el pan sencillo, un perfume fresco, los cordones de mis botas... que se deshacen y se desperezan dejándole mis pies a las zapatillas. Me gusta estar en casa y oler a incienso y a ventana, y a la comida casera de la vecina de abajo y la humedad del vaho en los cristales isotérmicos y a este amor por deshaucio y todas las cosas que eran tuyas y me encuentro aún en los armarios.

Y a este diciembre feo, pero feo de circo, feo de pagar por verlo y asustar a los niños luego.

A este diciembre que se seca y se comprime, que se desarma como aquel armario que te monté de IKEA.

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